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Daniel Ruggiero: Bandoneón es cultura

 

RuggieroMi tango triste, La Beba, Cuadernos de Laura, Aquellos tangos camperos, Cristal, Retrato de Alfredo Gobbi, Griseta, Rapsodia para cello y bandoneón

 

Músico:

Daniel Ruggiero: bandoneón

 

Músicos invitados:

Bernardo Monk: clarinete

Matías Grande: violín

César Martinini: vibráfono

Luciano Falcón: cello

 

Sello y año: Independiente, 2017

Calificación: Dame dos

 

Chemnitz es una ciudad ubicada en pleno Sajonia, en el este de Alemania. Fue fundada hace más de 800 años y se la conoce como la “Ciudad de la modernidad” y con una actividad cultural sumamente valorada nacional e internacionalmente. A causa de la Segunda Guerra Mundial, quedó prácticamente destruida en 1945. El centro de la ciudad no se ha vuelto a reconstruir por completo y fue rebautizada en 1953 por las autoridades de la entonces República Democrática Alemana como Karl-Marx-Stadt (Ciudad Karl Marx). Si bien en 1990 le fuera restituido el nombre original, puede verse, en el centro de Chemnitz, un enorme monumento de bronce al autor de El capital de 7,10 metros de altura y unas 40 toneladas de peso.

Chemnitz tiene una superficie de 220 km2 y una población estimada en 250.000 habitantes. Fundada en el siglo XII, a principios del siglo XX era considerada la ciudad más rica de Alemania. Hoy se encuentra en permanente estado de restauración y se ha transformado en un importante faro del arte europeo e, incluso, mundial. La oferta cultural, en la actualidad, es subyugante, con el Museo Gunzenhauser, el Museo de Ciencias Naturales, la Biblioteca, la Nueva Galería Sajona, los Teatros Municipales y la Plaza del Teatro, entre otros espacios, la sitúan en un lugar de privilegio dentro del circuito cultural europeo. En Chemnitz, además, se produjo la invención del detergente para ropas finas y el termo. Y, también, en 1830, un tal Herman Uhlig (para algunos historiadores Carl Friedrich Uhlig) creó un instrumento muy caro a todos los argentinos: el bandoneón. Dato, este último, proporcionado por Horacio Ferrer en El libro del tango.

Para la Feria de Leipzig llevada a cabo en el citado 1830, Uhlig (Herman o Carl Friedrich) presentó el instrumento. Su utilidad primaria y principal fue la de reemplazar al órgano (de mayor costo y tamaño) tanto en misas como en funerales y procesiones callejeras.

No obstante, el espaldarazo se lo dio Heinrich Band, oriundo de la ciudad de Krefeld quien, en un acto de indisimulado “altruismo”, bautizó al instrumento como “Bandolium” y sus variantes: bandonium, bandonio, bandonión, bandoleón hasta llegar al definitivo “bandoneón”. O, si prefiere y para finiquitar con discusión alguna, “fueye”.

Pero el instrumento de marras perdió la batalla contra su primo, el acordeón, y pasó de los oficios religiosos y fiestas campesinas a ganar protagonismo –ya acercándonos al final del siglo XIX- en recintos antagónicos: cafetines y prostíbulos.

La llegada del bandoneón a la Argentina también tiene sus vericuetos a la hora de la rigurosidad histórica. Para algunos, como Scenna, es directamente imposible demostrar cuál fue el primer instrumento en llegar al país; otros sostienen que fue obra de un inglés, Thomas Moore. O de un marinero, Bartolo “el brasilero”. Scenna deja traslucir que es probable que durante la Guerra del Paraguay (entre 1865 y 1870), en los campamentos argentinos se ejecutara un bandoneón. Pero había otras complicaciones ya que, de acuerdo a Oscar Zucchi, “llegó sin ningún folleto explicativo ni manual: hubo que crearlo todo, desde su manejo hasta su reparación y afinación”.

Pero como no es la intención ni el momento de realizar un tratado sobre el fueye, finalicemos esta suerte de introducción con algo en lo que todos, casi con seguridad, estaremos de acuerdo: si hay un estilo que se relaciona directamente con el bandoneón, es el tango.

A lo largo de su historia y, si se quiere, llamativamente, no abundan en el tango los discos de bandoneón solo. Las razones seguramente serán infinitas pero, más allá de los motivos, nos quedamos con el existente. Y ahí están los registros de Leopoldo Federico, Juan José Mosalini, Julio Pane, Roberto Di Filippo, Néstor Marconi, Alejandro Barletta, entre (no muchos) otros.

Y así llegamos a lo que nos ocupa: el álbum debut del bandoneonista y compositor argentino Daniel Ruggiero, que lleva por título Bandoneón es cultura.

En el vigésimo año de su trayectoria profesional, Ruggiero decidió iniciarse como líder con un disco integrado por temas propios y ajenos, interpretados en bandoneón solo y a dúo. Su desempeño como bandoneonista y arreglador comenzó en 1997. Como integrante de distintas compañías (Tango Bs.As., Tango Seducción, Una Noche en Buenos aires, Señor Tango), se presentó en numerosos países de América, Europa, Asia y Oceanía. Compartió escenario y/o grabó con Fernando Otero, Raúl Lavie, Guillermo Fernández, Atilio Stampone, Estrella Morente, Alberto Podestá, José Colángelo, Julia Zenko, Emilio Solla, Pablo Aslan, Sandra Luna, Hugo Marcel, Amelita Baltar, María Graña, Orquesta de Camara de La Plata, PanAmerican Symphony (Washington DC, EEUU), Banda Sinfónica de Cundinamarca (Bogota, Colombia), entre otros. Desde el año 2006 se desempeñó como Director Musical del espectáculo Tango Buenos Aires, de la Mora Godoy Tango Company y de Rojo Tango. Desde 2004 integra el Quasimodo Trío donde, además, oficia de arreglador y compositor y con el que ha editado tres álbumes. Ha dictado cursos de arreglos y composición y también de dirección orquestal. Y hay más, mucho más. Ah… y por si se lo está preguntando, sí, es hijo del histórico Osvaldo Ruggiero, integrante de la orquesta de Osvaldo Pugliese.

Pero Daniel Ruggiero brilla con luz propia. El álbum, presentado como si se tratara de un viejo simple de vinilo, abre con una reinterpretación en bandoneón solo de Mi tango triste, composición de 1946 de Aníbal Troilo y José María Contursi. Una verdadera rareza, no sólo por el nuevo y atractivo arreglo, sino además por tratarse de un clásico que generalmente es interpretado con acompañamiento vocal. Más candencioso, doloroso, más acorde al sentido de las palabras de Contursi, brinda ya no un aperitivo sino una clara muestra de que estamos frente a un trabajo serio, comprometido y revelador. La Beba, de Osvaldo Pugliese, también es interpretada en soledad y nuevamente se destaca Ruggiero tanto en el arreglo como en sus dotes interpretativas. Con Cuadernos de Laura llega el primer original del bandoneonista y el primer dúo, en este caso con el violinista Matías Grande. Con un tratamiento camerístico, Ruggiero cede parte del protagonismo a un imaginativo y ubicuo Matías Grande que también sabe aportar hacia el final cierto espíritu lúdico que no desentona con la composición.

Aquellos tangos camperos, de Horacio Salgán, nos trae de nuevo a Ruggiero en soledad para una composición de la que sería my difícil encontrarla interpretada por otro artista que no fuera su autor. Ruggiero deconstruye y reconstruye con sapiencia, con respeto pero sin sumisión. Cristal, de Mariano Mores y José María Contursi, viene acompañada de una destacada participación de Bernardo Monk en clarinete, un dúo poco frecuente en el tango que aquí funciona en muy buena sincronía. Otro dueto inusual se hace presente en la magnífica Retrato de Alfredo Gobbi, de Ástor Piazzolla. La excelente relectura e interpretación permite apreciar momentos de protagonismo repartido entre el líder y un ínclito César Martinini en vibráfono y, además, de segmentos en soledad de singular belleza a cargo de ambos músicos.

Griseta, compuesta en 1924 por Enrique Delfino y José González Castillo, es la última pieza del álbum interpretada en bandoneón solo. Y, nuevamente, Ruggiero se apropia de la composición en buena forma, reinventándola, revistiéndola de lúcida y lúdica melancolía. El álbum finaliza con el segundo original del bandoneonista, Rapsodia para cello y bandoneón. La pieza más larga del disco, de singular belleza, se introduce en un terreno estilístico más emparentado con la música de cámara pero sin renunciar al espíritu tanguero y aportando coloraturas tímbricas y armónicas en un complejo y atractivo entramado sonoro que funciona, además, por las bondades interpretativas del cellista Luciano Falcón. Un gran y reflexivo cierre para una obra de enormes valores compositivos, interpretativos, éticos y estéticos.

El bandoneonista Daniel Ruggiero debutó discográficamente como líder con Bandoneón es cultura con el objetivo de “ampliar el repertorio del bandoneón con nuevos arreglos de tangos clásicos para bandoneón solo y dúos escritos especialmente para instrumentos de la familia de la Música de Cámara”. Y no sólo cumplió con lo antedicho sino que, además, lo hizo con un álbum de inusual belleza y compromiso artístico. Homenajeando y respetando a su instrumento. Aunque luego de escuchar Bandoneón es cultura queda también la fuerte sensación de que el instrumento, en este caso, ha sabido respetar al intérprete.

 

Marcelo Morales

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