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Francisco Céspedes & Gonzalo Rubalcaba: Con El Permiso De Bola

Adiós felicidad, Vete de mí, Ay amor, La flor de la canela, No dejes que te olvide, Alma mía, Drume negrita, Tú me has de querer, No puedo ser feliz, Ausencia, Si me pudieras querer, Bola de Nieve, Drume negrita (con Bola de Nieve)

Músicos:
Francisco Céspedes: voz
Gonzalo Rubalcaba: piano
Ignacio Berroa: batería
Carlos del Puerto: contrabajo

Invitados:
René Toledo: guitarra
Dagoberto González: violín
Carlos Miyares: saxo tenor
Yasek Manzano: trompeta
Maykel Elizarde: tres cubano

Warner, 2007

Calificación: No está bien

Un homenaje es un acto que se celebra en honor de algo o de alguien.
También implica veneración, sumisión o respeto hacia algo o alguien.
En la historia de la música ha habido tributos de todo color y calaña. Algunos han hecho justicia con los homenajeados; en otras oportunidades se han parecido más a actos de repudio. Y también hay ejemplos en los que el homenaje ha superado, por lejos, la producción original del artista.
Cuando se toma una decisión de este tipo se corren serios riesgos. Y está bien que así sea. Y el riesgo aumenta en forma directamente proporcional a la personalidad del artista.
Mi abuelo solía tocar la flauta en el patio de su casa, en camiseta, temprano en la mañana y en pleno invierno. Algunos llegaron a aventurar que lo hacía mientras se afeitaba, pero se sabe que en ciertos barrios las leyendas van agigantándose de tal forma que nadie se atreve siquiera a intentar certificar la veracidad del rumor.
Lo cierto es que unos pocos (algunos, contra su voluntad) lo escuchábamos. Su principal audiencia estaba conformada por una importante cantidad de canarios que él mismo supo criar y alimentar. Y eran su propio coro; tanto que se dificultaba distinguir quién silbaba y quién tocaba el instrumento. Sobre esto también corrieron ciertas historias de dudosos gusto y valía. Y justo es reconocer que nadie nunca jamás confirmó o desmintió cosa alguna.
Lo que quería decir es que si a un artista se le hubiese ocurrido realizar un disco tributo a las bondades del abuelo flautista, pocos riesgos hubiera corrido; ya que salvo mi familia, algunos vecinos y, por supuesto, los tiernos y ruidosos pajaritos, nadie hubiese podido decir ni “pío”.
Distinto es cuando el homenajeado resulta alguien reconocido, importante, famoso.
Y cierto es que a mayor personalidad del artista, las dificultades se multiplican.

Ignacio Jacinto Villa Fernández nació en Guanabacoa, Cuba, en 1911 y falleció 60 años después en la ciudad de México. La crueldad de sus amiguitos de la infancia no le fue ajena. Lo que jamás imaginaron esos vandalitos fue que el apodo que tanto avergonzaba al pobre Ignacio daría la vuelta al mundo gracias a la irreverencia de la gran Rita Montaner.
Cuentan que en 1933, la cantante se lo llevó a México para que la acompañe en calidad de pianista. Cuando Ignacio vio los afiches se quedó patitieso; ya que sin previo aviso ni autorización, la Montaner hizo colocar, en lugar de Ignacio Villa, el apodo que tanto lo atormentaba.
Así comienza la leyenda del inigualable Bola de Nieve.
Que se sabe, era más negro que los negros; pero Ignacio no se enojó ni mucho menos, habida cuenta del agradecimiento eterno profesado a la cantante que fue quien, de alguna manera, posibilitó su nacimiento artístico.
Hay innumerables anécdotas y muchas de ellas jugosas del pianista, (poco) compositor e intérprete que fue reverenciado en vida por personajes tan disímiles como Edith Piaf, Nicolás Guillén, Chabuca Granda, Josephine Baker, Mao Tse Tung, Salvador Allende, Pepe Biondi, Andrés Segovia, Manuel de Falla, Rafael Alberti, Ernesto Lecuona, Elena Burke y etcéteras a montones.
El querido Bola de Nieve ha sido un artista único.
Desgarrador.
Estudioso, abnegado y solidario.
Y su arte traspasó toda frontera toda.

No es éste espacio ni momento ni poseemos los conocimientos ni habilidades necesarias como para realizar un ensayo acerca el querido cubano; simplemente recomendamos (aunque sabemos que no será fácil conseguirlo) el libro Déjame que te cuente de Bola, de Ramón Fajardo Estrada.
De nada.

– Pst… pst… Morales…
– Msep…
– ¿Y el comentario del disco?
– ¿Qué disco?
– El que iba a comentar, el de Céspedes y Rubalcaba
– Ah… sí… ¿ahora?
– Y…

Disculpen ustedes pero me acaban de pedir que rellene el espacio siguiente, que si no quedaría en blanco y ya se sabe que sería un contrasentido un espacio en blanco luego de hablar del mulato (en este momento ustedes deben asentir, sonreír y vitorear a este escriba).
Gracias… ya que me lo piden…

El cantante cubano Francisco Céspedes es el responsable principal de Con el permiso de Bola; según sus propias palabras: “Es un homenaje. No se trata de imitar a Bola. Él es único, sería tonto tratar de hacerlo”. Para el proyecto se unió a su coterráneo, el pianista Gonzalo Rubalcaba, a quien secundan Ignacio Berroa en batería y Carlos del Puerto en contrabajo.

Ustedes sabrán disculpar si mis apreciaciones resultan dislates; pero cada vez que escucho al Bola, dejo de ser el mismo al instante siguiente. Traté entonces de olvidarme, pero no lo he logrado. Y tampoco creo que corresponda. Como quedó dicho, si se toman riesgos, hay que asumirlos. Y a priori no me pareció mala la idea, ni los nombres de los responsables. Veamos.

El álbum comienza con Adiós felicidad. Versión abolerada, amable, con un Céspedes afectado y con un Rubalcaba económico apoyado en teclados de fondo que acompaña la afectación. La tendencia persiste en Vete de mí; el aporte de Toledo en guitarra acústica produce el mismo efecto que los teclados del tema de apertura. En cambio, la aparición del saxo tenor a cargo de Carlos Miyares hacen que nos sintamos muy, pero muy cerca de un ascensor. Y ya se sabe qué música se escucha en ese extraño cubículo.
Al comenzar Ay amor tenemos la sensación de que la base, en los tres primeros temas del CD, es la misma. No me hagan caso… tal vez esté desconcentrado o algo así. La monotonía se rompe con una buena (y corta) intervención de Dagoberto González en violín que parece contagiar al pianista. Para contrarrestar, vuelve a aparecer Toledo y la (hasta ahora, al menos) escasez de recursos de la base rítmica.
Una intro en piano preanuncia La flor de la canela. He conocido versiones mejores pero ésta no desentona. Céspedes parece, por momentos, dejar de temer despertar a supuestos vecinos en su siesta y los vúmetros, por vez primera, abandonan su letargo.
Entiéndaseme bien… no es para tirar cohetes pero para cómo veníamos…
El quinto tema es No dejes que te olvide.
Estamos casi promediando el álbum y si no estuviera al tanto de qué trata el CD, podría tranquilamente pensar en una suerte de saga del Lágrimas negras de Bebo & Cigala, o una colección de boleros célebres o un homenaje vaya uno a saber quién de tantos posibles.
No podía faltar Alma mía en la que están solitos los dos Céspedes y Rubalcaba.
La versión está a tono con lo escuchado hasta ahora.
O sea… poco.

El álbum continúa languideciendo y no levanta ni en el Drume negrita que cierra el disco y que cuenta con la voz de Bola de Nieve, sumada a la de Céspedes, claro está.
Voy a tratar de ser lo más claro posible.
No voy a afirmar que el disco es malo ni mucho menos.
Tampoco que es una falta de respeto.
Sí me surgen algunas preguntas.
¿A quién va dirigido?
¿A los que conocemos el desgarrador arte de Bola de Nieve o a quienes consumen los amables boleros de José Feliciano?
¿Por qué un repertorio tan parcial, prácticamente ignorando el corazón mulato de Bola en gemas como Mesié Julián, Ay Mama Inés, Bito Manué, Carlota ta’ morí o Drume mobila?
El espíritu de Ignacio Villa aparece, apenas, en Si me pudieras querer.
Pero… ¿alcanza esto para que alguien se acerque al arte del Bola sin luego sentirse defraudado?
Y que conste que no quise hacer hincapié en el pseudo solo de trompeta que Céspedes intenta con su voz en Ausencia que es, haciendo precio, impresentable.

Con el permiso de Bola es un disco excesivamente amable para con alguien que dejaba la vida en cada interpretación, que solo con su piano producía dolores estomacales profundos, alegrías desmesuradas y borracheras de placer.
No entendí el por qué, el para qué ni el para quién.
O quizás sea que, en verdad, no quiero darme cuenta.
No se trata solamente de un problema en la elección del repertorio.
Creo recordar que Alejandro Dolina, en algún momento, escribió o declaró (la cita no es textual): “Crimen y castigo es la historia de alguien que asesina a una vieja y siente culpa. Una historia que, contada así, es banal. Pero ya sabemos lo que significó en la pluma de Dostoievsky”.
Y una cosita más.
Bola de Nieve no era de ésos que andaban pidiendo permiso.
¿Me explico?

Marcelo Morales.

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