Por Los Codos

Nicolás Guerschberg

Antes hablaste de los proyectos de tango instrumental y me quedé pensando en que no hay, hoy, letristas de tango. O que hay pocos…

Hay… no muchos, pero hay…

Pero… ¿de qué hablan? Porque si trasladamos el presente a la época dorada, los tangos hablarían de los travestis, del paco, de la inseguridad, la corruptela…

Sí… igualmente (piensa)… es un tema que no es sencillo. Hay muy pocos. Yo he tenido la suerte de trabajar con algunos, como Raimundo Rosales, que escribe bárbaro y con quien también estoy tratando de hacer algunas obras. No escribe crónicas actuales… eso que vos dijiste es clave. Porque tal vez no fue casualidad que en determinada época existieran Discépolo, Homero Manzi, los Expósito, Cadícamo… había un entorno que propició que existieran. Y lo mismo con los músicos y las orquestas. ¿Por qué hoy no existe un Troilo, un Salgán, un Pugliese, un Piazzolla? Porque es otro país. Pero algo hay; además de Rosales está Bibi Albert… (piensa)

Te está costando, ¿no?

Sí…

Aunque a priori suene extraño a mí se me ocurre un paralelismo con el fútbol. Porque en su momento los tangueros tenían la necesidad de componer y tocar tango, de la misma manera que un jugador de fútbol lo que quería era jugar bien. En cambio hoy, los pibes se dedican al fútbol para que los vendan al exterior y ¿no habrá en el tango quienes se acercan por la posibilidad de las giras por el exterior, más que por el tango en sí? Y las letras, en el exterior, no venden…

Puede ser… Lo que pasa es que… (piensa), es absolutamente cierto lo que decís. Yo no condeno a nadie, por supuesto, pero hay gente que se acerca al tango por lo que decís, salteándose varios casilleros, varias etapas. Entonces ves a músicos que no tienen la formación necesaria para interpretar una música que requiere de esa formación y de preparación. Probablemente, en otro momento, estos músicos se hubieran dedicado al rock, donde a veces las carencias técnicas se suplen con otras cosas. Pero el tango requiere otro tipo de base, de conocimientos. Y ojo que no es mi idea tirarme contra nadie…

No, está claro, pero es algo muy tangible. Porque músicos o grupos de jazz, hay; de tango, también. Pero… letristas… casi lo mismo se puede decir de los cantantes de jazz…

¿¡Y de los de tango?! hablame de cantantes de tango menores de 30 años…

Hablame vos (risas).

Muy pocos. Te puedo nombrar a Jesús Hidalgo, a Noemí Moncada… muy pocos. Y ni hablar si querés encontrar a alguien de la estatura de Goyeneche, Rivero… directamente no hay.

Vos acompañaste y acompañás a varios cantantes.

Sí, no tanto en la actualidad, pero he acompañado a varios… en un momento hice una suerte de Master en acompañamiento… (risas).

Esa disminución, ¿obedece a que te fuiste cansando?

De alguna manera, sí. Hoy elijo más que hace diez o quince años. Trato de no dispersar tanto mi energía y enfocarme más en lo que tengo ganas de hacer.

Lo digo además porque ni en La Camorra, ni en Escalandrum ni en tus discos solistas, aparece cantante alguno…

No… es cierto… Es que por el momento yo a la música la siento más en un formato instrumental que cantada. Esto no quiere decir que odie a los cantantes ni mucho menos… Me estoy acordando de una frase que (la cantante) María Estela Monti, una de las pocas con las que sigo trabajando, dice muy seguido: “los músicos odian a los cantantes y los cantantes se odian entre sí” (risas). No sé si será del todo cierto, pero…

Hay algo que es muy cierto y es que la mayoría de los cantantes creen que para cantar no necesitan saber música…

Totalmente… porque de pronto alguien convive en un espacio, que es la música, que tiene ciertos códigos con los que los músicos nos comunicamos… y no conoce esos códigos… Entonces se hace muy difícil; cuando el cantante no es músico, que es en la mayoría de los casos, se queda afuera y entonces aparece cierta desconexión y tirantez. Más allá de que podamos evaluar aquello de la figura del cantante y todo eso… Pero quiero aclarar que yo he disfrutado y aprendido mucho acompañando a cantantes; lo que sucede también es que al haber tenido experiencias con gente que, más allá de gustos es muy profesional, las comparaciones se hacen inevitables… y difíciles. Cuando acompañás a gente como Raúl Lavié, María Graña, José Ángel Trelles, María Estela (Monti), bajar es como cuando tocás con excelentes músicos. Cuando te acostumbrás a tocar en un determinado nivel, es muy difícil volver atrás.

Es como haberte acostumbrado a saltar con garrocha y que después te den una cuerda…

Algo así…

En tus proyectos solistas, ¿confluyen esos dos mundos principales que habitan tus composiciones que son el jazz y el tango?

Sí.

¿Y por qué en tu material solista sí y en los otros proyectos no?

Está bueno esto que preguntás (piensa). Lo bueno que tienen los proyectos en los que participo, al menos los principales, La Camorra y Escalandrum, es que están conformados desde hace mucho tiempo y tienen un devenir propio, un mecanismo y una identidad propia. Y uno puede aportar todo lo que quiera, pero el grupo te contiene porque somos varios los que empujamos. Si yo voy con una idea tanguera a Escalandrum probablemente me equivoque y viceversa. No digo que te limite; creo que, más que nada, te contiene. En los proyectos como solista lo único que me contiene es lo que yo quiera decir y lo que decida. Pertenecer a un grupo tiene sus pro y sus contras. Yo pienso que son más los pro, por supuesto, si no, no estaría. Incluyendo todo lo que implica comunicarse y aprender a vivir con un grupo, musical y personalmente. Cuando la propuesta es personal, podés hacer lo que quieras y llamar a quien quieras; pero todo depende absolutamente de vos. Y si vos no empujás, la cosa no se mueve ni un centímetro. Lo he aprendido y cada vez lo ratifico más. Tenés que hacer todo, cuando en un grupo eso está repartido. La música y las decisiones musicales inclusive.

Vos trabajaste con chicos discapacitados un tiempo largo, ¿no?

Sí. Mi vieja tiene un instituto de recuperación en Caseros y yo tuve la posibilidad de trabajar haciendo talleres para chicos discapacitados.

¿Cómo es eso?

Es como cualquier otra cosa en la vida. Para mí fue algo muy normal porque estuve en contacto desde que era chico, por el año ’87, más o menos. Y para mí era algo natural. Últimamente no pude dedicarme porque estuve viajando mucho, pero para mí representó un enorme crecimiento y una experiencia invalorable. Cuando tenés la posibilidad de estar en contacto con chicos que no tienen las mismas posibilidades o capacidades que cualquier otro, te planteás las cosas de otra manera.

Tenemos cuatro rubros: pianista, docente, compositor y arreglador. Dos preguntas: ¿en qué rol te sentís más cómodo y en qué rol creés que la gente te identifica más?

(Piensa) La verdad que… es una pregunta que nunca me habían hecho, al menos de esta manera; y la verdad que no lo tengo muy claro. Me resulta muy difícil disociar. Uno es un ser humano y el ser humano es complejo, tiene muchas aristas pero que están unidas. Yo soy músico. Y dentro de esa profesión y vocación hago una serie de cosas. Con respeto al “cómo me ven”, no lo sé… Tal vez me ven más como pianista aunque últimamente me están llamando bastante más como arreglador y compositor. Pero no sé cómo responderte de una sola manera…

¿El compositor y el arreglador le pueden ganar al pianista? Quiero decir ¿podés dejar de tocar el piano?

No. Para mí el piano es, en el buen sentido, una obsesión. Una de las cosas que más me gusta en el mundo es tocar el piano. El piano (recalca), no un teclado. Y eso no lo puedo manejar. Si tengo la posibilidad de sentarme frente a un instrumento fabuloso, como a veces me ocurre en las giras, lo que me ocurre es inexplicable.

¿Es una obsesión o una adicción?

Un poco de cada cosa (sonríe). Ya te digo… me siento ante un Steinway o un Bosendorfer o un Fazioli… y para mí se acaba el mundo. Te lo digo realmente. Se termina la prueba de sonido y, si el instrumento es bueno, yo espero que los demás se vayan para quedarme solo frente al piano. Y eso no lo puedo manejar, así que no creo que pueda dejarlo así nomás.

http://www.nicolasguerschberg.com/

Marcelo Morales

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