BB&C (Tim Berne, Jim Black y Nels Cline): The Veil
Railroaded, Impairment Posse, Momento, The Barbarella Syndrome, The Dawn of the Lawn, Rescue Her, The Veil, Tiny Moment (part 1), Tiny Moment (part 2)
Músicos:
Tim Berne: saxo alto
Jim Black: batería, laptop
Nels Cline: guitarra, efectos
Sello y año: Cryptogramophone Records, 2011
Calificación: A la marosca
No hay arte sin transformación (Robert Bresson)
En el transcurrir de la última centuria el concepto de arte ha experimentado una transformación radical. En esa metamorfosis conceptual el arte -sin perder de vista su carácter simbólico, los modos imitativos de la realidad, la pretensión comunicativa ni su estrecha vinculación a una finalidad estética- fue abandonando paulatinamente las ideas racionalistas de la ilustración y el tradicional apego a la doctrina de la belleza clásica (fundada en el equilibrio entre forma y contenido), para ir acercándose a modalidades de pensamiento más innovadoras, rupturistas, polémicas, subjetivas e individuales.
El arte tiene la capacidad de provocar emociones o expresar ideas que transcienden su simple materialidad, da cabida a transmitir conocimientos o recrear estados de ánimo, despierta admiración o genera sorpresa, permite plasmar una visión detallada de la realidad o construir una entelequia; pero nunca puede abandonar su naturaleza transformativa ni alejarse de una dinámica invariablemente emparentada con el contexto social del cual emerge la labor artística.
Es dable suponer que el arte –como afirmara el filósofo Georg Wilheim Friedrich Hegel- emplee la ilusión para alcanzar una finalidad estética pero “en su calidad de ilusión no puede separarse de toda la realidad”; en consecuencia, resulta lógico colegir que la transformación experimentada por el arte en los últimos cien años también debe ser equidistante a la evolución del conocimiento científico. En ese sentido podemos señalar que, mientras el concepto de realidad era cuestionado por la ciencia a través de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, la naturaleza subjetiva del tiempo ideada por Henri Bergson, los misterios de la estructura atómica develados por la Teoría de Perturbaciones de la mecánica cuántica o la Teoría del Psicoanálisis de Sigmund Freud, el arte respondía de idéntica manera oponiéndose al orden establecido mediante el dadaísmo, propiciaba desde el surrealismo el azar objetivo, la asociación mental libre y el automatismo, propulsaba a partir del jazz el desarrollo de la composición instantánea y la libre improvisación o empezaba a cuestionar los principios fundacionales del racionalismo aplicado a la estética mediante el ready-made, el arte abstracto, el cubismo y el arte pop, entre otros.
En ese ciclo evolutivo, el arte dejó de estar circunscripto a los minuciosos parámetros del clasicismo para nutrirse de la dispersión artística que domina la contemporaneidad y empezar a adaptarse a un modo de sensibilidad derivado de la cultura global que conjuga estética con tecnología e identidad con universalidad. Esto permitió manifestar desde el arte un signo de transgresión, cuestionamiento y provocación que -al socavar los convencionalismos y resultar disfuncional al sistema imperante- incentivó la búsqueda de nuevos horizontes creativos. En una valoración contextual podríamos aseverar que hoy más que nunca –como alguna vez dijo el historiador húngaro Arnold Hauser- “las obras de arte son provocaciones con las cuales polemizamos”.
Cuando una obra de arte pone en duda las reglas establecidas, suscita la inmediata hostilidad del establishment; y esto siempre ha sido así porque el artista, al formular un cuestionamiento, no sólo está disputándole espacios al sistema sino que además puede propiciar un despertar social que termine arrancándole una parcela de su poder.
En 1917, Marcel Duchamp colocó un urinario para hombres en posición invertida y lo presentó bajo el seudónimo “R. Mutt” ante la Sociedad de Artistas Independientes de New York con el título: Fuente. La obra fue rechazada en aquel momento por un grupo de connaisseurs (cuyos nombres, por fortuna, ya nadie recuerda); pero eso no impidió que decenios más tarde Fuente –tanto por sus implicancias estéticas como por la vigencia de una dinámica artística que desacralizó el concepto de belleza-, además de llegar a ser considerada como una de las obras mas polémicas, provocativas e influyentes del siglo XX y que su autor pasara a integrar el panteón consagrado a los artistas más creativos de la última centuria, fue también un punto de partida para la trasformación conceptual del arte a la que estamos haciendo referencia.
A ciencia cierta no podemos asegurar cuánto de lo producido por el arte musical de vanguardia tuvo un alcance de similares proporciones al urinario de Duchamp, pero sí me animaría a decir que el sistema ha venido amparando a un ejército de clones –que siempre son funcionales a la autoridad de turno- cuyas obras musicales tienen pretensiones de “fuente” pero merecerían ser usadas como… urinarios.
Y digo esto con poco respeto por los involucrados pero con mucha certeza y puntería. Después de todo recuerde que estamos hablando de urinarios invertidos y que su uso adecuado exige valor, buen pulso, precisión y un refinado dominio en la técnica de meado masculino anti-gravitatorio. Está claro que no toda provocación es una obra de arte; sin ir más lejos, a mi perra se le dio últimamente por hacer caca y vomitar en lugares de la casa no aptos para tal fin. Esa provocación, ese cuestionamiento al orden establecido y esa (literalmente hablando) manifestación de su mundo interior con el que mi mascota fue llenando el hogar de heces, detritos y regurgitaciones, no tiene valoración estética relevante (al menos no hasta ahora) pero debo reconocer que su perseverancia ha sido casi una obsesión artística; como la de Tarkovsky con la fijación del tiempo, la de Botero por las formas desproporcionadas, las de Borges con los sueños y los laberintos o la de James Joyce con su alter-ego Stephen Dedalus.
Lo concreto es que, así como hay obras que sólo buscan decorar nuestro mundo para mantenernos adormecidos, existen otras que por su visión alucinada, su carácter transformador o por la ruptura con los arquetipos estéticos considerados “políticamente correctos” nos despiertan e invitan a cuestionar la realidad circundante.
Ése es el caso de The Veil, el álbum debut de BB&C. Este proyecto –en origen llamado The BBC y más tarde The Sons of Champignon-, del cual (aunque no lo parezca) hemos estado hablando desde un comienzo de este comentario, reúne a tres de las figuras más relevantes de la música creativa de nuestro tiempo: el guitarrista Nels Cline (Nels Cline Singers, Wilco, Stained Radiance, The Celestial Septet), el saxofonista Tim Berne (Bufalo Collision, Bloodcount, Tim Berne/Bruno Chevilion Duo) y el baterista Jim Black (AlasNoAxis, Endangered Blood, Peter Evans Quintet).
En este álbum -registrado en vivo a finales de 2009 durante una actuación del trío en el prestigioso The Stone de New York- se funden los conceptos de improvisación total, composición instantánea y libre improvisación para configurar un universo sonoro inclasificable en el que confluyen de manera visceral un rango inabarcable de géneros y estilos en estado de manifestación pre-consciente que van desde la atonalidad del free a la aleatoriedad controlada de la música estocástica, pasando por las progresiones armónicas del krautrock, el azar estructural de la música aleatoria, la expansiva sensación rítmica del funk, los intrincados patrones instrumentales del rock progresivo, la naturaleza experimental del No Wave y la ilimitada vocación exploratoria de las corrientes jazzísticas más radicales del nuevo milenio, entre otros.
La provocativa y arrolladora catarsis estética ofrecida por BB&C es una temeraria mirada al abismo del inconsciente que en el -siempre efímero e irrepetible- carácter de la libre improvisación, encuentra su fuerza vital para decodificar el mensaje encriptado yaciente en las infinitas sonoridades y dotes camaleónicas de la guitarra de Nels Cline, el autorizado dramatismo que nace del saxo alto de Tim Berne y en la desbordante potencia e imaginación que emergen de la batería de Jim Black.
The Veil, en un tránsito sin detenciones, pasa de los espasmódicos arrestos rítmicos de Railroaded al éxtasis dramático de Impairment Posse, vincula el clima espectral de Momento con las impetuosas asimetrías de The Barbarella Syndrome, unifica los difusos contornos de The Dawn of the Lawn con las modulaciones dinámicas y el abrasivo clímax de Rescue Her, enlaza el espacioso y gradual diminuendo de The Veil con el ascetismo estructural de Tiny Moments (Part 1) para finalmente desembocar en el sublime lirismo que propone Tiny Moments (Part 2). No obstante, más allá de las cualidades implícitas en cada uno de los pasajes contenidos en este álbum y de las indiscutibles virtudes instrumentales de los músicos intervinientes, lo que mejor parece ilustrar sus resultados es el axioma que –en el campo de la psicología del arte- identificaba a la Escuela de la Gestalt: “El Todo es más que la suma de las partes.”
BB&C en The Veil, a la manera de Duchamp con el urinario, diluye fronteras estéticas, oficia como un señalamiento de la realidad y pone a prueba los márgenes de apertura dialéctica entre obra y artista. No impone una única verdad pero nos ayuda a buscarla.
La verdad no se revela sino a las personas que la buscan (Roger Bacon)
Sergio Piccirilli