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Mary Halvorson Septet: Illusionary Sea

 

illusionary seaIllusionary Sea (no. 33), Smiles of Great Men (no. 34), Red Sky Still Sea (no. 31), Four Pages of Robots (no. 30), Fourth Dimensional Confession (no. 41), Butterfly Orbit (no. 32), Nairam

 

Músicos:

Mary Halvorson: guitarra

John Hébert: contrabajo

Ches Smith: batería

Jon Irabagon: saxo alto

Jonathan Finlayson: trompeta

Ingrid Laubrock: saxo tenor

Jacob Garchik: trombón

 

Sello y año: Firehouse 12, 2013

Calificación: Dame dos

 

La imaginación sin conocimientos es como tener alas y no saber volar (Joseph Joubert)

 

En el infinito entramado de las obras musicales, el conocimiento adquirido por el artista desempeña un papel de capital importancia. Sin embargo, llama la atención que en los dos caminos principales recorridos por la filosofía para explicar la fuente del conocimiento se tiende a relegar un valor fundamental en la creatividad artística: la imaginación.

En la primera de esas dos perspectivas filosóficas, la enfatización del papel de la experiencia y su enlace con la percepción sensorial en la formación del conocimiento dieron fundamento a lo que se dio en llamar empirismo. Esta teoría entroniza a la experiencia como base de todo conocimiento –de hecho, el término empirismo proviene del griego empeiria, de donde deriva la palabra experiencia– y tuvo en los filósofos John Locke, David Hume y George Berkeley a sus cultores más destacados. En el empirismo, todo conocimiento procede unívocamente de la experiencia sensible y, por ende, se manifiesta en antagonismo con la otra corriente que intentó describir la fuente del conocimiento: el racionalismo.

Los principios medulares del racionalismo (del latín ratio, razón) fueron formulados por el filósofo francés René Descartes y expresan un sistema de pensamiento que –en un claro contraste con el empirismo- acentúa el rol de la razón en la adquisición del conocimiento. Dicho de otro modo, podría afirmarse que el empirismo retomó la idea aristotélica de la tabula rasa -según la cual la mente al nacer es como un papel en blanco y en donde sólo la acumulación de conocimientos va haciéndonos expertos- mientras que el racionalismo, al conjuro de la concepción cartesiana, describe una mente cargada de conocimientos innatos que no dependen de la experiencia y que sólo pueden ir acrecentándose a través del método deductivo.

 

Con el ánimo de esclarecer este dilema filosófico intenté recurrir a la fuentes pero, lamentablemente, me fue imposible ubicar a Locke, Hume, Berkeley, Descartes, Aristóteles y… al plomero. Por cierto, este último no tiene la misma importancia que los anteriores… Tiene más importancia. A modo de ejemplo bastará con decir que en su última visita a mi domicilio arregló la ducha, eliminó una gotera, solucionó un par de filtraciones y me ilustró sobre “el eje de los planteamientos epistemológicos en función del análisis de la experiencia tras un proceso de hipostatización del objeto.”

En lo personal no tengo una opinión definida sobre la fuente del conocimiento; pero observando en detalle el comportamiento de algunos individuos podría aseverar que, efectivamente, “la mente al nacer es como un papel en blanco” y después… también.

Lo cierto es que, en nuestra historia cultural, los senderos del empirismo y el racionalismo se cruzaron y superpusieron hasta llegar a establecer una cooperación del conocimiento con la sensibilidad en donde –especialmente a partir de lo que Immanuel Kant en relación a la creación de belleza definió como “la proporción feliz entre la imaginación y el entendimiento”– se fue dando lugar a una cabal comprensión del valor de la imaginación en el proceso creativo.

El conocimiento –ya sea innato o adquirido- aunado a la imaginación, produce ideas estéticas que tienen la capacidad de hacer presente lo ausente, son expresiones de algo que parece inefable e indecible, ofician como representaciones simbólicas para las cuales ningún concepto es totalmente adecuado y su percepción hace que ante nuestros ojos se abra un “mar ilusorio” de sensaciones, conocimientos e imágenes.

Por todo ello, Illusionary Sea (“Mar ilusorio”) resulta un título más que apropiado para definir la obra de una artista como Mary Halvorson en quien –cada vez con más énfasis– parecen converger en idénticas proporciones imaginación, sensibilidad, perseverancia, talento, experiencia, conocimiento y creatividad.

 

Mary Halvorson es una figura emblemática de la música creativa del nuevo milenio  pero además -merced a la incomparable originalidad de su estilo, rigurosa técnica, infrecuente vitalidad para desenvolverse con solvencia en distintos contextos e imaginativa sonoridad- se ha transformado en poco tiempo en una de las guitarristas más sobresalientes de la escena jazzística contemporánea. Esas cualidades se distribuyen simultáneamente en su rol de líder de banda y también en algunos de los proyectos más representativos de nuestro tiempo, tales como Ches Smith and These Arches, Ingrid Laubrock’s Anti-House, Tomas Fujiwara & the Hook Up, Tom Rainey Trio, Mike Reed’s Living by Lanterns, el cuarteto Instant Strangers, en su sociedad con la violista y violinista Jessica Pavone, en el dúo Secret Keeper con Stephan Crump, en los tríos AYCH (con Taylor Ho Bynum y Jim Hobbs), Sifter (junto a Matt Wilson y Kirk Knuffke) y Thumbscrew (en compañía de Michael Formanek y Tomas Fujiwara), en el cuarteto Reverse Blue, en sus cooperaciones con el cornetista Taylor Ho Bynum (en el colectivo Thirteenth Assembly y en losTaylor Ho Bynum Trio, Sextet & Septet) y en los aportes realizados a favor de Anthony Braxton en Diamond Curtainwall, Echo Echo Mirror House, Anthony Braxton 12+1 y Falling River Music Quartet, entre otros.

Su discografía como líder de banda –integrada por Dragon’s Head (en trio con John Hébert y Ches Smith) de 2008, Saturn Sings de 2010 y Bending Bridges en 2012 (ambos en quinteto con los dos mencionados más Jon Irabagon y Jonathan Finlayson) y ahora con Illusionary Sea (en formato de septeto con el agregado de Ingrid Laubrock y Jacob Garchik)- parece dar testimonio fidedigno tanto de la obtención de pericia a través de la noción de experiencia pregonada por el empirismo como de la adquisición metódica del conocimiento por la que aboga el racionalismo pero también da cuenta, tácitamente, de aquella “proporción feliz entre la imaginación y el entendimiento” en la creación de belleza de la que hablaba Kant.

 

Mary Halvorson, en Illusionary Sea, profundiza una –ya definida- personalidad musical en donde aparecen encadenados un cúmulo de influencias sublimadas que van del rock de la escena de Canterbury al soul, de la música clásica europea (pensemos en Stockhausen, Shostakovich o Scriabin) al be bop y del góspel al free-jazz, entre otros.

En este nuevo trabajo, el temperamento musical que distingue a Halvorson se ve enriquecido por una alineación tímbrica más amplia que en sus obras previas, lo cual se traduce en un mayor despliegue de contrastes, acentos y construcciones armónicas.

Asimismo, no podemos soslayar la referencia tangencial a la astrología implícita en los títulos de sus producciones solistas y que también intuimos presente en Illusionary Sea. Del mismo modo que Dragon’s Head aludía a lo que en el campo astrológico es el nodo norte de la luna –también llamado “cabeza de dragón”- y  que representa al futuro (a diferencia del nodo sur o “cabeza de león” que se ocupa de los orígenes y la kármica pasada) y Saturn Sings parecía insinuar las implicancias del tránsito de Saturno en libra iniciado en 2010 (Halvorson es libriana), ahora, con Illusionary Sea puede inferirse una solapada relación con las actuales influencias zodiacales de Neptuno. Nombre que en astrología refiere al planeta asociado con la creatividad, la imaginación y las ilusiones (y que hoy en libra se encuentra en la casa del trabajo) pero que además denomina en la mitología romana al dios del mar.

 

El álbum abre con el fascinante Illusionary Sea (no. 33). La pieza conjunta la sofisticación instrumental y el atractivo visceral que son marca registrada de la autora pero con una materialización explícita de sus permanentes progresos en el campo armónico y el aditivo de una paleta sonora extendida. El septeto ofrece aquí una interpretación superlativa pero con particular destaque -en sus respectivas intervenciones solistas- de Jacob Garchik en trombón y Ches Smith en batería.

El burbujeante dramatismo de Smiles of Great Men (no. 34) va atravesando climas divergentes mientras alterna estratégicas resoluciones en contrapunto, pasajes con armonías cromáticas, vigorosos patrones rítmicos reforzados a base de repeticiones y un hermoso contraste entre el elusivo solo en saxo tenor de Ingrid Laubrock y la efusiva intervención de Jon Irabagon en saxo alto.

Una impecable introducción a cargo de John Hébert en contrabajo da pie a la íntima melancolía del ascético Red Sky Still Sea (no. 31). Una partitura exquisita -en donde parecen converger la balada, el blues y la improvisación libre- realzada por delicados ornamentos y los sutiles aportes solistas corporizados a través de la imaginativa guitarra de Mary Halvorson y en la aletargada precisión de las frases que imparte la trompeta de Jonathan Finlayson.

En Four Pages of Robots (no. 30), las complejas armonías y sucesivos cambios dinámicos evolucionan hasta desembocar en los vivaces aires antillanos y afro-céntricos que se desprenden de las intervenciones de Jacob Garchik en trombón y Ches Smith en batería para, finalmente, concluir en el feroz remate encarnado por la guitarra de Mary Halvorson.

Tras el episódico y arrollador Butterfly Orbit (no. 32) sobreviene el final con una magnífica versión de Nairam, tema –en origen titulado Maryan– perteneciente al guitarrista belga Phillip Catherine e inmortalizado por Robert Wyatt en el álbum Shleep de 1997 y que viene a rubricar la importancia que tiene el sonido de Canterbury en la música de Halvorson.

 

En síntesis: Illusionary Sea confirma que Mary Halvorson es una artista en un constante ascenso, con capacidad para ir sumando nuevos saberes al conocimiento innato, siempre dispuesta a imaginar nuevos horizontes y, fundamentalmente, con la suficiente inteligencia para nutrirse de la experiencia en la consecución de sus metas.

 

La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede (Aldous Huxley)

 

Sergio Piccirilli

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