Marc Ribot Plays Masada Book Two – Asmodeus Book of Angels Volume 7
Kalmiya, Yezriel, Kezef, Mufgar, Armaros, Cabriel, Zakum, Raziel, Dagiel, Sensenya
Músicos:
Marc Ribot: guitarra
Trevor Dunn: bajo
G. Calvin Weston: batería
Tzadik, 2007
Calificación: Sinuoso
Para componer es necesario que el artista aniquile su ego (John Cage)
En Asmodeus, Marc Ribot nos ofrece su particular visión de las composiciones de John Zorn asociadas al proyecto Masada Book Two-Book of Angels.
Desde fines de 2005 a la fecha se han editado seis álbumes de esta serie, representados sucesivamente por el Jamie Saft Trio, Masada String Trio, el dúo integrado por Mark Feldman y Sylvie Courvoisier, Koby Isralite, la Krakow Klezmer Band y Uri Caine. En todos ellos, Zorn se ha reservado de manera excluyente el rol de compositor (y “alguito” más).
El arte históricamente supo ocupar una función social muy definida hasta que comenzó a convertirse en un medio de expresión individual.
En sus orígenes, el artista solía ser un emergente de la sociedad que sublimaba a través de su obra las tensiones sociales, pero paulatinamente fue transformándose en vehículo transmisor de una necesidad interior y con una incidencia menor en la realidad circundante.
John Zorn parece conjugar ambos principios. Por un lado oficia como una especie de chaman de la vanguardia musical, bajando líneas y marcando tendencias, pero también expresa esporádicamente una febril actividad al servicio exclusivo de un ego exacerbado.
Desde una perspectiva histórica no resultaría descabellado intuir que Zorn, a través de su obra, ocupará finalmente un merecido lugar de privilegio cuando se juzgue el desarrollo del arte musical de esta época.
Sin embargo, el pensamiento de Zorn por momentos parece contradictorio y deliberadamente confuso. En una rápida interpretación podemos concluir que el devenir de su obra se funda en esos contrastes.
Esta faceta paradójica tal vez sea lo más positivo de su ideario creativo, pues de este modo nos vemos obligados a reflexionar y cuestionar una serie de valores culturales considerados inalterables.
Un artista siempre pretende alcanzar la inmortalidad a través de su obra. En cambio la gente como uno, cuyo talento artístico oscila entre lo nulo y la nada, sólo puede aspirar a la eternidad tratando de… no morirse.
No podemos juzgar la obra de Zorn sólo por el resultado de su música, ni por uno de sus discos y mucho menos por algunas de sus composiciones en forma aislada, pues el conjunto va acompañado por profundas ideas que debemos considerar cabalmente para una apropiada interpretación.
Marcel Duchamp, en las ultimas décadas de su vida, permaneció inactivo. Sus ideas vanguardistas lo llevaron a un punto en el que seguir trabajando como creador plástico se convertía en un absurdo. Como consecuencia, silenció su obra para manifestar su desacuerdo con el sistema imperante. En el otro extremo de las actitudes posibles debemos ubicar a John Zorn, quien en idéntico punto creativo, ha optado por multiplicar su discurso artístico con proyectos musicales simultáneos y con una profusa actividad que excede el rol de compositor y ejecutante.
El análisis musical está dirigido a revelar y poner al descubierto la estructura interna de un corpus musical, sus normas y principios formales y las técnicas composicionales utilizadas. Esto responde a cuál es el contenido y su estructura y como fue concebida y realizada la obra.
Aunque a veces se trata simplemente de escuchar música e intentar establecer, mediante la audición, sus características esenciales.
Es posible crear una relación íntima con la obra y formarse una visión personal y desprejuiciada de ella, aun cuando no se conozcan sus aspectos contextuales. Ergo, cualquier hijo de vecino puede determinar con autoridad si una composición es genial, maravillosa y linda o mala, fea y caca. Intentaremos analizar cuánto hay de genial y cuánto de caca en Asmodeus y lo haremos como buen hijo de… vecino, también.
Kalmiya está gobernada por la crudeza de fraseos desaforados y lacerantes acordes. Es como si la Jimi Hendrix Experience tomara por asalto la música de Masada. Ribot, al igual que Hendrix, permite que la guitarra esté en todas partes con riffs tempestuosos y sin treguas ni pausas. Hendrix fue un guitarrista lo suficientemente dotado como para crear una identidad revolucionaria a partir de canciones apenas discretas. Su viaje iniciático a territorios inexplorados desarrollado hace cuatro décadas, tuvo un valor incalculable en el protagonismo alcanzado por la guitarra en los años posteriores. Ribot, en otro tiempo y contexto, elige reeditar aquel enfoque con un conmovedor entusiasmo; sin embargo, al tratarse de caminos ya transitados, los valores de origen no alcanzan a ocultar el deterioro producido por el paso de los años.
En Yezriel llega la calma con un blues de estructura monocorde atravesado por intensos punteos en los que Ribot materializa la capacidad expresiva de la distorsión que caracterizó al guitarrista Sonny Sharrock. Influencia que no debe sorprender ya que ambos han reconocido en las enseñanzas de Albert Ayler una guía rectora explícita.
En Kezef, una introducción de G. Calvin Weston deriva en un arrebato punk sin espacio para sutilezas, con sonidos atonales abrasivos, sin armonía fija y con énfasis en las texturas más que en la melodía convencional. Ribot rinde tributo al subgénero del punk rock que tuviera epicentro en New York a fines de los setenta conocido bajo la denominación No wave. Esta efímera corriente, que suscribía al concepto experimental de la música, surgió en respuesta a los elementos comerciales de la entonces popular New Wave. ¿Y por qué fue efímero este movimiento? Escuche el tema de Ribot y se dará cuenta. Con todo el dolor del alma (y del estómago) la propuesta suena más ordinaria que yogurt de mondongo y tan desagradable como un caramelo de ajo.
Mufgar se aleja momentáneamente de la distorsión permitiendo que emerja el factor melódico, pero su económica partitura podría entrar en la cabeza de un alfiler. El lirismo de los fraseos sefardíes de Armaros resulta perjudicado por un confuso encuadre estructural que parece ignorar el valor de los silencios. El cavernícola inicio de Cabriel da pie a una secuencia de tropiezos de los que finalmente surge con claridad prístina, el caos primero y luego la excelsa plenitud de la nada.
Siempre me gusta dejar un mensaje positivo. Pero dadas las circunstancias ofrezco cambiárselo por dos mensajes negativos:
Ribot ha tenido mejores momentos (ejemplo, todos los otros).
No estoy perdiendo la paciencia, todo lo contrario. Estoy ganando en impaciencia.
Zakum es una especie de judeo-rock. Un simposio de cuerdas estiradas y sonidos chirriantes. Monótono, repetitivo, sudoroso, precario, torpe.
Siguen con Raziel, que aunque no lo parezca es otro tema. Dagiel en cambio presenta una estructura simple y clara. Sobre la contundencia rítmica que configuran Weston y Dunn, la guitarra despliega un solo poderoso y apasionado que incorpora incendiarios fragmentos melódicos provenientes de la música hasídica. Un poco tarde para entusiasmarse.
En Sensenya se articula un discurso que acepta vecindad con el enfoque de Dave Fiuczynski en la Hasidic New Wave. Lástima, ya es de noche.
Así pasaron los 38’37” que dura el disco, brevedad que en otro momento hubiese provocado indignación pero que aquí sólo produce alivio.
Zorn es un compositor revolucionario y Ribot el mejor discípulo posible. Pero en Asmodeus, en lugar de transformar la realidad implantando un nuevo orden, optaron por reemplazarlo por otro ya existente.
Y eso es mucho menos de que lo que Zorn y Ribot pueden hacer.
El arte es plagiador o revolucionario (Paul Gaugin)
Sergio Piccirilli