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Marcelo Katz & Mudos por el Celuloide: I

La última carcajada (para El último hombre de F.W. Murnau), Tango Andaluz (para Un perro andaluz de L. Buñuel – S. Dalí), Ñandúes (para Antes de la conquista de F. Katz), Milonga del muelle (para Muelles de New York de J. von Sternberg), Expreso Jellufic (para Espías de Fritz Lang), No Vivaldi (para Metrópolis de Fritz Lang), Tabú playero (para Tabú de F.W. Murnau), Ragtime de las 12 (para Muelles de New York de J. von Sternberg), Casamiento (para Muelles de New York de J. von Sternberg), Babel (para Metrópolis de Fritz Lang), Estrella de mar (para Estrella de Mar de Man Ray), Spickeando (para Muelles de New York de J. von Sternberg), Ballet Mecánico (para Ballet Mecánico de F. Légèr), Frederer (para Metrópolis de Fritz Lang), Haghi Satie (para Entreactos de René Clair), Marcha embolada (para Cinco historias tenebrosas de R. Oswald), Suite de Nina (para La maravillosa mentira de Nina Petrowna de Hanns Schwarz)

 

Músicos:

 

Marcelo Katz: piano, piano preparado, acordeón, kazoo, instrumentos de cotillón, percusión, efectos sonoros

Eliana Liuni: Saxo soprano, clarinete en Bb, flautas, armónica, arpa de boca, serrucho, silbido, gárgaras, globos, bombo, percusión, voces, instrumentos de cotillón, efectos sonoros

Demian Luaces: violín, viola, piano, flautas, pinkuyo, kazoo, glockenspiel, instrumentos de cotillón, percusión, voces, radio

 

Sello y año: Independiente, 2012

Calificación: Dame dos

 

 

Un tal Louis Le Prince fue el encargado de crear, en 1888, la primera película muda. No vaya a creer que se trataba de algo esplendoroso ni mucho menos, aunque sí harto novedoso, claro está. La duración de La escena del jardín de Roundhay, título con el que se conoció la obra, alcanzaba los dos segundos. Pero bastó para que, pasito a pasito, centímetro a centímetro, rollo a rollo, hoy nos encontremos –por ejemplo- con una industria en 3D aunque podríamos estar charlando un rato largo si en este caso el tiempo pasado fue mejor… o no.

El cantor de jazz, de 1927, es considerado el primer film sonoro. Hasta ese momento, las películas eran muditas de toda mudez y contaban con el apoyo de los intertítulos (cuadros de texto añadidos para aclarar a la audiencia por dónde iban los petates), aunque también se recurría a los narradores en sala, lo que podía llevar a tantas interpretaciones como narradores existieren o existiesen, válgame Alá. Y, además, se apelaba a la música en vivo, ya sea interpretada por un pianista u organista o también –en cines de ciudades importantes con aires de frondosa altivez- una orquesta completa. Si bien una vez establecido (o al menos habitual) el que sería denominado “séptimo arte”, el acompañamiento musical se ajustaba a una partitura indicada previamente, durante los primeros tiempos fue algo más bien aleatorio y que dependía del talento (o no) del músico en cuestión.

Con el cine sonoro desplazando casi de manera despectiva al cine mudo, hubo –no obstante- algunos artistas que opusieron resistencia al cambio. Y, más cerca en el tiempo, quienes han decidido realizar películas mudas o al menos sin diálogos y con, exclusivamente, acompañamiento musical. Así, como si no nos importara nada, podemos citar algunas como El baile (Ettore Scola, 1983), Silent Movie (de Mel Brooks, donde el único que habla es el mimo Marcel Marceau, 1976) o The Artist (Michel Hazanavicius, 2011).

 

No voy a ser tan engreído como para pretender que usted se esté preguntando en este momento (o en otro) a qué viene lo ante-escrito. Pero, por las dudas, le contesto igual. Resulta que hace unos seis años, el pianista, compositor y arreglador Marcelo Katz inició la aventura de musicalizar películas mudas. El primer film al que Katz “re-musicalizó” fue Cinco historias tenebrosas, de Richard Oswald. Fue el inicio de un proyecto que desemboca en el álbum que nos ocupa, I (lo que da la idea de que se trata del inicio de una serie), donde es acompañado por Demian Luaces y Eliana Liuni, dos de los músicos que conformaran el quinteto con el que Katz grabara el interesantísimo (y reseñado oportunamente en este site) Resortes y que aquí completan el trío Mudos por el Celuloide. Ya que estamos (no sé muy bien dónde, pero créame que estamos), permítame contarle que Marcelo Katz también fue el creador del Zo’loka? Trío y que, mire usted por dónde van las perdices, resultó ser el fundador de una orquesta de cámara denominada El Camarón, integrada por 32 músicos, con la que realizaba (¡oh, sorpresa!) la música de acompañamiento en vivo de películas mudas.

 

A diferencia de lo que, por ejemplo, realizara el guitarrista Bill Frisell con las películas Go West, One Week y The High Sign, de Buster Keaton, Marcelo Katz presenta una suerte de compilado de temas (17) compuestos para determinados segmentos de diferentes films, doce, para ser más exactos. El principal inconveniente a sortear, a la hora de llevar estas músicas a un registro sonoro, es que contengan un valor intrínseco e independiente de las imágenes. No son muchas las bandas sonoras que poseen una entidad propia más allá de las obras para las que han sido compuestas. Generalmente se extrañan las imágenes, aunque por supuesto que hay notables excepciones a lo antedicho.

No obstante, y digámoslo de una vez, Marcelo Katz & Mudos por el Celuloide han dotado al álbum que nos ocupa de los valores necesarios como para prescindir de cualquier otro elemento ajeno a la música en sí misma. Por supuesto que si usted ha visto las películas aquí musicalizadas, contará con un valor agregado como para poder determinar si lo que escucha se ajusta, al menos aproximadamente, a las imágenes. Pero en todo caso se trataría de un beneficio, digamos, secundario. Y que además, le cuento, lo tiene.

 

Yendo al contenido del disco, permítame decirle que estamos frente a un nivel de ejecución superlativo por parte de los músicos, que no se extingue en el mero virtuosismo. Hay mucho más. No sólo hay un concepto definido sino que, también, se lo lleva a cabo de manera preclara, imaginativa y con una buena (y necesaria) dosis de irreverencia. Marcelo Katz, Demian Luaces y Eliana Liuni no sólo apelan a sus instrumentos de cabecera (piano, violín y vientos, respectivamente), sino que además aportan instrumentos no convencionales (o, al menos, poco habituales) como serrucho, globos, instrumentos de cotillón, kazoo, pinkuyo, radio y diversos efectos sonoros. Cada pieza es una maravilla en sí misma donde pueden encontrarse varios estilos, atmósferas y humores de manera no traumática, lo que realza el formidable trabajo compositivo y en la dirección musical de Marcelo Katz.

Ya en el tema inicial, La última carcajada, encontramos un comienzo reflexivo e intimista que termina derivando (a modo de ejemplo y luego de varias “mutaciones”) en lo que podría denominarse un festivo ragtime. O las variaciones en Ñandúes, con gárgaras y globo incluidos. La milonga del muelle que es, por supuesto, mucho más que una (maravillosa) milonga. El acordeón y el violín, dueto protagónico en Expreso Jellufic, con la presencia de sonidos guturales. No Vivaldi recuerda, más que al compositor italiano, a ciertas composiciones camerísticas de Les Luthiers o Gentle Giant. Y así podríamos ir mencionando cada una de las piezas de este álbum por lo que, para no caer en la tentación de la desmesura personal, pasamos directamente al cierre, con la Suite de Nina, compuesta por seis segmentos en los que el trío coquetea con el vals, la habanera, el nocturno, la polka, la clásica contemporánea y un par de etecé, etecé.

 

Marcelo Katz & Mudos por el Celuloide, el trío que completan Demian Luaces y Eliana Liuni, ha concretado un disco de excepción. Además del inmenso trabajo previo realizado, el documento registrado brinda aristas artísticas infrecuentes al menos en el panorama musical local. Un álbum distinto y atrapante realizado con, entre muchas otras cosas, talento, creatividad, imaginación, desparpajo y humor.

Y, en lo personal, la ansiedad me gobierna ante la espera de la próxima entrega.

 

Marcelo Morales

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