El Ojo Tuerto

Vijay Iyer Trio: Los conciertos pasan, quedan los artistas

The Levitt Pavillion for the Performing Arts – Pasadena, California (USA)
Domingo 15 de Agosto de 2010 – 19:00 hs.

Vijay Iyer pertenece a la privilegiada casta de artistas cuya irrupción en el firmamento del arte musical conlleva la capacidad, reservada a unos pocos elegidos, de dejar una impronta imborrable tanto para sus coetáneos como para las generaciones venideras. Al margen de las subjetivas valoraciones estéticas que podamos hacer de su obra, resulta ineludible resaltar que se trata de uno de los pianistas más brillantes que han surgido en las últimas décadas y que el ideario compositivo que lo distingue se erige como uno de los más personales, comprometidos y sólidamente argumentados de nuestro tiempo. Los múltiples factores que coadyuvan en la articulación de esas cualidades distintivas que ostenta la música de Vijay Iyer, encuentran un común denominador en su inalterable vocación por construir desde la perspectiva del arte una profunda reflexión sobre la actualidad social.
Al observar en retrospectiva su producción artística surgen rastros inequívocos de ese compromiso ya que, sin importar que se trate de su trío o su cuarteto, de un álbum del dúo Raw Materials que integra con Rudresh Mahanthappa, de un trabajo de Fieldwork junto a Steve Lehman y Tyshawn Sorey o de las obras interdisciplinarias que realizó en sociedad con el hip hop MC Mike Ladd, siempre en la célula madre de cada uno de esos proyectos existirá un comentario o un mensaje más o menos subliminal sobre la realidad y un intento por responder a la dinámica sociocultural en vigencia.
Esa descripción contextual implícita en su obra nos permite encontrar una crítica a la discriminación en la sociedad globalizada post-atentado a las Torres Gemelas en In what Language?, una descarnada descripción de las atrocidades de la guerra y su relación con los medios masivos de comunicación en Still Life with Commentator o la búsqueda de una identidad cultural desde la óptica de un estadounidense hijo de inmigrantes en Raw Materials. Al igual que Reimagining reflejaba el impacto causado en el inconsciente colectivo estadounidense tras la reelección en 2004 del presidente Bush o cómo Tragicomic ofició a la manera de un ácido comentario sobre los tramos finales de esa administración; en tanto que Historicity describió el punto de convergencia entre la globalización y lo multicultural subyacente en el acto eleccionario que terminó ubicando al primer presidente de origen afroamericano en la Casa Blanca.

El arte es siempre la llave que abre una puerta hacia lo desconocido, lo oculto o hacia aquello que permanece invisible a los ojos; y el artista es el que hace que la llave abra esa puerta. La acción de atravesar ese umbral no debe ser interpretada, al menos en el caso de Vijay Iyer, como un escape o una huida de la estética sino como un intento por mantener la vinculación social del arte, defender la propia autonomía preservando el desarrollo del pensamiento crítico y dar una visión diferente a la que ofrecen los estándares establecidos por los medios de control social.

Un artista comprometido con su tiempo no implica que deba acudir a rimbombantes declamaciones vacías de contenido o que esté obligado a componer una pieza que nos dé la hora o nos indique el estado del tiempo, la temperatura o la humedad ambiente.
Un artista identificado con su tiempo es aquél que asume riesgos y compromisos y eso no hace, al menos por sí solo, que su obra sea banal o que su arte adquiera un valor efímero. De hecho, si nos paramos ante el Guernica de Pablo Picasso podremos intuir puntualmente las consecuencias del bombardeo a esa ciudad ocurrido durante la guerra civil española… o si observamos El Grito de Edvard Munch penetraremos en la atormentada vida de un artista que vio morir a sus padres de tuberculosis; pero en ambos casos también estaremos hallando un aspecto diacrónico y trascendente que se erige como representación del ser universal en su desesperación y en su dolor.
La experiencia del arte es siempre un acontecimiento espiritual, una percepción histórica, una representación de la propia sensibilidad y una interpretación del ánimo colectivo pero también es una tentativa de subversión, ya que en cada uno de los actos del artista yace la búsqueda por generar un cambio en la sociedad. Quizás esto último explique las causas por las cuales los artistas, a lo largo de la historia, han sido perseguidos, censurados, maltratados y hostigados por el autoritarismo de turno. No hace falta ser demasiado astuto para darse cuenta que la inquisición le temía a los artistas, los burócratas marxistas le temían a los artistas, el nazismo le temía a los artistas, el neoliberalismo le teme a los artistas; pero si hurgamos un poco más allá de lo obvio, nos daremos cuenta que hasta algunos grandes del pensamiento universal llegaron a temerles. Por ejemplo Platón, conocedor de las enormes potencialidades que tiene el arte sobre el ser humano, pidió que el Estado controlara a los creadores para impedir que atentaran contra la “felicidad pública”.

 

¡Mire usted! Tan buenito que parecía Platón. Después uno se llena la boca hablando de él… Incluso no faltará el padre que se sienta orgulloso si un día viene su hija y le dice: “Papá, te presento a mi novio Platón”. Bueno, tampoco me llamaría la atención que Platón quiera ser el novio de su hijo. Porque digámoslo con todas las letras… No conozco los gustos de su hijo pero muchos comentan que a Platón lo atraía mucho más Hércules que Afrodita. Dicen, yo no… A mí no me molesta Hércules, ¿eh? Y si a usted le gusta, tampoco me molesta… Pero la verdad es que los hombres con pechos más grandes que los de una mujer no son lo mío. Es cuestión de gustos, ¿vio? Esteee…
De regreso a Vijay Iyer corresponde decir que uno de los proyectos que mejor expresa sus actuales intereses musicales es el trío que integra junto al contrabajista Stephan Crump y el baterista Marcus Gilmore; músicos con quienes ha venido trabajando desde las épocas del cuarteto que, por aquel entonces, también integrara al saxofonista Rudresh Mahanthappa. Lo cierto es que el Vijay Iyer Trio, como parte de la extenuante gira de presentación del álbum Historicity que iniciara a fines del año pasado, llegó a la coqueta ciudad californiana de Pasadena para ofrecer un concierto con entrada libre y gratuita en el renombrado Levitt Pavillion for the Performing Arts.

Desde el inicio, con el inédito Lude, el trío demuestra que aun recurriendo a una alineación tímbrica que en el campo del jazz ha sido transitada hasta el hastío, puede construirse un alegato estético innovador, poderoso y ajeno a los clichés del género sin por ello pretender elevarse a la categoría de vanguardismo incomprensible. Un equilibrado balance entre el jazz moderno, los modos ancestrales de la música de la India, la fresca intensidad del groove y el contagioso espíritu callejero del hip hop. Todo eso al conjuro de la diabólica precisión y fortaleza que propulsa la sección rítmica que integran el contrabajo de Stephan Crump y la batería de Marcus Gilmore y la inaudita variedad de recursos expresivos que emergen del piano de Vijay Iyer.

Luego brindan una exquisita relectura del clásico de Bud Powell Comin’ Up pero en una versión muy diferente a la ofrecida por el trío en el álbum Historicity. En esta ocasión incorporando una intro plagada de contratiempos y fracturas, un embriagante interludio en ritmo de reggae y un voluminoso ascenso dinámico que, tras la sanguínea intervención solista del contrabajo de Stephan Crump, alcanza su pico dramático en los robustos acordes e impiadosas frases que imparte el piano de Vijay Iyer.
También proveniente de Historicity nos llega una notable recreación del tema de Julius Hemphill Dogon A.D., que conjuga el encadenamiento entre el jazz y ritmos tradicionales de Malí del original con la logística exploratoria que caracteriza al trío.
El necesario respiro auditivo sobreviene con la contemplativa Menhdi del álbum Tragicomic de 2008, aquí acentuado por el voluminoso lirismo del piano de Vijay Iyer y los incorpóreos acentos percusivos que dibuja la batería de Marcus Gilmore.
A este pasaje reposado y reflexivo le sucede el voluptuoso frenesí armónico de Cardio, tema extractado del álbum Reimagining de 2005. Un emocionante carrusel de veloces escalas, cruces a contratiempos, cortes espasmódicos y sorpresivas resoluciones cromáticas; interceptadas estratégicamente por las demoledoras intervenciones solistas de Stephan Crump y Marcus Gilmore y por una inesperada fuga que nos lleva de viaje a las hipnóticas cadencias de la música jamaiquina. Merecida ovación.

A continuación Vijay Iyer toma el micrófono y anuncia, sin poses ni eufemismos, un segmento dedicado a dos de los héroes de su infancia: Stevie Wonder y Michael Jackson. Del primero de los mencionados ofrenda la versión incluida en Historicity de Big Brother, tema (en origen incluido en el álbum Talking Book de 1972) que alude a la falta de interés por parte de la clase política estadounidense en el electorado de menores recursos. En el segundo de los casos, despliegan una inspirada y sutil relectura de la canción de Steve Porcaro y John Bettis Human Nature que luego, en la voz de Michael Jackson, terminaría por convertirse en uno de los grandes éxitos de la música pop de todos los tiempos. Aquí con Vijay Iyer adaptando al formato de trío los arreglos de su versión en solo piano expuesta en el recientemente editado Solo.
El cierre enlazará una feroz reinterpretación del laberíntico Smoke Stack de Andrew Hill con una deconstrucción, visto desde la futurista perspectiva del hip hop, del tema de Ronnie Foster Mystic Brew. Final a tambor batiente. Todos de pie, felices y contentos.

Así paso uno de esos conciertos que hubiésemos deseado que no concluyera jamás.
Claro que, como dijo Enrique Pinti: “Pasan los mecenas, pasan los censores, pasan los hipócritas y moralistas; tiempos mejores y peores… quedan los artistas”.
Es cierto, nadie puede evitarlo… Los conciertos pasan, quedan los artistas.

Sergio Piccirilli

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