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Ned Rothenberg’s Sync with Strings: Inner Diaspora

Keyn Eynhore, Fuga Ladino, Minutia, Krechtser Walk, Fantazyor, Gilgulim

Músicos:
Ned Rothenberg: clarinete, clarinete bajo, shakuachi, saxo alto.
Samir Chatarjee: tabla
Jerome Harris: bajo acústico, guitarra acústica
Mark Feldman: violín
Erik Friedlander: cello

Tzadik, 2007

Calificación: Dame Dos

En este disco, Ned Rothenberg ofrece su particular visión de la diáspora judía. El término diáspora se usa desde final del siglo XIX para definir a grupos étnicos o religiosos que han abandonado su lugar de procedencia originario y que se encuentran repartidos por el mundo viviendo entre gente que no son de su condición. Tradicionalmente, diáspora se usa para definir al exilio judío fuera de Palestina y la posterior dispersión de ese pueblo por todo el mundo. El camino escogido por Rothenberg elude la multiplicidad histórica de la diáspora optando por una identificación más personal. Por ello no sorprende que las iniciales de Inner Diaspora (I.D.) coincidan con la abreviatura de Identification Personal, término con el que se denomina al documento de identidad en los Estados Unidos. Rothenberg sabe que esos cuestionamientos sobre la identidad cultural resultan secundarios ante la inmediata experiencia del sonido. De hecho, en términos musicales, cada tema de este álbum encierra un interrogante abierto que concuerda con el universo cognitivo del judaísmo secular y su consecuente visión humanística no religiosa. Desde el booklet que acompaña a este disco, Rothenberg acepta como núcleo de su propuesta una sentencia que dice (y me permito coincidir):“El sentido de la vida está en las preguntas y no en las respuestas”. Invariablemente, cada vez que me he preguntado: ¿Por qué? surgió algo más contundente aún… ¿Por qué… qué?

Tal vez haya que pensar que cada pregunta, más que necesitar de una respuesta, requiere de otra pregunta aún más profunda. Sin embargo, el sistema imperante para sostenerse requiere de gente dispuesta a responder y no a preguntar. Y si la respuesta es “sí” y viene acompañada de una risita tonta y un hilo de baba, mejor. Aclaro que no soy judío. Es más, ni siquiera sé si soy. Incluso resulta probable que en el antagonismo que planteaba Sartre entre el ser y la nada, a mí me tocaría jugar en el segundo equipo. Aun así, no encuentro reparos en suscribir a los preceptos del humanismo secular que también (y tan bien) expresa Rothenberg. Concepto que establece que los dogmas, ideologías y tradiciones religiosas deben ser avalados por cada persona de manera individual en lugar de ser aceptados por una cuestión de fe, utilizando la razón crítica y el método científico en lugar del misticismo en la búsqueda de la constante objetiva y entendiendo que nuestra imperfecta percepción de la verdad es constantemente alterada por nuevos conocimientos y experiencias. En donde los principios viables de conducta ética no dependen de dioses u otras fuerzas sobrenaturales sino de la aplicación de la razón, las lecciones de la historia y la experiencia personal. Un mercado abierto de ideas tendientes al desarrollo, satisfacción y creatividad, tanto para el individuo como para la humanidad en general. Y no continúo con el tema porque… los agentes de la CIA, el escuadrón SWAT, un regimiento de Marines, un jugador de béisbol malhumorado con su respectivo bate y (lo peor) tres Rambo, todos protagonizados por Sylvester Stallone, están camino a mi casa y no creo que vengan precisamente con intenciones de tomar el té.

En Keyn Eynhore encontramos estructuras asociadas al jazz pero desde una perspectiva cubista, melancólica y rapsódica. De hecho el jazz, siendo un género musical que no pertenece a los judíos, conlleva en su esencia elementos expresivos similares a la música tradicional judía. Aquí hallamos un clarinete protagónico, secundado por la textura de las cuerdas y el contraste rítmico que construyen el bajo y la tabla. El despliegue melódico es riguroso pero con amplios espacios para la improvisación; terreno en el que sobresale un tremendo solo de Feldman.
Con la caída del Imperio Romano, los judíos fueron expulsados a varios territorios. Así fue que algunas comunidades judías se establecieron bajo la protección del gobierno musulmán, en lo que más tarde sería denominado Hispania o España. Esto les permitió incorporar métricas, ritmos y fraseos arábigos que dieron lugar a la música sefaradí. Este periodo de la diáspora judía se expresa en Fuga Ladino. Una intro melancólica y sufrida se transforma en un asalto melódico de matices festivos en los que se lucen Friedlander en cello y (otra vez) Feldman en violín. El tema tiene un desarrollo circular por lo que su retorno al carácter del inicio pretende simbolizar la nueva diáspora iniciada con la caída del último bastión musulmán a manos de los Reyes Católicos y la consecuente decisión de expulsar o forzar a su conversión a los judíos.

Minutia es la menos judía de las canciones incluidas en este disco, ya que expresa una dinámica de interrelación entre el budismo y el judaísmo. El sonido del shakuachi (flauta utilizada por los monjes de la secta Fuke Zen) y la percusión se funden en una enigmática atmósfera. Como un capitulo de Kung-Fu, pero doblado al yiddish para la televisión israelí.
La diáspora hizo que la música judía evolucionara en forma divergente. La práctica litúrgica de la cantilena (el canto de las escrituras) que interpretaban músicos-sacerdotes se remonta al siglo V (A.C.) y se convirtió en obligación de una sola casta de la congregación, prohibiéndose cualquier tipo de acompañamiento instrumental. La música sagrada conservó cierta uniformidad; no sucedió lo mismo con la música profana. Los judíos, durante la edad media, emigraron hacia el norte y este de Europa. Fue entonces que las melodías instrumentales comenzaron a sonar fuera de los recintos de oración en fiestas como el Purim, carnaval judío que conmemora la liberación de la opresión babilónica, el Janukah, fiesta de las luminarias y el Simjat torah, la fiesta de reinicio de la lectura del Pentateuco y ritmos de paso a la edad adulta como el bar mitzvah. Este espíritu profano subyace en Krechtser Walk, en el que el saxo determina la conducción melódica, mientras el bajo se limita a servir de soporte armónico y el resto de las cuerdas completan el pedal armónico.

Los intereses musicales de Rothenberg son numerosos y esto se traduce especialmente en la variedad de sonidos, emociones y perfil estilístico del delicioso Fantazyor. En el inicio confluyen la música sefardí y el blues, representando la unión de las diásporas afro-americana y judía. La posterior incorporación de aspectos y lenguaje propio de la música de cámara le otorgan un sentido de ilustración que nos remiten a los arreglos orquestales que crearan Ernest Bloch y Darius Milhaud para servicios de sinagoga. También refieren a la ornamentación en piezas de lucimiento como kunst shtikalaj y a los himnos y modos de oración posbíblicos basados en sistemas métricos y rítmicos árabes. A todo esto se suma un fuerte componente de improvisación que expresa el afloramiento del alma judía. El lenguaje asumido por Rothenberg incluye una organización microtonal, un vocabulario polifónico y el uso de técnicas respiratorias circulares que extienden su desarrollo melódico.
En Gilgulim, la música carnática (proveniente del norte de la India) negocia con formas próximas al jazz y el sistema de notación occidental. Una intro en tabla y un solo laberíntico de Rothenberg en clarinete, confluyen en una secuencia contrapuntística de llamado-respuesta al que un reflexivo interludio a cargo de las cuerdas le otorga mayor intensidad dramática, desembocando en un final que combina técnica y sensibilidad como fruto de un ánimo sometido a la imaginación creativa.

Síntesis: El dolor que representa una diáspora propició en Rothenberg vínculos multidimensionales entre el arte y la vida. Y su pretensión parece orientarse a profundizar las posibilidades perceptivas, reflexivas y formativas de aquellos que, como él, debieron afrontar ese sufrimiento.

Sergio Piccirilli

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