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Myra Melford's Be Bread: The Whole Tree Gone

Through the Same Gate, Moon Bird, Night, The Whole Tree Gone, A Generation Comes and Another Goes, I See a Horizon, On the Lip of Insanity, Knocking from the Inside

Músicos:
Myra Melford: piano
Cuong Vu: trompeta
Ben Goldberg: clarinete, clarinete contralto
Brandon Ross: guitarra acústica, guitarra soprano
Stomu Takeishi: bajo
Matt Wilson: batería

Firehouse 12, 2010

Calificación: Dame dos

La perfección es una pulida colección de errores (Mario Benedetti)

La pianista y compositora Myra Melford ha estado involucrada en algunos de los proyectos más representativos de la música creativa de las últimas dos décadas. Durante ese tiempo, la vigencia de sus aspiraciones artísticas se manifestó en heterogéneas representaciones tales como el Myra Melford Trio, el Myra Melford Extended Ensemble, The Same River Twice, Myra Melford’s Crush y The Tent. En la actualidad de su ideario creativo coexisten simultáneamente múltiples propuestas que confirman no sólo el amplio rango de sus intereses estéticos sino también el generoso dominio de lenguajes musicales diversos. El nuevo milenio encontró a Myra Melford ratificando su voraz aptitud para recorrer nuevos caminos y permitiendo que ese riguroso compromiso creativo se exprese a través de combinaciones disímiles e inesperadas. Al presente, Melford comparte créditos con Mark Dresser y Matt Wilson en Trio M, proyecto que abreva en las fuentes de la libre improvisación eludiendo las convenciones del piano trío de jazz. En la sociedad que integra con el clarinetista y saxofonista Marty Ehrlich hurga en las fuentes del blues, soul, standards de jazz y piezas originales, para ofrecer una relectura de los conceptos de composición e improvisación desde la íntima perspectiva de un dúo. Mientras que Happy Whistlings, donde comparte créditos con Matana Roberts, Mary Halvorson y Harris Eisenstadt, es un proyecto colectivo que entremezcla composición, textos e improvisación basado en la trilogía de Memoria del Fuego del escritor uruguayo Eduardo Galeano. No obstante, todas esas propuestas parecen orbitar en derredor de su ensamble más afianzado en términos conceptuales, discográficos y escénicos: el Myra Melford’s Be Bread.

Be Bread, en origen, fue un quinteto electro-acústico integrado por Cuong Vu, Elliot Humberto Kavee, Stomu Takeishi y Brandon Ross que Melford fundó en 2002 con el ánimo de concentrar en él los conocimientos de armonía adquiridos durante sus recientes estudios en India. El álbum debut de la banda tuvo lugar en 2006 con The Image of your Body, labor que aun siendo de interés manifiesto, lucía como un trabajo en progreso, casi como si se tratara de un boceto o una declaración de principios. Más tarde Melford seria comisionada por Chamber Music America’s New Work Presentation para componer una suite acústica para sexteto, obra que finalmente se traduciría en la incorporación a Be Bread del baterista Matt Wilson y el clarinetista Ben Goldberg y en una especie de reencarnación evolutiva del proyecto original con forma definitiva en el álbum que nos ocupa: The Whole Tree Gone.

Un creador siempre debe tratar de avanzar y, aun cuando lo haga ateniéndose a puros valores de apreciación o tratando de discernir lo bueno de lo malo, sabrá que todo avance implica un riesgo. Hay muchos artistas que han logrado sus objetivos de creatividad, pero una vez alcanzados son muy pocos los que logran escapar a la inercia de la comodidad para volver a asumir riesgos que les permitan seguir evolucionando. Myra Melford integra la privilegiada casta de aquellos que han supeditado su búsqueda creativa a la disciplina de prueba y ensayo, afrontando sus lógicas consecuencias de error o acierto.
En los anales de la historia del arte existen muchos ejemplos de músicos que abrazaron con fruición los principios señalados anteriormente. Uno de los casos más emblemáticos es el del inolvidable compositor Frederic Johannes Papalaqua, ya que todas sus piezas se ajustaban a las secuencias “prueba y error” o “ensayo y error” o “error y error”. Inclusive, la crítica especializada y los musicólogos más conspicuos de su tiempo estaban de acuerdo no sólo en que toda la obra de Papalaqua era un gran error sino también en que había sido un error que se hubiera dedicado a la música. Esto no impidió que Papalaqua siguiera su evolución; fue por aquel entonces que compuso una seguidilla de obras que ratificaron su estilo: la sinfonía Me equivoqué una vez más, su Opus 17- La desgracia, la ópera Errar es humano y yo soy más humano que nadie y la célebre y póstuma Le chanson Le Pifie. Esa fructífera y febril etapa de su carrera se vio interrumpida de manera misteriosa el día del estreno de su última obra, ocasión en que el público intentó envenenarlo haciéndole tragar todas sus partituras.
El músico, al componer, no cuenta con un mapa del terreno que facilite su itinerario creativo; por lo tanto debe explorar diversos caminos, haciendo que el principio de prueba y ensayo ocupe el centro de la escena. Ergo, cualquier intento por establecer reglas de composición parte de la tácita premisa de que es posible racionalizar el arte. Melford, al igual que muchos otros, se arriesga a resolver esa ecuación forjando una instancia en que los dos momentos céntricos del espacio musical, es decir composición e interpretación, se asienten en los márgenes de la improvisación.

The Whole Tree Gone articula un conjunto de afanes orientados a la satisfacción racional y emocional, tanto del autor y los intérpretes como de los receptores de la obra. El espacioso abanico de influencias, que van del jazz a la música indostaní, pasando por el blues, el klezmer, la libre improvisación y la world music, parecen impulsar un desafío auditivo con un destino más próximo a la contemplación penetrante que a la tensa calma y más cercano a la ambigüedad de la valoración estética que al mensaje explícito.
En Through the Same Gate confluyen inesperados retazos de free bop, klezmer y tango en comunión con la utilización de recursos camarísticos, de improvisación y otros, como el ostinato oom-pah, derivado de la volkstumliche musik alemana. Todo cimentado en una melodía de notable factura y un nivel superlativo de ejecución que transmuta la aparente hibridez conceptual en una plástica cohesiva e integral.
Moon Bird abre con un preludio en solo piano a cargo de Melford que, por su ataque percusivo, vitalidad y fragmentación armónica, parece evocar a Cecil Taylor. Ese prólogo desemboca en una línea melódica simple pero de prístina definición que se liga con naturalidad a la compleja secuencia rítmica que construyen el bajo de Takeishi y la batería de Wilson desde donde emergen las impactantes intervenciones del clarinete de Goldberg, la trompeta de Vu y la guitarra acústica de Ross.

El lirismo y la tensión dramática de Night orillan los confines del blues. Su ascendente dinamismo sigue su curso hasta desembocar en un clímax que muta en un final sereno, plácido e introspectivo. En tanto que en The Whole Tree Gone, a partir de un espinoso staccato, emergen sucesivos duetos entre la guitarra de Ross y el bajo de Takeishi primero y el piano de Melford y el clarinete de Goldberg, después.
Las composiciones de la pianista, para este proyecto, siguen conservando los elementos esenciales de su álbum debut pero, en lugar de recurrir a ellos a través de un juego de contrastes entre distintos géneros, ha sabido obtener un mensaje integrador y equilibrado que expresa un infrecuente nivel de síntesis compositiva.
Esa búsqueda de síntesis no siempre arroja los resultados esperados, basta citar como ejemplo lo ocurrido cierta vez a (cuándo no) Frederic Johannes Papalaqua.
Papalaqua abrazó los principios de síntesis compositiva cuando fue comisionado para una obra inspirada en el Kamasutra. En un principio pensó en componer una sinfonía para 142 instrumentos de seis horas de duración llamada Eternamente Erguido pero, finalmente, haciendo gala de su poder de síntesis (en combinación con algunos trastornos que padecía desde su pubertad) sólo pudo escribir una pieza breve en solo de flauta de apenas medio minuto de duración a la que retituló Eternamente Precoz.

El álbum de Be Bread continúa con la meticulosa A Generation Comes and Another Goes, composición que conserva la lógica interna de los temas precedentes pero tamizada por una formulación más abstracta. Mientras que la participativa dinámica de I See a Horizon confirma el democrático sentido de liderazgo que distingue a Melford.
On the Lip of Insanity, aun en su complejidad estructural, resulta de fácil acceso merced a la simpleza de su línea melódica y la balanceada distribución de emotivas texturas.
El cierre llega con el cimbreante groove de Knocking from the Inside; su aparente búsqueda de impacto directo halla originalidad en los inhabituales colores de la guitarra soprano y el clarinete contralto y en un solo de piano de éxtasis desbordante.
En la medida que adquirimos mayor consciencia de lo que arrastra al artista a repetir lo aprendido y permanecer en una zona confortable, mayor será la admiración que despierten aquellos que logran exorcizar ese hechizo para seguir avanzando.
Myra Melford no sólo demuestra aquí que es posible sino también que es necesario.

Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos (Eduardo Galeano)

Sergio Piccirilli

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