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Ben Perowsky: Moodswing Orchestra / El Destructo Vol. 2

Sweet Adelaide, 1972, Dolly, Kings Fall, Till U Die, Land Of Snow, High Waters, Birds On Fire, Acheron Way

Músicos:
Ben Perowsky: batería, percusión, voz
Glenn Patscha: pianos eléctricos y acústicos, voz
Markus Miller: bandejas, electrónicos
Oren Bloedow: bajo, voz
Marcus Rojas: tuba, voz
Doug Weiselman: clarinete, clarinete bajo, flauta
Steven Bernstein: trompeta
Pamelia Kurstin: theremin
Jennifer Charles, Miho Hatori, Elyas Khan, Joan Wasser, Bebel Gilberto: voz

El Destructo Records, 2006

Calificación: Está muy bien

El húngaro Sándor Marái nació en Kassa (hoy perteneciente a Eslovaquia). Por cuestiones políticas no la ha pasado bien. Tampoco sabemos lo suficiente como para contarlo entre los nuestros o en el bando contrario. Se suicidó en 1989.
Lo que sí sabemos es que ha escrito algunas cosas interesantes. Muy interesantes. En uno de sus libros, “El último encuentro” (“A Gyertyak Csonkig Egnek” en el original), narra una historia extraordinaria entre dos amigos ¿inseparables? que vuelven a juntarse a comer después de 41 años. Hay entre ellos un poderosos secreto. Luego de la cena, el anfitrión le cuestiona varias actitudes pero, fundamentalmente, una traición y la posterior huida. El largo parlamento de uno de los protagonistas, Henrik, es un furioso alegato sobre la amistad: “Yo he llegado a pensar que la amistad es un lazo parecido a la unión fatal de los gemelos (…) Si tú y yo no hubiéramos sido amigos, tú no habrías regresado 41 años después, como el asesino, el delincuente que vuelve al lugar del crimen. Porque has tenido que regresar. Y ahora tengo que decirte algo de lo que he tardado en darme cuenta, tengo que darte una sorpresa terrible, tengo que hacerte una revelación: tú y yo seguimos siendo amigos (…) Porque la amistad no es un estado ideal. Es una ley humana muy severa”.

Ustedes se preguntarán qué tiene que ver esta introducción con un disco del baterista Ben Perowsky.
Debo reconocerlo: buena pregunta.
Uno, que ni de cerca quiere tener un millón de amigos como Roberto Carlos, tiene los suyos. No muchos, pero irreemplazables. Las afinidades con cada uno de ellos son bien disímiles, como corresponde. Y con uno en particular, esa afinidad pasa, entre otras cosas, por la música que escuchamos y compartimos.
Cuando salió este álbum, los comentarios de mi amigo no fueron muy alentadores.
Y yo le creí.
Pero el CD llegó a mis manos (porque Perowsky ha sido siempre una debilidad para un servidor, con Lost Tribe, Jamie Saft, Misha Mengelberg, Uri Caine, Elysian Fields, Dave Douglas, Salif Keita, ¡Spanish Fly!, Mike Stern… y por supuesto sus proyectos como líder o co-líder) y con la curiosidad de la certera decepción, lo escuché.
Y lo escuché otra vez.
Y otra.
Si bien su estilo es versátil, pocos dudarían en catalogar a Perowsky como un baterista / músico de jazz.
Con este disco, esa certeza se hace trizas.

El tratamiento lento de Sweet Adelaide, con el uso de theremin, electrónicos y los cortos pero potentes fraseos de Marcus Rojas en tuba van desenvolviéndose de manera gradual en potencia, intensidad y volumen, pero siempre a mid-tempo. La voz de Joan Wasser contribuye al clima mientras los instrumentos siguen entrelazándose como en un laberinto con indicaciones.
No menos enigmático es el comienzo de 1972, con flautas, electrónicos (una constante en el álbum), tonos telefónicos, campanas, el inconfundible ruido a púa de un vinilo y las sutilezas de Perowsky.
Si hasta aquí Moodswing Orchestra / El Destructo Vol. 2 me resultaba al menos atractivo, Dolly eleva mis dudas con respecto al buen gusto de mi amigo, pero además aumenta mi temperatura corporal hasta límites… digamos… sin límites a la vista. Es que entre las sutilezas de Wieselman, Rojas y Bernstein, se inmiscuye la personalísima y erótica voz de Jennifer Charles. Se escucha una máquina de escribir. El tema es bellísimo. La Charles también. Quiero decir… interpreta fenómeno (pero que alguien le avise que cuando susurra… hace daño) y creo que Dolly estará entre uno de mis top 10 del año.
Con la electrónica siempre presente, Kings Fall sigue deparando sorpresas. Una base de bajo con voces procesadas (a cargo de Bebel Gilberto y del esposo de la Charles, el aquí también bajista Oren Bloedow) en un estilo similar al que patentaron los Godley and Creme luego de la disolución de 10cc.
La cantidad de sutilezas es infinita. Nadie se destaca por realizar solos pirotécnicos o intervenciones para la tribuna. Perowsky parece haber logrado que éste sea, verdaderamente, un proyecto. Todos van de la mano, cruzan por la senda peatonal y esperan cuando el semáforo vira al rojo. Perowsky acelera y con él, todos. Disculpen, pero dejaré de escribir unos instantes: debo subir el volumen.
(…)
Ya está.
Mi preferido sigue siendo Dolly, pero éste tiene todas las fichas para transformarse en un hit single (iba a pedir disculpas por lo de “hit single” pero después de aquel temazo de Joe Jackson ya no me importa). El líder ordena que todo pare y queda la Gilberto con los electrónicos (sutiles) por detrás hasta que Perowsky ataca de nuevo y con él, nuevamente, todos. El final es… una traición. Esas cosas no se hacen Ben

Elyas Khan aporta su grave registro vocal en Till U Die. Con el tema ya en neto corte pop (sí, a pesar de las distorsiones, las percusiones y sonidos que andá a saber de dónde salen y cómo), un coro desangelado (¿a cargo de Rojas y Perowsky?) avanza a los tropezones. No deja de tener su costado amable. El tema va in crescendo pero parece ser una transición dentro del álbum.
El comienzo de Land Of Snow nos lleva de regreso a los tonos oscuros y a los sonidos que se suceden de manera espacial y envolvente. Miho Hatori es quien aquí aporta sus cuerdas vocales. Marcada presencia de Perowsky aunque el disco parece comenzar a languidecer a pesar que el atractivo, desde lo sonoro, permanece.
Despiertan de la siesta con un vendaval sonoro en el inicio de High Waters. Los instrumentos y sus sonidos se entremezclan y cuesta discernir cuál es cuál. Ya no sé si es un disco de jazz pero la verdad es que no me importa. Esta incursión de Perowsky en la música electrónica es una buena noticia. Las percusiones, Doug Wieselman con sus clarinetes y flauta dulce y el trabajo económico en piano de Glenn Patscha dominan la escena. Y la dominan bien. Por momentos pensé que aparecería Fripp metiendo un solo. Pero no.

En Birds On Fire volvemos a estar en problemas.
El clima enigmático y oscuro que gobierna el álbum no nos deja de a pie. Ah… ¿el problema? Vuelve a susurrar Jennifer Charles entre sonidos que vienen y van, melodías que se entrelazan, intervenciones minimalistas y una fuerte presencia de electrónicos. Afortunadamente el tema no es como Dolly (sería un clon…). Un escalón por debajo, pero la Charles
El final de Moodswing Orchestra / El Destructo Vol. 2 es con Acheron Way que, en el contexto del álbum, parece una puerta abierta más que un cierre. Un pasaje a otra cosa. Un túnel, un puente. Y ya lo dijo Cortázar: un puente es un puente si alguien lo camina. Y habrá que ver adónde nos lleva este disco que parece ser el inicio de algo. No sé si el proyecto continuará con otro(s) disco(s) de similar(es) característica(s). De lo que sí estoy seguro es que esta experiencia o pegó o pegará fuerte en la carrera de este baterista / músico, un referente ineludible de la música creativa en New York y, con respeto, uno de los nuestros.
Pero me quedé pensando en mi amigo…

En una oportunidad, alguien que conocía muy bien mis gustos cinéfilos me recomendó ver, en cuanto se estrenara en Buenos Aires, “El sacrificio”, del gran Andrej Tarkowsky. Le hice caso. Al escribirle (porque estaba en el exterior) le comenté que me había pasado poco y nada. Su respuesta fue en modo de pregunta: “¿qué te está pasando Morales?”
Me di otra oportunidad.
Él tenía razón. La película es increíble.
Y con respecto a este disco no sé…
Yo seguiré siendo amigo de mi amigo.
Y este álbum será una excusa más, si se quiere, para tenerlo (siempre) presente.
Ahora… a vos que no te gustó, te pregunto: ¿Qué te está pasando?

Marcelo Morales.

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