El Ojo Tuerto

Peter Gabriel & The New Blood Orchestra: Los Otros

Hollywood Bowl – Los Angeles, California (USA)
Viernes 7 de Mayo de 2010 – 19:30 hs.

Peter Gabriel & The New Blood Orchestra llegaron al prestigioso Hollywood Bowl como parte de la gira de presentación de Scratch my Back, álbum en el cual el legendario cantautor británico adoptó la (¿polémica?) decisión de recurrir a una alineación orquestal en detrimento del habitual formato de banda de rock y en donde relegó sus propias composiciones ofreciendo en reemplazo versiones de canciones populares pertenecientes a otros autores. Los resultados de este proyecto han generado, como era de esperar, todo tipo de reacciones: Desde la veneración extrema a la indiferencia total pasando por la más flagrante de las desilusiones y el aplauso desmesurado. La sorpresa y el desconcierto han sido tales que esas reacciones divergentes no sólo provienen de distintas personas, ámbitos o medios especializados sino que también pueden presentarse (y me consta) en un mismo individuo según el humor o estado de ánimo que tenga al momento de referirse a este álbum.
No es objeto del presente comentario valorizar el contenido y los alcances estéticos de Scratch my Back pero, en consideración a los gratos momentos que hemos pasado con Peter Gabriel, no esquivaremos el bulto… sonó raro, ¿no? Está claro que cuando decimos “gratos momentos con Peter Gabriel nos referimos a su música y que cuando describimos “el bulto”… bueno… el comentario del disco se lo debo.
En su lugar puede resultar de gran utilidad hacer una breve reseña histórica que nos permita ubicar la nueva producción discográfica de Gabriel en un contexto adecuado. En la Era Glacial (no tema, mi análisis abarcará apenas los últimos 230.000 años) pasaban muchas cosas, pero había un tema que era excluyente en toda conversación y reunión familiar: el frío. Es difícil describir en términos conocidos cuánto frío hacía en la Era Glacial, pero si usted estuvo alguna vez en el mes de mayo en Miramar tendrá una idea bastante aproximada de las temperaturas reinantes por aquellos tiempos.

Al noroeste de lo que hoy es Europa había entonces un grupo de islas (la actual Gran Bretaña) que durante la glaciación quedaron unidas al continente. Eso permitió que llegaran hasta ellas sus primeros habitantes, tal vez impulsados por explorar nuevas tierras y seguramente atraídos por las canciones de The Beatles que no paraban de sonar en las principales radios de la época (Glacial). Resumiendo un poco digamos que algunos días después (para ser más exactos 73 millones de días más tarde) aparecería en pleno centro de Londres el homo sapiens, que era un ser arrogante, de bebida fácil y fanático del Chelsea. Sin entrar en demasiados detalles corresponde decir que enseguida vino la Edad de Bronce. Fueron tiempos difíciles… nunca una edad de oro o, al menos, una de plata. Para no perder la ilación histórica y el rigor científico le cuento que ni Genesis ni Peter Gabriel eran demasiado conocidos por aquel entonces, aunque algunos estudiosos afirman que la isla en cuestión fue habitada durante un breve período por una tribu bárbara llamada los phillcollins que solían intimidar a sus enemigos cantando a viva voz I Can’t Dance. No sabemos si esto tuvo algo que ver con lo que sucedería después o no, pero lo cierto es que se puso de moda invadir esas islas. Primero fueron los romanos, luego los pueblos celtas y finalmente las tribus germánicas como los anglos, los sajones y los jutos.

Lo concreto es que estas tribus terminaron fusionándose entre sí (como el jazz y el rock en los setenta) fundando una serie de reinos en el sureste de Britania a la que los francos le dieron en un principio el nombre latino de Anglae Terra (tierra de los anglos); aunque posteriormente los propios ingleses, con esa manía que tienen de hablar en inglés todo el tiempo, tradujeron el nombre como England. Ciertos historiadores afirman que el curso de los acontecimientos se habría modificado drásticamente si la isla hubiese sido dominada sólo por la tribu de los Jutos. De haber ocurrido así, por ejemplo, la discografía de Genesis hoy incluiría un álbum llamado Vendiendo Jutolandia por una libra obligando a los integrantes de la banda a verse en figurillas para modificar las letras de algunos temas. Convengamos que no es lo mismo encontrar algo que rime con la palabra England que hacerlo (al menos decentemente) con la terminación Juto. Luego los hechos se agolparon sucesivamente uno tras otro; en el año 927 el reino de Inglaterra surgió como estado unificado, en 1927 adoptaron el nombre de Reino Unido y en 1950 nació allí Peter Gabriel. En definitiva, todos estos antecedentes hicieron que la edición de Scratch my Back en 2010 fuese un hecho poco menos que inevitable.

Al margen de los tecnicismos y la variedad de herramientas que utilice para validar la autenticidad de los sucesos relatados, está claro que todo proceso de unidad política, cultural y geográfica se nutre de la reciprocidad entre las personas que forman parte de él. Ese continuo intercambio de favores, característico a cualquier tipo de relación social, podría definirse con la locución en latín quid pro quo; sentencia que encuentra en “algo por algo”  o “toma y daca” sus equivalentes en castellano y que suele corresponder en el inglés coloquial a las frases “give and take” (dar y recibir) o “You scrath my back and I’ll scratch yours” (rasca mi espalda y rascaré la tuya). Esta relación conceptual se extiende (¡oh, coincidencia!) al título adoptado por Gabriel para su nuevo disco, ya que Scratch my Back es el inicio de un ambicioso proyecto que implica una serie de intercambios de canciones en las que sus autores reinterpretan las composiciones de otros y viceversa, o sea una especie de quid pro quo musical.

Para la representación escénica del álbum, Gabriel contó con los cincuenta y cuatro miembros de la New Blood Orchestra conducida por la experta batuta del director británico Ben Foster, los arreglos orquestales del afamado John Metcalfe y la apoyatura coral de su hija Melanie Gabriel y de la exquisita cantante noruega Ana Brun. Todo esto nos permitió arribar a la conclusión de que el show en el Hollywood Bowl (saliera mal, bien o más o menos) iba a ser a lo grande. Lo fue.

Una breve versión instrumental de Sledgehammer del álbum So de 1986 a modo de obertura acompaña el ingreso a escena de Peter Gabriel, quien sin demasiados preámbulos ataca con una expresiva versión del clásico de David Bowie de 1977, Heroes. El melancólico enfoque inicial se va evaporando a medida que progresa la canción hasta alcanzar un dramático crescendo orquestal sobre el que Gabriel empieza a confirmar el superlativo nivel vocal que exhibirá durante toda la noche.
A la contemplativa relectura de The Boy in the Bubble, tema de Paul Simon del álbum Graceland; le sobreviene el mágico empaque orquestal otorgado a la pieza que el grupo de indie-rock Elbow incluyera en su álbum The Seldon Seen Kid de 2008: Mirrorball. La estremecedora intensidad con la que Gabriel canta aquí le otorga a frases como “nos besamos como si lo hubiéramos inventado nosotros” una dimensión cuasi hipnótica. En tanto que el tratamiento sinfónico conferido a Flume de Bon Iver (del álbum de 2007 For Emma, Forever Ago) parece recuperar, en la devastadora performance del cantante, la desolación que impregna a la versión original.

Tras revivir la olvidada Listening Wind del álbum Remain in Light de Talking Heads abordan la conmovedora sencillez melódica del tema de Lou Reed The Power of Love. Con la expandida reinterpretación de My body is a Cage del grupo canadiense Arcade Fire (en origen incluida en su álbum de 2007 Neon Bible) llega uno de los momentos culminantes del primer fragmento del show. Mientras la orquesta utiliza timbres y texturas para acumular sonido en dirección vertical a la manera de algunas obras de Steve Reich, la fortaleza expresiva de Gabriel incrementa la sensación claustrofóbica aludida en el titulo de la pieza. Merecidísima ovación.
La romántica The Book of Love del álbum de Magnetic Fields 69 Love Songs ya había sido grabada por Gabriel para la banda de sonido del film Shall We Dance pero en esta ocasión da lugar a un correcto dueto vocal con Melanie Gabriel. Luego la orquesta se ausenta para permitir que Gabriel, en compañía del piano, ofrezca una breve pero sentida versión del clásico de Randy Newman de 1968 I Think it’s Going to Rain Today.
La orquesta regresa a pleno para encarar el tramo final del primer segmento que incluye una dramática visión del tema de Regina Spektor Apres Moi (de Begin to Hope de 2006), una cuasi barroca recreación de Philadelphia (pieza que Neil Young aportara a la banda sonora de la película del mismo nombre) y una lábil e irreconocible versión del tema de Radiohead Street Spirit (Fade Out) del álbum The Bends de 1995.

La segunda parte del concierto (luego nos confirmarían que fue grabada para su próxima edición) estuvo integrada excluyentemente por composiciones de Gabriel. El primer mazazo llega de la mano del imbatible hechizo que siempre genera el tema San Jacinto. A continuación ofrecen una interesante transformación de Digging in the Dirt del álbum Us de 1992 con sutiles aportes vocales de Melanie Gabriel y Ana Brun. La versión de Downside-Up se ajusta a los parámetros del original incluido en el álbum Ovo-The Millenium Show de 2000, en tanto que el aporte orquestal incorporado a Signal to Noise de Up de 2002 le otorga un carácter épico. A la siniestra melancolía de Mercy Street  le suceden una contundente y memorable interpretación de The Rhythm of the Heat, la cálida exposición de Washing of the Water, una impactante versión orquestal de Red Rain y el imaginario post-freudiano incluido en la letra de Darkness. El cierre será con la imperecedera Solsbury Hill de su álbum debut.
Regreso para los bises: primero In your Eyes, con la inesperada participación de Shankar en violín y voz, luego Don’t Give Up con el festejado aporte vocal de Ana Brun y despedida con el instrumental The Nest that Sailed the Sky del álbum Ovo.
Peter Gabriel y Los Otros… Otro álbum, otro concierto, otro cuento con final feliz.

Sergio Piccirilli

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