Stefano Di Battista: Como Colado En Fiesta Ajena
La Trastienda – Buenos Aires
Viernes 11 de mayo de 2007 – 23:00 hs.
El saxofonista alto Charlie Parker es, sin dudas, uno de los referentes inevitables de la historia del jazz. Junto con Dizzy Gillespie y Miles Davis conforman un triángulo escaleno (cada uno pone al que quiera en el lado que competa) sobre el que todos los jazzistas posteriores se han apoyado.
Es cierto que por tratarse de un triángulo escaleno (y encima con vértices bien marcados) algunos se han pegado porrazos memorables. Pero no es éste el lugar donde explayarse sobre el particular.
Parker murió a los 33 (dicen que como el Cristo) aunque al revisarlo los médicos le daban 20 años más, por lo menos, habida cuenta de su vida pletórica de (malos) excesos. Lamentablemente, la realidad de la música de Parker difícilmente se encuentre en los registros fonográficos. La verdad parece haber estado sobre los escenarios. Y no hay manera de que quienes no hemos estado en el lugar de los hechos podamos ratificar o rectificar los acontecimientos. Pero gente que merece nuestra más sincera confianza asegura que fue así.
Homenajes al saxofonista ha habido muchos. Muchísimos. Hasta Charlie Watts, el baterista de The Rolling Stones se le animó logrando, tal vez, uno de los más atractivos por lo distinto, por lo respetuoso y por lo inesperado.
El saxofonista italiano Stefano Di Battista se sumó a la lunga fila con la edición de Parker’s Mood, un buen y respetuoso trabajo que sería el eje de su actuación en La Trastienda, propiciada por el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.
Y de verdad que fuimos a encontrarnos con esa “verdad existente sobre las tablas”, pero con algunos reparos y cuidados. Al saxofonista lo acompañarían el pianista Eric Legnini (de quien algo sabíamos) y la base rítmica conformada por el contrabajista Darío Rosciglione y el baterista Frank Agulhon, de quienes sabíamos muy pero muy poca cosa.
El comienzo, a las 0:15 debido al retraso de un show anterior, fue con Night In Tunisia, de Dizzy Gillispie. Un aire latino inunda la sala. La labor de Legnini es correcta; la sobriedad de Rosciglione (una suerte de mix entre Peter Sellers, David Niven y Vincent Price), contrasta con la energía del baterista, zurdo para más datos. La gente aplaude la primera intervención del saxofonista, que precede a una intervención del pianista. Ambos suenan predecibles, Agulhon quiere empujar pero termina con el carro delante del caballo. Un pastoso solo de bajo y un final onanista en el que Di Battista muestra una gran técnica, velocidad y amplitud de recursos.
Una sobria intro de Legnini nos lleva hacia otro lado; cuando se suman los demás, nos sentimos trasladados hacia el barrio de Constitución. Más precisamente a un hotel alojamiento, albergue transitorio, motel o como quieran llamarle. Y además nos quedamos encerrados en el ascensor. Y no hay quien escuche nuestros ruegos. La buena intención del pianista no contagia a sus compañeros. El tema es decididamente horrible. Una balada pastosa, desteñida, cruel para los sentidos. Un absurdo blues que hacia el final se alarga innecesariamente (aunque a esta altura todo era innecesario), desembocando en una pequeña coda latina con los acordes de un Autumn Leaves casi poppy. Increíblemente, la gente ovaciona.
De pronto, Di Battista toma el micrófono para presentar a sus músicos y contarnos que el primer tema fue de Gillespie (alguien del público debió soplarle el título, pero esas cosas pasan) e inmediatamente comenta que lo que acabábamos de escuchar era un tema nuevo, aún sin título, pero que provisoriamente han llamado Stupid Ballad.
A confesión de partes, relevo de pruebas.
El tercer tema de la noche es Laura, de Johnny Mercer. Di Battista (insistimos, una técnica prodigiosa) recurre a los graves y Agulhon hace percusión con las manos. El aburrimiento es preocupante. Necesito algo fuerte: una pomona, una bidú, una Mountain Dew… opté por un tinto. Morales, cuando se trabaja, no se bebe. O al revés. No trabajo, entonces. Me niego. Pero el deber es el deber. El final tiene cierta onda y quizás no sea el vino. Si el saxofonista quiere, esto puede mejorar. El solo del final alberga esperanzas.
A continuación, otra composición de Di Battista. Se van todos del escenario excepto Legnini quien improvisa una larga intro. Un momento de solo piano vale oro en estos momentos. ¿A ver? A ver si va al haber. El pasaje es calmo, sutil, sin riesgos pero algo es algo. Yeitea, pero es lo que hay. Varios pasajes me recuerdan al Koln Concert de Jarrett. Su mano izquierda es poco determinante, aunque el sonido del piano tampoco ayuda. Con el cuarteto nuevamente en escena, el tema se transforma en otra balada. La novedad es que el saxofonista recurre al soprano. El baterista intenta nuevamente acelerar la cuestión, pero parece ser que este muchacho (salvo cuando tamborilea) toca todo igual. Varios se están pegando una linda siesta a deshora. Viramos nuevamente al latin. Recuerdo lo de Groucho Marx: “He pasado noches inolvidables… pero no ha sido ésta”. El simpático final lo arruina Di Battista entrando ferozmente a destiempo. Ellos se ríen. Yo sigo sin entender.
Di Battista retorna al alto y arremeten con una veloz versión de Donna Lee. Legnini lo sigue. Se vienen los previsibles cortes para el ¿lucimiento? del baterista, que tiene menos ideas que un termo… sin ideas. Nos sorprende un buen dueto entre el saxofonista y Agulhon que desemboca en un solo de batería que imaginen. Final.
Para el bis me voy al fondo de la sala. A la 1:35 de la madrugada, Di Battista se dirige al público: “seguramente reconocerán esta melodía”. Solito, ataca con Mack the Knife. La gente reconoce el tema y empieza a tararearlo, ya que la versión es melosa. El público tararea y aplaude. Y de pronto los músicos dejan de tocar y es patético ver las cabecitas moviéndose a diestra y siniestra cual parabrisas acompasado mientras Di Battista silba.
Y yo que no lo puedo creer.
Me acuerdo de Los Campanelli
Y me sentí como un convidado de piedra en fiesta ajena.
Marcelo Morales