El Ojo Tuerto

Van der Graaf Generator: Una Esperada Celebración

The Reunion Concert
Royal Festival Hall – Londres
06 de mayo de 2005
Set-list: Undercover Man, Scorched Earth, Refugees, Every Bloody Emperor, Lemmings, Nutter Alert, Darkness (11/11), (In The) Black Room, Masks, Childlike Faith in Childhood's End, The Sleepwalkers, Man-erg.
Bises:
Killer, Wondering.

¿Cómo narrar racionalmente la crónica de un milagro?  Sin querer ponerme místico ni realizar comparaciones absurdas confieso que he quedado paralizado casi un mes ante la tarea de tener que escribir algo sobre el recital de reunión y regreso de Van Der Graaf Generator, un acontecimiento que excedió largamente la categoría de mero recital (sin por ello dejar de haber sido uno de los mejores a los cuales haya asistido en mi larga vida) para terminar transformándose en una suerte de polivalente evento histórico: filosóficamente reivindicativo, moralmente reparador y musicalmente genial.
Van Der Graaf Generator  (Hugh Banton en órgano y pedales de bajo, Guy Evans en batería, Peter Hammill en guitarra, teclados y voz, y David Jackson en saxos y flauta) dejó de existir como grupo a fines de 1976 cuando Banton primero y Jackson después deciden abandonar la banda, que sin el Generator  final del nombre pero con Hammill, Evans y otros músicos sobrevive dos años y dos discos más (uno en estudio y otro en directo) hasta disolverse formal y definitivamente en junio de 1978. El viaje había comenzado a fines de 1967 en la Universidad de Manchester como un trío sicodélico formado por Chris Judge Smith (ya en esa época un excéntrico performer, cantante, compositor y baterista, quien además de ser el responsable de haberle dado al grupo su singular nombre solía usar una mascara de goma de “Hombre Lobo” en sus presentaciones), Peter Hammill (un novel escritor amante del blues educado por los Jesuitas en guitarra y voz) y un fugaz Nick Pearne como organista. Tras unas cuantas idas y vueltas, cambios de personal, grabación de un primer álbum como solista de Hammill pero bajo el nombre de la banda (“The Aerosol Grey Machine”), ser teloneros del Jimi Hendrix Experience en el Royal Albert Hall en febrero del ’69, el robo de todo su equipo, una primera separación y su posterior primer reunión para ser apadrinados por el productor Tony Stratton-Smith (quien creara uno de los grandes sellos independientes de la historia, Charisma, para que VdGG grabara sin presiones), los encuentra a principios de 1970 con su formación clásica (más el agregado de un excelente bajista, Nic Potter, que se alejaría de la banda durante la grabación del tercer disco) y un segundo trabajo discográfico “The Least We Can Do Is Wave To Each Other” que los ubica en la grilla de partida del por entonces novedoso movimiento llamado Rock Progresivo o Sinfónico junto a bandas como Pink Floyd, King Crimson o Soft Machine. No es ésta la oportunidad de ahondar en su historia ni en tratar de explicar la imposibilidad de calificar y clasificar la música y obra de VdGG dentro de un estilo o género de rock determinado, digamos sólo que fueron siempre justamente la más inclasificable e inasible banda del rock inglés, plena de matices contrapuestos y una terrible originalidad. Intelectual sin complejos en sus letras a la vez profundamente poéticas sin caer en las nimiedades hippies de otras bandas, con una música oscura, gótica, compleja, caótica y carnal pero a la vez sublime, divertida, desafiante y desaliñada  con ecos de Coltrane, Hendrix, Bach, Britten o Howlin’ Wolf. Y por sobre todas las cosas, muy pero MUY Británica.
Nunca fue un éxito comercial y su leyenda fue sostenida durante casi tres décadas por una (no tan pequeña como parecía) legión de seguidores en todo el globo que con devoción religiosa siguió las andanzas solistas de Peter Hammill, siempre añorando un eventual regreso de la ya mítica banda. Distintos hechos y circunstancias (entre ellos juntarse para editar un cofre recopilatorio, el recibimiento extático del público durante dos fugaces e imprevistas apariciones del grupo en pleno durante una actuación conjunta de Evans y Hammill en 1997 primero y un bis de Hammill en el 2003 después, o simplemente como señalara el propio Hammill en  el comunicado de prensa sobre la reunión: “una consideración fundamental fue: si vamos a hacer alguna vez esto ¡hagámoslo mientras aún  estamos todos vivos!” ).
 
El evento se materializó la tarde del seis de mayo de 2005 en pleno corazón de Londres, en un repleto Royal Festival Hall (las entradas se vendieron en el día meses antes con pedidos de veintisiete países distintos, de Japón y Rusia a la Argentina y Perú) que bullía de excitación y nerviosismo apenas contenido; reitero lo del comienzo, para muchos se trataba de asistir a un milagro anunciado. Y es que la sorpresa no se agotaba en el recital de reunión: una semana antes la banda había sacado al mercado un nuevo trabajo discográfico grabado meses antes en secreto llamado ambiguamente Present (que significa tanto “Presente” como “Regalo” en inglés), un excelente cd doble con canciones e improvisaciones, a la altura de sus mejores trabajos de antaño. Para un grupo como VdGG que en su momento había tenido una carrera tan accidentada, plena de mala suerte, incomprensión e irreprochable  tozudez artística, los astros parecían finalmente haberse alineado correctamente: la prensa británica saludó con beneplácito su regreso después de haberlos condenado al olvido y al silencio durante décadas; el ruidoso y oscuro hijo pródigo del rock inglés, el ejemplo más acabado de lo que se llama una “banda de culto”, volvía triunfante por la puerta grande, con un concierto “sold out” en forma automática, un nuevo trabajo editado por un sello “major” que recibe excelentes críticas en medio mundo, una gira europea recibida con delirio por fans y nuevos conversos… todo sin vender su integridad, todo por el que fuera siempre el verdadero combustible de este entrañable “generador” de emociones en forma de combo: su amor por la música y el placer de tocar juntos, esa inexplicable pero mágica química que se da sólo entre los “grandes” (pongan aquí el nombre que más les guste), sin hacer concesiones y siguiendo sus propias reglas. Aquí no hay músicos invitados ni aniversarios como excusa: sólo el placer de volver a crear y tocar. Nada más y nada menos.

Ése era el ánimo que se respiraba en el lobby del teatro horas antes del concierto, el de un inmenso placer ante la inesperada oportunidad de volver a verlos (en realidad verlos por primera vez para la mayoría), junto a una  tensa expectación por saber cómo sonarían en el siglo XXI y los  miles de posibles listados de temas a tocar (tantos como asistentes había). Lo que era unánime era una bella sensación de justicia poética que exudaba toda la movida, manifiesta en una multitudinaria sonrisa de satisfacción que brotaba espontánea de cada cara que te cruzabas…y conste que la palabra “diversidad” parece haberse inventado para los seguidores de VdGG. Podría escribirse un largo artículo sólo sobre lo que era el público del recital…

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