El Ojo Tuerto

Lo bueno, si breve… es una pena: Dave Douglas Quintet

Teatro Ópera – Buenos Aires
Jueves 11 de Octubre de 2007 – 21:00 hs.

Hace una punta de años (arrancamos modernos, ¿vio?), que en realidad fueron apenas siete, pero en los tiempos que corren, el tiempo corre… rápido, volador, supersónico, inabordable, como sea que es, el tiempo pasa, veloz cual correcaminos con nosotros como meros coyotes, recurriendo a la multinacional ACME para no quedar tan atrás, desactualizados, desinformados, marginados…
Entonces nos actualizamos.
Y para no estar desactualizados ni desinformados y que la sociedad no nos margine, entramos en cualquier componenda como idiotizarnos, estupidizarnos, descerebrarnos y lindezas por el estilo. Pero la recompensa es grande: pertenecemos. No sabemos a qué, pero pertenecemos. En realidad entramos al juego que peor jugamos y que más les gusta… a ellos. Sí, a ellos.
Y no me venga a preguntar quiénes son “ellos”, porque la respuesta es obvia: nunca se sabe.

No sé por qué viré a este inicio entre confuso y paranoico; explíquemelo, señor, acláremelo, señora. Yo simplemente quería decir que hace una punta de años (arrancamos modernos, ¿vio?), que… esperen… se me mezclaron los apuntes. Ahora sí.
Intentaba decir (pero usted no para de interrumpirme, vaya manía…) que hace una punta de años (y había aclarado: siete), el trompetista Dave Douglas había venido a Buenos Aires por vez primera. Al menos a tocar. Y lo hizo en compañía del pianista Misha Mengelberg. Los dos, solitos, en La Trastienda, ante una concurrencia ávida por ver y escuchar a estos (ya en esa época) íconos de la actual música creativa.
El concierto, lamentablemente, no fue de lo mejor que hayamos visto. Mengelberg le puso una garra que se agradeció en su momento. Pero Douglas, además de hacer malabares como tocar su trompeta mientras la desarmaba y la armaba, se mostró frío e inexpresivo y con cierta arrogancia. Al menos eso nos pareció. Y al final del show pudimos cruzar unas palabras con él. La intención era… bueno… Douglas cerró todo con un “escribime desde mi site y te respondo por mail”. La respuesta fue “pero… estás acá”. “Ya no”, dijo. Y se marchó.

Porque lo hablaremos en otro momento, pero quien crea que es lo mismo hacer una nota por mail que un mano a mano… que siga mandando mensajitos de texto o chateando con los vecinos. ¿Me explico?

La cuestión (pero mire que no para de interrumpirme, che…) es que volvió Dave Douglas a Buenos Aires, pero esta vez con su quinteto que integran Clarence Penn en batería, Eric Revis en contrabajo (reemplazando al titular James Genus), Donny McCaslin en saxos y Uri Caine en piano Fender Rhodes. Bárbaro, ahora sí, el team (casi) completo, a presentar su música, su último trabajo (Live at the Jazz Standard), que es doble y en vivo, la mesa está servida.

Pero hay un aperitivo: el Mariano Otero Septeto se apropia del escenario a las 21:10 para abandonarlo 45 minutos y tres temas después. Los siete: Mariano Loiácono (trompeta y fluegelhorn), Ramiro Flores y Rodrigo Domínguez (saxos), Francisco Lo Vuolo (Fender Rhodes), Patricio Carpossi (guitarra), Sergio Verdinelli (batería) y Mariano Otero (contrabajo). Interpretaron dos temas del nuevo álbum de la Mariano Otero Orquesta, Brown y Hasta el cielo y uno del anterior, Mingusiana. El septeto no sonó como uno esperaba; y es que estos tipos te acostumbran mal. Algunas cositas que nos llevamos del mini set: la música de Otero sigue resultándome más atractiva en los momentos de guerrilla que en las baladas; Lo Vuolo, al Fender Rhodes, no parece sentirse muy cómodo; Domínguez y Loiácono aportaron un par de plenos importantes; Carpossi está buscando su lugar en el grupo; Flores cumplió, Verdinelli, aunque no lo veamos, siempre está (no es muy alto y tras los parches…) y Otero es un líder nato. Ni formato ni lugar apropiados para un análisis serio. Insisto: te acostumbran mal.

A las 22:20 hs. se sirve el plato principal de la noche. Un comienzo calmo, bluesy, comandado por Douglas. Estamos en Invocation. No sé por qué pero le tengo fe a Penn. Los dedos de Uri Caine se mueven sobre el teclado pero… ¿está tocando? McCaslin comienza un correcto y arrastrado solo. Caine lo llama a Douglas, agregan un micrófono. A la hora de su solo, el Fender logra emitir sonidos. Clarence Penn nos está encantando. Douglas habla con él, se va del escenario y entra disgustado haciendo “no” con la cabeza. Problemas de monitoreo, parece. Y de sonido también. No es bueno, algunas cosas no se perciben y los graves saturan cada tanto. Parece haber cierto desconcierto (y es cierto); Douglas, sin querer, torpemente arroja al piso las partituras de Caine. El equipo arrancó desbalanceado.

Earmarks comienza con el trío base (Caine, Penn y Revis), pero es el baterista el que hace la diferencia. Se suman, al unísono, McCaslin y Douglas. El trompetista pica en punta. El groove es irresistible. Toma la posta McCaslin para un solo que no supera la medida (otra vez) de lo correcto. Tienen todos una técnica admirable, pero… Nuevamente aparece Caine con su Fender Rhodes y no hay caso… yo sigo con mis taras… ¿no es un desperdicio Caine en este contexto?
Blues to Steve Lacy también comienza con Caine, Penn (en escobillas) y Revis. El saxo y la trompeta asordinada van intercalándose en el liderazgo. Dulzura, belleza y calidez, pero… termina movilizando pocas cosas en este escriba. Es como que está todo bien pero hay algo que… esperemos, esto recién empieza y falta mucho.

Dave Douglas se esfuerza por hablar en castellano. Luego de Invocation había realizado una alocución avergonzándose de la actitud de los EEUU con Irak. Ahora presenta Seth Thomas como el tema del “Metrónomo enfermo”. Revis se hace notar de manera un tanto pirotécnica pero efectiva. Penn golpetea los aros y McCaslin toma la delantera. Bueno… el tema pasa por distintos humores y la referencia klezmer y los distintos contratiempos y cambios de dirección a velocidad supersónica. Esto sí que está bárbaro. Caine lidera un segmento en trío del que termina apropiándose Penn con total autoridad. El repentino liderazgo de Douglas hace que el tema vire hacia un straight ahead que es pulverizado de inmediato. El trompetista se ha puesto a tocar en serio. Sobrevuelan los fantasmas de un cuarteto liderado por John Zorn. Lo mejor de la noche, hasta aquí.

Una intro a cargo de Caine y Douglas nos sumerge en Redemption, que aporta un relax interrumpido por el sonido de un teléfono celular. Douglas sonríe y luego se queda como esperando que vuelva a sonar. Al lamento espiritual se suman los demás en buena forma.
Lo que sigue es Culture Wars, que se inicia con un solo de bajo sin tanta alharaca al que se suma Penn en forma extraordinaria. Caine encuentra un resquicio en el cual se siente a sus anchas. El peso recae en el baterista que demostró cómo en un solo puede también hacerse música. Sobre una base irresistible, Douglas realiza una estupenda intervención donde llega a alejarse de los micrófonos como diciendo “cuántos pulmones que tengo”. Un breve pasaje en quinteto deja a McCaslin liderando. No mucho más que comentar al respecto. Reaparece Caine a quien esta vez no parece importarle que Douglas vuelva a tirar sus partituras al piso. Los cinco, juntitos, decretan el final.
Yo les dije que faltaba mucho… que había que ser pacientes… que… que… ¿se van?
Bueno… esteeee… sí… se fueron… pero vuelven. De taquito se mandan con Meaning and Mistery, una suerte de melodía pop, con aires nostálgicos, con el trompetista liderando, luego cediendo el paso a McCaslin. Caine se sale de la vaina y con su intervención contagia al resto. Final feliz.
Del tema.
¿Ya está?
¿No hay más?
Fueron 75 minutos. Hum.

A la salida, se escucharon comentarios, por supuesto. Todos estaban felices, con cara de japiverdituiú, nadie dio vueltas carnero de alegría pero hubo una conformidad generalizada.
Conocida es la frase “los partidos duran noventa minutos”. Los conciertos duran lo que duran. Lo que quiero decir es que la actuación de un equipo no debe analizarse como extraordinaria si finalizó ganando sobre la hora. Hay que analizar lo acontecido en los 90 minutos. Con los espectáculos en vivo ocurre lo mismo. Digo esto porque una cosa es el espectador disfrutando (o no) de un espectáculo. Otra muy distinta es intentar un análisis de lo acontecido.
Yo me tomé unos días para escribir esto.
Porque había algo que no terminaba de cerrarme, que no lograba comprender del todo.
El primer alerta fue al escuchar un disco de Masada.
Ahí me dije: “¿por qué en el concierto no me pasó algo así?”
El “algo así” es el sacudón, el escozor, la inquietud, la movilización.
Y no me pasó porque no me pasó.
Dave Douglas brindó un muy buen concierto en el teatro Ópera. Un lugar enorme que no contribuyó (al igual que el sonido) a la propuesta del quinteto.
Pero revisando mis anotaciones (cosa que los asistentes no tienen por qué hacer, por supuesto), me encontré con que hubo momentos en los que mi atención no fue cautivada, en particular en la primera media hora del espectáculo.
Pero la verdad que lo que más me quedó como una astilla en el esternón es que cuando se estaba poniendo bueno de verdad… se terminó.
Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Disiento.
En este caso, lo bueno, si breve, es una pena.

Marcelo Morales

Nota: Las fotos fueron cedidas por el Maestro Horacio Sbaraglia

Notas Relacionadas:

El Ojo Tuerto: Dave Douglas – Y que suene la trompeta…
El Ojo Tuerto: Dave Douglas Quintet – Sin Tesis

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *