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Carlos Sampayo: Memorias de un ladrón de discos

Editorial Norma

Como mi novia me hacía sufrir porque también gustaba de otros jóvenes, la creí hermana de intensidad del personaje de Alejandra en Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato. En su novela el ex físico y actual pintor y conferenciante moral ponía en boca de uno de sus personajes, pero se le notaba la opinión omnisciente, que se había llegado al colmo de una novela que podía ser leìda de adelante para atrás o de atrás para adelante. Entonces creí que se refería a Rayuela, cuya edición en 1963 vino a estropearle el festín de la primacía y la gloria solitaria. Ahora pienso que los tiros iban en otra dirección, pongamos que hacia Juan Filloy, o hacia cualquier lectura por vía indirecta. No es que el insigne premio Cervantes fuera un numantino de la cronología, es que se le notaba la desesperación por permanecer en la memoria de la generación de los que, cuando publicó su novela, éramos jóvenes y más o menos infelices.

Mientras tanto Filloy ejercía de juez en su provincia remota y llana y Cortázar trabajaba como traductor simultáneo en París y Ginebra, haciendo ejercicios palindrómicos para entretanerse: "Amigo, no gima", era su consejo. (…) Por su parte, Thelonious Monk hubiera sido capaz de dar un concierto en la biblioteca pública de la ciudad de provincias donde Filloy dormía sus siestas y papaba moscas entre juicio y juicio, pero tuvo más oportunidades de hacerlo en París, donde Cortázar escribió que lo había visto en Ginebra girar alrededor del piano: ´Thelonious viaja vertiginoso sin moverse, pasando de centímetro en centímetro rumbo a la cola del piano a la que no llegará, se sabe que no llegará porque para llegar le haría falta más tiempo…
A Sábato, tan ocupado como estaba en su propia persona, es posible que Monk le haya sido siempre indiferente.

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