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Harris Eisenstadt’s Golden State en concierto: Un nuevo Estado Dorado

Blue Whale – Los Angeles, California (USA)

Jueves 15 de Noviembre de 2012 – 21:00 hs.

 

En el imaginario colectivo está instalada la idea de que la creatividad es una cualidad reservada a unos pocos elegidos con facilidades para conjugar atributos asociados –entre otros aspectos- a la inteligencia, el pensamiento divergente, la flexibilidad simbólica y figurativa, la originalidad, el ingenio y que, esas virtudes, sólo pueden manifestarse en personalidades algo excéntricas y poco convencionales o que (en consonancia con la teoría del “genio” esbozada por Galton y Terman en el libro Hereditary Genius) son únicamente aplicables a individuos con un don innato para “recibir la visita de las musas”. Sin embargo, los estudios más recientes sobre la creatividad observan con particular agudeza que esa concepción no sólo ofrece un enfoque parcial e incompleto del tema sino que, además, termina emplazando una idea que –como advirtiera David Perkins en The Nature and Nurture of Creativity“obstaculiza el desarrollo del potencial favorable a la creatividad de quienes consideran que nunca podrían ser capaces de desempeños creativos”.

 

En ese sentido, el profesor Scott G. Isaksen señala, en Creative Approaches to Problem Solving: A Framework for Innovation and Change, que esa fragmentaria concepción nos permitió alcanzar cierto grado de precisión operacional sobre la dinámica de la creatividad pero no refleja adecuadamente la naturaleza multifacética de un fenómeno en donde la persona, el proceso y el producto creativo interactúan permanentemente con el contexto que los rodea.

La creatividad ha tenido (y tiene) múltiples interpretaciones: para las culturas confucianas, hinduistas y budistas, es un tipo de descubrimiento; para los psicólogos humanistas –como Carl Rogers- es un “producto nuevo” que resulta de la singularidad del individuo y sus circunstancias de vida; para Howard Gardner (autor de la polémica teoría de Las Inteligencias Múltiples) la creatividad se relaciona de manera indivisible con la inteligencia; en sociología se la asocia a un proceso de imaginación constructiva en donde intervienen el individuo que hace las transformaciones, la disciplina de desarrollo y el grupo social de pertenencia; en tanto que las teorías psicoanalíticas –en especial aquéllas provenientes de analistas jungianos- afirman que la productividad creativa es particularmente sensible a los procesos inconscientes o preconscientes.

Si la ciencia aún no pudo develar en su totalidad el enigma de la creatividad, mucho menos lo vamos a hacer nosotros aquí y ahora; pero eso no impide que intentemos hallar definiciones convergentes o similitudes entre distintas líneas de pensamiento.

 

Mientras el prestigioso psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, en su libro Creatividad: El fluir y la psicologia del descubrimiento y la invencion, dice que el proceso mental y emocional de la creatividad requiere un estado de flujo de la conciencia en donde la “motivación proviene del placer del acto mismo y la consciencia se funde con el hacer”; el psicoterapeuta Fidel Moccio habla de la síntesis entre cuerpo y mente para alcanzar lo que denomina estado creativo, el filósofo Jiddu Krishnamurti -en El arte del vivir– asegura que lo creativo es un estado de comprensión ajeno a la memoria y los recuerdos, el pedagogo teatral Constantin Stanislavski decía que la creatividad proviene de un estado de inspiración que permite recrear vivencias con “la ilusión de la primera vez”, del mismo modo que el profesor Lee Strasberg definía a la creatividad como una realidad imaginaria construida a partir de la optimización del estado de ánimo. Por cierto, resulta llamativo que todas estas definiciones encuentren su común denominador en la palabra “estado”, término que en su acepción más habitual describe a la “porción de territorio cuyos habitantes se rigen por leyes propias aunque estén sometidos en ciertos asuntos a las decisiones de un gobierno común”.

Lo concreto es que ambas aplicaciones del concepto de estado -tanto como régimen federal como en la condición del individuo asociada a la creatividad- parecen converger con naturalidad en Golden State, el nuevo emprendimiento musical encabezado por el notable compositor y baterista canadiense Harris Eisenstadt.

 

Harris Eisenstadt’s Golden State –cuarteto que además de su líder en batería incluye a Nicole Mitchell en flauta, Sara Schoenbeck en fagot y Mark Dresser en contrabajo- es un proyecto cuya denominación hace referencia al estado de California (también conocido como “Golden State” o el “Estado Dorado”) ya que, justamente, en ese lugar del suroeste estadounidense la banda se constituyó, grabó su primer álbum (a editarse en 2013 a través del sello discográfico Songlines) y realizó su primer concierto.

El “estado creativo” que distingue a todos los proyectos liderados por Harris Eisenstadt no se funda en hacer de cada uno de ellos algo completamente diferente sino en la infrecuente capacidad de su autor para brindar siempre nuevas visiones de su vasto universo musical. Por ello, sin importar el contexto de desarrollo, los formatos adoptados (trío, cuarteto, quinteto, octeto, etc.) ni las agrupaciones implicadas –Canada Day, September Trio o ahora con Golden State-, siempre aflora una identidad propia con capacidad para nutrirse de múltiples universos musicales (jazz, libre improvisación, música de cámara, ritmos tradicionales africanos. world music, blues, entre otros) y una estrategia composicional en donde confluyen su fidelidad con la sutileza en los detalles, el buen gusto y la elaboración minuciosa.

Todas esas cualidades -como luego comprobaríamos- también dan vida al planteamiento estético de Harris Eisenstadt’s Golden State, banda a cuyo debut escénico llevado a cabo en la ciudad de Los Angeles tuvimos el privilegio de asistir.

 

Un solo de batería pleno de matices a cargo de Harris Einsestadt, al que luego se suma el contrabajo de Mark Dresser, abre el camino para What Is a Straw Horse Anyways? La entrada en canon del fagot de Sara Schoenbeck y la flauta de Nicole Mitchell termina por configurar un temperamento musical que –aun intercalando segmentos de libre improvisación-  tiene como destino final dotar a la pieza de una impronta asociada al jazz de cámara y en donde el titánico trabajo del autor le ha permitido exprimir al máximo el potencial de cada uno de los instrumentistas.

La música de Harris Eisenstadt es célebre por conseguir momentos de gran belleza y refinamiento incluso en los pasajes más sinuosos de la improvisación; y buena parte de ello se manifiesta en It Isn’t Safe To Be, pieza que transcurre al conjuro de una especie de palíndromo musical que alterna de manera simétrica elementos rítmicos, intervalos armónicos y melódicos y amplios espacios improvisados en donde sobresale especialmente la intervención solista de la flauta de Nicole Mitchell.

 

Al hermoso preludio en fagot de Sara Schoenbeck que da inicio a Dogmatic In Any Case le suceden una dinámica ascendente -que alcanza su clímax en el solo de Nicole Mitchell– y un remate sincrónico que parece convertir lo lineal en simultáneo y en donde los sonidos no sobran ni faltan.

A continuación un monumental soliloquio de Mark Dresser en contrabajo nos introduce en los envolventes aires africanos que exuda Unless All Evidence Is In, tema con el que Harris Eisenstad’s Golden State cerrara la primera parte del concierto.

 

Tras un breve intermedio el cuarteto regresa a escena para ofrecernos el íntimo lirismo de Sandy, composición inspirada en el devastador huracán que azotara recientemente a la ciudad de Nueva York y que, debido a la mesura y musicalidad en las ornamentaciones, la ascética elegancia de su línea melódica, los sobrios arrestos solistas y la ausencia de efectos gratuitos, termina constituyéndose en una verdadera lección de interpretación musical.

En la inquietante densidad de Endless Preposterous Assertions comulgan en un mismo plano sonoro la improvisación libre, elementos asociados al expresionismo, estratégicos pasajes gobernados por técnicas ampliadas y un crescendo en swing que alcanza su clímax dinámico en las fantásticas intervenciones solistas del contrabajo de Mark Dresser –aquí alternando pizzicato con el uso del arco- y de Sara Schoenbeck en fagot.

El cierre del concierto llega con Flabbergasted by the Unconventional, pieza que tras un extenso y diáfano prólogo en fagot parece avizorar los confines del blues desde una perspectiva camerística para, finalmente, coronarse en los coloridos aportes percusivos de Harris Eisenstadt y en un posludio de lectura libre resuelto en contrapunto entre los cuatro instrumentos. Notable final.

 

En Estados Unidos –como ya mencionamos- California es popularmente conocido como “Golden State” (el Estado Dorado). Sin embargo, no hay uniformidad de criterios sobre el origen de ese apodo. La idea más extendida es que dicha denominación proviene de los días invariablemente soleados que solían caracterizar a esa región de la costa oeste estadounidense; otros lo adjudican al color dorado que pueden tomar los montes californianos a ciertas horas del día y algunos aseguran que proviene de un fenómeno social que aconteció a mediados del siglo XIX al que se denominó “la fiebre del oro” y que provocó la masiva inmigración de personas de todas partes del planeta al estado de California. A decir verdad, en el último tiempo los cambios climáticos han reducido los días soleados y las horas en donde los montes lucen de color dorado y, por supuesto, la fiebre del oro ya hace mucho que abandonó estas tierras.

A partir del surgimiento en California de la propuesta estética de Harris Eisenstadt’s Golden State –con su profundo conocimiento, amor y respeto por la creatividad- quizás se pueda volver a soñar con el nacimiento de… un nuevo Estado Dorado.

 

Sergio Piccirilli

 

Nota: se agradece el aporte fotográfico de Alex Chaloff

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