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Almudena Grandes: El corazón helado

(Tusquets Editores)

Raquel se echó a reír. Eso sí que podía imaginarlo, porque lo había escuchado contar muchas veces, la furia con la que Aurelio había cogido por las solapas al guerrillero francés que quería destrozar su tanque, la fuerza con la que le había pasado en vilo por la habitación, y sus gritos, en una lengua que su interlocutor no conocía pero aquella noche entendió estupendamente, con ese tanque voy a cruzar yo la frontera, ¿me oyes, imbécil?, en ese tanque vuelvo yo a mi pueblo, así que mucho cuidado, y el tanque ni tocarlo…

– Y Carlos, ¿con quién se peleó?

– ¡Uf! con nadie. O con todos, el mundo entero. Franco no va a entrar a Madrid, gritaba. Ésos no entran aquí ni por encima de mi cadáver, fijaos en lo que os digo, ni por encima de mi cadáver entran, porque si me matan, volveré del otro mundo para cargármelos, les meteré un tiro en las cejas a todos, uno por uno, y cuando termine con ellos, empezaré con los héroes que se están yendo a Valencia, que ésos también se van a enterar de si se puede defender Madrid o no, ésos que se vayan preparando, pero no, no van a tener tanta suerte, porque a mí no me van a matar, a mí me va a sobrar vida y cojones para ver cómo acabamos con ellos, porque vamos a acabar con ellos, fijaos en lo que os digo, que acabamos con ellos. que éstos no pasan, que no y que no, ya veréis cómo no… Me impresionó tanto lo que decía, y cómo lo decía, que al día siguiente fui, y me alisté voluntario.

– ¿Para ir a la guerra? -y aunque siempre lo había sabido, aunque había visto muchas fotos de sus abuelos armados y vestidos de uniforme, se asustó tanto al escucharle que él se echó a reír.

– Pues claro, ¿para qué iba a ser…? Tenía dieciocho años, y cuando llegué a casa con el fusil, mi padre me echó una bronca terrible, no te lo puedes ni imaginar… Pues sí, esto era lo que nos faltaba, me dijo, primero tu cuñado, luego tu hermano y ahora tú, Ignacio, ahora, encima, tú, que no vas a durar ni dos días, porque no eres más que un crío, y un irresponsable, y el niño mimado de tu mamá… eso me dijo mi padre. Pero cuando el gobierno huyó y nos dejó solos, cuando teníamos a Varela en el puente de Toledo, como quien dice, yo ya era fusilero del Quinto Regimiento. Me dieron dos días de instrucción y ¡hala!, al frente, pero duré, ya lo creo que duré, y duró Madrid, y duró Mateo, y duró Carlos también, aunque él casi no lo cuenta, porque le estalló un obús y estuvo mucho tiempo en el hospital, pero había dicho que iba a vivir, y vivió. Se quedó cojo, eso sí, y con el brazo derecho entero pero inútil, que el pobre tuvo que aprender a hacerlo todo con la izquierda cuando tenía ya casi treinta años, no me importa, decía, se me da mejor que con la derecha… Ahora, que se acabaron para siempre los vermús. Para siempre. Hasta esta mañana, que se dice pronto, hasta esta misma mañana, será posible…

– ¿Sí? -y quizás, nada de lo que había escuchado aquella tarde sorprendió a Raquel tanto como eso-. ¿En París no hay?

– Sí que hay, pero no es lo mismo… Cuando me fui de aquí, yo no sabía que me marchaba a un mundo sin tapas, sin vermú de grifo, sin esas medias borracheras que se pueden mantener dos o tres días y que nunca te tumban, pero nunca tampoco se te quitan del todo, mientras te ríes y te vuelves a reír, y no haces otra cosa que reírte durante horas enteras. Eso he echado de menos, mucho, muchísimo, lo bueno y lo malo también, el ruido, los gritos, la suciedad de las aceras, aunque parezca mentira, hasta eso, a las mujeres malhabladas y a los camareros que limpian todas las mesas con el mismo trapo. Yo, que no soportaba el flamenco, que lo detestaba sobre todas las cosas de este mundo, porque cuando era niño no había ni un solo bar, ni un solo restaurante, ni un solo rincón de Madrid donde no se escuchara esa música cada día, cada noche, a cualquier hora, lo he buscado como un loco por todas las emisoras de todas las radios que he tenido en mi vida. Porque hasta el flamenco echaba de menos. Pero sobre todo el cielo. Cuando has nacido aquí y te marchas lejos, los otros cielos parecen tan pobres, tan falsos, como los que están pintados en los decorados de los teatros.

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