Anthony Braxton Diamond Curtain Wall Trio: Indomables
El Dorrego – Buenos Aires
Festival 6º Buenos Aires Jazz y Otras Músicas
Miércoles 23 de mayo de 2007 – 20:30 hs.
Según la Real Academia Española, el Arte es la virtud, disposición y habilidad para hacer algo. También Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. El Arte también es maña, astucia. Y hay buenas y malas artes, artes marciales, arte angélico, decorativo, metálico, métrico, ¡¿militar?!, noble, poético, popular…
Una composición es una obra científica, literaria o musical.
Y la improvisación, siempre de acuerdo a la RAE, es hacer algo pronto, sin estudio ni preparación.
Para el sustantivo “artista”, nos quedamos con esta definición: persona que hace algo con suma perfección.
La verdad que no sé si estoy tan de acuerdo con lo antes expuesto.
Sí en algunas cosas, pero en otras…
Por ejemplo lo de “hacer algo con suma perfección”. Si alguien mata a alguien “con suma perfección”, ¿es un artista?
Pregunto nomás…
Anthony Braxton nació en Illinois en 1945. En junio cumplirá 62 años (he hecho esta cuenta con “suma perfección”; ¿soy un artista?).
Es compositor, saxofonista, clarinetista, flautista, pianista… pero no es perfecto. No lo hace todo a la perfección (¿alguien lo hace?). Entonces… ¿no es un artista?
Se lo involucra básicamente al jazz; pero también ha incurrido en la libre improvisación, la música orquestal y ha escrito óperas.
A pesar e que no ha sido cabalmente aceptado por sus colegas ni el ambiente jazzístico, sin dudas que Braxton se ha transformado por su osadía, su inquietud, su búsqueda, su necesidad y su talento, en uno de los referentes ineludibles de la música creativa contemporánea.
No es un muchacho fácil. Y no solamente porque sus composiciones sean complejas o porque los títulos de las mismas muchas veces hagan referencia a símbolos y cálculos matemáticos o porque sus partituras no sean como las que vemos habitualmente. Braxton ha apostado a sí mismo. Y ganó. Los demás… ya lo dijo Nietzsche: “¿qué me importan los demás? Los demás son, simplemente, la humanidad”.
También ha realizado discos de standards… aunque a su manera.
Hay quienes lo han tildado de frío, demasiado cerebral e incomodador profesional.
Pero hay otros que le profesan adoración absoluta y que lo tienen como modelo a seguir no sólo como músico sino también en cuanto a su manera de afrontar y desafiar al arte.
Braxton, además de poseer sólidos conocimientos en armonía y teoría, es Licenciado en Filosofía y su currículum es verdaderamente impresionante.
Por uno de esos milagros que no conviene investigar, el saxofonista se presentó en Buenos Aires en el marco del “6º Buenos Aires Jazz y otras músicas”. Lo hizo con el Anthony Braxton Diamond Curtain Wall Trio, que además integran nuestro conocido trompetista, cornetista y trombonista Taylor Ho Bynum y la guitarrista Mary Halvorson.
A pesar de la gélida noche, el escenario “azul” de El Dorrego (con capacidad para 1500 personas) estaba increíblemente colmado. Está bien… era gratuito; pero… miércoles por la noche, mucho frío y… ¡1500 personas para ver a Braxton… en Buenos Aires!
Con puntualidad no digna de estos lares, exactamente a las 20:30 hs., los músicos ingresan al escenario. Al centro, Holverson y a los costados Bynum y Braxton. El saxofonista se dirige a una computadora donde programa una serie de bases y efectos que, ¿random mediante? irían disparándose a lo largo de todo el concierto. También pone en funcionamiento un paleozoico reloj de arena. Y a tocar.
Y ahora sí que no sé cómo continuar. Porque hacer una descripción cronológica de lo acontecido sería inútil. Las sensaciones, se sabe, son bien personales. A mi lado estaba el periodista Jorge Freytag, quien al finalizar el espectáculo me preguntó: “¿y cómo vas a hacer para reflejar esto en palabras?” No le faltó razón al querido colega.
Porque la verdad es que no sé.
Vayamos tirando algunas cosas sueltas.
Braxton utilizó saxos de distinto tipo y calaña: sopranino, alto, (saxo) contrabajo (¿cuánto pesará?), soprano, clarinete. Bynum no le fue en zaga: trompetas, cornetas, fliscornos y trombones. Holverson fue más humilde: una simple (¿simple?) guitarra eléctrica.
Los tres no se dieron respiro. Hubo pasajes en conjunto, en dúos, solos… por momentos los tres se llamaban a silencio mientras los sonidos emergentes de la computadora les indicaba la ruta a seguir.
El concierto duró una hora exacta (momento en el que la arena del reloj dejó de caer) e interpretaron una sola pieza: 316 A. No se han guardado nada. La interacción es sorprendente. También que tuvieran una partitura de una sola hoja. La respuesta llegaría al final del concierto, ya que se trataba de una partitura gráfica que, desde donde pudimos observar, parecía un mapa vikingo.
Se suceden melodías etéreas, volátiles, espaciales, con momentos de inusual violencia. Bynum con su corneta suena, en un momento, como si estuviera ahogándose en pleno océano pero condenado a tocar hasta el último suspiro. Otro tanto le ocurre a Braxton con el sopranino. Holverson (integrante del Taylor Ho Bynum Sextet, lo que explica muchas cosas pero no sabemos cuáles) maltrata a su instrumento con tanto amor y devoción que da gusto. La Mary (perdón) parece tener incorporados a Derek Bailey, Stew Cutler, Marc Ribot y Fred Frith. Las pantallas, situadas a los costados del escenario, permiten ratificar que sí, que es ella la que toca como cuatro. Y con sentido. Y que sabe ser sutil y llamarse a silencio.
Braxton se enoja, toca de manera rabiosa extrayendo sonidos que van más allá de todo convencionalismo. Pasada la media hora entramos en un pasaje digno de un triste funeral. El saxofonista queda solo y brinda un pasaje de extraordinaria belleza. Bynum se suma con su trompeta asordinada por un parche de batería. Luego recurriría a un sombrero. De pronto me veo forzado a anotar en mis apuntes “be bop a la ”. También anoto que algunos discos y músicos han dejado de tener sentido.
Sigo sin comprender de dónde sale lo que escucho. Estos tres tienen, para mí, gnomos en sus instrumentos que los ayudan. Porque por momentos arrancan carcajadas sonoras, sonidos de animales, sonidos de otros instrumentos…
Es cierto: es muy difícil de expresar lo vivido en palabras.
Los tres han brindado una clase magistral de lo que significa ser artista, pero no como lo describe la RAE. Porque no hay (afortunadamente) una “suma perfección”. Lo que hay es un talento que brota a borbotones sin dejar de lado la emoción y el lirismo.
Anthony Braxton tiene casi 62 años.
Es admirable y conmovedor comprobar su necesidad de seguir dando batalla y su afán de intentar explorar caminos no andados, de molestar, de perturbar, de enriquecer, de embellecer, de buscar, de enseñar, de emocionar, de aprender, de aprehender, de compartir.
Y da gusto verlo, che.
Marcelo Morales
Nota: Las fotos fueron cedidas gentilmente por Horacio Sbaraglia