Por Los Codos

Marcelo Moguilevsky

Moguilevsky

A pesar de cierta inquina de mi parte (qué es eso de andar llamándose igual que yo y que su apellido también empiece con “Mo”), quiero confesar y reconocer algunas cosas.
Marcelo Moguilevsky es, para mí, uno de los (muy) pocos músicos argentinos de la actualidad que poseen una voz propia y que además sabe transmitir su arte y sus emociones.
Hablar con él es una experiencia enriquecedora desde todo punto de vista. Cordial, bien predispuesto, nunca contestando de compromiso, esforzándose por recordar datos y momentos (hasta simples detalles), con un hablar enfático pero sereno y carente de agresividad, de voz grave y con cierto dejo nostálgico, da la sensación de que en cada charla, el tiempo no existe. O es eterno.

Difícil tarea la de transcribir una entrevista sin sus pausas, sus miradas, sus chasquidos, sus carraspeos, sus cigarrillos (porque este vientista fuma, desafiando toda escuela precaria), sus silencios, sus aceleraciones, sus gestos, sus etcéteras.
Mogui se ha brindado de manera muy generosa.

Todo eso, de una u otra manera yo lo encuentro en su música, ya sea con Comedia en los ‘80s, con Los Acústicos, con Puente Celeste, con Será Una Noche, en sus duetos con César Lerner, Juan Falú o Quique Sinesi.

Mogui - LernerFlautista casi por naturaleza, ha debido recurrir –por necesidades internas- a la interpretación de saxos, clarinetes, piano, armónica, canto, silbido…
Un artista.
Pero un artista que se pregunta cosas y que de pronto sorprende con una confesión.

En el verano pasado me agarró un sacudón interesantísimo, así, a punto de querer dejar todo; esas crisis que vienen de vez en cuando; en 30 años de músico es la primera vez que me agarra. Pero fue buena; ahora estoy saliendo, pero estuvo bueno el sacudón.
(Silencio).
Se me desactivó el placer. Voy a tocar delante de 2000, de 500, de 50 personas y no siento nada. Toco igual que siempre; conozco todos los mecanismos para que a la gente le guste lo que yo hago…

La fórmula.

Eso, la fórmula. Después de tantos años algo entendí; pero yo no tenía adentro ningún registro de emoción seria como la que tuve toda mi vida y me mantuvo sano; y me asusté… me decía “¿y esto… qué pasa?” No podía ni tocar solo en casa. Armaba el clarinete, no sentía placer, lo dejaba tirado; me sentaba al piano, tampoco; agarraba el saxo, nada; componía, no, una porquería. Y me agarró un flor de bajón.
Entonces me puse a escribir.

¿A escribir…?

Literatura… y no paré más. Estoy escribiendo todo el tiempo… cuentos, novelitas cortas, poesía, mi autobiografía… distintas cosas; y paralelo a eso empecé a repuntar con la música pero muy de a poquito y ahora estoy fenómeno, con muchas ganas. No paro de componer, cosa que hacía años que no me pasaba. Porque estuve mucho tiempo dedicado a “hacerla”… hacer la del músico que se sube y deja el alma arriba del escenario y que se baja y se va vacío y triste a la casa y volver otra vez al escenario como si en el escenario pasara todo lo que tiene que pasar en la vida de un músico.

¿Hubo algún momento puntual?

MoguilevskyNo… de afuera no podemos ver que hubo un hito. El hito está adentro, claramente.

Pero me refiero al momento en que hiciste “click”.

Ah… estaba en el Konex; venía mal, raro, desactivando sensaciones de placer y cuando estuve en el Konex había mucha gente, estaban todos muy felices con nosotros…

Eso era con Puente Celeste.

Sí… y yo tuve una devolución muy fogosa por parte de la gente ese día… y volví y me dije “agarráte flaco porque se viene”.

¿Y cómo lo tomó la gente que habitualmente labura con vos?

Lo hablé. Lo hablé de frente. Estábamos empezando a hacer temas nuevos, y les dije “muchachos perdónenme pero yo no puedo hacer el solo, levanto la pata, no tengo nada que decir; bánquesela, pásenselo a otro, vean otra forma… no puedo”. Y hasta les empecé a leer algunas cosas que yo escribía como para mostrarles en qué andaba y lo tomaron muy bien. Como un proceso que a cada uno en alguna forma y en algún sentido, alguna vez en la vida le puede pasar, ¿no? Yo con esas cosas no tengo ganas de hacerme el gil; porque son unas buenas llamadas de atención de para qué uno hace lo que hace. Y si lo que uno hace es para el otro, estás frito, esto es lo que me pasó, que como me fue muy bien, porque en los últimos tres años la verdad que me fue muy bien, crecí, crecí, crecí… hacia fuera; entonces llegó un momento en lo que me pasó lo que supongo (sin querer compararme, por favor) le ocurre a todos los tipos que encuentran algo propio y después le dan a la fórmula, sea Astor, Hermeto, Gismonti, Zorn… cualquiera de ellos; alguno que la encontró y dice “acá está, éste soy yo”; y le dan y después ni se preguntan de nuevo si son ellos; directamente le hacen honor a lo que encontraron. Y a mí no me sirve esa forma de artista. Claramente. No me hace bien. Y no me hace bien porque se desactiva la pregunta y si se me desactiva la pregunta es como un hombre que cree que ya entiende lo que es la vida y la muerte… ya está frito. Son como las incógnitas filosóficas que nos mantienen vivos y preguntándonos y esa angustia motora para intentar buscar aquel sonido que te exprese o te comunique con el afuera.

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