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Ben Goldberg’s Orphic Machine en concierto: Las Variaciones Goldberg

Blue Whale – Los Angeles, California (USA)

Lunes 5 de Marzo de 2012 – 21:00 hs.

 

El magnífico clarinetista y compositor Ben Goldberg ha desarrollado a lo largo de su carrera una trayectoria sin máculas, siempre vinculada a un riguroso compromiso creativo y caracterizada por una infrecuente versatilidad para manifestarse con equivalente destreza en diferentes géneros y estilos. En su ideario estético, además de entrelazarse un amplio rango de influencias -jazz, klezmer, blues, folk americano, etc.-, armonizan formatos diversos, ya sea en sendos dúos con John Schott, Elliot Humberto Kavee, Miya Osaki o Myra Melford, en trío con Plays Monk  o el New Klezmer Trio, en cuarteto con Go Home  o en Tin Hat, en quinteto al frente del Ben Goldberg Quintet, en sexteto cooperando con Myra Melford’s Be Bread y también en formatos extendidos como el Ben Goldberg’s Brainchild. En su futuro inmediato asoman una nueva producción discográfica al frente de Ben Goldberg Quintet titulada Nine Pound Hammer, el álbum Subatomic Particle Homesick Blues en sociedad con Joshua Redman y Ron Miles y el inminente lanzamiento junto a Tin Hat de una obra inspirada en textos de E.E. Cummings.

 

A todo lo mencionado debe agregarse ahora el estelar noneto -integrado por Carla Kihlstedt en violín y voz, Kenny Wollesen en vibráfono, Ron Miles en trompeta, Ches Smith en batería, Greg Cohen en contrabajo, Jeff Parker en guitarra eléctrica, Myra Melford en piano y armonio, Rob Sudduth en saxo tenor y su líder en clarinete y clarinete contralto- con el que acaba de presentar una obra, tal vez la más ambiciosa de su extensa carrera, titulada: Orphic Machine (en inglés, “máquina órfica”).

 

Antes de que me pregunte qué es, para qué sirve o en dónde se consigue una “máquina órfica” (y se entere de que no tengo respuestas más o menos convincentes para ofrecerle), le cuento a modo de adelanto que Orphic Machine es una pieza comisionada a Ben Goldberg por Chambers Music America/New Jazz Work y el Jewish Music Festival con apoyo de East Bay Community Foundation y JMF, basada en el tratado de Allen Grossman Summa Lyrica: A Primer of the Commonplaces in the Speculative Poetics.

La bibliografía del afamado poeta, crítico y educador estadounidense Allen Grossman comprende obras de gran predicamento, tales como A Harlot’s Hire de 1959, The Recluse en 1965, The Woman on the Bridge over the Chicago River 1978, Of the Great House de 1982, The Either Dome and Other Poems New and Selected en 1991, Descarte’s Loneliness de 2007 y, por supuesto, el ya mencionado Summa Lyrica. Trabajo –incluido en su libro de 1992 The Sighted Singer: Two Works on Poetry– al que se considera uno de los mayores aportes realizados a la estructura de la poética moderna y en el que Grossman elabora una guía sobre los lugares comunes en la poesía especulativa.

Me gustaría explicarle con lujo de detalles qué es eso de la “poesía especulativa” pero aún le debo la respuesta sobre la “máquina órfica” y no quiero que se nos amontonen los temas. De todos modos le confieso que la poesía es mi debilidad… O sea que no es mi fuerte (le dije que era mi debilidad, ¿no?). A pesar de ello tengo muchísimos libros de poesía; digamos… muchos. Bueno, en realidad sólo algunos. Tres para ser más exacto. Del primero no recuerdo el título pero tiene tapa, lomo, algunas hojas, prefacio y una encuadernación lujosa con estampas chinescas y papel satinado, así que debe ser bastante bueno. El segundo no sé cómo se llama pero trae una foto de su autor en la contratapa y parece que es muy (muy) importante porque lleva barba candado y aparece con lentes gruesos y fumando en pipa. Sobre el tercero, desafortunadamente, no puedo brindar muchas precisiones porque vino envuelto y nunca lo abrí. No obstante sospecho que se trata de una obra influyente, ambiciosa y considerable ya que es tan voluminoso como una guía telefónica e incluso no descarto que lo sea (recuerde que aún no lo abrí).

 

Lo cierto es que música y poesía han estado estrechamente vinculadas desde tiempos remotos, en especial con anterioridad al nacimiento de la imprenta ya que en ese entonces los textos se contaban cantándolos no sólo para perseguir un efecto estético determinado, sino también porque se valían de la rima para que pudieran ser recordados.

Música y poesía habrían de reencontrarse a través de la historia en muchas ocasiones. A veces la música ha sido el modelo para la creación literaria como en Poema del Cante Jondo de Federico García Lorca (obra que refleja la esencia del flamenco); en otros casos la composición musicalizaba los textos como en Preludio a la Siesta del Fauno de Claude Debussy sobre poema de Stephane Mallarme o en Canción Nocturna del Vagabundo –lieder de Franz Schubert basado en versos de Johann Wolfgang von Goethe- y también mediante conciliaciones entre ambos géneros como lo sucedido con el poema Oda a la Alegría de Friedrich von Schiller cuyo texto adaptado aparece incluido en el movimiento final de la Novena Sinfonía, Op.125 en re menor de Ludwig van Beethoven.

 

A pesar de esa embrionaria interrelación, música y poesía evolucionaron por caminos diferentes hasta llegar a establecerse de manera independiente y autónoma, cada una con sus propias características, géneros y autores. Inclusive, desde hace ya mucho tiempo, la poesía parece haberse alejado de la música y el canto –apartándose así de su naturaleza pública asociada al lenguaje vivo e indisolublemente ligada a la voz, el ritmo y la métrica precisa- hasta quedar confinada a la intimidad de la lectura silenciosa.

Me encantaría explayarme sobre los motivos que propiciaron esa separación entre poesía y música pero aún le adeudo la explicación sobre la “máquina órfica”, los títulos de mis tres libros de poesía (o dos, suponiendo que uno de ellos sea una guía telefónica) y de qué se trata aquello de la poesía especulativa; así que lo mejor será ir poniéndome al día comentándole que una máquina órfica es… ¡uy! Me parece que vamos a tener que dejarlo para otro momento porque el noneto Ben Goldberg’s Orphic Machine ya se encuentra en el escenario del Blue Whale de Los Angeles dispuesto a dar inicio al concierto.

 

Bastan unos pocos minutos del tema de apertura, Inmortality, para deducir que Orphic Machine posee todos los elementos necesarios para convertirse en un importante legado sonoro y artístico. La combinación de los textos sucintos y doctrinales a la manera de aforismos provistos por Grossman (“La función de la poesía es obtener un tipo de éxito en los límites de la autonomía de la voluntad… Los límites en la autonomía de la voluntad descubiertos en la poesía son la muerte y las barreras que impiden acceder a otros estados de la conciencia”) trascurren, se relacionan y complementan de forma magistral en la partitura pergeñada por Ben Goldberg otorgándole un nuevo significado a las palabras allí expresadas. La estética general asume una concepción orquestal heredada de Duke Ellington que se aposenta en variaciones donde se van intercalando, sucesivamente y en perfecto equilibrio, el jazz tradicional, influencias antillanas y la música de acompañamiento para procesiones funerarias característica de Nueva Orleans. El pulso constante entre poesía y partitura, melodía y armonía, técnica y sentimiento es defendido de manera inmejorable por el ensamble; pero aun en un esquema de interpretación de conjunto superlativo –que incluye irreprochables aportes de Kenny Wollesen en vibráfono y Jeff Parker en guitarra- debe consignarse que la voz de Carla Kihlstedt alcanza una posición cenital, merced a su impecable afinación, fraseo e inteligencia para materializar sin esfuerzo aquella unión de música y poesía que requería la pieza.

 

De un preludio en contrapunto entre el violín y el clarinete nacen los amenos aires afro caribeños que circundan a Line of Less Than Ten. El tema evoluciona sin apresuramientos mientras lo surcan notables intervenciones solistas de Ron Miles en trompeta, Ben Goldberg en clarinete y Rob Sudduth en saxo tenor, para luego propiciar un hipnótico diminuendo del que emerge la voz de Carla Kihlstedt para expresar: “En la línea de menos de diez sílabas la transformación ocurre. En la línea de más de diez sílabas el hablante del poema se desangra como en un trance o un sueño”.

Al atemporal romanticismo del breve instrumental How to do the Things with Tears le sobrevienen la inclasificable belleza –a medio camino entre el vals y el jazz orquestal- de The Inferential Poem (pieza que incluye un conmovedor segmento a capella por parte de Carla Kihlstedt) y la envolvente ternura de Boingoilod Lens coronada por el sobresaliente soliloquio de Ben Goldberg en clarinete contralto y en una coda resuelta en blues de la que emana el impecable solo de Jeff Parker en guitarra.

 

-Intermedio.-

 

Creo que ya es hora de aclarar que es una máquina órfica. Una máquina puede ser “un conjunto de aparatos combinados para recibir cierta forma de energía y transformarla en otra más adecuada” o “un artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza”. Por su parte, órfico viene de un personaje de la mitología griega llamado Orfeo. Por si no lo sabe, Orfeo tocaba la lira. ¿Qué? ¿Tampoco sabe lo que es una lira? Bueno, para hacerlo más fácil digamos que tocaba la pandereta o las maracas o un bajo fender, da lo mismo. Como no hay mucho tiempo podemos resumirlo así: Orfeo se enamoró de Eurídice (a estas alturas poco importa si sabemos de quién se trata); a Eurídice la mordió una serpiente y murió (ella, la serpiente no sé). Orfeo bajó al inframundo, durmió a Cerbero (¡mucho gusto!) y la rescató, pero en el trayecto algo salió mal y Eurídice murió por segunda vez (¡?). Desde ese entonces Orfeo se dedicó a tocar tristes melodías con su lira (o su sintetizador Moog o su batería Ludwig de doble bombo, es igual) hasta que unas mujeres griegas llamadas Bacantes se aburrieron de sus canciones y terminaron decapitándolo y arrojando su cabeza y la lira a la m… al río.  En conclusión, todo esto nos lleva a decir que una máquina órfica es… ¡Lo siento! Acaba de finalizar el intermedio.

 

El noneto regresa con What Was That, un vibrante instrumental de estirpe ellingtoneana en donde sobresale especialmente el aquilatado solo de Greg Cohen en contrabajo.

The Present ofrece una deliciosa confluencia de habanera, bolero y tango sobre la que se desliza una letra elusiva que afirma: “Mi muerte no aparece en el calendario de los días pasados…” para luego agregar “tal vez olvide mi muerte pero algo debería recordármelo”.

La impronta naif inicial de Reading –maravillosamente decorada por los expresivos aportes vocales de Carla Kihlstedt– evoluciona hasta consagrarse en un clímax dramático del que brota el avasallante, demoledor y monumental solo de Myra Melford en piano. Ovación, muy merecida por cierto.

La encantadora mixtura de funk, groove y reggae en Orphic Machine -al conjuro del impulso rítmico que propulsa la imaginativa batería de Ches Smith- atrapa, agrada y además me ahorra el trabajo de tener que explicar qué es una “máquina órfica” ya que su letra devela el misterio al decirnos que “la máquina órfica es un poema”. Espero que le haya quedado lo suficientemente claro como para que usted pueda… explicármelo.

El cierre, con el mágico Care, nos ofrece una línea melódica bien trazada, sutiles ornamentos, elaboradas resoluciones armónicas y brillantes injerencias de Ben Goldberg en clarinete y de Carla Kihlstedt, tanto en violín como en voz líder. Final. Todos de pie.

 

Ben Goldberg’s Orphic Machine, partiendo de la intertextualidad que le brinda la obra de Allen Grossman, elabora un discurso propio, ofrece una segunda mirada más allá de lo superficial y juega con la frontera existente entre la música y la poesía, el sonido y la palabra, técnica y emoción, realidad y fantasía. En definitiva, esas aparentes dualidades terminan oficiando aquí como si fuesen variaciones sobre un mismo tema: El Arte.

 

Sergio Piccirilli

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