El Ojo Tuerto

Wayne Horvitz Gravitas Quartet: En el exceso de Virtud está el Pecado

Red Cat – Los Angeles, California (USA)
Martes 2 de Noviembre de 2010 – 20:30 hs.

La virtud es una acción o cualidad positiva que le otorga al ser humano el poder y la potestad de obrar con rectitud. Las virtudes se relacionan con la integridad de ánimo, la probidad en el proceder y el valor para mantener una disposición constante del alma que permita desarrollar una práctica de vida conforme a la ética y la moral. La palabra virtud, cuya raíz etimológica proviene del latín virtus que significa “cualidad excelente”, fue utilizada en origen para describir la “disposición habitual a obrar bien en sentido moral”. Esa ligazón con lo moral no sólo le otorga un valor subjetivo a dicho concepto sino que además nos lleva a pensar que la virtud, como tal, puede ser una capacidad adquirida mediante el ejercicio y el aprendizaje de hacer lo que es moralmente bueno. Sin relativizar las virtudes de las virtudes (valga la redundancia) puede resultar improductivo y temerario delimitar las fronteras que separan lo moral de lo inmoral.
Al menos yo no lo tengo muy claro y, por lo que veo, usted tampoco…Y no me refiero a usted, inmaculada señorita, sino al sujeto que tiene detrás en actitud sospechosa.
Es dable suponer que, en función a esos parámetros morales, al otro extremo de cada virtud se encuentre un vicio. Por lo tanto podemos colegir que, así como a la humildad se le opone la soberbia y la caridad se confronta con la envidia, la templanza se enfrenta a la gula, la paciencia con la ira o la diligencia esta en oposición a la pereza al igual que la castidad a la lujuria… Bueno, en este último caso no puedo precisar cuál de esas dos cualidades corresponde a una virtud.

Platón, en su afán por establecer una fuente doctrinaria sobre la virtud, concluyó en La Republica que “la virtud era el dominio de la parte racional del alma sobre la parte apetitiva y la parte irascible”. La verdad es que no sé qué quiso decir; pero por cosas como ésas Platón llegó a ser considerado uno de los grandes del pensamiento universal. De hecho, si no hubiese sido tan grande hoy lo llamaríamos… Plato.
Lo cierto es que, a través de la historia, la virtud ha sido descripta de diversas maneras. Aristóteles, en su Ética a Nicomaco, señaló que “la vida es moralmente virtuosa si se tiene el hábito de la virtud”; los estoicos, en cambio, sostenían que la virtud consistía en actuar siempre de acuerdo a la naturaleza sin dejarse llevar por afectos o pasiones; mientras que Sócrates afirmó que la virtud permite tomar las mejores decisiones y distinguir entre el vicio, el mal y el bien. En tanto que en la Antigua Roma se consideraba que el hombre debía responder a cuatro virtudes esenciales, a saber: Pietas (sentido del deber), Dignitas (dignidad), Iustitia (justicia) y Gravitas (responsabilidad y seriedad en los actos).
Esta última virtud, justamente, fue elegida por el consumado compositor y pianista estadounidense Wayne Horvitz para denominar e identificar a uno de sus proyectos musicales más recientes: el Gravitas Quartet.

Este cuarteto, integrado por su líder en piano, Ron Miles en trompeta, Peggy Lee en cello y Sara Schoenbeck en fagot, despliega un generoso mapa estético con epicentro en la música de cámara en cuyos puntos cardinales se divisan la belleza atemporal del postromanticismo clásico, la nostálgica desnudez del folk, el lamento medular del blues arcaico y la vocación exploratoria de la libre improvisación.
En los dos álbumes del Gravitas Quartet (Way Out East de 2006 y One Dance Alone de 2008) Wayne Horvitz no cede un ápice de su personalidad como compositor pero, a diferencia de otros proyectos de su extensa trayectoria (The President, Pigpen, Zony Mash, Mylab, 4+1 Ensemble, Ponga, Sweeter than the Day, etc.) muestra aquí su rostro más introvertido, reflexivo e incluso un tanto sombrío e inquietante.
Por lo general se tiene entendido que el jazz y la música clásica, en cualesquiera de sus formas, representan polos opuestos del abordaje musical. Sin embargo, aun cuando ambos proceden de orígenes contrapuestos (el jazz de fuerte raigambre popular y la música clásica de inequívoca tradición académica), las fronteras entre estas dos corrientes del arte musical se han ido diluyendo a través del tiempo hasta propiciar, cada vez con más frecuencia, un brioso entrecruzamiento entre uno y otro género. En ocasiones con magníficos resultados, en ciertas oportunidades mediante aceptables hibridaciones estilísticas y, a veces, con consecuencias funestas.
Un ejemplo emblemático (de este último caso) está representado en la figura del inolvidable, inevitable e insalvable compositor Frederik Johannes Papalaqua. Tras egresar de la afamada Universidad de Potomac (ingresó y egresó el mismo día) Papalaqua decidió hurgar en la ópera, la música concreta, la zarzuela, el pop-latino y trabajó como hombre bala en un circo (en ese orden). Esto último lo disparó, literalmente, a probar suerte con la música de cámara. Fue entonces que unió fuerzas con el prestigioso Cuarteto de Cuerdas de las Novicias de la Santísima Castidad. A pesar de que los febriles y apasionados ensayos no derivaron en obras relevantes, esta relación marcó para siempre tanto al compositor como a las jóvenes instrumentistas. Prueba de ello es que el Cuarteto de Cuerdas de las Novicias de la Santísima Castidad pasó a denominarse… El Cuarteto. En tanto que Papalaqua manifestó el impacto causado por esas dulces jovencitas en una seguidilla de composiciones… en re menor.

De regreso a Wayne Horvitz y el Gravitas Quartet corresponde decir que llegaron a la ciudad de Los Angeles para una única presentación llevada a cabo en la sala Red Cat del Walt Disney Concert Hall, a la cual tuvimos el privilegio de asistir.
En el inicio del concierto las oblicuas frases del piano inauguran el camino a una experimentación sonora que orbita los contornos de A Remembrance an Afterthought What Could Have Been Waltz del álbum Way Out East de 2006. Las ligeras disonancias del cello de Peggy Lee y los angulosos matices que provienen de la trompeta de Ron Miles y el fagot de Sara Schoenbeck, van configurando un perfil estético de carácter abstracto en donde se dan cita tonalidad, atonalidad y modalidad. En el centro temático de la pieza, el piano de Wayne Horvitz tiene reservado un rol de preeminencia sin llegar a convertirse nunca en instrumento solista. Aun cuando la discreta inspiración que emana de la partitura original y el riesgo que implica haber asignado un espacio desmedido a la improvisación podría haber generado una tediosa experiencia auditiva, los eventuales escollos resultan evitados con holgura merced a la grandeza interpretativa desplegada aquí por el cuarteto.
En cambio la delicada mixtura de estilos que enuncia el tema A Walk in the Rain, pieza proveniente del álbum One Dance Alone de 2008, parece abrir nuevos horizontes dentro del género camarístico, ya que en ella se respira un ambiente claramente romántico heredado de la música clásica en perfecto balance con la libertad y flexibilidad improvisadora del jazz. Un dibujo de auténtica orfebrería armónica y melódica rematado por sutiles contrapuntos entre el fagot, el cello y el piano sobre los que se aposenta un recatado soliloquio en trompeta a cargo de Ron Miles.

Un preludio en fagot nos conduce a una versión contemplativa y ceremoniosa de Berlin 1914 de Way Out East en donde todo discurre con delicadeza, ingravidez y pretendida ensoñación. El contenido aliento dramático y cierta ausencia de vitalidad en el diseño expositivo del cuarteto son superados aquí por una fulgurante intervención de Peggy Lee en cello plena de garra, chispa y con gran sentido de los contrastes dinámicos.
A continuación ofrecen una lograda versión instrumental de la canción de Elliott Smith A Fond Farewell en donde el cuarteto mezcla sin prejuicios influencias académicas, fundamentalmente provenientes de la tradición clásica estadounidense, con elementos puramente populares heredados de la música country.
Los desconcertantes humores que exhibió la relectura de Ladies and Gentleman del álbum Way Out East saltaron de un preludio de aspecto lúdico expresado sin demasiada convicción a un pasaje de introspectiva oscuridad. Luego el clima evolucionó dramáticamente hasta desembocar en un fragmento gobernado por la improvisación absoluta en donde el fluido diálogo entre los instrumentos, la flexibilidad motívica y el impecable uso de técnicas extendidas, le permitió al cuarteto alcanzar su estado de mayor intensidad expresiva. El añoso aroma camarístico inicial de Undecided, al conjuro de la magnífica performance de Wayne Horvitz en piano, se transforma en un cadencioso vals para finalmente hacer un notable viraje en dirección al blues rematado con sucesivas intervenciones solistas del cello de Peggy Lee y la trompeta de Ron Miles. Tras un breve intermedio, el Gravitas Quartet regresa con una deliciosa interpretación de la pastoral Way Out East, aquí sabiamente ornamentada con las suaves pinceladas nocturnas que provienen del piano de Horvitz. En One Morten se van entrelazando cadencias en blues con los aires litúrgicos de un réquiem hasta desembocar en un solo monumental de Sara Schoenbeck en fagot que la haría acreedora a la mayor ovación de la noche.

El cierre del concierto recaló en la oscura melancolía que traspira Waltz From Woman from Tokyo del álbum One Dance Alone de 2008, en donde todo fue dicho sin caer en la cursilería, con prístina exquisitez, suavidad y buen gusto.

A pedido del público el cuarteto regresa para brindar una lenta, morosa y descolorida improvisación colectiva que terminaría dejándonos un innecesario sabor amargo final.
El Gravitas Quartet, aun alternando luces y sombras, pareció rendir excesivo honor a la virtud de la “seriedad y responsabilidad en los actos” aludida en el nombre del cuarteto. Y como dice el refrán, también…“en el exceso de Virtud esta el Pecado”.

Sergio Piccirilli

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