a-Links PrincipalesEl Ojo Tuerto

Primus: Veinteañeros estoicos

Festival Tribulaciones Live! 2010 – Estadio Malvinas Argentinas (Buenos Aires)
Viernes 3 de diciembre de 2010 – 19:00 hs.

El estoicismo, fundado por Zenón de Citio (o Zenón el estoico) en el año 301 a.C., es uno de los movimientos filosóficos que adquirió mayor importancia y difusión dentro del periodo helenístico. Su auge duró bastante… unos 500 años, casi coincidiendo (¿casi?) con el auge del cristianismo. El movimiento (por llamarlo de alguna manera) feneció en el 529 de nuestra era (cristiana, je), cuando el emperador Justiniano clausuró la Escuela de Atenas, parece ser que por un fuerte conflicto originado por una protesta estudiantil quejándose de que las autoridades gubernamentales no cumplieron con lo prometido en su plataforma electoral y que derivó en la toma de una buena cantidad de establecimientos debido al pésimo estado de los mismos; los alumnos se quejaban por una innumerable cantidad de situaciones anómalas como escasez de gas y agua, baños clausurados, puertas y ventanas rotas, trozos de techo que se desprendían sin previo aviso, etc.; todo, mientras las autoridades llevaban a cabo faraónicas construcciones cuyo beneficio social era difuso, viajaban por el exterior en primera clase y algunos hasta habían abandonado temporalmente sus obligaciones bajo la excusa de un casamiento (gozó de enorme difusión el caso del funcionario MM –que de estoico tenía poco y nada-, de quien se cuenta además que en la fiesta de celebración sufrió un accidente al intentar imitar a un conocido artista de la época), un divorcio o un deceso.

Los estoicos sostenían que era posible alcanzar la libertad y la tranquilidad siempre y cuando se estuviera ajeno a las comodidades materiales y siguiendo a rajatabla los principios de la razón y la virtud. Decididos a evitar las pasiones (es lógico… Racing se fundó muchos años después), por el simple hecho de ser algo que no se puede controlar (“aunque ganes o pierdas”). Para fortalecer sus lineamientos doctrinarios, los estoicos habían llegado a la conclusión de que, para alcanzar la felicidad, había que, sin más ni más, suprimir el deseo.
Ajá…
¿¿¿Y ahora me lo venís a decir???
Porque está claro que ante cada deseo no cumplido sobreviene la decepción (o similar); pero, estoicos (mire qué contrasentido), seguimos deseando todo el tiempo: situaciones, empleos, viajes, amores, encuentros, reencuentros, despedidas, campeonatos (propios), descensos (ajenos), etc.

No va a faltar el que afirme que en todo deseo (y si es banal, ni hablemos….) hay un fuerte componente de irrealización (obvio) e inmadurez (¡epa!).
Y hasta casi le diría que estoy de acuerdo con ello.
Pero… qué quiere que le diga… uno (yo) desea (deseo) igual.
Y si… jajaja… le contara… jejeje… de algunos… jojo…
Perdón… ¿qué le pasa… está usted bien?
La cuestión es que por motivos que no vienen al caso (ni van) decidí hacerme el estoico (je) y dejar de andar deseando bobadas así como así (el lento proceso comenzó exactamente en la tarde – noche del 27 de diciembre de 2001, para más datos).
Pero se ve que algún elemento residual a uno le queda…
Y debe ser por eso entonces que cuando se confirmó que Primus vendría a la Argentina, mi endeble estoicismo se declaró redondamente en huelga.
A pesar de la posible decepción ante el deseo no cumplido.
Pero no tema: este pechito Académico sobrellevó tantas batallas… (y las que faltan…).

No obstante, esta vez no habría imprevistos, ni suspensiones, ni cancelaciones.
Efectivamente, Primus se presentó el viernes 3 de diciembre en el Estadio Malvinas Argentinas.
Pero hubo aperitivos. A las 19:00 hs., la baterista, percusionista y cantante Andrea Álvarez se presentó acompañada por Nano Casale en bajo y Mauro Quintero en guitarra. Energía, contundencia y adrenalina; también clichés, sobreactuación y previsibilidad.
Una hora después llegó el turno de Javier Malosetti Electrohope, integrado por Tomi Sainz en batería, Damián Carballal en percusión, Hernán Segret en guitarra, bajo y coros, Nico Raffetta en teclados y Javier Malosetti en bajo, guitarra y voz líder. El quinteto sonó, a pesar de ciertas deficiencias de sonido, muy ajustado. El repertorio, basado en Ten (última entrega discográfica del bajista), se inició con una sobria versión de Disco Inferno. Pero sin dudas que los puntos altos de esta actuación de 40 minutos fueron la arrastrada lectura del ¿clásico? de Deep Purple Maybe I’m Leo (Machine Head, 1972) y el cierre, el instrumental Delpo, del que un tal Juan Martín bien puede sentirse orgulloso. Malosetti mostró su soltura habitual y deslumbrante manejo de su(s) instrumento(s); y el joven cuarteto que lo sostiene tiene hambre de vuelta olímpica, en especial el baterista Tomi Sainz, cuya precisión y variedad de recursos son inversamente proporcionales a su no-veteranía.

Siendo las 21:05 hs., uno de los números esperados con ansiedad por unos cuantos: Secret Chiefs 3, banda californiana integrada por su líder, el ex Mr. Bungle y Faith no More Trey Spruance en guitarra y saz (una suerte de laúd de largo mástil, generalmente de 7 cuerdas), Timb Harris en violín, Jai Young Kim en teclados y guitarra, Shahzad Ismaily en bajo y, en batería, April Elizabeth Centrone, quien vino en reemplazo de Scott Amendola, quien a su vez iba a sustituir a Danny Heifetz, que a su vez había ocupado el lugar de Ches Smith. O sea.
Secret Chiefs 3 se formó en 1995. El debut discográfico se produjo al año siguiente con First Grand Constitution and Bylaws, al que le sucedieron Second Grand Constitution and Bylaws: Hurqalaya (1998), Eyes Of Flesh ~ Eyes Of Flame (en vivo, 1999), Book M (2001), Book of Horizons (2004), Xaphan: The Book of Angels, Vol. 9 (2008) y Traditionalists: Le Mani Destre Recise Degli Ultimi Uomini (2009). Sin dejar de mencionar Path of Most Resistance (álbum de rarezas, 2007), Satellite Supersonic Vol. 1 (compilación, 2009) y el DVD Live at the Great American Music Hall (2009).

El quinteto llegaba a Buenos Aires con el mote de “banda de culto”, merced a un cóctel estilístico en el que confluyen rock, música árabe, hindú, persa, surf, death metal y electrónica (entre otros). La propuesta, instrumental, resulta a priori interesante. Y por momentos lo es. Pero hay algo que, seré sincero, me debo estar perdiendo con estos muchachos. Una energía por momentos (innecesariamente) despiadada contrasta con los virajes hacia la música étnica (esencialmente árabe). Las distorsiones a cargo de Trey Spruance y Shahzad Ismaily, conviven con la atmósfera setentista que brota desde los teclados de Jai Young Kim, la singular potencia (a veces devenida en rusticidad) de la baterista April Elizabeth Centrone y el violín de Timb Harris (en un lugar que supo ocupar Eyvind Kang), asumiendo la responsabilidad de lo que puede catalogarse como “lo más cercano a la melodía terrícola”.
El problema es que por momentos (muchos) esa convivencia navega inmersa en el conflicto, el griterío, la histeria, la confusión, las discusiones y los portazos. En sentido figurado, claro está. Ha habido momentos de los buenos; luego de la esquizofrénica apertura con Dolorous Stroke (mezcla de death metal, a-go-go, música surf y una importante dosis de ruido), el tribunero (y complejo) Vajra ofrece un extraño cóctel naif, humorístico y rockero.

Mire… uno ha escuchado música extraña en su vida; y es lógico que muchos (o al menos algunos) se entusiasmen con esta propuesta alternativa. Pero hay algo que no termina de encajar… como si hubiera una receta previa pre-composición que hay que respetar a rajatabla. Los arreglos en algunos casos son toscos, rudimentarios; y en el ruido (y además un sonido poco prístino), da la sensación de que vale todo.
No obstante, insisto, hubo momentos atractivos y esperanzadores en Sophie’s Secret (probablemente lo mejor de su actuación) y Renunciation y su comienzo hipnótico quebrado por un riff rockero que zambulle al tema en el centro de una pegadiza melodía pop. Pero en general las composiciones no ofrecen un esqueleto sólido y parecen basarse más en los cortes abruptos, las distorsiones y el desborde. Así, luego del primer cuarto de hora de la actuación de Secret Chiefs 3, varios de los temas interpretados yo particularmente creía que los estaban haciendo nuevamente (no tome esto tan literalmente, usted entiende lo que quiero decir). Brazen Serpent, por ejemplo, tensa la cuerda y hasta creo que en un momento me emocioné; pero la cuerda se rompió y a los tres minutos ya daba la sensación de que estaba todo dicho, no obstante hubo otros cuatro minutos en los que el recurso se transformó en fórmula. Y lo mismo puede decirse de The 4, por ejemplo…

En síntesis, Secret Chiefs 3 parece tener una saludable intención y transitan alejados de los convencionalismos. Pero no basta sólo con las intenciones. El quinteto da la sensación de estar inmerso en un constante work in progress de destino incierto. Yo, en lo personal, con un “Best of” (pero un EP, no me exagere), estoy hecho.

A las 22:20 hs., tras media hora de preparativos y ajustes, con una escenografía que incluyó dos enormes astronautas tipo playmóbil de unos 5 metros de altura y con un “¡tomá!” dirigida a toda la historia del estoicismo toda, irrumpen en el escenario Les Claypool (bajo y voz), Larry LaLonde (guitarra) y Jay Lane (batería), es decir: Primus.
¿Cómo y de qué manera resumiría el trío más de dos décadas de existencia, desde la aparición de Suck on This? No hubo manera de tomarse un mínimo instante ni para especular. Primer tema y primer golpe de knock out: Tommy the Cat, del álbum Sailing the Seas of Cheese (1991) y su insert: The Awakening (cover de The Reddings). Si el concierto empezó con un tema que, a priori, podría haber sido seleccionado como glorioso bis para las hurras y, además, en una versión impecable, con Claypool dando cátedra y mostrando que está entero, Larry LaLonde ofrendando un gran primer solo y a no desmerecer al baterista Jay Lane, quien ya había hecho de las suyas con el bajista en el proyecto Sausage, cuyo único álbum Riddles Are Abound Tonight, es uno de esos discos que puede usted recomendar sin temor alguno… ¿cómo mantener en vilo a una audiencia que ya amenazaba con cantar las letras y tararear los solos?

La respuesta inmediata fue Here Comes the Bastards, de tremendo inicio, abrupto final y el aire que empezaba a escasear. La trifecta inicial vino en forma de mandoble: Groundhog’s Day, convenientemente arreglada, con gran trabajo en los tambores de Jay Lane, LaLonde liderando con pericia y el trío manejando a su antojo humores y decibeles.

El guitarrista también fue el protagonista del portentoso inicio de Those Damned Blue-Collar Tweekers. Les Claypool comenzó atacando desde la retaguardia para luego protagonizar un segmento solista de ésos que los estoicos, por supuesto, jamás soñaron. American Life sigue manteniendo la vara del nivel a una altura inalcanzable para la mayoría de los mortales, incluyendo un potente momento no exento de reflexión y otra exquisita participación de Jay Lane.
En el “valsecito” Over the Falls los tres han hecho lo que quisieron. Con sus instrumentos y con la audiencia. Y por suerte quisieron mucho. Y bien.

Y llegó el momento inesperado y sorpresivo para la gran mayoría: Big in Japan, del álbum Mule Variations de Tom Waits (1999), donde el guitarrista y el bajista tuvieron participación activa y protagónica (Claypool, incluso, en el rol de productor). Es momento de decir que fue el único tema que provocó cierto desconcierto en la multitud presente (aproximadamente 5.000 personas) e infinidad de codazos y gestos traducibles fácilmente como “¿qué tema es?”. Claypool (disfrazado) realizó aquí una soberbia intro en el upright bass con arco. Solamente le diré que si Waits hubiese estado en el recinto, habría sonreído satisfecho.

Solo de batería a cargo de Jay Lane, breve, y con Les Claypool aporreando con un palillo al pobre e indefenso upright bass para encadenar con Whamola Jam. Y a continuación, otro bolo-punch en la quijada: John the Fisherman en acertada y festejada versión. El momento hipnótico de la noche llegó de la mano de una larga, impactante y conmovedora Southbound Pachyderm. Las sonrisas estomacales continuaron con Puddin’ Taine (sí, no es un error, no es Puddin’ Time). Y una My Name is Mud rebautizada “Me iamo Mud”, con un descollante Jay Lane. La puesta de espaldas llegó con la esperada (por muchos, me incluyo) Jerry Was a Race Car Driver.

Final. O casi. Porque el bis terminó resultando otro de los momentos mágicos del concierto; una atildada, extensa y catedrática Harold of the Rocks fue la cereza de un postre contundente, abundante y exquisito.

Primus, integrado por Les Claypool, Larry LaLonde y Jay Lane, brindó un memorable concierto de rock y aledaños. Poco importó que el sonido, sin ser malo, no fuera el deseado; ni que las luces dejaran bastante que desear; o que no se entendiera muy bien el porqué de la presencia de los astronautas playmóbiles.
El trío entregó casi dos horas sublimes, con un repertorio que se asemejó bastante al que todo seguidor de la banda hubiese deseado (claro que podrían haber tocado Laquer Head… o Wynona’s Big Brown Beaver… o DMW… o… Too Many Puppies… o Electric Uncle Sam… o… en fin…).

Primus excede al rock como propuesta enalteciéndolo, además, con la incorporación de elementos (a veces solapadamente, otras veces de manera indisimulada) de otros estilos. Y todo gracias a tres músicos soberbios, sólidos, punzantes, corrosivos, virtuosos, talentosos, ácidos y altruistas.
Que han sabido sobrellevar, estoicamente (y permítame esta licencia), sus más de 20 años de existencia.
Ah… por si hacía falta aclararlo… va directo al podio de los conciertos del año.

Marcelo Morales

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *