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Myra Melford & Snowy Egret / Marilyn Crispell en concierto: Las potencias del alma

Red Cat – Los Angeles, California (USA)

Viernes 12 de octubre de 2012 – 20:00 hs.

 

La memoria es la facultad psíquica por medio de la cual se retiene, codifica, almacena, recuerda y evoca la información del pasado. Los estudiosos de su funcionamiento explican que la memoria surge como resultado de las conexiones sinápticas repetitivas entre las terminaciones de las células nerviosas. En ese proceso se van creando redes neuronales –a las que la neurociencia denomina “potenciación a largo plazo”- en donde se establece la intensificación duradera en la transmisión de señales entre dos neuronas que resulta de la estimulación sincrónica de ambas.

La memoria ha sido estudiada en detalle a lo largo de los últimos ciento treinta años; desde los primeros análisis sobre las “curvas del aprendizaje y el olvido” realizados por Hermann Ebbinghans en 1885 y la distinción formal entre “memoria primaria y secundaria” descubierta por Williams James en 1890 hasta los patrones estructurales del procesamiento de la información pergeñados en 1958 por el psicólogo cognitivo Donald Eric Broadbent, el modelo de “almacenamiento múltiple” estudiado en 1968 por Richard Atkinson y Richard Schiffrin y las investigaciones publicadas en 1978 por Steven Smith, Arthur Glenberg y Robert Bjork sobre los efectos producidos en la memoria por el contexto ambiental; se ha recorrido un largo camino en la materia.

De acuerdo al alcance temporal, la memoria se clasifica convencionalmente en memoria a corto plazo (la que, por ejemplo, le permitiría retener lo que dije en el párrafo anterior y… usted ya olvidó), la memoria a mediano plazo (es aquélla que le recuerda lo que iba a hacer en el momento exacto en que cambió de idea y se dedicó a leer este comentario) y la memoria a largo plazo, es decir, la que provoca un reforzamiento permanente de la sinapsis que me haría recordar –entre otras cosas- que cuando era niño soñaba con ser astronauta y… aún estoy aquí, con los pies sobre tierra firme.

En definitiva, el desarrollo funcional de la memoria es lo suficientemente complejo como para justificar todas las cosas de nuestro pasado que hemos olvidado; pero no tan perfecto como para entender por qué seguimos recordando situaciones que deberíamos olvidar y no podemos.

 

Todo lo expresado viene a cuento del fenomenal doble programa ofrecido en el Red Cat de Los Angeles el pasado 12 de octubre y que reuniera, en un mismo escenario, a Marilyn Crispell –en solo de piano- y a la compositora y pianista Myra Melford junto a su nueva agrupación Snowy Egret, integrada por Tyshawn Sorey en batería, Liberty Ellman en guitarra acústica, Kirk Knuffke en corneta,  Stomu Takeishi en bajo acústico y Oguri en danza Butō.

La memoria se relaciona a lo acaecido en dicho oportunidad por motivos que en este momento no recuerdo (¡?) pero que, seguramente, irán apareciendo en el transcurrir del comentario que nos ocupa. Al menos, eso espero.

Las mencionadas presentaciones de Marilyn Crispell y Myra Melford & Snowy Egret se produjeron en el marco del Angel City Jazz Festival 2012, evento que en ésta, su quinta edición, fue denominado Artists & Legends. El lema adoptado por los organizadores se fundó en una idea que no sólo estaba destinada a congregar en dicho festival a “artistas y leyendas” sino también a que los primeros rindieran tributo o compartieran escenario junto a sus respectivos mentores.

La unión de los conceptos de “artista” y “leyenda” nos impulsa a tratar de identificar las razones que pueden llevar a que un artista de reconocido prestigio se convierta, justamente, en una leyenda. Toda leyenda es etiológica, por lo tanto su elemento medular es un rasgo de la realidad a cuyo origen pretende explicar y dar fundamento.

En consecuencia, lo que hace que un artista alcance la estatura de leyenda es un proceso de selección natural que deviene del rigor creativo, el contexto, el paso de los años y también de las cualidades que permiten que su obra no se pierda en el olvido para encallarse definitivamente en la “memoria” colectiva.

Una detenida observación de las trayectorias desplegadas por las pianistas Marilyn Crispell y Myra Melford nos haría concluir en que ambas –debido a sus múltiples virtudes y logros obtenidos- parecen estar destinadas a acortar esa brecha imaginaria que separa lo artístico de lo legendario.

 

La memoria (¡otra vez la palabrita!) nos indica que Marilyn Crispell ha ocupado la cima pianística en forma ininterrumpida por más de tres décadas. A tal fin bastará con recordar su paso por el Anthony Braxton Quartet y el Reggie Workman Ensemble, sus aportes en la Barry Guy New Orchestra, el trío de Henry Grimes, Quartet Noir y el Anders Jormin’s Borton Quartet o, simplemente, remitirnos a sus aclamadas improvisaciones para solo de piano –como en la noche del Red Cat– o hacer referencia a algunos de los proyectos más recientes, tales como su trío junto a Barry Guy y Paul Lytton, el dúo con el clarinetista David Rothenberg, el Stone Quartet, el tributo a la música de Anthony Braxton en compañía de Gerry Hemingway y Mark Dresser –plasmado en Plays Braxton de 2012- y la sociedad que la unirá al contrabajista Gary Peacock en un álbum –de inminente edición- titulado Azure.

Los conciertos de improvisación para solo piano de Marilyn Crispell suelen caracterizarse por su desbordante musicalidad, magistral interpretación y un estilo ajeno a toda categorización que sólo parece reconocer las barreras auto-impuestas.

Y su presentación en la noche angelina no sería la excepción a esa regla.

 

Crispell toca el piano con la tranquilidad con la que podría llevarse a cabo una actividad doméstica; pero detrás de esa aparente despreocupación se advierte la presencia de un arte depurado, un tremendo mecanismo y una articulación transparente y plena de ecuanimidad, en donde cada nota parece recibir la misma atención e idéntica confianza interpretativa. Lo cierto es que ninguna de las cualidades estilísticas que la distinguen se torcerá un ápice durante la notable improvisación –sin detenciones- que ocupará los siguientes cincuenta minutos. En su exposición, la música se libera de las ataduras de la partitura para permitir que la inspiración circunstancial fluya -con envidiable intensidad y belleza- sin importar que esté transitando los aspectos más laberínticos de su imaginario pianístico, frases dominadas por las disonancias y complejas asimetrías estructurales o entregada a su proverbial dominio de los silencios y las anticipaciones, acudiendo vagamente a la familiaridad de algún clásico –como aquí ocurriera con Every Time We Say Goodbye de Cole Porter-, ya sea recorriendo un registro cromático más íntimo o bien ingresando en los terrenos melódicos de mayor introspección.

Tras los aplausos de rigor Marilyn Crispell retorna a escena en compañía de Myra Melford para ofrecer un sentido dueto de piano a cuatro manos del tema de esta última Be Melting Snow, extractado de su álbum Above Blue de 1999. Memorable final.

 

Luego de un breve intermedio hace su ingreso al escenario Myra Melford & Snowy Egret, con una estelar alineación que incluye a su líder en piano, melódica y sampler, Liberty Ellman (Henry Threadgill’s Zooid, Dual Identity, Midnight Voices) en guitarra acústica, Tyshawn Sorey (Paradoxical Frog, Fieldwork, Steve Lehman Octet, etc.) en batería, Stomu Takeishi (Henry Threadgill’s Zooid, Myra Melford’s Be Bread, Satoko Fujii Orchestra New York) en bajo acústico y Kirk Knuffke (Ideal Bread, Bizingas, Jeff Davis Band) en corneta, más el acompañamiento en técnicas de expresión corporal no predeterminada del arte Butō a cargo del afamado bailarín Oguri.

Snowy Egret es un proyecto –en origen nacido como cuarteto de improvisadores con el nombre Happy Whistlings y que luego adoptaría el formato y la denominación actuales- basado en la obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano titulada Memoria del Fuego. Esta trilogía publicada entre 1982 y 1986 cuenta la historia de América Latina desde el principio de los tiempos hasta nuestros días y se divide en tres tomos: Los nacimientos (que abarca desde la creación hasta el siglo XVI), Las caras y las máscaras (desarrolla los siglos XVIII y XIX) y El siglo del viento (abocada al siglo XX).

 

El texto pergeñado por Galeano en Memoria del Fuego se compone de una sucesión de pequeños relatos ordenados cronológicamente –redactados en prosa y en prosa poética- que incluyen hechos históricos y leyendas sin distinguir lo cierto de lo falso y cuya única pretensión es ser un ejemplo escrito de la tradición oral de los pueblos latinoamericanos y contribuir así –como afirmara su autor- al “rescate de la memoria secuestrada de América Latina, tierra despreciada y entrañable.”

La aproximación de Myra Melford a la obra de Eduardo Galeno para la construcción del magnífico relato musical materializado en Snowy Egret no sorprende ni es aleatoria, ya que la médula de su ideario estético y la esencia filosófica que anidan en Memorias del Fuego parecen coincidir en algún punto de intersección imaginario.

En la trayectoria de Myra Melford, además de sus actuales participaciones en Trio M (junto a Mark Dresser y Matt Wilson) y la sociedad con Ben Goldberg materializada en ::Dialogue:: o sus aportes en Allison Miller’s Boom Tic Boom y Ben Goldberg’s Orphic Machine, se congregan –además- su interés en los principios basales de la “arquitectura orgánica” ideada por Frank Lloyd Wright, las referencias a la poesía sufí de Rumi, la espiritualidad del budismo Zen y un cabal estudio de la cultura de los pueblos nativos.

 

El concierto de Myra Melford & Snowy Egret abre con The Promised Land, título que alude al relato del mismo nombre incluido en Memorias del Fuego – Los nacimientos –en la novela fechado el 13 de marzo de 1325- y en donde su autor hace referencia a Tenochtitlán (México) como la tierra prometida. A partir de una introducción de bajo acústico y batería, la pieza va progresando en su intensidad dinámica para dar paso a sucesivas intervenciones solistas de Kirk Knuffke en corneta, Myra Melford en piano y Liberty Ellman en guitarra acústica; posteriormente la música se interrumpe mediante una especie de clímax abortado que desemboca en un remate de reflexivo lirismo. Ese final se prolonga hasta empalmar con la atmósfera evanescente de Snow, tema –aquí con una soberbia performance de Stomu Takeishi en bajo acústico- cuyo temperamento encaja a la perfección con el insinuante texto de La nieve –también incluido en Los nacimientos– que Galeano cierra con la sugestiva frase “la nieve arde y las lámparas se apagaron”.

La endiablada partitura de The Kitchen (el tema refiere al cuento La cocina en el cual se relata cómo un hombre en medio del bosque le enseña a una mujer de la tribu Tillamook a “conversar con el fuego, a dorar el pez sobre las brasas y a comer disfrutándolo”) es resuelta enérgicamente y sin titubeos por el ensamble e incluye demoledores solos a cargo de Myra Melford en piano y Tyshawn Sorey en batería.

 

En Virgen de Guadalupe, Galeano narra el mítico encuentro del indio Juan Diego con la virgen morena ocurrido en 1531. Ese texto proveniente de Memorias del Fuego- Los cacimientos da pie al vaporoso e hipnótico despliegue melódico de Virgin of Guadalupe en donde sobresalen, muy especialmente, el mesurado preludio en corneta de Kirk Knuffke y los elegantes fraseos en piano elaborados por Melford.

Luego de The First Protest –pieza fundada en textos de La primera protesta en donde el fraile Antonio de Montesinos denuncia el exterminio de los nativos en Santo Domingo y que Galeano fecha en 1511- llega la notable A Musical Evening at the Concepcion Convent (extractado de un relato ubicado en 1631 en la Guatemala Antigua en el que “la hija del juez Maldonado canta y toca el laúd para los indios”) que incluye impalpables ornamentos y estratégicas inserciones sonoras desde un sampler.

 

El final del concierto empalma el intenso Ching Ching (for Love of Fruit) –aquí con un magnifico solo en guitarra acústica de Liberty Ellman y destacados aportes de Myra Melford en melódica- que alude al cuento Por amor de las frutas (en donde el colonizador Gonzalo Fernández de Oviedo prueba las frutas del Nuevo Mundo) y los intensos aromas populares de The Strawberry, pieza inspirada en el cuento La fresa (“La fresa bien podría competir con las más regaladas frutas de España, aunque allá en Chile la agravian llamándola frutilla”, dice el texto de Memorias del Fuego que Galeano ubica en la Sevilla de 1607) que contiene un pasaje vagamente cercano a los perímetros del blues y un robusto cierre de impronta latina. Ovación final.

La propuesta de Myra Melford & Snowy Egret, debido a la profundidad de su fuente de inspiración y al carácter episódico de la partitura, no resulta sencilla de asimilar en una sola audición; pero la potencia de su contenido estético seguramente permitirá ubicarla en un privilegiado sitial de nuestra memoria.

Y a decir verdad, no está mal que así sea ya que –como afirmaban los filósofos escolásticos- la memoria es también una de… las potencias del alma.

 

Sergio Piccirilli

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