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Herbie Hancock: River – The Joni Letters

Court and Spark, Edith and the Kingpin, Both Sides Now, River, Sweet Bird, Tea Leaf Prophecy, Solitude, Amelia, Nefertiti, The Jungle Line


Músicos
:
Herbie Hancock: piano
Wayne Shorter: saxos tenor y soprano
Dave Holland: contrabajo
Vinnie Colaiuta: batería
Lionel Loueke: guitarra
Norah Jones, Tina Turner, Corinne Bailey Rae, Joni Mitchell, Luciana Souza, Leonard Cohen: voces

Universal, 2007

Calificación: (Muy) Sinuoso

En junio de 2007 publicamos en este site un review del álbum A Tribute to Joni Mitchell.
En ese momento apuntamos que “Según el sitio http://www.jonimitchell.com/, hay a la fecha 2284 covers de 135 canciones de la canadiense, realizadas por 1792 artistas diferentes”
Ocho meses después, los números se han modificado y no levemente. La cantidad de covers asciende a 2489, las canciones versionadas ahora son 138 y fueron realizadas por 1942 músicos distintos.
Nuevamente impactante, ¿no?
El 25 de septiembre de 2007, Joni Mitchell editó un nuevo álbum titulado Shine.
Y el mismo día, el pianista Herbie Hancock regresó a las bateas con River – The Joni Letters.
La verdad que podría ahorrarles tiempo (y yo utilizar de otra manera el que me ha tocado) diciéndoles que pueden ir a la nota de “A Tribute…” ya que sigo pensando lo mismo acerca de los tributos / homenajes o como se los quiera llamar. Y además en la nota hay una pequeña reseña biográfica de una tal Roberta Joan Anderson, nacida un 7 de noviembre de 1943 en Fort Macleod, Alberta, Canadá.
Que lo escrito hace ocho meses no está tan mal, aunque… ¿soy el indicado para…?
¿Para qué?
Eso.

Paremos un poco. Me estoy hablando en plural, porque tengo varios “yoes” (plural de “yo”, je) y a veces me cuesta ordenarlos en su heterogénea anarquía. Aunque pensándolo bien… ¿no debería haber escrito “homogénea anarquía”?
Como se habrán dado cuenta y sin profundizar en nada en particular, tengo muchas dudas sobre mi(s) comportamiento(s).
¿Cómo no voy a tenerlo con el de los demás?
¿O debería haber puesto “con los de los demás”?
¿Ve?
Empiezo y no puedo parar…

Repasemos la situación: tengo en mis manos un disco de Herbie Hancock en el cual homenajea a Joni Mitchell, que salió “justo” el mismo día que la canadiense regresaba a las bateas después de algunos añitos y de haber jurado que nunca más, que ya fue, que “sefiní”. Como en su momento la Sinead O’Connor, ¿se acuerdan? Recordamos además que la Mitchell fue versionada infinidad de veces, que siguen haciéndolo, que hace unos pocos meses ya había salido otro tributo que nos pareció “sinuoso” y luego me mareé.
¿Habrá sido por la sinuosidad?
¿O la sinusitis?
No hay caso… esas dudas…

La duda es la suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia. También constituye un estado de incertidumbre y un límite a la confianza o la creencia. Y si nos ponemos filosóficos, podemos afirmar que se trata de la suspensión voluntaria y transitoria del juicio para dar espacio y tiempo al espíritu a fin de que coordine todas sus ideas y todos sus conocimientos.
Una tía supo decirme una vez “todo es posible, así que nada descartes”.
Justamente Descartes, en su Discurso del Método, opina que para encontrar la verdad universal (¡!) hay que considerar como falso, en principio, todo aquello en lo que pueda darse la mínima posibilidad de error.
Y esto así, a priori, da como para dudar, ¿no?

Pero no nos desviemos más, ya es hora de hablar del disco que nos ocupa. Que es el de un grande homenajeando a una grande.
Herbert Jeffrey Hancock nació en 1940. Siendo un niño brindó un concierto junto con la Orquesta Sinfónica de Chicago interpretando a Mozart. Pero escuchó a Oscar Peterson y Bill Evans y chau a las pelucas blancas. Luego de tocar con nenes como Donald Byrd, Oliver Nelson y Eric Dolphy, se unió en 1963 al quinteto de un tal Miles Davis que contaba en sus filas, además, con Tony Williams, Ron Carter y Wayne Shorter. Fueron 5 años memorables. A todo esto, Hancock ya había debutado discográficamente como líder el mismo año con Takin’ Off y, paralelamente a su actividad con el morocho más famoso, fue sacando discos inoxidables como Maiden Voyage, Empyrean Isles y Speak Like a Child; también compuso la banda sonora de Blow Up, de Michelangelo Antonioni.
En 1973 fundó The Headhunters, un cuarteto eléctrico de jazz-funk que le reportó numero$o$ dividendo$ a caballo de Chameleon (temazo). Pero también fundó V.S.O.P., una suerte de reunión del MDQ pero con Freddie Hubbard ocupando el lugar de Davis. Conformó tríos y cuartetos, realizó duetos con otros pianistas como Chick Corea y Oscar Peterson y, ya en los 80’s, produjo el álbum debut de un tal Wynton Marsalis, viró nuevamente a los teclados eléctricos con el hitazo Rockit (cuyo video, notable, fuera realizado por los ex 10cc Kevin Godley y Lol Creme).
En los 90’s grabó con un seleccionado de músicos The New Standard (realizando versiones jazzeras de temas pop), conformó un dúo con Wayne Shorter, reunió a los Headhunters, homenajeó a Gershwin y en lo que va del siglo ha estado deambulando en diversos proyectos que, la verdad, mucho no han aportado.

Su indudable talento no oculta su dudoso presente.
Porque hace rato que no pega un pleno.
Pero es Hancock.
Y el homenaje es a la Mitchell.
El comienzo es con Court and Spark. La intro en piano solo nos mete de lleno en sombrío clima que deseamos se prolongue. Dura apenas un minuto; y junto con Dave Holland y Vinnie Colaiuta (en escobillas) aparece la cálida y poco sanguínea voz de Norah Jones. Que aquí suena con su languidez característica pero está bien. El aporte de Wayne Shorter en soprano no parece el más adecuado (una pena, en trío veníamos bastante bien), pero compensa una intervención de Hancock que parece de otros tiempos.
Edith and the Kingpin sorprende pero no muy gratamente. La versión, abolerada, nos hace acordar a Bola de Nieve pero, sucediendo a una guitarra eléctrica con wah wah que nunca entenderemos, aparece… ¡Tina Turner! Que canta este precioso tema como si estuviera conversando con un par de rappers en el Harlem. La guitarrita (al escucharla ustedes también dirán, espero, “guitarrita”) pasa a ser insoportable, como las apariciones espásticas y sin sentido de Shorter que hace un rato largo que busca y no encuentra. Esto, sumado a un final sin final y sin ideas, hace que la versión sea, haciéndole precio, muy, pero muy escasa en interés y contenido.
La versión instrumental de Both Sides Now no está mal. Hasta que aparece la guitarra de Loueke que nada bueno aporta. En realidad… quita. Shorter aporta al crecimiento de la languidez y lo que nos había entusiasmado en el inicio, termina resultando soporífero.
En River, la cantante invitada es la simpática Corinne Bailey Rae. Que canta como si se tratara de una canción ATFM (Apta para Toda FM). La guitarra, acústica en este caso, y el soprano obligan, de tan empalagosos, a empezar mañana mismo una dieta. Ah… otro final sin final.

Sweet Bird, aquí instrumental, apareció originalmente en el álbum de la canadiense The Hissing of Summer Lawns. Lo ofrecido en esta ocasión no está mal, aunque Loueke (más) y Shorter (menos) molesten de lo lindo. Justo es decir que la tarea de Colaiuta y Holland, sin ser descollante ni mucho menos, es hasta aquí sobria y correcta.
Para Tea Leaf Prophecy, del álbum Chalk Mark in a Rainstorm de 1988, la invitada es… Joni Mitchell… y si a esto le agregamos que Larry Klein es, junto con Hancock, arreglador y productor del álbum… como que todo queda en familia, ¿no?
A pesar de cierta afectación en la voz de la homenajeada, la versión está mucho mejor que la original. Que tampoco era gran cosa, convengamos, pero aquí adquiere otro vuelo. A pesar de que Shorter sigue sin acertar en qué momento sí o en qué momento no.

A continuación (y que alguien me lo explique), otro instrumental: Solitude, de De Lange / Ellington / Irving Mills. Por qué es considerada esta pieza una de las “cartas” de la canadiense, habrá que preguntárselo a Hancock, a Larry Klein o a Roberta Joan Anderson. En trío, el pianista suena reposado, Colaiuta cómodo con las escobillas y Holland el eje en el que descansa Solitude. Que no está mal ni mucho menos, pero que poco agregará a la historia de la música en general y del jazz en particular. Y a la de Joni Mitchell… no sé.
La brasileña Luciana Souza fue convocada para Amelia. Y asistió. El comienzo continúa la misma tónica de Solitude y, nuevamente, Luciana Souza parece estar cantando otra cosa. A ver… no es que esté desestructurando nada, sino que parece no “sentir”, no interpretar. Shorter vuelve a aparecer para… ¿para qué? Esta preciosura de balada (qué versión la de la canadiense con Pat Metheny… los dos solitos…) suena chata, descafeinada, insípida. Y sin ánimo de pecar de localistas y dejando de lado las rivalidades sudamericanas… ¡qué lejos, pero qué lejos está de la versión de la argentina Roxana Amed!
Pero muy lejos.

Sigue (uy… que esto me lo explique alguien –parte 2-) Nefertiti, de Shorter. Acá el saxofonista justifica su presencia no solamente por ser el dueño del tema. Hasta se permite, con el pianista, ciertos diálogos que apuntan hacia el mote de “interesantes”. Pero a medida que avanza Nefertiti nos va ganando cierto tedio y entonces nos preguntamos: ¿para qué otra Nefertiti? ¿Con todas las que hay no alcanza? ¿No hubiese sido mejor decir algo “distinto”? ¿Y qué hace aquí? ¿Es ésta otra “carta” oculta de Joni Mitchell?

El cierre es con The Jungle Line, también de The Hissing of Summer Lawns. Buena elección. Y también la de Leonard Cohen, quien narra (no es una manera de decir: narra) de manera estupenda una poesía notable de la canadiense. Hancock, acompañando en soledad, no desentona en absoluto. Para los pacientes, la recompensa llega al final. Porque The Jungle Line es, por lejos, lo mejor de este homenaje que…
No soy muy amigo de los discos tributo.
Porque salvo contadas excepciones, suelen aportar más porotos en el debe que en el haber.
River – The Joni Letters no es la excepción.
Sin tener en cuenta a los músicos, no entendemos la razón de la existencia de este álbum.
Y teniéndolos en cuenta… caramba… ¡qué coincidencia! (Les Luthiers dixit).
Descartes, en su Discurso del Método, duda de los sentidos, del mundo exterior y de sí mismo.
Yo también.
Pero este álbum es flojo, flojísimo.
Y de esto, seguro, no tengo dudas.

Marcelo Morales

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