Ben Goldberg

De acuerdo a teorías enraizadas en la tradición, el arte se concibe como un fenómeno cultural consolidado con capacidad para persistir en el tiempo. No obstante, a nuestro modesto entender, puede resultar erróneo utilizar el lenguaje de las instituciones formales para describir una institución informal como es el mundo del arte. Si bien existen supuestas autoridades que se erigen per se como adjudicadoras de status artístico, el ejercicio del arte como tal no parece requerir de una fuente que imparta autoridad o, en todo caso, la única fuente con suficiente autoridad está implícita en la intencionalidad manifestada por el artista y en la recepción que puedan hacer de ella los destinatarios de su arte. De la misma manera, la tradición le adjudica al artista el rol de producir representaciones simbólicas que se ajustan a determinados parámetros expresivos. La estrechez de esa concepción nos lleva a pensar que debe haber algo más en el rol del artista que lo que esas teorías visualizan ya que, a su manera, el artista pretende describir su mundo para que podamos reflejarnos en él, sentirnos identificados, comprenderlo mejor o, simplemente, para que su contemplación nos ayude a reflexionar.

Desde esa perspectiva conceptual, no basta con que el artista tenga talento, capacidad para acumular conocimientos y dominio sobre técnicas inherentes a la práctica artística, sino que también se requerirán cualidades de valor universal como la humildad, el coraje, la integridad y, sobre todo, un compromiso inalterable para unificar estos principios de la conducta humana con los emanados del dominio de una disciplina artística.
Por suerte, en la actualidad del mundo del arte musical abundan los ejemplos de artistas que han logrado reunir, en sí mismos, talento y humildad, facultades cognitivas e integridad, dominio de la técnica y coraje. Uno de esos elegidos es el clarinetista y compositor Ben Goldberg y eso no se limita a una temeraria opinión de quien firma esta nota sino que también es lo que opinan con unanimidad sus más allegados colaboradores y colegas.

Ben Goldberg ha sabido aprovechar al máximo la versatilidad, la riqueza de matices y las posibilidades expresivas del clarinete. Esas cualidades no sólo le permitieron destacarse entre sus pares, sino que contribuyeron a cierto renacimiento del clarinete experimentado en los últimos años y ayudaron a redefinir su papel en el contexto del jazz y la música creativa.
Sin embargo, las infrecuentes aptitudes de Goldberg no se circunscriben al dominio en la ejecución de su instrumento. Aun cuando esas condiciones lo han convertido en uno de los sesionistas más requeridos de la actualidad, también ha sabido sobresalir a lo largo de su extensa trayectoria en los roles de compositor, líder de banda y miembro (circunstancial o estable) de varias de las propuestas colectivas más destacadas de las últimas décadas. Sólo basta con mencionar que en la actualidad integra, simultáneamente, algunos de los proyectos grupales que resultan esenciales para la comprensión de lo que está sucediendo en la avanzada de la música contemporánea.

Ben Goldberg comparte créditos con el baterista Scott Amendola y el bajista Devin Hoff en Plays Monk, trío cuya propuesta ofrece una refrescante relectura de la obra de Thelonious Monk. También integra, junto a Carla Kihlstedt, Mark Orton, Zeena Parkins y Ara Anderson, el bellísimo y atemporal imaginario camarístico del delicioso Tin Hat. Sin dejar de mencionar que ha sido uno de los vértices instrumentales en el proyecto sobre música de Andrew Hill denominado Nels Cline’s New Monastery y que ha pasado a formar parte de la nueva integración del exquisito Myra Melford’s Be Bread. Pero además Goldberg, en la actualidad, lidera tres bandas que ratifican el amplio rango de sus intereses musicales: en Go Home, en compañía de Charlie Hunter, Scott Amendola y Ron Miles, hurga en el groove y en las raíces de la música estadounidense; con el Ben Goldberg Trio, que completan Greg Cohen y Kenny Wollesen, abreva en las fuentes de la música Klezmer; y en el Ben Goldberg Quintet (con Carla Kihlstedt, Rob Sudduth, Devin Hoff y Ches Smith) ofrece un sólido alegato asociado al jazz de vanguardia.

Ben Goldberg creció en Denver, Colorado y en la actualidad reside en Berkeley, California. Es egresado en música de la Universidad de California Santa Cruz y obtuvo un Master de Artes en Composición en el Mills College. Fue alumno del sobresaliente clarinetista Rosario Mazzeo y estudió con figuras de la talla de Joe Lovano y Steve Lacy.
Además de todo lo ya mencionado cabe consignar que Goldberg, en su dilatada trayectoria, ha colaborado con músicos notables tales como Vijay Iyer, Nels Cline, Roswell Rudd y Steve Bernstein, participó en los ensambles Junk Genius, Grahan Connah Group y la John Schott’s Typical Orchestra, llevó a cabo proyectos en dueto con Kenny Wollesen en The Relative Value of Things y con Marty Ehrlich en Light at the Crossroad y construyó una sólida producción discográfica como solista que incluye los álbumes Masks and Faces, Short for Something, What Comes Before y The Door, the Hat, the Chair, the Fact, entre otros.
Le podemos asegurar que hay mucho más para contar sobre Ben Goldberg, pero por el momento nos limitaremos a invitarlo a que lo descubra a través de la charla que tuvimos el privilegio de mantener con él.

En la actualidad tenés en curso diferentes bandas y proyectos coexistiendo en tu carrera. ¿Qué te insta a expresarte simultáneamente en diferentes contextos musicales?

Tener diferentes grupos o proyectos obedece mayormente a una cuestión de con quiénes quiero tocar. Cuando me encuentro con un músico que me gusta realmente, mi primer sentimiento es “armemos un grupo”. Luego es cuestión de decidir a quiénes invitar, repertorio, etc.

Hablemos de algunos de esos proyectos. Un buen punto de partida es comenzar con Tin Hat

¡En realidad toqué en el primer concierto de Tin Hat Trio! (El ingreso de Goldberg como miembro estable de la banda se produjo varios años después). Rob (Burger), Mark (Orton) y Carla (Kihlstedt) me tuvieron como invitado durante una actuación en el Hotel Utah en San Francisco y… vaya a saber en qué año fue eso. Son músicos increíbles. Desde la primera vez pude escuchar en ellos una hermosa amplitud de enfoque que proveyó algo que estábamos necesitando en ese campo. En aquel tiempo un montón de músicos estaban disfrutando al tocar con gente de otros mundos musicales, libre improvisadores con músicos de jazz, etc. Cuando llegó el Tin Hat Trio tenían todo en su bolsa: grooves, hermosas melodías, toda clase de movimientos armónicos, tocaban free, etc. Y vos podías darte cuenta al escucharlos que, para ellos, todo eso era sólo música. No sintieron la necesidad de identificarse con un campo, así que fue muy refrescante. Cuando Rob (Burger) dejó el grupo me sentí muy feliz al ser invitado por Carla (Kihlstedt) y Mark (Orton) para que me uniera a ellos. Eso ocurrió exactamente en el momento adecuado para mí y la hemos pasado muy bien desde aquel entonces. Aprendí muchísimo sobre música tocando con estos tipos, esa experiencia ha cambiado completamente mi perspectiva.

Podrías contarme algo acerca de tu trabajo en Plays Monk… Ustedes crearon una nueva adaptación de canciones que ya eran grandes a su manera. ¿Sentiste la presión de tener que hacer un cover en una nueva dirección o que la gente esperara que lo hicieran de una determinada manera?

Todo lo que hacemos en Plays Monk proviene del escenario. Creo que ensayamos una vez, sólo para repasar un par de cosas; pero aparte de ese aspecto fuimos afortunados al tener la posibilidad de trabajar un montón durante el primer año que estuvimos juntos. Por ende, noche tras noche sucedían cosas diferentes. Algunas de ellas, pasado un tiempo, se convertían por sí mismas en arreglos; pero cada vez que la banda toca, honestamente, no sabemos qué canción saldrá. Pronto nos dimos cuenta que el material, es decir los temas de Thelonious Monk, es increíblemente fuerte y eso te irá diciendo lo que debés hacer. El material es del “cuarto’ miembro del grupo y, además, es un maestro experto… ¡y muy severo! (exclama). Por lo que no es tanto una cuestión de interpretación como de escuchar los requerimientos que emanan de las canciones en sí.

Siento curiosidad por saber cómo te involucraste con Nels Cline’s New Monastery y Myra Melford Be Bread…

Solía escuchar a Nels (Cline) en Los Angeles cuando íbamos allí en la década de 1980. Siempre que lo escuché, algo pasaba. Desde un principio supe que quería hacer música con él. La primera vez que tocamos juntos fue hace cinco años cuando Nels Cline Singers, o sea Nels (Cline), Scott (Amendola) y Devin (Hoff)… (hace una pausa) ¡Ey… son dos tercios de Plays Monk! (sonríe). Me invitaron a tocar un set en solitario como apertura de uno de sus conciertos y también a participar con ellos en algunas de sus canciones. Fue un honor. Estaba nervioso acerca del set solo pero salió bien. Toqué algo de mis propios temas y una bella canción de Steve Lacy llamada Hallmark del álbum Hocus Pocus. Tuvimos un buen momento tocando juntos y más tarde, cuando Nels (Cline) se abocó al proyecto sobre música de Andrew Hill, me pidió que fuera parte de él. La música de Andrew (Hill) ha sido extremadamente importante para muchos de nosotros. Graham Connah y yo estudiamos y tocamos algo de eso cuando éramos jóvenes. Creo que a esas alturas conocíamos todas las canciones de Black Fire y la mayoría de Point of Departure, tanto como el material proveniente del álbum con John Gilmore (se refiere a Compulsion de 1965).

En 1992 obtuve una beca para dar algunos conciertos sobre música de diferentes compositores y, cuando le pedí a Graham (Connah) que tocara conmigo en un concierto sobre música de Andrew Hill, él dijo “¿por qué no invitamos a Andrew de una vez?”, entonces lo hice. Andrew (Hill) vino desde Portland, ensayamos durante unos pocos días y tocamos dos conciertos con Donald Bailey y John Wiitala. Creo que Andrew se alegró de que alguien quisiera tocar su viejo repertorio. Él nos dijo que todas las partituras se habían perdido en un incendio ocurrido hacía bastante tiempo atrás, así que tuvimos que recrear el material lo mejor que pudimos. Lo gracioso es que en aquella serie de conciertos, otro caballero al que acompañé en un concierto sobre composiciones propias fue Bobby Bradford, por quien había estado absolutamente loco desde hacía tanto como yo puedo recordar; y él también terminaría participando en New Monastery, así que eso cerró el círculo. Nels (Cline) ama demasiado la música de Andrew y tomó el enfoque apropiado, haciendo algo nuevo con referencia al material. Cuando hicimos la grabación hubo mucho amor en ella, teníamos escuchada la música de Andrew pero no tan bien como lo hicimos en aquella ocasión. Tuvimos la oportunidad de tocar en el SF Jazz Festival con el grupo de Andrew (Hill) y él fue tan cálido y amable como siempre, aunque ya estaba muy enfermo. La música que tocó aquella noche fue la cosa más hermosa que yo haya escuchado jamás. Después, en abril de 2007, el grupo de Nels (Cline) tuvo una fecha en el Jazz Standard de New York y Andrew Hill tocó esa tarde el que sería su último concierto. Una pérdida tremenda y, a la vez, un tremendo regalo el que nos dio aquel día.

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