Reportaje a Monika Heidemann
Por aquel entonces… ¿cuántos años tenías?
Tenía 21.
¿Cuál era tu sueño en aquel momento? ¿Querías ser una estrella de rock, la voz líder en un coro… o pensabas: “Lo mío es la biología”? (risas)
Cuando tenía 10 años quería ser una estrella de rock. En realidad, por ese entonces tuve mi primer banda con mi amiga Sue. Tocaba teclados y ella guitarra y entre ambas escribimos unas pocas canciones de amor. Años después, cuando me fui de casa y volvió el deseo de tocar música otra vez, me metí realmente en el jazz y la world music. Ya a los 21 quería ser una cantante de jazz o por lo menos aprender a serlo. Luego me metí con diferentes tipos de música; eso hizo que jamás pudiera decir “oh, quiero ser una cantante de jazz o cantante de rock o cantante de bossa”. Sé que eventualmente quería escribir mi propia música pero no lo lograba todavía porque era excesivamente crítica con todo lo que componía.
Luego llegó el viaje a Brasil…
Sí, Brasil. Iría allí todo el tiempo… pero no puedo (risas). Fui para estudiar música informalmente y experimentar algo diferente. No quise ir a una escuela o tomar clases formales… estuve allí por cuatro meses viajando, pero terminé alquilando un apartamento en Salvador (capital del estado de Bahía, Brasil). Tan pronto como estuve ahí, empecé a sentirme triste ya que sabía que tarde o temprano tendría que irme…
¿Es cierto que tocaste percusión en una scola do samba?
En realidad toqué saxo en un bloco de Salvador. Allí tomé muchas ideas de percusión… samba, reggae… conocí algunos uruguayos que tocaban candombe. Ahora aquello me parece bastante loco… y también practiqué capoeira.
¿Qué músicos brasileros conociste?
En Rio conocí a un percusionista que tocaba en una de las tres grandes scolas. Eso fue justo antes del carnaval y él me habló para integrarme a unos ensayos y algunas fiestas… ¡¡En Brasil todo es una fiesta!! (risas). Jamás olvidaré los sonidos y la imagen de estar en una sala con doscientos o más percusionistas y bailarines volviéndose locos…
¿Y en Salvador?
Me encontré con gente en las calles que me enseñó mucho… En ese lugar hice capoeira, también algo de berimbao y algunas cosas más. Luego, en Recife, encontré a alguien en un club que me enseñó maracatu…
¿Qué buscabas con todo eso?
Mi obsesión por aquel entonces apuntaba a que el ritmo era la fuente y origen de toda la música. Estaba con hambre de aprender sobre eso tanto como me fuera posible.
Cuando regresaste a Estados Unidos ingresaste al New England Conservatory… ¿Cómo fue esa experiencia?
Cuando regresé de Brasil, salí de gira con una banda de rock pero todo terminó rápido cuando empezaron los dramas típicos de este tipo de bandas. El NEC fue la única escuela a la que quería ir realmente. La única a la que quería regresar. Sentí que me estaba abriendo verdaderamente… que podía hacer lo que quería y que allí obtendría un fuerte sistema de apoyo en ese sentido. Eso me llevó a componer y a obtener el tiempo, el espacio, el coraje y la inspiración que necesitaba.
Allí conociste a Steve Lacy. ¿Qué importancia tuvo en tu carrera?
Lo conocí en mi segundo año de conservatorio. Conocerlo me inspiró tremendamente. Era nuevita componiendo pero fui dejando atrás la inseguridad y comenzaba a avanzar en ese sentido. Las canciones que había escrito hasta ese entonces no tenían acordes o progresiones de jazz. Siempre dependí más de mi oído… Aquello (refiriéndose a la teoría) es lo que se supone que uno va a hacer en la escuela. Steve me confirmó que no necesitaba adquirir la teoría de jazz del conservatorio para escribir buena música. Él (por Steve Lacy) definitivamente no lo hizo. Además me brindó un acercamiento diferente en la relación entre el texto y la melodía. Steve tenía sabiduría y sobre todo la capacidad para transmitirla y expresarla…
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