Por Los Codos

Paula Shocron

¿Y cuándo tomaste conciencia?

Por iniciativa de mi abuela. Ahí fui al Promúsica de Rosario. Tenían un instituto que era muy tradicionalista en algunas cosas pero en otras no. Manejaban cosas de audioperceptiva, que era algo nuevo y estuve ahí desde los 5 hasta los 16 años, más o menos. Y de a poco me fui dando cuenta de que lo que más me gustaba era improvisar. Porque en un momento yo pensaba que la música clásica no te dejaba liberar, cuando la realidad después me demostró otra cosa. Tuve problemas al estudiar, me daba cierto pánico. Y en la adolescencia, en plena rebeldía (risas) me puse a escuchar rock. Hasta que un amigo me propuso sumarme a un grupo de jazz.

O sea que integraste un grupo de jazz sin haber escuchado prácticamente el estilo…

Y… lo que había escuchado en mi casa, pero no era una entendida ni mucho menos. Y sigo sin serlo. Hoy tengo unos vacíos increíbles; tengo que detenerme a indagar mucho más, siento que soy bastante ignorante.

Acá el entrevistador hace gesto de “ah… cosa de ella…” (risas). ¿Este primer grupo fue en qué época?

Y… en el ’98.

¿Y cómo seguimos?

JodosEn un momento me dije que quería seguir estudiando pero no piano clásico. Y me metí en la carrera de Composición. Llegué hasta 5º año pero no me recibí, me quedaron un par de materias. Pero a mitad de la carrera me di cuenta que me gustaba el piano, cuando ya había decidido no hacer la carrera. Y menos mal que no la hice porque, como soy, iba a terminar odiándolo. Más que nada por la manera esquemática que se enseñaba en esos momentos. Empecé a sacar cosas de oído y, sin tener demasiada noción del estilo (se refiere al jazz), sacaba todo. Escribía los acordes porque tampoco conocía el cifrado americano. Detenía el grabador, lo volvía a poner y así fui sacando montones de cosas. Hasta que en un festival me escuchó Ernesto (Jodos) que vino con (Javier) Malosetti y Pepi (Taveira). Lo contacté para estudiar y así fue que empecé a venirme a Buenos Aires desde Rosario. Él empezó a organizar el caos que yo tenía por haber andado picoteando cosas de un lado y otro. Yo tocaba con un cantante que componía cosas medio Spinettianas pero que era fanático de Coltrane y me fue pasando todos los discos. Pero estaba un poco desorientada. Y los discos me dispararon hacia varios lados.

El efecto dominó.

Tal cual. Ernesto ha tenido mucho que ver en un par de cosas. Una fue que me dijo que era necesario ordenar todo el desorden que yo tenía encima. Y me propuso hacerlo pedagógicamente y en función del estilo, porque… mi estilo… era un desastre; tenía bombardeos de información de distintas escuelas pero nada concreto, organizado. Como pianista, ¿no? Y la otra fue un problema físico que tenía que ver con mi postura. Ernesto me pasó un libro, empecé a estudiar la técnica Alexander y fue un cambio muy importante.

La técnica Alexander tiene que ver con la postura…

(interrumpiendo). Se trabaja con o por fuera del instrumento.

Es la que utiliza Robert Fripp en sus cursos, ¿no?

Mariela Cardenas¡Obvio! Es más, mi primera maestra es la que hace las giras con Fripp. Mariela Cárdenas se llama. Vive en Zurich. Para mí la técnica Alexander fue algo muy importante. Y Ernesto fue quien tuvo el “ojo clínico”. Y venir a Buenos Aires implicó conocer gente, participar de jam sessions, gente que estaba en la misma búsqueda que yo. Venía una vez por mes y ya cuando dejé de estudiar con Ernesto venía pero para tocar. Hice una audición para Berklee, lo que también me posibilitó conocer otra gente. De hecho, una de las primeras experiencias fue con Marcelo (Gutfraind), quien también había ido a audicionar. Conocí en una jam a Ada Rave (saxofonista), que me presentó a Daniela Horovitz (cantante) y armamos un trío que funcionó durante algún tiempo. Pero lo que se ha mantenido con regularidad fue el cuarteto con Marcelo. Hubo cambios en la base, pero el cuarteto sigue. Bueno… lo que te decía… al cuarteto lo armamos en el 2002 y recién en el 2006 pudimos sacar un disco (Percepciones, Blue Art)

Y… si son vagos… (risas). ¿Y qué pasó con la audición para Berklee?

Y… nada… me seleccionaron pero fue a finales del 2001 y todo se había disparado. Era imposible.

Y si te lo ofrecieran hoy, ¿lo harías?

No.

¿Por qué?

Ya no tengo ganas de meterme en una escuela.

¿Y para qué fuiste a audicionar?

Y… tenía 20 años y además era una experiencia atrayente. Como para ver adónde estaba parada.

¿Y cuándo decidimos venir a Buenos Aires?

Cuando ya no tocaba tanto con músicos de Rosario y lo hacía más con gente de Buenos Aires. Coincidió también con el término de la Facultad.

¿Y la carrera cuál era?

Licenciatura en Composición.

Ah… la que no terminaste por vaga…

No… (risas). Es que en el medio de la carrera me di cuenta de que no quería escribir para orquestas sinfónicas, sino tocar el piano.

¿Fue complicado Buenos Aires al principio?

No, para nada, fue mejor incluso porque no tenía que andar viajando todas las semanas. Pero igualmente el camino ya estaba allanado. Ya venía tocando con Pepi Taveira, que fue uno de los que me empujó a que me decidiera a venirme para acá. Pero eso fue recién a principios de 2005.

Llegamos al primer disco, La voz que te lleva, en piano solo.

Lo grabé a finales del 2004 en el Teatro Parque España (Rosario) y se editó en el 2005. Fui a grabar dos días, sin público, elegí los temas y listo.

¿Por qué tres Monk y no otra cosa?

En ese momento me pareció que esos temas me facilitaban la libre improvisación; las composiciones de Monk tienen eso, te permiten ir para varios lados.

Desde un principio la idea fue de un piano solo.

Me lo propuso Horacio Vargas (responsable del sello discográfico Blue Art); me escuchó en un festival haciendo un piano solo y me lo propuso.

Ahí zafamos de los costos…

Ehhh… no… yo puse una parte… pero igual fue no fue mucho, era un piano solo.

¿Y cuando tuviste el disco en la mano, qué pasó?

Me refiero al hecho de que alguien vaya a comprar “tu” disco.

Nunca se me ocurrió pensar en eso.

¿Tampoco en lo que puede sentir alguien escuchándote en su casa?

No… porque de tanto escucharlo…

Claro, pero te informo que hay gente que debe decir “qué bueno que es esto” o bien “¿para qué me lo compré?”

No… la verdad que nunca se me cruzó. A veces… no…

¿Tampoco lo que le puede pasar a la gente en un concierto?

Ahí ya es distinto. Tengo una especie de rechazo, a veces, de la música que estoy haciendo. A veces me cuesta pasarla bien.

¿Cómo es eso?

Y… me cuesta disfrutar. Uno está tan compenetrado… pero esperá, que tampoco se piense que cada vez que toco la paso mal. No. Pero uno, en todo lo que hace, se plantea qué y cómo está haciendo ese “algo”. Y es difícil no pensar en que el otro está recibiendo lo que hacés; y el hecho de estar dando algo de uno, con sus preguntas y sus respuestas y sus rayes… y al tocar me pasa exactamente eso. Ya me cuesta mucho pensar que le estoy diciendo algo muy personal a alguien como para analizar qué le pasa al oyente al escuchar.

¿Es un temor a que el mensaje llegue distorsionado?

No; que a la gente no le guste cómo soy. Y en la música, como ya lo hablamos, uno se muestra tal cual es…

¿Y cuando te escuchás a vos misma?

Me odio (enfáticamente). Me odio.

Pero de acuerdo a lo antedicho, entonces: ¿qué percibe la Shocron oyente de la Shocron pianista?

Y… no llega a ser esquizofrenia, pero sí percibo una personalidad un tanto… “rayada” (risas). Siento que tengo mucha locura pero en esa situación de encuentro – desencuentro.

¿Cierto desprejuicio tal vez?

Sí, tal cual. Es que si no, no haría lo que hago.

¿Y qué harías?

Seguramente algo menos riesgoso.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *