Por Los Codos

Axel Krygier

En una mirada panorámica veo discos, videos, libros, dibujos, pinturas… todo esto, ¿cómo sentís que se refleja en lo que hacés? ¿Te penetra de alguna manera?

Y… muchísimo… creo que si uno bucea un poco llega a la conclusión de que no ha tenido una sola idea.

¿Por alguna razón tocás tantos instrumentos?

A mí me encantan instrumentos como la trompeta pero por un rato. El instrumento para mí es el piano. La flauta la estudié mucho tiempo, pero en un momento… Lo que me sucedió fue que hice dos cursos que me revelaron muchas cosas; uno fue de música contemporánea en Uruguay, donde me encontré con la “gran intelligenzia” de la música contemporánea internacional, gente dedicada a la vanguardia post serial, que se dedicaba a escribir música sin tocar, los electroacústicos y, también, los populares. Uno de los maestros que me interesaba de ese curso era Leo Maslíah, que es otro de los tipos que me han motivado muchísimo para querer componer. Fue a los 16 años. Yo había hecho ya un año de piano y componía piezas tipo Satie. Se llamaban Satianas, todas pequeñas obras para piano donde, con mi limitada técnica, podía hacer melodías y cambios de acordes y cosas que aprendí gracias a escuchar a Satie y a tocarlo. En el curso conocí a muchos compositores y, además, a Leo Maslíah. Yo volví de ese viaje muy motivado; a los 17 quería ser músico de verdad. Pasé de la autocomplacencia y de ser un “joven promisorio medieval” a cortarme el pelo y a escribir música que yo ya no podía tocar en el piano. Empecé a estudiar composición, armonía, contrapunto y audioperceptiva con Graciela Tarchini, puse quinta y de lo que menos me arrepiento en la vida es de haber estudiado audioperceptiva. Pero con la composición… no me llevo bien con la racionalidad de la forma y el control de los parámetros. A mí no me interesan los parámetros; en ese sentido soy más expresionista, el trazo no me molesta, no soy detallista, ni siquiera me importa que esté mal armado. Es más, la torpeza… en la factura, me agrada. Y en el medio de todo esto, con la porta-estudio, mis primeros temas que salían del inconsciente, me di cuenta de que no quería más estudiar flauta y que esas cuatro horas que estudiaba iban a ser… nada. Porque dejé la flauta y fue una liberación tremenda, otra de las cosas de las que jamás me arrepentiré. Seguí estudiando, me metí en una escuela en el Centro Cultural Rojas de electroacústica, seguí conociendo gente que estaba en la composición más “seria”. Hasta que me dije: “No me interesa la academia, las cosas bien hechas, la música seria. Soy músico popular”. Me di cuenta de que las intenciones de ruptura con las escuelas eran parte de la escuela y que toda esa gente dedicada a hacer música contemporánea, haciendo prolijamente ruidos con máquinas, se quedan ahí. Y eso no es lo mío. Lo mío es: yo en mi casa y, si puedo mostrarlo por radio a alguien, soy feliz. Y grabo todos mis instrumentos y suena tal vez mal… pero eso seguramente tiene que ver con haber conocido a los Velvet Underground, con haber conocido cosas en que la aspereza es parte de su valor. Captain Beefheart…

La imperfección… cierto descontrol también…

Claro… es importante… Éramos una corriente de amigos que estábamos leyendo a Alan Watts, que estábamos conociendo el camino del zen y todo eso se mezclaba con lo que hacíamos. Teníamos una pretensión; yo no digo que lo vayas a escuchar, porque no me interesa la estética japonesa, pero sí esa inspiración… bueno… Kind of Blue, el jazz… que lo descubrí después de los 20 años. Al auténtico, me refiero. Y después vinieron muchísimas cosas; pero en ese momento le dije “chau” a muchas otras y empecé a estudiar piano clásico con un profesor genial, Klaus Cabjolsky, y estudié durante seis años. Fue una época, en los ’90, en que muchos de mis amigos se fueron al exterior y yo decidí quedarme a estudiar con Klaus (Cabjolsky). Fue Bach, Beethoven y Mozart, básicamente. Después vinieron Chopin, Ravel y Brahms. Hasta ahí llegué. Eso fue lo que toqué durante años. Y estudiaba sin descanso hasta que reconocí, estudiando con Klaus, que si bien había estudiado armonía y contrapunto, no podía hacerlo en el piano. No tenía el control de hacerlo. Y mi máxima ambición era improvisar; o sea, tener una fluidez musical que me permitiera hablar sin tener que componer. Y con Klaus estudié armonía pero a través de los clásicos. Algo que, en general, se hace a través del jazz. Pero él me enseñó armonía a través de Bach, Mozart y Beethoven.

En el medio de todo eso, conviviendo con La Portuaria

Sí… La Portuaria era mi laburo, mi diversión, los amigos… pero no era la creatividad. Nunca tuve un lugar “real” en el grupo salvo alguna que otra excepción como haber cantado un tema, por ejemplo. Para mí La Portuaria fue profesionalismo, diversión, trabajo y experiencia como saxofonista. Y viajes, por supuesto…

¿Y del Sexteto Irreal qué te quedó?

Esperá que te cierro lo de Klaus. Porque en el medio hice Mulo, que duró un concierto solo… pero fue la primera vez que me expuse como cantante en un proyecto compartido con (Alejandro) Terán. Y fue la primera vez que pudimos dar algo, auténticamente. Porque a mí me gustó mucho el primer disco de La Portuaria, pero una vez en el grupo las cosas no iban para el lado que a mí más me interesaba. Y Mulo llegó justo con el triunfo de La Portuaria a nivel popular y ahí nos dedicamos a trabajar mucho en el interior del país y fue una experiencia muy interesante. Fue la primera vez que pude vivir de la música. Gracias a esto, pude comprarme un grabador digital, una DAT; antes, incluso, (el productor) Pucho Mentasti me convocó para hacer la música de unas publicidades. Tenía unos 25 años… y pagaban de una forma inimaginable. Lo justo, era muchísimo. Y gracias a esos cinco años en que hice publicidad pude comprar mi casa, montar el estudio y, luego, decirle no a la publicidad (risas). El tema Silbad el Calipso (que abre “Échale semilla!”) se lo vendí a Quilmes antes de que saliera en el disco, por ejemplo. Porque con lo que más gané fue con los temas que había hecho para mí. Y tuve esa suerte de haber estado sentado ahí, en las oficinas de (la productora) Agulla & Baccetti, rodeado de garcas, sudado porque iba en bicicleta y detecté a tiempo que tenía que invertir ese dinero y no convertirme en empresario. Podría haberme vestido mejor y tener un auto, pero no iba con mis necesidades. Preferí seguir haciendo mis temas y, por suerte, el haber editado discos en Europa me ayudó a suplir los ingresos de la publicidad.

Trabajar en publicidad, ¿no te contamina un poco?

Bueno… en su momento no me contaminaba porque me hacía mucha gracia; si vos tenés en cuenta a personajes como Andy Warhol, en la publicidad como arte, te parece fascinante el hecho de poder hacerlo. Y, en general, las cosas que me pedían no era un jingle de calefones, aunque también lo hubiera hecho felizmente… es más: hoy podría hacerlo bien (risas). La primera que hice fue un tema para Musimundo, se llamaba Latita y tenía que hacerlo todo con elementos de la calle… ¡alucinante! Era lo que quería hacer… trabajar con samplers, recolectando cosas… claro que en el medio estaba Pucho Mentasti, que tenía ideas que estaban buenas. La segunda fue para un comercial de galletitas y debía ser algo como para una película de terror. Yo me vinculé siempre desde el desafío de hacer algo que me gustara.

Porque eras independiente y podías elegir…

Claro… lo horrible era la pérdida de tiempo más que una posible contaminación. Que te hicieran grabar, tipos que de música no tenían la más mínima idea, muchas veces lo mismo y contrarreloj. Uno es uno… yo lo hice mientras me divirtió. Fueron cuatro años de algunos trabajos, tampoco fueron tantos.

¿Eso provocó que después te convocaran para musicalizar películas?

No… más bien fue al revés… cuando empecé a componer para danza, para películas, me llamaban para alguna publicidad.

¿Cuántas bandas de sonido hiciste?

Hice diez. La última fue Happy Together (en realidad, Together, un documental sobre Luca Prodan a través de su hermano Andrea, de 2008), de un dinamarqués, Jannik Splidsboel; y la primera fue Prohibido (1997), de Andrés Di Tella. Aunque la primera en ficción fue El visitante (de Javier Olivera, 1999).

¿Cuál es el Krygier más auténtico, el de los discos, el de la danza, el cine, el teatro, la publicidad… el tango?

Para mí el de los discos. ¿El tango? Pero en 3 Tangos casi no hay tango. (Piensa) Yo tengo un costado tanguero; canto tangos acompañado por el piano, pero es algo que me divierte… Yo tengo un lado muy histriónico y hay un Krygier más desconocido mediáticamente al menos, que es el payador, el repentista. Ése es uno de los más auténticos, el repentista, la improvisación, que se vincula con el Sexteto Irreal. Y los discos, que son temas que hago por puro placer y son objetitos artísticos…

Igualmente al escucharte hay un espíritu reo que, en una lectura subliminal te ubica en un aire entre tanguero y payadoresco.

Sí, está eso, está vitalmente, te diría.

¿Por qué no aparece de forma más definida en tus discos?

No me gusta tanto el juego con el estereotipo tanguero. Sí aparece una cosa más criolla. Naturalmente yo podría ser un cantante de boleros… pero… ¿qué hago con eso? ¿Para qué? No tiene nada que ver con lo que soy realmente. Ceñirme a un estilo no me causa gracia, al menos hoy en día. Me divierte más jugar con cosas descontextualizadas, con algo que genere… algo como lo que dijiste… algo que “incomode al oyente”, que mueva algo o que me mueva a mí primero.

¿Por qué aparecen en tus letras por momentos esas imágenes que pueden ser, digamos, revulsivas?

¿Ah sí? ¿Por ejemplo?

Y… en Hablame por favor, por ejemplo.

Ah… en realidad es un homenaje a Pappo. Nace de la admiración del primer tema que me alucinó de él (en realidad, de Claudio Gabis), que decía: “Yo quiero un abrelatas y un destornillador; yo quiero un rompehuesos y un taladro del mejor, quiero abrirme los sesos…” Que parece algo autodestructivo pero que en realidad es samurai…

También tenemos que el tema A1 de Pesebre es Cucaracha… por más que haya ese vuelo poético de la “gótica geometría” y demás… Creo que hay una intención de molestar un poquito… ¿es buscado o, simplemente, “sale”?

Y… sale… pero el tema es piadoso con la cucaracha… matás a una pero sin tener en cuenta que es un ser…

Un Gregorio Samsa en potencia…

Totalmente… y yo le pregunto… ¿y ahora… aceptarás tu mala racha ahora que te pisaron? Después hay otra frase. “asustas a las muchachas agigantando tu sombra”. Eso viene de una frase que me decía mi viejo: “la sombra es más grande que el monstruo”. Te asusta más la sombra de algo que el propio algo. La imagen de la alfombra es de lo peor… (risas).

¿Qué tres cosas te gustan de vos?

Uhhh… (con cara de “te detesto”) Qué… qué… (sonríe). Lo que disfruto es que las cosas puedan salir a pesar de que haya un yo que mira. Que pueda haber fluidez a pesar de que haya una conciencia. No es que me guste a mí como artista pero sí es lo que me gusta del “hacer”. Que las cosas salgan a pesar mío…

No me estás contestando pero bueno…

Es que me resultaría más fácil responderte qué no me gusta (risas).

Es que eso viene después…

Ah… está bien… a mí me gusta lo que hago…

A ver… con qué cosas que te han dicho estás de acuerdo o son de tu agrado…

En una nota en (el diario) Página 12 pusieron “mezcla de groove y tradición” y me gusta porque el groove para mí es fundamental y donde me monto para decir algo; y tradición… yo siento la tradición, algo que es parte de la cultura y que sale a través de uno… lo siento de verdad. Por otro lado, generalmente no estoy en desacuerdo con lo que… por ejemplo, en todo lo que decís en tu crítica (se refiere al review de Pesebre), estoy de acuerdo. Incluso en los momentos que te ponés más “severo”, porque uno no puede zafar de algunas cosas y el disco ya está impreso y a vos te parece que por momentos Pesebre se queda “ahí” y, después, escuchándolo, puedo estar de acuerdo con eso que decís. Por supuesto que tiene sus imperfecciones, pero no aspiro a la perfección. Sí a no aburrir…

Yo justamente creí que me ibas a decir que una de las cosas que más te gustaban de vos era la imperfección.

Hummm… tengo que aprender a que me guste más… tal vez… (risas).

¿Y qué cosas no te gustan de vos?

No me gusta repetirme. Soy un poco monomaníaco con el “do” cuando toco el piano. No me gusta darme cuenta después de haberme repetido. En realidad no me gusta darme cuenta después de las cosas. Soy bastante desorganizado también…

¿No te da algo de pánico cuando tenés que exponer lo que hiciste?

No… estoy seguro…

Pero antes dijiste que eras inseguro…

Es que soy inseguro, pero…

¿Cuántas veces retocás lo que hacés?

Mil… un millón… hasta que llega un momento en el que ya no encuentro qué hacer.

Noté que tus discos, al menos, son ideales para escuchar con auriculares; que hay muchas cositas detrás. Una frasecita, un pasaje en xilofón, detalles que tal vez para la mayoría pueden pasar desapercibidos. Pero para otros, la sensación es que si no está eso… el tema no es. ¿Sos así de obsesivo?

Totalmente. Mi trabajo personal consistió, al menos en Pesebre, en sacar cosas. Y tengo que trabajar más en eso… Yo, si pudiera hacer las cosas en piano y voz, lo haría… Monto todo eso para poder decir algo; soy un poco barroco y eso es algo que no me gusta demasiado de mí. En Pesebre hubo temas que me han costado muchísimo y que contaron con muchas versiones.

Pero no es que no podés hacer algo con piano y voz… por ahí no te termina de cerrar…

Y… no me divierte tanto…

Tendrías que convocar a una audición (risas)

No sé componer para piano…

Pero me refiero a hacer versiones de tus temas en piano y voz…

Ah… eso sí puedo hacerlo; y en vivo, tarde o temprano sucede. En Europa toco con un trío; acá lo haré con un quinteto o sexteto, veré. Pero también he hecho giras solo.

¿Te asusta estar solo arriba de un escenario? ¿Te sentís desprotegido?

No, en absoluto. Es más… me encanta…

¿Vas a recurrir a videos en la presentación en La Trastienda?

No, esta vez creo que no…

¿Qué dice más, lo que dibujás o lo que tocás?

(Piensa) Lo que toco. Aunque acabo de hacer el video de Pesebre y ahora siento como que se cerró el círculo. Porque al tema lo hice un poco pensando en lo que dibujé. Algo así también pasó en Sentimiento / Pensamiento y en Échale semilla. Es lo que me imagino…

¿Y cómo te imaginás post Pesebre?

En principio, me imagino. Tengo algunos proyectos pero aún no confirmados. Pero además me veo volcado a algo más improvisado, más libre, más caótico y tal vez más audiovisual. En otras palabras, me imagino yéndome al carajo (risas).

www.axelk.com

Marcelo Morales

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