El Ojo Tuerto

Ornette Coleman: El Tren de la Libertad

Jueves 07 de Mayo de 2009 – 21:30 hs.
Teatro Gran Rex – Buenos Aires

Al salir del teatro Gran Rex, una vez finalizada la actuación del saxofonista Ornette Coleman (yo) estaba desorientado. Entre los asistentes, como era de esperar, hubo infinidad de músicos, periodistas, melómanos y, por supuesto, fanáticos. Había en prácticamente todos ellos una verborragia indisimulable acerca de lo que habían presenciado. Y las caras de la mayoría reflejaban algo muy cercano al éxtasis.
Varios se acercaron a preguntarme su opinión y creo haber decepcionado a todos ellos. Mi respuesta, en todos los casos, fue "no sé… estoy raro… como que me falta algo…" No había repreguntas y sí un dejo de cierto fastidio ante la no euforia aparente de este escriba.
Cuando se confirmó la noticia de la venida de Ornette Coleman a Buenos Aires pensé, entre otras cosas (y con un grado de divismo rayano en lo patético), que era la oportunidad de escribir mi "gran nota". La idea se desintegró sin chances de poder ser amalgamada nuevamente. Y no sufro por ello.
Aún tengo dudas sobre lo acontecido y no me refiero específicamente al concierto. O sí. Depende. Mis dudas se focalizan en lo que me ocurrió a mí durante la actuación del saxofonista. Porque como en cada cobertura, he tomado apuntes, he escrito mucho, he intentado estar atento a los detalles nimios, leí dichos apuntes en varias ocasiones y algo seguía estando ausente.
Permítame un respiro.

Ornette Coleman nació el 9 de marzo de 1930 en Fort Worth, Texas, Estados Unidos. Es, probablemente, el mayor ícono viviente de la historia del jazz. Y difícilmente hoy exista quien discuta su importancia o el mote de "genio", "maestro", "referente", etc. Pero no siempre (más bien escasamente) la ha tenido fácil. Muchos de quienes hoy lo adoran como si fuera un verdadero gurú musical, no han dudado en su momento en colgarle el apelativo para nada simpático de "el asesino del jazz". Ornette Coleman supo desde un primer momento cuál era su destino, su intención, su camino. Lo sabía él, que es lo que importa. Este ex técnico de ascensores ha sido ligado indisimulablemente a la creación de una corriente estilística denominada free jazz.

En diciembre de 2008 hemos publicado en este site una notable entrevista que le realizara Sergio Piccirilli, así que no ahondaremos en detalles. Un pequeño segmento ayudará a entender un par de cosas: "El arte es una convicción personal que tiene que ver con lo humano y lo humano es lo eterno, lo auténtico, lo verdadero. La verdad no es luz u oscuridad, alta o baja, buena o mala, felicidad o tristeza, la verdad es todo eso al mismo tiempo. Es la vida. Cuando ejecuto un instrumento sólo estoy tratando de ponerme en contacto con la vida, por ende el arte no necesita liberarse de reglas y convenciones ya que éstas son sólo una jerarquización del conocimiento que, de acuerdo a cómo lo utilicemos, ayudará o no en el proceso creativo. Por ejemplo, yo me considero compositor de música y eso también es una convención. Sin embargo utilizo el concepto para que allí desemboquen las ideas. La música es como una forma de vida en permanente crecimiento… Es algo que nunca morirá y que continuará evolucionando día tras día."

Ornette Coleman se presentó en Buenos Aires acompañado por su hijo Denardo Coleman en batería, Tony Falanga en contrabajo y Al McDowell en bajo eléctrico. Sigo pensando en el concierto, en las reacciones posteriores de varios de los asistentes, en lo dificultoso que me resulta trasladar cierta(s) sensacion(es), básicamente porque, en principio, debería comprenderlas. En un punto, a esta altura, Coleman te la hace fácil. De antemano hay consenso; podían adivinarse varias de las frases que uno escucharía o leería a posteriori. Algunos incluso han afirmado que les cambió la vida, que se ha tratado de un evento único, inédito e irrepetible; que Ornette es, sin dudas, el más grande, el mejor, el iluminado, el genio sin lámpara, un prócer ("el" prócer), pero nada de esto termina de conformarme. Y no porque se trate de falacias, si bien es cierto que muchos asistentes abandonaron el teatro antes de los diez minutos de iniciado el evento, nada de eso. Es más, si me apura un poco, hasta adfirmaría que estoy de acuerdo con prácticamente todo lo que he escuchado y leído. Pero no es suficiente. Me sigue faltando algo. Recuerdo entonces otra de las frases de Ornette Coleman en la entrevista citada previamente: "No soy una autoridad en el conocimiento por muchas razones, pero además porque nadie controla el conocimiento. Todo aquello que puede conocerse, puede encontrarse. Sólo se trata de buscar. Ésa es la idea, eso es lo que intento siempre".

Había que buscar entonces. Que quede claro, querido lector: no lo hago por usted, lo hago por mí. Necesito, de verdad, entender y entenderme. La tentación de realizar un comentario más o menos breve, o extenso, depende, existe, por supuesto. Releí una y otra vez lo apuntado durante el concierto y nada de lo que he apuntado va a servirle de mucho, créame. Pero no tengo, por supuesto, la verdad absoluta; así que, en principio, compartiré con usted algunas cuestiones.

Que el número de apertura fue, llamativamente, el trompetista Gillespi; que, sorpresivamente, brindó una correcta presentación con su sexteto, que la propuesta sonora remitió al Miles Davis de los '80, que pareció innecesario que finalizara con una (buena) versión de Come Together, que el grupo, conformado por Javier Martínez (batería), Norby Córdoba (bajo), Patán Vidal (teclados), Baltazar Comotto (guitarra), La Cabra (guitarra y voz) y el líder en trompeta, sonó ajustado aunque es cierto que faltó un mayor compromiso creativo en las composiciones.

Que a las 22:20 hs. Ornette Coleman subió al escenario con paso dubitativo; que las dudas quedan a un lado cuando la música empieza a (hacerla) sonar, que hubo free jazz, por supuesto, pero también straight ahead, blues, funk, música clásica y agréguele usted un par de etcéteras; que hubo vértigo, por momentos una velocidad escandalosa y necesaria; que los bajistas se alternaban en el liderazgo, que Tony Falanga utilizó su instrumento como un cello en reiteradas oportunidades y que se mostró particularmente inspirado, que Al McDowell transformó (también reiteradamente) su bajo eléctrico en una suerte de guitarra líder, que Denardo Coleman impresiona tanto por su empeño como por sus falencias; que Ornette lo único que dijo frente al micrófono fue un tímido "hola". Bueno… con su saxo alto dijo bastante más, eso está claro. Que además ofreció varios (escuetos) pasajes en trompeta y violín; que quedó en claro que es un gran saxofonista. Que todo fluye de manera envidiable y hasta inentendible. Que el "momento Falanga" de la noche se dio en Bach Prelude, de Tone Dialing (una suerte de relectura del Preludio de la Suite Numero 1 para cello en sol mayor de Johann Sebastian Bach), que hubo composiciones propias clásicas y no tanto; que estuvieron presentes los harmolodics, Song X, Tomorrow is the Question!, su período con la Prime Time, algunos caprichos de los que encantan, otros que se comprenden y se le admiten, que el bis fue con una reposada, relajada, despojada y casi intimista Lonely Woman.

Pero, casi obsesionado con las palabras de Ornette, comencé a buscar. Luego, seguí buscando. Y algo encontré. Algo que me ha ayudado a comprender y que espero le ayude a usted. Algo que ocurrió en la previa al concierto y que, detalle más, veracidad menos, paso a contarle.
Bien entrada la noche del martes 5 de mayo, siendo ya casi la madrugada del miércoles 6, Ornette Coleman sintió la necesidad de recostarse en uno de los sillones de la planta baja del hotel en que se alojaba. Al verlo, el recepcionista de turno se le acercó. Lo despertó sin tener la menor idea de quién se trataba. Le preguntó si se hospedaba en el hotel. Ornette contestó que no. La segunda pregunta fue un canto a la obviedad pero ameritaba: "¿y qué hace usted aquí?" El músico respondió "esperando que mi mujer me traiga el saxo". José Recepcionista le explicó que si no estaba hospedado allí no podía quedarse. El saxofonista comprendió, se disculpó y salió a la calle con sus 79 años a cuestas y con lo puesto. Caminó y caminó hasta que llegó a la estación terminal de trenes. Ornette tiene particular adoración por las orugas mecánicas, así que se subió a una. Se bajó al final del recorrido y comenzó a deambular por el partido de Tigre. Su hijo Denardo parece estar bastante acostumbrado a este tipo de sucesos, por lo que no entró en pánico. Por la tarde, el saxofonista iba a ser nombrado "huésped Ilustre" por el gobierno de la Ciudad e Buenos Aires. Ornette seguía sin aparecer. Nadie tenía la menor idea de dónde podía encontrarse. Tomó cartas en el asunto la embajada estadounidense, se realizó una denuncia policial y se contactó incluso al Ministro del Interior, Aníbal Fernández.

Mientras tanto, Coleman parece que se metió en el zaguán de una casa. La dueña de la propiedad alertó a la policía y se lo llevaron detenido. El músico no tenía documentos encima; en sus pertenencias hallaron poco más que el boleto de tren y ya en el día del concierto, el jueves 7, desde la comisaría se comunicaron con la Embajada para averiguar si no se les había perdido algún compatriota. Cuando lo fueron a buscar, Coleman estaba compartiendo un puchero con los muchachos de azul. Les agradeció la camaradería y el aguante (mirá vos), los invitó a todos al concierto y así, finalmente, tuvimos músico, presentación y anécdota.

Ahora sí encontré algo.
Porque… ¿sabe qué? El concierto que brindó Ornette Coleman ha sido esto que le acabo de comentar.
Porque parece que, en este caso más que nunca, se toca como se vive.
Y se agradece.

Nota: Fotos del concierto cedidas gentilmente por Horacio Sbaraglia ("El ojo de la música")
www.flickr.com/horaciosbaraglia

Marcelo Morales

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