Darren Johnston Quintet: Recuerdos del Futuro
Hammer Museum – Los Angeles, California (USA)
Jueves 5 de agosto de 2010 – 20:00 hs.
Uno de los grandes debates desarrollados por la Estética, como rama filosófica abocada a la teoría fundamental del arte, ha girado en torno a determinar si el arte, visto en perspectiva histórica, evoluciona o progresa.
Confieso que hace días que no puedo dormir pensando en eso y lo peor de todo es que, cuando no duermo, no puedo pensar. En ese contexto (imagínese…sin poder pensar y mal dormido) resulta poco probable que logre dilucidar el dilema; pero aun así intentaré arrimar algunos conceptos que, si bien no aclararán demasiado las cosas, al menos servirán para explicar las causas de mi insomnio.
Está debidamente demostrado que en campos como la ingeniería industrial, la inteligencia artificial o la biogenética, el hombre ha progresado mucho más en las últimas cinco décadas que en el resto de la evolución humana. Esos innegables avances han sido obtenidos al amparo de que el conocimiento científico es, en esencia, acumulativo y progresivo. Por consecuencia mucho del saber científico del pasado, aun cuando conserva su valor histórico, ya ha caducado. La facilidad que encontramos para argumentar que la ciencia progresa, difícilmente resulte transferible al arte o la filosofía ya que muchos de los dilemas esenciales de la condición humana en los que se fundan, siguen siendo los mismos. Eso permite que las ideas, preguntas, pensamientos y reflexiones estéticas y filosóficas esbozadas en distintas épocas conserven aún su valor universal. Así ocurre con la mayoría de los conflictos humanos desarrollados en la dramaturgia de William Shakespeare, con los fundamentos del pensamiento musical occidental cimentados en la obra de Johann Sebastian Bach, con el análisis del destino del hombre que impregna la poesía de Homero o con muchos de los principios filosóficos enunciados por Aristóteles, por citar unos pocos ejemplos.
En la búsqueda por esclarecer si el arte se atiene a los parámetros del progreso o si actúa al conjuro del pensamiento evolucionista, podemos hallar argumentos más o menos válidos en una dirección u otra. En Evolución de la Música de Bach a Schoenberg, René Leibowitz intentó demostrar que la música comprendida en ese período transitó de lo simple a lo complejo en sentido claramente acumulativo. Por lo tanto el arte, al menos desde ese punto de vista, parecería responder a los principios del progreso. Incluso en épocas anteriores encontramos argumentos similares en Teoría Estética, obra en la que Theodore Adorno (para demostrar que no estaba como su apellido lo indica) afirmara que en el arte “no se puede negar el progreso existente en el interior de los métodos ya dados”. En las antípodas de ese pensamiento, Robin George Colingwood en The Principles of Art, sostuvo que la noción tradicional de progreso “no significa la sustitución de lo malo por lo bueno sino de lo bueno por lo mejor”. Ergo, en estricta consonancia con esa especulación, el arte jamás podría aspirar a la condición del progreso. De hacerlo estaríamos justificando equivocadamente que Paul Auster o José Saramago son mejores que León Tolstoi o Charles Baudelaire; que Miles Davis o Duke Ellington superan a Ludwig van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart o que Andy Warhol y Pablo Picasso reemplazan a Miguel Ángel y Claude Monet, por el solo hecho de que unos sucedieron a otros en el tiempo.
En conclusión puede ser que el arte no evolucione y ni progrese sino que encarne una representación codificada de la sabiduría eterna, en donde los conceptos de lo temporal y lo cronológico pierden sustento fáctico. Esto nos lleva a pensar que el artista, con las herramientas de su tiempo y desde el enfoque de su época, siempre ha estado buscando integrarse a esa verdad universal, a ese saber infinito. Idea que no debe sorprender a nadie, no sólo debido a que en origen la palabra arte es un derivado del antiguo vocablo pre-helénico “artao” que significaba “lo que debe ser juntado o unido” o “aquello que une” sino también a la relación intrínseca entre arte y alma aludida por Dennis Diderot en su célebre frase: “Sólo el alma tiene el poder de unir las ideas que ha recibido separadamente”.
Es por ello que en el arte en general, y en la música en particular, esa vocación por unir lo que se “ha recibido separadamente” lleva al artista a que en cada uno de sus actos creativos mantenga un pie en el pasado y otro en el porvenir. No sólo debido a que la diversidad de los lenguajes musicales a través del tiempo son expresiones relacionadas entre sí, sino también porque cada uno de los actos que despliega el artista terminan siendo eslabones de una cadena que puede unirlo a la verdad universal.
En el arte musical son muchos los creativos que suscriben a esta concepción estética. Uno de ellos es el joven trompetista y compositor canadiense Darren Johnston.
Desde que fijó residencia en California en 1997, Darren Johnston ha tejido una red de alianzas con destacados músicos y proyectos asociados tanto a la vanguardia como a la tradición del jazz. En esa amplitud de rangos y estilos musicales estuvo asociado al contrabajista Marcus Shelby, la pianista Myra Melford, el ROVA Saxophone Quartet, el pianista canadiense David Braid, la Adam Lane’s Full Throttle Orchestra y el baterista Weasel Walter, entre otros. En tiempos recientes el epicentro de su imaginario creativo se centró en The Nice Guy Trio y el Darren Johnston Quintet. El primero de los mencionados en compañía de Rob Reich en acordeón y Daniel Fabricant en contrabajo, materializado en el álbum Here Comes the Nice Guy Trio de 2009; en tanto que el quinteto integrado por Ben Goldberg en clarinete, Sheldon Brown en saxo, Devin Hoff en contrabajo y Smith Dobson V en batería, formalizó su propuesta con el deslumbrante The Edge of the Forest en 2008. Todo esto sin dejar de mencionar su participación en el ensamble extendido The United Brassworkers, en la banda Transit Collective, en Reasons for Moving (junto a Larry Ochs, Fred Frith, David Hoff y Ches Smith) y en el cuarteto de libre improvisación Cylinder en donde Darren Johnston comparte créditos con Aram Shelton, Lisa Mezzacappa y Kjell Nordeson.
No obstante, de todos los proyectos en los que ha estado involucrado hasta aquí, el que parece exhibir más claramente el enlace entre vanguardia y tradición es el Darren Johnston Quintet, banda con la que se presentó en el Hammer Museum de Los Angeles alineando a su líder en trompeta, Ben Goldberg en clarinete, Sheldon Brown en saxos, Doug Stuart en contrabajo y Jordan Glenn en batería.
El concierto no podía tener un inicio más apropiado que Be the Frog del álbum The Edge of the Forest, ya que su vívida mixtura entre los impulsos vanguardistas y las sutiles referencias al jazz arcaico se constituyen en una especie de declaración de principios del ideario manifestado por Darren Johnston en este proyecto. En el entramado armónico, desde la íntima perspectiva del quinteto, asoman conceptos de dimensión orquestal ensamblados con envidiable naturalidad, precisión y nitidez. La trompeta asume con ubicuidad el protagonismo melódico de la pieza sobre los monolíticos patrones rítmicos que construyen el contrabajo de Doug Stuart y la batería de Jordan Glenn y las coloridas ornamentaciones que aportan el clarinete de Goldberg y el saxo de Sheldon Brown. Tras un refinado ejercicio contrapuntístico, el curso de la composición deriva en una impecable intervención solista de Ben Goldberg para finalmente aposentarse en el leitmotiv original.
Un breve preludio en saxo a cargo de Sheldon Brown nos conduce a una adaptación para quinteto del camarístico I Can See Infinity from Here, tema que integrara el álbum Walking Music, trabajo de inminente aparición que vuelve a reunir a The Nice Guy Trio más el agregado de un cuarteto de cuerdas conformado por Mads Tolling y Anthony Blea en violines, Dina Maccabee en viola y Mark Summers en cello. La exquisita versión ofrecida aquí resultó coronada por las impecables aportaciones solistas de Ben Goldberg en clarinete y de Doug Stuart en contrabajo.
Uno de los momentos más vibrantes y explosivos de la noche llegará con el inédito Vanity Sauce. Esta composición, en la que confluyen la impronta del funk y los devaneos exploratorios de la libre improvisación, integrará el álbum debut de la Darren Johnston’s Chicago Implosion, grupo cuya estelar alineación incluye a Nate McBride en bajo, Frank Rosaly en batería, Jeb Bishop en trombón y Jason Adasiewicz en vibráfono. En el contexto de intervenciones solistas de notable factura sobresalió aquí un solo de Jordan Glenn en batería, de encomiable frescura e infrecuente sutileza.
También proveniente del álbum con la Chicago Implosion llega el espacioso The Rock Quary. En la refinada exposición de la partitura se adivinan los difusos contornos del blues y el folk y un irreprochable dominio en los procesos de relajación y tensión. El cierre del primer segmento del concierto será con la ondulante dinámica en swing de Sippn’ with Lou del álbum The Edge of the Forest de 2008. El regreso será con una reposada versión en trío a cargo de Ben Goldberg, Sheldon Brown y Darren Johnston del tema Amy’s Day de The Nice Guy Trio. Ya con el quinteto a pleno pasarán Rubber Bullets (del álbum que Johnston editará con la Chicago Implosion en 2011), el introspectivo lirismo de The Edge of the Forest y 2 Ways of Running, también extractado de las sesiones realizadas por la Darren Johnston’s Chicago Implosion. El cierre será con el adictivo Broken, una especie de tour de force del quinteto realzado por audaces tonalidades e hipnóticas cadencias que propician las esmeradas intervenciones de Ben Goldberg y Darren Johnston.
En el universo sonoro concebido por el Darren Johnston Quintet confluyen la tradición y la vanguardia, lo propio y lo heredado, lo familiar y la innovación. Como si cada una de sus piezas nos permitiesen atesorar en la memoria un tiempo aún por venir, como si cada sonido formara parte de un Recuerdo del Futuro.
Sergio Piccirilli