El Ojo Tuerto

Ani Di Franco: En la Edad de Merecer

House of Blues-Anaheim (USA)
Sábado 28 de Junio de 2008 – 20:00 hs.

En el House of Blues de la ciudad de Anaheim, ubicado en el corazón del famoso parque temático conocido como Disneylandia, se presentó la cantautora Ani DiFranco junto a su banda integrada por Todd Sickafoose en contrabajo, Alison Miller en batería y Mike Dillon en vibráfono y percusión.
El término cantautor, por lo general, se aplica al artista que es autor de la letra y la música de sus canciones. En sus orígenes, el cantautor abordaba temáticas filosóficas, personales, políticas y sociales. Incluso este tipo de música llego a denominarse, en algún momento, canción de protesta.
En la actualidad, el género cantautor ocupa un espectro mucho más amplio y no requiere de implícitas connotaciones sociales o reivindicativas para ser considerado como tal. En efecto, las fronteras de ese rubro se han diluido drásticamente permitiendo que público y crítica, sin ruborizarse, incluyan en la lista de cantautores a músicos y/o personas (según corresponda) tan disímiles como Bob Dylan, Leonard Cohen, John Lennon, Boris Vian, Víctor Jara, Joan Manuel Serrat, Caetano Veloso, José Luis Perales, la Mona Giménez, usted, yo y… córranse que en el fondo hay lugar.
El auge de la canción de autor en los años ’60 y ’70 estuvo ligado a los movimientos sociales y políticos de la época. Tras una crisis de popularidad y creatividad que relegó a esa corriente musical por más de una década, el género resurgió en los noventa con una nueva oleada de músicos que transformaron la tradición y el estilo característico del cantautor en base a una mayor libertad de temas, ritmos y formas expresivas y permitiendo, a su vez, una mayor injerencia de la industria discográfica en la orientación y divulgación de esa corriente.

Ani DiFranco suscribió a la liberación de estereotipos que distinguió a esa resurrección del género pero, a diferencia de la mayoría de sus pares, rehuyó a los condicionamientos impuestos por la industria discográfica. A los 18 años (y según cuentan, con sólo 50 dólares) DiFranco creó su propio sello discográfico Righteous Babe Records, el cual utilizaría hasta nuestros días como vía unívoca de distribución y propagación de su obra. Su combinación de punk acústico, indie folk, pop y rock alternativo y un discurso progresista comprometido con temas como el racismo, el abuso sexual, la pobreza y la guerra, le proveyeron una temprana popularidad en los círculos universitarios. Desde aquel entonces a la fecha, y pese al notable incremento de su popularidad, DiFranco supo mantenerse al margen de las herramientas de difusión de las grandes compañías conservando su autonomía e independencia para canalizar sus aspiraciones artísticas como cantautora.

Para hallar el embrión del género de cantautor tenemos que retroceder en el plano de la historia hasta encontrarnos con los trovadores del Medioevo.
Los trovadores eran músicos cortesanos que, siguiendo el modelo de la poesía popular, entonaban canciones en lengua de Oc. El occitano, o lengua de Oc, pertenece a las denominadas lenguas romances o neolatinas y son un derivado del latín vulgar.
Los más afamados historiadores consideran que el latín vulgar fue una de las formas más procaces y desvergonzadas de usar la lengua que se hayan conocido. Aunque quizás aseguren eso porque no conocieron, entre otras, a mis compañeras de oficina.
Lo concreto es que algunos llegaron a denominar despectivamente al latín vulgar como el latinudo o la latinonga. La estructura del latín vulgar en realidad era bastante simple, o al menos eso decía un profesor que tuve en la universidad, quien no sé si sabía mucho de latín pero les puedo asegurar que era bastante vulgar. Según él, para hablar latín vulgar sólo debían tomarse palabras del latín clásico y agregarle terminaciones en udo, uto, ulo, ete y erda generalmente acompañadas por un gesto obsceno, o dos.
Por favor, no me pida ejemplos y mucho menos se le ocurra dármelos…

El auge de los trovadores tuvo epicentro en la ciudad de Toulouse, en Francia, pero rápidamente se propagó al resto de Europa. No existen muchos registros de la obra de los trovadores, pero algunas de esas canciones fueron recopiladas en la prestigiosa enciclopedia Trabas de la Trova del musicólogo N.N. Lier. Entre las composiciones más populares coleccionadas allí podemos citar a Queja Amorosa, también conocida como Ay! Mi curriculum, en la que se describía en un lenguaje sencillo el dolor y sufrimiento que provoca en las relaciones profundizar demasiado y sin previo aviso. Asimismo se menciona en la obra de Lier a Canción de la mal casada, igualmente llamada Un viejo error, en la que se relata la historia de una mujer de la edad media que, víctima de un error histórico, se casa con un hombre de la tercera edad y, como es lógico, se queja ante la impotencia de los hechos. Sin dejar de evocar a La danza de la doncella o En qué baile me metí en la que se detallan las dificultades que debía atravesar un hombre cuando amaba a una mujer en aquellos tiempos y, sobre todo, cuando la joven no era de la edad media sino menor de edad.
Lo concreto es que, paulatinamente, los trovadores fueron incorporando a sus composiciones elementos de propaganda política, relatos sociales y su visión personal del mundo, dando inicio así a una rica historia cultural que no hallamos en ningún otro documento de la época. Lo que equivale a decir, aunque suene contradictorio, que los trovadores de la edad media no dejaban las cosas… a medias. Inclusive, la literatura de la trova se convertiría en una de las fuentes básicas de la poesía que se cultivó en Europa occidental durante los siglos posteriores. Luego sucedería lo habitual en estos casos: el inexorable curso de la historia, lo inevitable del destino… no sé… un día un trovador se despierta con ganas de ser cantautor y, cuando uno se quiere acordar, está en el House of Blues viendo a Ani DiFranco. Lo de siempre.

La intimidad del coqueto House of Blues de la ciudad de Anaheim ofrecía una alternativa infrecuente en la actualidad escénica de DiFranco, ya que durante los últimos años sus giras han tenido como invariable destino a grandes teatros y festivales multitudinarios. De hecho esa intimidad, además de potenciar la interacción entre músicos y público, significaba un velado reencuentro con los precarios orígenes artísticos y vocacionales de la carrera de esta cantautora.
Ingresa Ani DiFranco y su banda y atacan con una contundente versión de Done Wrong del álbum de 1996, Dilate. El contrabajo de Sickafoose sustenta la estructura con encomiable precisión y buen gusto, la batería de Miller es su fuerza propulsora y Dillon, desde el vibráfono, abre el mapa sonoro para que DiFranco, con expresiva autoridad, relate una historia de amor signada por abandonos, reencuentros y reclamos: “Cómo podés decir que hacés lo mejor cuando no estás haciendo nada, cómo podés venir por el resto cuando lo tuviste todo y huiste.”
La convincente intensidad de Half-assed del álbum Reprive, de 2006, empalma con Manhole de Knuckle Down de 2005 en la que DiFranco manifiesta su faceta menos politizada y más intimista al referirse a la falacia de la seducción y la infidelidad “te quitás el anillo matrimonial y reescribís tu biografía ante cada chica bonita” y reconoce haber eludido la tentación sólo porque “la integridad le ganó al deseo”. Este segmento dedicado al álbum Knuckle Down continúa con la envolvente cadencia country de Modulation y la exquisita levedad de la balada folk Lag Time. Es el turno de una emotiva versión de Independence Day del álbum Little Plastic Castle de 1998 que provoca una conmovedora reacción del público.

Reconozco que, con los años, me he puesto un poco cascarrabias; tal vez por eso haya empezado últimamente a considerar a las manifestaciones desaforadas que emanan del auditorio como una insoportable interferencia. Es más, en algunos casos ya no soporto ni la música. Pero en la noche del House Blues, Ani DiFranco, su banda y el público forman un todo indivisible y entre todos cierran en complicidad un círculo de emociones inseparables.
Una atrapante introducción en vibráfono a cargo de Dillon deriva en Fuel, también del álbum Little Plastic Castle. Un groove folky cimentado en la contundente base que construyen Sickafoose y Miller permite a DiFranco desplegar con autoridad el elemento vocal principal de la cultura hip hop: el rap. En Out of Range emerge la crítica al sistema imperante al expresar que unos pocos “pueden aniquilar a la mitad del mundo en una guerra o hacerlos esclavos de una superpotencia y dejarlos morir en la pobreza” para luego advertir sin retórica que “cuando usted sabe que algo es tan injusto, si no está enojado, entonces es simplemente un estúpido”.

Los intensos acordes de la guitarra de DiFranco, sobre los cuales se acopla el resto de la banda, permiten el arribo de una demoledora versión de Napoleon del álbum Dilate de 1996. Seguidamente se suceden la pastoral serenidad de You Had Time y la obsesiva rítmica de carácter naif en Here for Now. A continuación, DiFranco ofrece un delicioso pasaje enteramente acústico, primero en compañía de Alison Miller en cajón con el inédito Present/Infant y luego en soledad con Imagine That y Two Little Girls.
Regresa la banda para cerrar el concierto con una sutil versión de Untouchable Face seguida por In the Way, que incluye los solos de Dillon, Sickafoose y Miller y una furiosa relectura de Shameless que conjuga el funk con el punk acústico.
Final. Los músicos se despiden. La gente delira.
Regresan para hacer una sutil versión de Evolve y la encantadora balada 32 Flavors, cantada a coro por un auditorio extasiado. Ahora sí, es el adiós.
Atrás quedan los trovadores de la edad media y la edad de oro de los cantautores, es cierto.
Pero Ani DiFranco, por lo visto esta noche, sigue en la edad de merecer…
Al menos, la devoción de su público.

Sergio Piccirilli

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