Steven Bernstein’s Diaspora Hollywood Band: Un Final Feliz de Nunca Acabar
Hammer Museum – Westwood (USA)
Jueves 9 de Agosto de 2007 – 20:00 hs.
Steven Bernstein, en el proyecto Diaspora, explora las raíces de la música hebrea transferidas a diferentes contextos a partir del exilio judío provocado por el Holocausto y su posterior dispersión por el mundo.
Diaspora Hollywood asocia el éxodo de ese pueblo con la ciudad que define y caracteriza a la industria del cine y la televisión estadounidense.
Sin embargo, la relación entre los judíos y Hollywood no surge a simple vista y requiere de un análisis más profundo.
Si extractáramos de la historia los ilustres apellidos que han ubicado a Hollywood en el epicentro de la industria cinematográfica mundial, nos daríamos cuenta de la endeble relación que existe con la diáspora hebrea. Citemos al azar algunos nombres, por ejemplo, directores de cine como Spielberg, Zinneman, Mankiewicz o los hermanos Coen… Bueno, esteee… mejor mencionemos productores como Samuel Goldwyn o Daryl Zanuck. No es el mejor ejemplo. Probemos con estrellas como Tony Curtis, Kirk Douglas o Woody Allen… ¡Uhh! Sus nombres reales son Bernard Schwartz, Danielovitch Demsky y Allen Koenigsberg…
Sin lugar a dudas, hasta el individuo más torpe se daría cuenta de que la relación entre la diáspora y Hollywood es incontrastable, íntima, inapelable, innegable y está fuera de toda discusión.
Siempre lo supe.
Ya estamos en el Hammer Museum para presenciar una de las pocas apariciones en escena de la Steven Bernstein’s Diaspora Hollywood Band integrada por Pablo Calogero en saxo barítono, clarinete bajo y flauta, DJ Bonebrake en vibráfono, el contrabajista David Piltch, Danny Frankel en batería y percusión y Steven Bernstein en trompeta.
El disco Diaspora Hollywood editado en el 2004, es un sentido homenaje a los arregladores y compositores judíos emigrados a la ciudad de Los Angeles durante la segunda guerra mundial.
Bernstein usó material de sus melodías tradicionales favoritas, composiciones originales y dos piezas cantorales de la liturgia hebrea. Todo esto combinado con el cool jazz que caracterizaba por aquellos tiempos a la costa oeste estadounidense y usando conceptos desarrollados en los álbumes anteriores de la serie: Diaspora Blues y Diaspora Soul. Bernstein describe, con su música, la fuerte colisión cultural entre los temas jasídicos y el west coast jazz, ubicándose cronológicamente en una etapa previa al desarrollo de la escena de free jazz en Los Angeles y su contraparte en la costa este, el hard bop.
El inicio es con el tema que abre el álbum Diaspora Hollywood, Yis may hoo. Un etéreo y delicioso groove a medio tiempo basado en una melodía tradicional judía. Los arreglos remiten tangencialmente al estilo de David Raskin, quien con más de 100 composiciones para películas y 300 para televisión, es considerado en la meca del cine como el “abuelo” de las bandas sonoras. Bernstein y sus muchachos nos embriagan con sutilezas. Conmovedora intervención de Calogero en clarinete, impecable solo de trompeta, imaginativo aporte percusivo de Frankel, poderosa intervención de Piltch y delicadas texturas en vibráfono. Los músicos están en el escenario, los estoy viendo, pero el sonido llega a mí como si alguien estuviera susurrándome un secreto al oído. Y me refiero a esa clases de secretos que nos dejan dibujado en el rostro un gesto de inocultable placer. De pronto el edificio sonoro se desploma como un castillo de naipes y arranca King Kong, composición de Bernstein incluida también en Diaspora Hollywood, en la que rinde tributo a Max Steiner. Este compositor nacido en Viena se estableció en Hollywood cuando empezó el cine sonoro. Precursor del leit motiv o tema musical dedicado a un personaje o situación concreta, compuso la música de Casablanca, El Cantante de Jazz, Lo que el viento se llevó, El delator, Extraña pareja, Una mujer espera, Después murió…
Perdón, después de Una mujer espera va un punto y después…
Después, murió.
Bernstein elige recordarlo titulando el tema como King Kong, película cuya música también pertenece a Steiner.
Saben a qué me refiero, ¿no? El mono peludo gigante que a último momento se pega un porrazo y muere. Hablo de King Kong y no de Steiner, aunque también se daba sus buenos porrazos.
Después murió. Ambos murieron.
Un solo de batería deriva en Meyer Lansky. Composición de Bernstein que alude al líder mafioso nacido en Bielorrusia cuyo nombre real era Majer Suchowlinski. Sus relaciones más cercanas eran nefastos personajes del submundo del hampa, como Lucky Luciano y Bugsy Malone y sus padres eran judíos polacos (después de Malone también va un punto, ¿eh?). Lansky estableció centros de juego en Florida, New Orleans y Cuba. Fue el principal inversor del proyecto Las Vegas.
Con la madurez replanteó su vida y… se involucró en el tráfico de drogas, prostitución y extorsiones, pero sólo para disimular, ya que la fuente principal de sus ingresos provenía de una distribuidora de pañales.
Después murió. Hablo de Steiner, King Kong y Lansky. Todos mueren.
La concepción instrumental de Bernstein es similar al Claudia Quintet pero filtrada, en perfecto balance y equilibrio, por la música klezmer.
Siguen con B’rich sh’me, composición de Henry Rosenblatt.
Bernstein conduce la melodía con la precisión de un cirujano. Gesticula, da indicaciones, señala. Una mezcla de director de orquesta, guía de turismo y policía de transito. De la nada se arman tríos rotativos. Primero saxo, percusión y bajo, luego vibráfono, batería y contrabajo con arco.
El público permanece concentrado y en silencio como si fuesen extras en una película muda. B’rich sh’me está inspirado en el kadish, uno de los principales rezos de la religión judía. Un panegírico a Dios, que no sé qué significa… pero queda bien. El enfoque, aquí, parece asociarse a la sinfonía Kaddish de Leonard Bernstein en la que incorporó melodías judías de rezo. También asimila cualidades de la obra Tehilim de Steve Reich, sobre todo por la combinación de minimalismo con un idioma melódico con ecos de música folclórica judía basada en salmos.
Llega Havenu shalom alechum, otro tema tradicional de la liturgia hebrea. Aquí, integrado a la columna vertebral del jazz y asimilando, en términos de concepto, la experiencia de Gershwin en la ópera Porgy and Bess al componer It Ain’t Necessarily So inspirado en la melodía de la bendición del Haftarah. La banda nos ofrece un extenso y apasionado solo de vibráfono de DJ Bonebrake y sucesivos duelos liderados por la flauta de Calogero, primero con la batería y luego con el contrabajo de Piltch.
Un irreprochable solo de Bernstein en trompeta desemboca en Hollywood Diaspora. Al adoptar el giro evolutivo del bop, eliminando las disonancias del swing, suavizando su tono y reduciendo los acentos de la sección rítmica, se apropia con autoridad de los principios fundacionales del cool jazz. Investiga la posible conexión de estilos entre Shorty Rogers y Shelly Manne pero desarrollando un lenguaje armónico emparentado con Alfred Newman, quien fuera uno de los integrantes de la primera ola de compositores y arregladores judíos en Hollywood provenientes de New York y compositor de la música de Gunga Din, Qué verde era mi valle, Sangre y arena, Nido de víboras, El rey y yo, El diario de Ana Frank, La conquista del oeste, Aeropuerto, etc. Aunque algunos prefieren recordar a Newman con títulos como El renegado, El Zorro, Bola de fuego. Aclaremos que son otras películas y no los diferentes apelativos que recibiera este compositor que dicho sea de paso… después murió.
La versión que despliegan reafirma la consistente interacción instrumental basada en la solidez del experimentado David Piltch, en la prolongada y periódica cooperación que mantienen Calogero, Frankel y Bernstein desde la época de Flying Karamazov Brothers y en la intensidad rítmica del ex-baterista del grupo de punk-rock X, DJ Bonebrake, en su particular e inhabitual aproximación al vibráfono.
El final será con una deslumbrante versión instrumental del cantoral V’shamru de David Nowankowky, que remite a un pasaje bíblico extractado del Éxodo. Hablando de éxodo, llegó la hora de irnos. Bernstein, inspirado en Hollywood, aplicó el típico recurso del “final feliz”.
Y lo hizo tan bien, que termino siendo Un final feliz de nunca acabar…
Sergio Piccirilli