Por Los Codos

Hernán Merlo

La tozudez, el empecinamiento, la obstinación, no son, en general, cualidades de las que persona alguna pueda, aparentemente, enorgullecerse. Nótese que, a modo de aposiciones, hemos escrito “en general” y “aparentemente”. No solamente porque generalizar no es algo que esté “bien visto” por la gente apegada a las buenas costumbres, sino porque en este ejercicio de escribir y dejar testimonio y sentencia, hay que tener los cuidados suficientes como para no incurrir en yerros, equivocaciones, falsedades y hasta acusaciones que pueden estar “mal vistas” por los ciudadanos bien nacidos.
A fuer de ser sinceros (qué linda frase, che…), lo que no queremos desde este lugar es equivocarnos más de la cuenta (a esta altura, abultada); y por eso tratamos de cuidarnos en ciertas afirmaciones.

Porque no va a faltar algún cristiano (o de otra creencia religiosa… o ninguna) que automáticamente intente rebatir lo que, a priori, a la mayoría le parezca irrebatible. Como nuestra intención es llevarnos bien con todo el mundo (qué… ¿no lo sabían?) tomamos nuestros recaudos. No porque seamos ínclitos, sino porque ya nos hemos atragantado con algunos epítetos que, además, tenían una longitud importante. Y también porque, a causa de las distintas experiencias vividas, uno va intentando acotar el margen de error teniendo en cuenta, eso sí, la enorme subjetividad que nos rodea en todos (perdón… en “aparentemente casi” todos) los órdenes.

Supongamos que usted nació en Lomas de Zamora (provincia de Buenos Aires) el 26 de agosto de 1957. Y que un buen día, en una sociedad argentina convulsionada, en los años ’70, decide dedicarse a la música. Lo más lógico, sitúese en la realidad de entonces, es que usted opte por una guitarra, tal vez un piano, algún instrumento percusivo, un saxo, una trompeta. Incluso el bajo eléctrico entra en el terreno de las alternativas viables.
Pero difícilmente a usted se le hubiera o hubiese cruzado por su cabeza apuntarle primero a un cello para, después, obsesionarse tozuda, empecinada, obstinadamente, en un contrabajo. A priori (y a posteriori) encontraría usted tantas trabas, tantos inconvenientes, tantos obstáculos que seguramente intentaría un camino alternativo.

Pero eso es lo que haría usted.
Y la gran mayoría.

Hernán Merlo decidió ir contra la corriente; algo así como intentar escalar el Everest previamente aceitado, en ojotas y en musculosa. ¿Y sabe qué? En este caso su tozudez, empecinamiento y obstinación (en una época donde en un incipiente movimiento jazzístico local no sólo prácticamente no había músicos que se dedicaran al contrabajo sino tampoco instrumentos), hicieron posible que se convirtiera (como diría Spinetta) “contra todos los males de este mundo“, no sólo en uno de los mejores contrabajistas que ha dado la Argentina sino también en un clarísimo e ineludible referente del instrumento.
Pero ojo… que esto no vino solo, ya que Hernán Merlo es un líder nato que sigue buscando nuevos horizontes de manera… sí… tozuda, empecinada y obcecada.
Y que hoy, afortunadamente, sigue teniendo en cuenta a sus necesidades en detrimento de los convencionalismos o corrientes imperantes.

Pero para ello tuvo que transpirar mucho y no sólo la camiseta. Comenzó sus estudios de violoncello en 1970 en el Conservatorio Prov. de Música Julián Aguirre con el Maestro Horacio Castelvi. En 1974, en el mismo establecimiento, comienza a estudiar el contrabajo, algo que continúa en el Conservatorio Nacional de Música López Buchardo. En 1981 viajó a Los Angeles (U.S.A.); allí estudió con Joel DiBartolo, concurrió a cursos en el Dick Grove Music Workshop e integró la Danny Cove & The Big Band. De regreso a Buenos Aires, participó en los conciertos del Club de Jazz, tocando con gente como Norberto Minichillo, Pocho Lapouble, Hugo Pierre, Roberto Fats Fernández, Osvaldo López, Santiago Giacobbe, etc. En 1986 conformó La Vereda, grupo en el que se desempeñó como bajista, arreglador, compositor y director e integró el quinteto Players, dirigido por J.C. Cirigliano. En 1988 ingresó a la Bs. As. Big Band; En 1989 integró el grupo La Plata Jazz Ensamble y es nombrado titular de la cátedra “Entrenamiento Auditivo” en la Escuela de Música Popular de Avellaneda. En 1991 conformó el trío de jazz Alonso/ Merlo/Taveira. Volvió a Estados Unidos para tomar cursos de perfeccionamiento. A continuación formó parte de Minitrío (con Norberto Minichillo), El Talismán (con Rodolfo Alchourrón), B.A. Quinteto, el Horacio Larumbe Trío, El Rubén Barbieri Trío, el quinteto del trompetista Juan Cruz de Urquiza y La Big Van (dirigida por Guillermo Klein).
Viajó nuevamente a los Estados Unidos para estudiar con Mark Helias (en New York) y Charlie Haden (en Los Angeles).

En 1996 editó su primer álbum como líder, Hernán Merlo, acompañado por Carlos Lastra, Ernesto Jodos, Enrique Norris, Juan Cruz de Urquiza, Pepi Taveira y Fernando Martínez. Un año después llegó su segundo opus: A pesar del diablo, con Ernesto Jodos y el trombonista Conrad Herwig. En 1998 participó con su quinteto en el II Argentina-Brasil Jazz Festival of New York realizado en Manhattan. Otro viaje a New York donde tomó clases nada menos que con Michael Formanek y Scott Colley; en julio de 2000 actuó con su quinteto en el festival Jazz en el Cervantes y en octubre participó del Festival Internacional de Jazz de Los Siete Lagos, compartiendo aquí escenario con luminarias como Carlos Franzetti, Dino Saluzzi y Dave Holland.

Me sugieren que vaya resumiendo como para que no nos sorprenda el nuevo milenio… En el año 2003 grabó ConSin, con su quinteto integrado por Sergio Verdinelli, Ernesto Jodos, Rodrigo Domínguez y Carlos Lastra y que fuera editado por el sello Fresh Sound / New Talent (España); su cuarto registro, y último hasta el momento, es Neo, editado en 2006 y donde lo acompañan Manuel Caizza en batería y Armando Alonso en guitarra.

Hernán Merlo ha sido requerido por una gran cantidad de colegas a la hora de registrar sus álbumes: Ernesto Jodos, Carlos Lastra, Lito Epumer, Enrique Norris, Quintino Cinalli, Patricio Carpossi, Juan Pablo Arredondo, Guillermo Romero, Miguel Ángel Trelles, Diego Urcola, etc.
Y varios músicos internacionales también han requerido de sus servicios: Dave Kikoski, Joe Pass, Barry Altschul, Chris Cheek, Conrad Herwig, Ingrid Jensen, Fareed Haque, Sid Jacobs, Renato Chicco, Sam Newsome y otro largo etcétera.

También cuenta con una importante trayectoria en la docencia; en 1988 fue nombrado profesor titular de la cátedra “Entrenamiento Auditivo” en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (dependiente del Ministerio de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires) y forma parte del cuerpo docente de la carrera de Jazz del Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla (dependiente del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Bs. As.).
En la actualidad se encuentra liderando un proyecto, el Hernán Merlo XL9tet, con el que recrea la música de Charlie Mingus. En la aventura lo acompañan Sergio Wagner (trompeta), Ramiro Flores (saxo alto), Juani Méndez (saxo tenor), Francisco Salgado (trombón), Diego Urbano (vibráfono), Juan Pablo Arredondo y Patricio Carpossi (guitarras) y Fermín Merlo (batería). Luego de un año de actuaciones, su última presentación fue como apertura del Fred Hersch Trio en ocasión del Festival de Jazz de Buenos Aires 2009.

Y de nuevo a contramano… Mientras la mayoría de sus colegas se embarcan en composiciones originales (muchos vanagloriándose de ello, lo que está muy bien), el contrabajista decide abocarse a la relectura de las composiciones de uno de los mayores íconos de la historia del jazz. Lo hace con una formación inusual y… sin arreglos…
De esto, básicamente, y de muchas otras cosas, hablamos con Hernán Merlo, un músico esencial a la hora de revisar historia y presente (y, obviamente, proyectar el futuro) del jazz argentino.
Se mostró generoso, locuaz, sin pelos en la lengua y con actitudes y convicciones que no son fáciles de hallar en el universo musical local. Y volviendo un poco al inicio, les confieso que llegué al encuentro preguntándome una y otra vez cómo fue que, casi en medio de la nada, decidió abrazarse a un contrabajo… y me fui con la idea de que en algunos casos (tal vez reservados para unos pocos), ser tozudo, empecinado y obstinado es, más que una virtud, un estilo de vida.
Pasen y lean… y entenderán por qué.

La primera vez que toqué el bajo fue porque unos amigos tenían un grupo y les faltaba el bajista; prácticamente me obligaron… yo tendría unos 12 años y había estudiado algo de guitarra. Lo cierto es que ése fue mi debut como bajista…

Y la primera vez que tocaste free…

Exacto (risas). Free… sobre temas que no eran free (más risas). Después, más seriamente, lo habré agarrado a los 15 ó 16. Había estudiado violoncello y a los 17 ya empecé con el contrabajo.

¿Por qué, a mediados de los ’70, con el país que explotaba… el contrabajo? Un instrumento incómodo, pesado…

¡No lo tocaba nadie!

Por eso… ni instrumentos había…

No… ni contrabajistas. Tal vez por haber tenido varios años de cello encima y que lo que escuchaba era jazz de los ’60. Tenía la sensación de que el cello me hacía desembocar en eso. Más allá de esto, me costó muchísimo porque no había referencias… Cuando empecé, tuve que estudiar contrabajo clásico con un integrante de la Orquesta Estable del Teatro Colón. Me acuerdo que iba al Club de Parisi… mirá, de hecho el otro día que tocamos en el Teatro Presidente Alvear (en ocasión del Festival de Jazz de Buenos Aires), recordaba que ahí funcionaba el Club y yo iba muy seguido… y nunca vi contrabajistas; todos eran bajistas eléctricos. Estudiaba desde los discos y muchas cosas que parecen una pavada dejan de serlo. Por ejemplo… yo tocaba el contrabajo y pretendía sacar el sonido de los discos que escuchaba; pero no había forma. Un día me desayuné que había que usar otro tipo de cuerdas, porque las que yo tenía eran para música clásica. Y las cuerdas son un componente importantísimo en el instrumento. Las que yo tenía eran para tocar con arco, pero al darle con los dedos no sonaba a nada. Creo que quien me desasnó fue un contrabajista que vino con Lionel Hampton. Cuando las compré y las usé, se me abrió un mundo nuevo. Por eso te decía que sin referencias se hacía muy difícil progresar.

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