Rob Mazurek Quintet: Sound Is
As if an Angel Fell From the Sky, The Earthquake Tree, Dragon Kities, The Star Splitter, The Hill, Le Baiser (The Kiss), The Lightning Field, Cinnamon Tree, The Dream Rocker, Beauty Wolf, Microraptagonfly, Aphrodite Rising, The Field, Nora Grace
Músicos:
Rob Mazurek: corneta, sintetizador, piano
Jason Adasiewicz: vibráfono
Matthew Lux: bajo eléctrico
Josh Abrams: contrabajo, piano
John Herndon: batería, percusión
Delmark, 2009
Calificación: Dame dos
Al oír un eco muchos creen que el sonido proviene de él (Ernest Hemingway)
El compositor, cornetista y artista visual Rob Mazurek nació en Jersey City, New Jersey y reside en la actualidad en San Pablo, Brasil. Sin embargo esos extremos geográficos se unifican, en tiempo y espacio, en la ciudad de Chicago, lugar en el que Mazurek ha desarrollado el cuerpo principal de su trayectoria artística y de cuya escena es uno de sus representantes más preeminentes. A modo de confirmación de estos conceptos, su nuevo proyecto colectivo, el Rob Mazurek Quintet, congrega a algunos de los emisarios más conspicuos del avant-garde de Chicago, incluyendo al propio Mazurek.
Rob Mazurek comandó el ensamble colectivo Chicago Underground en sus diferentes formatos (cuarteto, dúo, orquesta, trío, etc.), integró el grupo experimental Isotope 217 y lidera la Exploding Star Orchestra. Los demás integrantes del quinteto también forman parte de la iconografía del efervescente ambiente musical de Chicago: el baterista John Herndon participó en Tortoise y The For Carnation, Matthew Lux fue bajista de Isotope 217 y Iron and Wine, el contrabajista Josh Abrams ha formado parte de Town and Country y Black Earth Ensemble y el vibrafonista Jason Adasiewicz colabora con Loose Assembly y Rolldown. Y todos los mencionados, a excepción de Abrams, también son miembros de la Exploding Star Orchestra.
El título del álbum que motiva este comentario (Sound Is = Sonido es) puede parecer una oración incompleta o una pregunta mal formulada; sin embargo, en la cosmogonía conceptual de Marzurek, representa una aseveración sobre la amplitud conceptual del sonido como materia de análisis.
En cuanto hecho físico, si nos referimos al sonido audible por el ser humano, su acepción clásica lo define como una sensación percibida por el oído producido por la vibración que se propaga en un medio elástico en forma de ondas que requiere de un emisor, un elemento vibrante o transmisor y un núcleo receptor que capta dichas vibraciones. No obstante, John Cage aseguraba que, para alcanzar una cabal comprensión del sonido aplicado a la música, había que aprender a escuchar el silencio.
Intentémoslo mediante un sencillo ejercicio. Aunque sea por un instante dejemos que el silencio nos envuelva. Un silencio espectral, profundo. Perdámonos en él. Cuando lo logramos, es como si alguien tocara la fibra más íntima de nuestra alma, es como si el supremo tocara nuestro corazón, es como si estuvieran tocando… el timbre.
Alguien está tocando el timbre. Permítame ver quién es y la seguimos…
Ya está. Bueno, hablando de sonidos… ¡soné! Era mi suegra…
No caben dudas de que para crear nuevos sonidos hace falta creatividad y para creatividad nadie mejor que mi suegra. Siempre tiene una excusa novedosa para venir a visitarme sin que nadie la haya invitado. Nunca. Jamás.
Dejemos a mi suegra por un momento… ¡no! Mejor dejémosla para siempre.
El educador y filósofo canadiense Herbert Marshall McLuhan, en su obra Teoría de la Percepción, afirmo que la imagen sonora necesitaba ser fortalecida por otros sentidos. No porque la imagen sonora sea débil, sino porque la percepción humana tiene gran dependencia de la percepción visual. Ergo, el oído necesita que la vista confirme lo que ha percibido. Sound Is parece retomar y a la vez profundizar los principios enarbolados por McLuhan, hecho que no sorprende ya que en la obra de Mazurek los roles de músico y artista visual interactúan permanentemente.
La imagen sonora es un concepto relacionado con la percepción ya que se trata de la imagen mental subjetiva que construimos ante un estímulo sonoro. Por ejemplo, ante el estímulo sonoro de mi suegra tocando timbre, construyo en mi mente la imagen de una persona normal que en un rapto de emoción violenta estrangula a una anciana.
Algunos autores diferencian los términos imagen sonora y paisaje sonoro. Mientras este último es la fuente imaginaria de los sonidos percibidos y representa la recreación de un paisaje real, la imagen sonora también puede ser la recreación de un entorno sonoro irreal. En un entorno rural, los paisajes sonoros pueden ser el trinar de los pájaros, el rumor del agua en un arroyo, los pájaros que no dejan de trinar, el eco de la lluvia sobre las hojas y el trinar de esos malditos pájaros que… ¡silencio, che!
En cambio, en un entorno urbano, el paisaje sonoro real lo constituyen las bocinas de los autos, el ruido de la maquinaria, mi suegra tocando timbre y… el trinar de esos aborrecibles pajarracos que me vienen siguiendo desde que estábamos en el campo.
En definitiva, la imagen sonora es tanto sonora como visual y esto se materializa de manera incontrastable en la música. Por consiguiente, si escuchamos un fragmento de Carmina Burana nuestra mente evocara imágenes de batallas medievales; así como si escuchamos La Valquiria de Wagner nos darán ganas de invadir Polonia.
Sound Is evoca, al menos desde su título, al álbum de Roscoe Mitchell Sound, de 1966.
Esa ligazón entre esta obra de Mazurek y aquella de Mitchell se extiende mucho mas allá de la simbología que puede representar el parecido en el titulo. Ambos álbumes, pese a estar distanciados entre sí por más de cuatro décadas, fueron editados por el sello Delmark, ambos músicos emergieron de la escena de Chicago y también ambos trabajos tienen epicentro en la innovación sonora y tímbrica (del free jazz en el caso de Mitchell y del avant-jazz y la música creativa en la obra de Mazurek). De hecho, esa comunión de principios renovadores llega hasta nuestros días, ya que recientemente Mitchell participó en algunos conciertos de la Exploding Star Orchestra.
El álbum abre con As if an Angel Fell From the Sky. Una amalgama de sonidos electro-acústicos, aparentemente dispersos, nos conduce a explorar en los umbrales de una atmósfera que, aun en sus pasajes más convulsionados, luce relajada e introspectiva. Este tema, además, oficia como piedra fundacional del edificio sonoro construido por el quinteto signado por el diálogo excluyente entre la trompeta y el vibráfono, una batería agitada y laboriosa y la infrecuente ilación entre bajo eléctrico y contrabajo.
En The Earthquake Tree, una intercepción de electrónicos abre paso a un discurso enraizado en la rica tradición del jazz de Chicago pero bellamente desnaturalizado con estratégicas inserciones de un vibráfono con sustain. La centelleante e hipnótica Dragon Kities despliega un alegato de carácter procesional, mientras que el espacioso misticismo armónico de The Star Splitter conjuga elocuentes silencios y una ascética y vaporosa línea melódica respaldada por una paleta de sonidos que integra a un piano de impronta minimalista y a una trompeta deliberadamente aletargada. El brumoso cromatismo de The Hill posee un vasto rango dinámico que oscila entre la linealidad del quinteto tradicional de jazz y una transformadora distribución tímbrica en la que el vibráfono de Adasiewicz actúa como pared divisoria entre los bajos de Abrams y Lux, mientras la trompeta de Mazurek desliza un sinnúmero de técnicas extendidas y la batería de Herndon aporta tensión y carnadura estructural. Le Baiser (The Kiss) erige una atmósfera cinemática. Sus densas y oscuras texturas parecen interactuar con una imaginaria película de cine noir. En tanto que en The Lightning Field, el bajo eléctrico y el vibráfono construyen un lecho armónico sobre el que discurre la sugestiva trompeta de Mazurek. El prístino vocabulario que emerge del núcleo de la melodía es deliberadamente enturbiado por una invasión percusiva que se desvanece hasta enlazar con el suntuoso lirismo expresionista de Cinnamon Tree. The Dream Rocker nos brinda uno de los pasajes más dinámicos del compacto con pesados bloques sonoros sobre el que orbitan el elocuente dialogo entre la trompeta y el vibráfono y simétricas inserciones de efectos electrónicos.
Las aspiraciones compositivas de Mazurek alcanzan su cenit en Beauty Wolf. Un soberbio enunciado armónico de pausada construcción, en el que se confrontan la exploración electrónica y embriagantes motifs de naturaleza acústica. Microraptagonfly y Aphrodite Rising, aunque en diferentes contextos, ratifican los innovadores conceptos de Mazurek sobre texturas, espacio e interacción. En tanto que The Field ofrece una lectura más amable de su ideario melódico.
Los detractores de John Cage decían que “su música también podría haberla hecho un niño”; pero Cage consideraba ese menosprecio como el mejor de los elogios. Mazurek corporiza con ironía esa interpretación en la subliminal Nora Grace. Allí, la voz de una niña repite la frase “¿qué querés decir?”. Un final abierto que encierra una pregunta cuya respuesta se encuentra diseminada en temas previos o, tal vez, en toda su obra.
Obra en la que hay pasión, compromiso, exploración e inquietantes cuestionamientos.
Jamás he escuchado un sonido sin amarlo, el único problema con los sonidos es la música (John Cage)
Sergio Piccirilli