El Ojo Tuerto

Ernst Reijseger: De Holanda Con Amor… Y Humor… Y…

Jazz Voyeur – Buenos Aires
Martes 19 de septiembre de 2006 – 21:00 hs.

Jazz VoyeurEl Jazz Voyeur funciona en forma exclusiva los días jueves.
Se encuentra en el subsuelo del coqueto hotel Meliá Recoleta Plaza.
La zona en sí es una paquetería: Posadas y Callao, en el centro de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero estamos en martes y no porque seamos ansiosos y andemos con ganas de pernoctar un par de noches hasta el habitual evento de los jueves.
El Jazz Voyeur ofrecía un bonus track. Y no se trataba de cualquier cosa, no señor.
La gacetilla enviada por el productor Roberto Aidenbaum informaba de la presentación del cellista Ernst Reijseger y además, como artista invitado, se anunciaba al pianista argentino Gerardo Gandini.
Primero sorprendidos, luego tentados, no dudamos en apersonarnos para ver qué podía ofrecer este ex integrante del glorioso Clusone Trio (junto con Han Bennink y Michael Moore), que ha grabado con una cantidad y diversidad de músicos tan extensa y heterogénea que da para desconfiar de la veracidad de la especie.
Pero es así nomás.
Y… ¿con Gerardo Gandini?
Ahí fuimos.

Entramos y nos acodamos en la barra. Sacamos nuestros elementos de trabajo e hicimos la correspondiente y necesaria inspección ocular. Lugar de capacidad reducida que se fue colmando poco a poco. Pudimos divisar dos bandos claramente reconocibles: los que estaban ahí vaya uno a saber por qué (ni ellos sabrían) y los pseudo fans, que sí sabían por qué estaban ahí.
De la nada, se nos acerca un muchacho y al ver la birome y las hojas, me pregunta con sagacidad admirable: “¿Vos sos periodista?
La respuesta afirmativa fue como para resumir la cuestión y que quedara ahí. Pero la cosa siguió:
¿De qué medio?
De El Intruso”.
Ah…
La cara del joven denotaba el desconocimiento total y absoluto de El Intruso, de mí y, lamento decirlo, de ustedes como lectores de algo que desconocía. Pero…
Yo lo conozco al chabón éste… (mirando a diestra y siniestra) ¡es una boite!
Sí… (acoto); falta que bajen una bola espejada y que entren Porcel y Olmedo”.
Yo lo conozco al chabón éste (sí, de nuevo). Un ruidito y tira todo a la miércoles… y se va… bueno… por ahí si está de buen humor zafamos… yo hace poco lo vi en New York y el tipo dejó de tocar por el ruido y se fue…”.
Ajá…

Ernst Reijseger
Tema 1: A las 21:30 hs., Reijseger sube al escenario sin que prácticamente nadie lo note. Empieza a juguetear con el arco del cello pero sin apoyarlo sobre las cuerdas. Se va produciendo un raro silencio raro. Sin amplificación, el sonido del instrumento va in crescendo de manera lenta, muy lenta; va acariciando las cuerdas y observando al auditorio como esperando que todos se acomoden. Cuando el instrumento ya es perfectamente audible, se adivina una melodía minimalista, “a la Phillip Glass”, reiterativa y con pequeñas variaciones en los graves. Realiza escalas velocísimas a un volumen que exige suma atención del oyente. Temo por la salud ocular de los asistentes: nadie pestañea, por las dudas. El cello suena de pronto como un violín; gesticula con humor, un aire de zamba, sacude al instrumento provocando una delicada y por momentos imperceptible reverberancia. Dueto de silbido y violín… digo… cello. Ya quedó claro que Reijseger posee una descomunal técnica y que parte del humor del Clusone Trio le pertenece… o se le pegó.

Tema 2: Festivo y con los graves haciendo las veces de “un buen Frisell”. Mira desorbitado al techo.

Tema 3: Hace mmm… y se acompaña con el instrumento. Intercala una suerte de scat que le sale… mal. Cierra los ojos, aprieta fuerte los labios y mmm… Ahora con mayor vivacidad, se acompaña canturreando. Eso está un poco mejor. El tipo toca en serio. Silba, gesticula, grita, me acuerdo de Trilok Gurtu; casi gime, termina en un prolongado mmm…

Tema 4: Abrocha algo en las cuerdas. Una suerte de cello preparado. Por primera vez abandona el arco y toca con los dedos. Un cenicero cae estruendosamente al suelo y Reijseger que empieza una caminata por entre la gente. Ritmo tribal. Al pasar a nuestro lado, certificamos que efectivamente se trata de pequeños broches; agita una botella de champagne contra el hielo sin dejar de tocar. El cello suena como un steel drum. Regreso al escenario.

Tema 5: Ubica al instrumento en posición horizontal y lo toca como si fuera una guitarra. Y pone cara de guitar hero. Quiere agradar. El riff que hace me recuerda al Puticlub de los Redondos. Vira a un blues. Final con típica escala bluesera.

Tema 6: No hay noticias de Gandini. Reijseger se lleva a la boca la llave de su habitación. Utiliza luego la madera que la sostiene como púa de una guitarra. Arroja el llavero al piso. Con fuertes pisotones, la llave hace las veces de pandereta. Ajá.

Tema 7: Tamborilea sobre la madera del cello. Me acuerdo de Zakir Hussain. Golpea el instrumento contra el piso. Aires de bossa nova. Algo no le sale y canturrea “gonna try it again”. Algunos sonríen. Otros se preguntan qué pasa… Final alocado.

Tema 8: Vuelve al arco cual Ubaldo Fillol. Esto ya lo escuché; la melodía y el tratamiento son similares al tema inicial. Proverbial manejo de la mano derecha. Sin dejar de tocar, arrastra el cello por el piso. Sigue tocando, abre la puerta, sube unos escalones, los baja, cierra la puerta, retorna al escenario, dice gracias y la primera parte que termina.

Intervalo.

El lugar se vacía un poco. De pronto lo entendemos todo: arriba del escenario, junto con Reijseger hay otros siete cellistas; argentinos y que el día anterior habían participado de un workshop a cargo del holandés.

A las 22: 35 empiezan a tocar. Y… ¡oh sorpresa! Uno de los que están tocando es aquél que me dio charla antes del show… Tocan juntos, parecen alumnos tocando para el profesor. Se me ocurre (y lo escribo) que esto sirve para dos cosas:

1 – Para que los jóvenes se den un gustazo.
2 – Esteee… ya me voy a acordar de la segunda.

Reijseger - GandiniA las 22:50 se suma Gandini al ensamble. Todo suena medio raro, previsible y ¿elemental?
Luego queda una de las cellistas invitadas con el holandés y el pianista. Sigue sin pasar mucho. Me acuerdo de un triángulo escaleno.
A las 23:00 quedan solos Reijseger y Gandini. Improvisan, guerrillean un poco. Ernst sigue intentando que lo acepten y para ello sigue recurriendo al humor. Gandini queda tocando solo y el holandés que hace percusión con unos cubiertos.
El concierto finalizó a las 23:10 hs.

Bueno… ¿qué decir de lo acontecido?
No hay dudas de que Ernst Reijseger es un cellista extraordinario, con una técnica impecable y que transmite la sensación de que tocar el cello es facilísimo, che…
No estuvo de mal humor ni mucho menos. Y he aquí un punto (.).
En todo el primer segmento del concierto, un cello solo, pareció que el holandés sintiera la necesidad de agradar, como para que su música no resultara tan “¿áspera?”.
¿Tiene Ernst Reijseger dudas de su propuesta?
¿Agrega algo el hecho de tocar cubiertos, botellas de champagne o una llave?
Si hay una propuesta artística seria o sólida, tal vez ni hubiéramos reparado en esos detalles.
La cuestión es que, a un servidor, le ha parecido que hubo virtuosismo, buen humor, entrega y generosidad. Pero… ¿hacia dónde nos condujo Reijseger?
Mejor dicho: ¿hacia dónde quiso conducirnos Reijseger?

No la hemos pasado mal ni mucho menos. El holandés, en principio, sorprende y deslumbra. El tema es el después. Y, a diferencia del tango, a mí me importa (y mucho) el después.
Y en el después hubo poco.
Y no quiero ahondar en la segunda parte del espectáculo que me pareció de una improvisación desmedida. ¿Qué tenían que hacer los alumnos sobre el escenario? Nuevamente: ¿para qué?

Tal vez me esté poniendo viejo.
Lo cierto es que ya no me alcanza con el virtuosismo si no viene acompañado de algo (bastante) más.
E iría a verte de nuevo, Ernesto, solo o con grupo propio.
Pero.
No necesito que me caigas bien.
Quiero que me emociones.
Y la verdad que…

Marcelo Morales.

Nota: Se agradecen las fotos cedidas por Roberto Aidenbaum.

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