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Juan Cruz de Urquiza: Vigilia

Praderas de la nada, La rueda, Milésimas, Vigilia, Solanas, Helter Skelter, Clifford

Músicos:
Juan Cruz de Urquiza. Trompeta
Miguel Tarzia: guitarra
Mariano Otero: contrabajo
Daniel Pipi Piazzolla: batería

S‘Jazz, 2007

Calificación: Dame dos

Hace unos dos años mantuvimos con Juan Cruz de Urquiza una extensa charla, publicada en este site. La excusa era la aparición del álbum debut del trompetista, De este lado.
Aunque la verdad es que, sin disco, casete, magazine o cinta abierta, hubiéramos intentado conversar igual.
Porque a lo largo de los años, Urquiza se transformó en un ineludible referente del jazz argentino, ya sea como líder del Quinteto Urbano o trabajando con artistas tan disímiles como Deep Purple, Adrián Iaies, Diego Torres, Los Piojos, Guillermo Klein o Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
De este lado resultó un disco fantástico. Y se sabe que el segundo, en la carrera de un músico, es clave para confirmar (o no) las bondades (o no) del debut.
Así llegamos a Vigilia, donde el trompetista mantiene al mismo cuarteto de notables.
Sí, de notables.

El comienzo del álbum marcha al pulso del contrabajo de Otero; sutil juego de platillos y Tarzia y Urquiza que amagan con tomar por la tangente. Pero fue un amago. En pocos instantes queda claro que la ausencia de piano, una vez más, brinda espacios. La trompeta lidera estas Praderas de la nada mientras Tarzia, allá atrás, al fondo, se hace notar en forma medida con acordes que, por momentos, simulan un Hammond. Otero y Piazzolla ya están haciendo de las suyas acelerando y desacelerando. Urquiza ofrece una delicada intervención y, en pleno rebaje, pasa al frente el guitarrista. Lo que se escucha es de una madurez y solidez que se agradece. Las sutiles distorsiones del guitarrista permiten apreciar que los muchachos de la defensa la están pasando bomba. Un retorno al inicio que no sorprende pero tampoco empaña.
La rueda, composición de Miguel Tarzia trae calma. El cuarteto se conoce y complementa de perlas. El dueño del tema se instala en una meseta sonora que se rompe parcialmente cuando la base dice “basta” y comienza a swinguear a lo pavote. Pero lo que ofrecen es sutil y contenido. El brillante sonido de Urquiza nos va poniendo en órbita, pero ojo… que estos muchachos cambian de dirección en cualquier momen… ¿vieron? Y si bien al tema no le hubiese venido mal un poco más de síntesis, estamos prestos y ansiosos por escuchar la segunda composición del dueño de la pelota.

Milésimas brinda una cantidad de matices y detalles en su inicio que, a pesar de cierto relax tenemos la sensación de que explotan en cualquier momento. ¿les comenté que hay espacio de sobra? ¿Y que cada uno juega su propio partido a la perfección? Milésimas bien podría haberse titulado “Miles (Davis) y más”; es que Urquiza, en su solo, brinda lo que puede ser tomado como un sutil homenaje a la época “cool” del morocho más famoso. Y la cosa explotó, de la mano de Tarzia con una intervención precisa y preciosa y con esos dos gladiadores que van a todas como si fuera la última bola de la noche. Es que este plan “sutilmente terrrorista” me acomoda y mucho. Vuelve un simulacro de calma y la amenaza de un final que tarda, en este caso afortunadamente, en concretarse.

El tema que da título al CD es una extensa pieza de 16 minutos, así que acomódense y relájense, pero estén atentos porque la cosa empieza movida y con un interesante intercambio lúdico entre Tarzia y Otero. Piazzolla parece decir “toco cuando quiero”; o bien “dejo de tocar cuando quiero”. Las dos cosas las hace bien. Otro pasaje en trío con el guitarrista liderando la escena. Y ojo, que quede claro, no es que se estén matando a palos jugando al “mirá cuán virtuoso soy, chabón”; no… nada de eso… Después de que el trío la gastó durante unos buenos minutos, Urquiza vuelve del recreo y parece decir “está todo bien, ¿no?” Y sí… está todo bien y más. Vigilia sube, baja, avanza, retrocede, lateraliza y, además, es punzante. Varios temas en uno. El cuarteto, a pleno. La música, agradecida. Urquiza que recurre a los pedales para distorsionar levemente el sonido de su instrumento. Luego se llama a silencio, como para no entorpecer a sus rebeldes (y ahora ruidosos) compañeros. Impresionante bombardeo percusivo de Piazzolla sobre el ideal caldo de cultivo que protagonizan Tarzia y Otero. El líder decide poner orden y lo logra. Ya no sé, ni me acuerdo, ni me importa cómo empezó todo. Y no hace falta. Posta.

Al igual que en su álbum debut, Juan Cruz de Urquiza recurre a una composición de Guillermo Klein. Nos referimos a Solanas. En la nota a la que hicimos referencia, el trompetista declara: “(Klein) me parece de lo más grosso que hay; como compositor es increíble. Yo no he tocado mejor música que ésa; por lo original, lo inspirado, el vuelo que tiene… y siendo algo muy denso, no hay complejidades al pedo
¿Voy a ser yo quien le lleve la contra?
Pero… ¿es que hay elementos como para contrariar al bueno de Urquiza?
No sé si es la composición, o el arreglo, o los instrumentistas. La verdad que no lo sé.
Lo que sí sé es que Solanas, comandado desde el fondo por el contrabajista, es uno de los momentos verdaderamente importantes de Vigilia. Detallar las bondades individuales y grupales en este tema sería, casi, una falta de respeto. Dura unos siete minutos, pero si fuera por mí (que agradezco, en general, la síntesis) podrían hacerlo durar dos horas. Una maravilla. Lástima que todavía falten dos temas; voy a tener que guardarme la frase “la frutilla del postre” para otra (gran) ocasión.

El álbum no da respiro. Se viene el clásico de Lennon-McCartney, Helter Skelter.
En un principio nos preguntamos para qué… por qué… y el comienzo no nos brinda muchas esperanzas, con la trompeta “cantando” la melodía mientras el trío restante hace lo suyo correctamente. Pero una vez que Urquiza se saca de encima el compromiso de la melodía original y, recurriendo nueva y sutilmente a los pedales, empezamos a desconfiar de nuestras preguntas iniciales. Y cuando el trompetista se enciende y Tarzia se transforma en el terrorista que sabe ser, decidimos cosernos la boca y pinchar el globito de nuestro pensamiento. Irreprochable, exquisita, atractiva y contundente versión. Y estoy siendo injusto con Otero y Piazzolla. Señora, señor, créame que sobre esta base rítmica, todos podemos tocar algo, lo que sea, una matraca, un tonete, un flautín, un silbato, un pandeiro, un toc-toc, un tiki-taka, lo que sea.

El álbum se cierra con Clifford, tema de Urquiza seguramente dedicado a Clifford Brown (por esta frase dudo que me otorguen el Pulitzer). Es el momento más convencional del disco; el cuarteto es un relojito comandado primero por Urquiza y luego por Tarzia, ambos con buenas intervenciones. Pero lo más interesante aquí es la base. Otero se suelta mostrando lo bueno que habitualmente es y Piazzolla (que también aquí tiene su momento) sostiene todo con pericia y precisión.
Y el disco se acabó.
Una lástima.
Aunque… me atrevo a preguntarles… ¿qué hacen todavía leyendo en lugar de salir a comprar Vigilia?

Marcelo Morales

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