El Ojo Tuerto

Charles Lloyd Quartet: Cuando Charles… No Comas

Catalina’s Bar and Grill – Hollywood (USA)
Lunes 31 de Marzo de 2008 – 19:30 hs.

Charles LloydEl saxofonista, flautista y compositor Charles Lloyd es una auténtica leyenda viviente del jazz. Con sus 70 años de edad, más de cuarenta de carrera y una discografía que incluye 35 álbumes bajo su autoría y otras tantas colaboraciones en un rango tan amplio que abarca desde Chico Hamilton a The Beach Boys, le han permitido obtener un prestigio indiscutible y, a su vez, convertirse en una de las referencias imprescindibles cuando se habla de jazz moderno.
A temprana edad se constituyó en una de las figuras claves de la escena de jazz de la costa oeste estadounidense.
Lloyd fue el primer músico de jazz en llevar a cabo una gira por la ex Unión Soviética y también el primero de ese género musical en vender más de un millón de copias con el álbum Forest Flower, disco grabado en vivo en 1966 en el Festival de Monterey.
Tras un retiro voluntario en los ochenta, etapa en la que se abocó a la meditación transcendental, Lloyd regresó para iniciar una prolongada sociedad con el sello ECM que llega hasta nuestros días con su último trabajo, el magnífico álbum en vivo Rabo de Nube. Como parte de la gira de presentación de ese disco, llegó al Catalinas Bar and Grill de Hollywood junto a su banda integrada por Jason Moran en piano, Eric Harland en batería y percusión y Reuben Rogers en contrabajo.
Claude Debussy decía que la música son fuerzas dispersas expresadas en un proceso sonoro que incluye el instrumento, el instrumentista, el creador y su obra, un medio propagador y el sistema receptor. Aquí todos esos componentes están presentes pero interactuando con un ámbito, como el propuesto por el afamado Catalinas Bar and Grill, en el que la música se manifiesta mientras el público disfruta de una opípara cena. Este extraño fenómeno que ha proliferado en los últimos tiempos permite, o al menos lo intenta, hacer confluir en un mismo acto el arte musical y el arte culinario.

CatalinasSabido es que hablar con la boca llena es de mala educación y si bien nada se ha dicho sobre comer mientras se escucha y se ve un concierto, eso no nos habilita a hacerlo con un raviol en la boca del tamaño de una medusa gigante.
La música ha sido parte integral en la vida del hombre y tiene un poderoso efecto en nuestras emociones. Nos permite abstraernos, reflexionar y soñar e incentiva la imaginación y la creatividad. En cambio alimentarse responde a otros parámetros, ya que consiste en satisfacer las necesidades del organismo en agua, proteínas, lípidos, glúcidos, vitaminas y óligo-elementos, para asegurar el crecimiento y mantenimiento del cuerpo según la edad, sexo y grado de actividad física o psíquica.
Ambas cosas son importantes pero nada hace suponer que sean compatibles o que deban estar sincronizadas como si se tratara de un ballet acuático.

En La República, Platón recomendaba educar al cuerpo con la gimnasia y al alma con la música. Pitágoras en cambio relacionaba la música con las matemáticas y señalaba que “lo que se aprende por los ojos y lo que se aprende por los oídos constituyen los dos caminos para la curación del alma”.
En la Biblia, desde los mismos inicios de la creación, una de las primeras cosas que Dios le dio al hombre fue el sentir, el conocimiento y el uso de la música.
En las antípodas filosóficas, el ateo Nietzsche le confería a la música un valor metafísico. “Sin la música la vida sería un error”, escribió en Crepúsculo de los ídolos. Una suerte de Gloria in excelcis no dirigido a Dios sino al mundo y la vida, en el que el concepto de la creación sin la existencia de la música se convertiría en un acto fallido.
Pero seamos justos; la verdad es que parece tan difícil llenar el estómago con la Obertura Trágica, Opus 81 de Johannes Brahms o la Opus 13, Patética de Ludwig van Beethoven, como elevar el espíritu comiendo una pizza con anchoas o un choripán… aunque su ingestión también pueda resultar trágica y patética, respectivamente.

Un precursor en la unión de música y comida fue mi padre. Recuerdo que en plena pubertad mientras “alimentaba mi alma” escuchando música a todo volumen, mi progenitor, con la comprensión pedagógica que lo caracteriza, me hizo comer la discografía completa de Emerson, Lake and Palmer. Fue una dura enseñanza.
Ni qué hablar de la digestión, en especial el álbum triple Works
Espero no haberme dispersado con este asunto de la comida; ya que después de todo, el nudo gordiano de este comentario es el show de… de… ¡¡¡uhhh!!!

Lloyd Rogers - HarlandNo me gusta cenar mientras veo un concierto; pero la experiencia me indica que es mucho peor tener que soportar al mozo preguntándonos a intervalos de sesenta segundos “¿qué van a ordenar…?”. Así es que, revisando el menú, opté por unos calamares fritos, un exótico plato denominado Greek Pasta y… ¡Charles Lloyd, me acordé! Quien, dicho sea de paso, llegó al escenario antes que la comida a la mesa.

Un reposado interludio en saxo deriva en el tema de apertura del álbum Rabo de Nube: Prometheus. Lloyd despliega un solo quebradizo y subyugante, extrayendo de su instrumento un sonido vaporoso e impalpable, casi como una brisa de verano. A partir de ese hipnótico embrión estructural y con el agregado del resto de la banda, germina un dibujo armónico signado por un natural crescendo que enfatiza gradualmente la intensidad rítmica. Una vez alcanzada la cima dinámica, surge Moran con un inspirado solo en el que conjuga la exaltación lírica con un demoledor ataque percusivo. Rogers, a diferencia de la versión incluida en Rabo de Nube, reemplaza el uso del arco por un sólido pizzicato y Harland manifiesta desde los parches su habilidad para acentuar con frescura y precisión las cadencias suspensivas. Finalmente, la secuencia orgánica hace una curva que nos lleva de regreso al primer eslabón de la cadena melódica. Aplausos merecidos. Una carta de presentación contundente, atrapante e impecable que bien podríamos describir mediante aquella famosa frase de Hipócrates que decía: “Aquí está su pedido, Señor…”
No… esto no lo dijo Hipócrates sino el mozo. Y la verdad es que tiene razón… Calamares fritos… Greek Pasta… ¡Es lo que ordené! Muy bien, ahora mientras incentivo la imaginación con la comida puedo, simultáneamente, aumentar mis lípidos, proteínas, glúcidos y oligo-elementos con la música. ¿O era al revés?
El mozo, también víctima de la confusión, se me acerca y dice: “Que la comida sea tu alimento y el alimento tu medicina”. Citando, coincidentemente, a Hipócrates.

HarlandUna etérea introducción en piano a cargo de Moran, matizada por Harland mediante el uso de baquetas con punta de felpa, nos depositan en la balada Song of the Inuit del álbum Jumping The Creek de 2005. Un aura de mística intensidad propicia el cómodo deslizamiento de un solo de Lloyd que privilegia las notas justas y la levedad de sutiles trazos melódicos antes que le exuberancia técnica y el fraseo exacerbado.
Una exquisitez. Justamente eso suponía que debía suceder con la comida pero… ¡No!
En un primer momento pensé que a los calamares fritos les faltaba cocción. Sin embargo, tras ajustar mis papilas gustativas, llegué a la conclusión que los calamares no estaban crudos… ¡estaban vivos! En cuanto al otro plato, sólo diré que entendí cabalmente por qué se denominaba Greek Pasta. Greek es griego, así que el inconfundible sabor rancio denunciaba su procedencia: Olimpíadas de Atenas 2004.

RogersA continuación ofrecen una contundente lectura del clásico de Lloyd Sweet Georgia Bright, tema en origen incluido en el álbum Charles Lloyd in the Soviet Union de 1967 y con reciente versión en Rabo de Nube. El eje creativo de esta composición anida en el tema de Maceo Pinkard y Kenneth Casey Sweet Georgia Brown de 1925, popularizado años más tarde al ser adoptado por los Harlem Globbetrotters como cortina musical para sus presentaciones. Luego Thelonious Monk reformuló la esencia armónica y melódica de esa canción en Bright Mississippi y, sobre esos cambios, trabajó Lloyd para propiciar una mutación compositiva basada en una aceleración en la frecuencia rítmica y en un reacomodamiento de la concordancia sonora que aunó ambas piezas hasta derivar en Sweet Georgia Bright. La versión ofrecida en el Catalinas fue demoledora. Un ensamble telepático con estrictos bloques armónicos de los que emergen por turnos las secciones adjudicadas a los solos. Los pasajes más sobresalientes de esos segmentos le corresponderían a Moran y a Harland. El primero con una exposición brillante en la que confluyen la tradición y la modernidad. Mientras su mano izquierda marca los tiempos en el estilo stride, la derecha ofrece un racimo de notas disonantes y rupturas asociadas a la vanguardia pianística. Y el segundo con un solo de batería ejemplar, enérgico, preciso, variado y convincente.
En la intro de Migration of Spirits el saxo juega distendidamente con el contrabajo. Luego se incorporan Harland en escobillas y Moran recurriendo al esquema de armonía funcional diatónica como en el ragtime, para rematar con un notable solo de Lloyd.

LloydEl final está reservado a la composición de Silvio Rodríguez, Rabo de Nube, tema que Lloyd versionara en Lift Every Voice de 2002 y también en su último disco otorgándole un matiz de nostálgico romanticismo y contenida energía. “Rabo de nube” es el término que usan los campesinos cubanos para denominar a los tornados. Su compositor utilizó el término como licencia poética para señalar: “Si me dijeran pide un deseo, preferiría un rabo de nube, que se llevara lo feo… Un aguacero en venganza, que cuando escampe parezca nuestra esperanza”. Consecuentemente, el mozo acaba de llevarse los platos, es decir lo feo, pero en lugar de esperanza me trajo la cuenta.
Nos vamos con el estómago lleno de música y tratando de digerir lo visto y escuchado.
Un muy buen concierto que en otro contexto pudo haber sido mucho mejor.
Moraleja: Cuando Charles…no comas.

Sergio Piccirilli

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