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Mariano Sívori Sexteto: Para nada dogmático

Thelonious Club – Buenos Aires (Argentina)

Martes 22 de febrero de 2011 – 21:30 hs.

 

El cineasta y provocador profesional danés Lars von Trier fue la cara (más) visible de un movimiento fílmico, el Dogma ’95, ideado junto con sus colegas y compatriotas Thomas Vinterberg, Kristian Levring y Soren Kragh-Jacobsen (una delantera temible que opacó a los mismísimos Michael Laudrup, Preben Larsen y Jon Tomasson). No sabemos (bah… al menos yo no lo sé… si usted tiene la fortuna de poseer dicho conocimiento disfrútelo pero también compártalo) las condiciones ni las circunstancias en las que el 13 de marzo de 1995 los cuatro mozalbetes conformaron para la gesta un decálogo al que titularon “Voto de castidad”. Al mismo debían ajustarse a rajatabla so pena de… bueno… lo que los daneses utilicen como castigo… o correctivo… o similar. Usted se preguntará en qué consistía el ¿famoso? decálogo, pues bien… entre otras cuestiones debía filmarse en 35 mm., sin accesorios ni decorados, sin música adicional, en colores, con cámara en mano, sin cambios temporales ni geográficos, sin trucos ni filtros, sin iluminación especial y el nombre del director no debía aparecer en los créditos. Bajo estas condiciones se han filmado varias películas como Los idiotas, La celebración, Mifune, Italiano para principiantes y Después de la boda, entre otras.

 

El Dogma ’95 parece tener (¿parece?) un antecedente inmediato anterior en la Nouvelle Vague, movimiento surgido en Francia a finales de la década del ’50 del que han sabido formar parte Francois Truffaut, Jean Luc Godard, Alain Resnais y Éric Rohmer,  y donde encontramos similitudes y diferencias tanto de forma como de fondo. Pero en ambos casos existió cierta intención de, digámoslo académicamente, “patear el tablero”.

Y si nos ponemos un poco más quisquillosos, ya no circunscribiéndonos específicamente al cine, podemos remontarnos cual barrilete cósmico a los Manifiestos de Vanguardia de principios del siglo XX.

 

A todo esto… ¿qué significa el vocablo “dogma”? Según la RAE, es una “proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia”. Mirá vos. Y también tenemos que dogmático es sinónimo de inflexible; y que el dogmatismo es una “presunción de quienes quieren que su doctrina o sus aseveraciones sean tenidas por verdades inconcusas”. Sí, leyó bien… dice “inconcusas”, o sea… “firmes, sin dudas ni contradicciones”. O sea que la palabrita (dogma) nunca me ha caído del todo bien (ni poniéndole salsa criolla, una buena provenzal o mermelada de durazno); pero al Dogma ’95 adherí. Al menos en términos generales…

 

Pero (y aquí vamos), por lo antedicho no es muy difícil colegir por qué el contrabajista y compositor Mariano Sívori decidió titular No Dogma a su álbum debut (como líder). El disco consta de composiciones originales y, en relación al mismo, Sívori nos decía hace poco: “Este No Dogma no es una bajada de línea ni nada contra nadie. Es algo que me estoy diciendo a mí mismo. No aferrarme a lo pre-establecido. Todavía me da “cosa” que empiece con un “no”; pero es un “no” positivo. Yo a la palabra dogma la tenía identificada, antes del Dogma ’95, no con algo artístico sino con algo más bien religioso o político. La situación de estos tipos nórdicos del Dogma ’95 a priori está buena… como en los talleres literarios: ponerse ciertas limitaciones para crear. Lo que no me gusta es que resulte algo incondicional y eterno. De hecho es lo que ocurrió con el Dogma ’95, que duró un tiempo y una cantidad determinada de películas. Después se fue flexibilizando porque es muy difícil mantenerse con tanta cantidad de situaciones. Yo lo que quise decirme fue justamente que no tenía que hacer lo que se suponía que debía hacer. Parece un poco fuerte… todo el mundo me pregunta por el título (…) Es como cuando Luis Buñuel dijo que la parte que más le gustaba de las mujeres eran los pies. Después de todo no está mal que se generen ese tipo de… discusiones”. Clarito, ¿no?

Mariano Sívori, en la actualidad, integra numerosas agrupaciones: Nicolás Sorín Octeto, Nicolás Guerschberg Trío, Esteban Sehinkman Sexteto, Ensamble Real Book Argentina, Alejandro Demogli Quinteto, Carlos Michelini Cuarteto, Ricardo Nolé Septeto, Trío (junto con Daniel Piazzolla y Cirilo Fernández) y (sin dudas el proyecto grupal más relevante) el sexteto Escalandrum. De su currículum hemos hablado in extenso en la entrevista que publicáramos en octubre de 2010, así que no reincidiremos (en este tema… en otros, es casi inevitable, sepa disculpar). Para No Dogma, el contrabajista también recurrió a un sexteto; aunque la diferencia principal con Escalandrum es la presencia de un guitarrista en desmedro de uno de los saxofonistas / clarinetistas.

 

El martes 22 de febrero nos apersonamos en Thelonious Club; allí se presentó el Mariano Sívori Sexteto con la misma formación que grabara el álbum, es decir: Daniel Piazzolla en batería, Cirilo Fernández en piano, Lucio Balduini en guitarra eléctrica, Gustavo Musso y Ramiro Flores en saxos y el líder en contrabajo. El inicio sorprende: una composición inédita del guitarrista Lucio Balduini, Dulces sueños, interpretada en cuarteto sin la presencia de los saxos. Una balada reflexiva, con una atmósfera que me permito definir como pop-spiritual, con Daniel Piazzolla como sostén, Balduini liderando con sobriedad, Cirilo Fernández y un económico aporte, un solo de Sívori no exento de lirismo, con notas escasas y ubicuas, que culmina de la mano de una prístina intervención del guitarrista.

Ya en sexteto, una atractiva intro de Piazzolla en tambores nos sumerge en Se pileta. Cirilo Fernández toma prestadas un par de cosas de Philip Glass, los saxos protagonistas, la intensidad en aumento, la planicie promovida desde una ascética base, Ramiro Flores que ataca con su saxo alto sostenido con vigor por Piazzolla y Fernández. La posta la toma Gustavo Musso (en tenor) y el quinteto (sin Flores) toma velocidad con el baterista y Mariano Sívori subidos a la misma montaña rusa. Buen final.

Tema 1, luego de una breve introducción en piano, es atacada por el sexteto con Lucio Balduini transformándose en el eje de la cuestión; un viraje hacia el pop-rock desemboca, sin escalas, en un pasaje en trío sostenido casi (¿casi?) esquizofrénicamente por el tándem Sívori / Piazzolla y liderado, con ductilidad, por el pianista. El pasaje lo tiene todo, con atractivos cambios de ritmos y velocidades no aptos para tarareos. El final, en sexteto, un tanto previsible.

Nuevito(s) confirma desde el inicio las bondades (muchas) de Lucio Balduini. Una introducción hipnótica, subyugante, que pierde parte de la magia al avanzar los bronces (Ramiro Flores en soprano, Gustavo Musso en tenor), aunque las sutilezas de Piazzolla son un bonus para nada desdeñable. Musso y Flores se empeñan pero, discúlpenme, yo sigo escuchándolo a Balduini, que está allá… en el fondo… oficiando de imán auditivo.

 

El segundo segmento se abre con una composición inédita de Mariano Sívori, aún sin título (aunque el líder, provisoriamente, anotara “Tema nuevo 2”). También en cuarteto (como el tema inicial de la noche), esta vez conformado por Piazzolla, Sívori, Musso (en soprano) y Balduini. El inicio, a cargo del guitarrista y del contrabajista (con arco), nos metió de lleno (aunque por un breve lapso) en la clásica contemporánea. Luego el grupo se adentró en terrenos ya transitados aunque en buena forma y con Musso entendiendo qué y cómo había que tocar. El formato apianístico permite ratificar las bondades de la base rítmica y de un Lucio Balduini encendido. Gusso se llama a silencio; Sívori se hace cargo del liderazgo (y muy bien) por encima de las sutilezas de Piazzolla y el guitarrista.

Chopchi trae de regreso al sexteto; potente desde el inicio, Balduini confirma que la elección de Sívori ha sido un pleno. Una muy buena intervención de Musso en tenor es el preámbulo de un incendiario momento protagonizado por Daniel Piazzolla que contagió a sus compañeros, a la audiencia y hasta a algún transeúnte de oídos atentos. Pan ofrece una buena entrega grupal de atmósfera cinematográfica, con buenos solos de Rodrigo Flores en soprano y Sívori en contrabajo. El final fue con Después del enojo, en una versión a la que pareció faltarle cierto vigor; sin agregar demasiado a lo ya escuchado, aportó una atractiva participación de Cirilo Fernández en piano mientras Piazzolla y el contrabajista seguían haciendo de las suyas.

 

Mariano Sívori, con su sexteto, presentó No Dogma, su primer CD en carácter de líder. El rodaje y el conocimiento entre sus integrantes han potenciado sobre el escenario el material incluido en el álbum. Sívori se muestra como un líder ubicuo que, sin estridencias ni excesos de protagonismo, ha comenzado a delinear un trayecto que merced a su versatilidad y variedad de recursos (como instrumentista, compositor y arreglador), hace que No Dogma no refiera exclusivamente al título de un disco sino, además, a los lineamientos e intenciones de una propuesta que, afortunadamente, está recién en sus inicios y con mucho (y bueno) que ofrecer.

 

Marcelo Morales

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