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Steven Bernstein: Diaspora Suite

Reuben, Simeon (Yis may chu), Levi, Judah, Dan, Naphtali, Gad, Asher, Issachar, Zebulon, Joseph, Benjamin

Músicos:
Steven Bernstein: trompeta
Jeff Cressman: trombón
Peter Apfelbaum: saxo tenor, saxo soprano, flauta
Ben Goldberg: clarinete, clarinete contra-alto
Nels Cline, John Schott, Will Bernard: guitarras
Devin Hoff: bajo eléctrico
Josh Jones: batería y percusión
Scott Amendola: batería

Tzadik, 2008

Calificación: A la marosca

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas, ese montón de espejos rotos. (Jorge Luis Borges)

Diaspora Suite es el cuarto álbum de la serie dedicada por el arreglista, compositor y trompetista Steven Bernstein a la diáspora judía. La fuente de inspiración principal de cada uno de esos trabajos ha sido la música de la liturgia hebrea y algunas canciones tradicionales de los judíos askenazíes de Europa oriental. Influencias que Bernstein, diáspora mediante, se ocupo de transportar a las raíces de la música afroamericana. En 1999 inició la serie con Diáspora Soul, en el 2002 continuó con Diáspora Blues y en el 2004 se aproximó al cool jazz con Diaspora Hollywood. En todos esos trabajos Bernstein tuvo la habilidad de integrar géneros aparentemente contrapuestos para formular un discurso innovador pero respetuoso de sus fuentes. En sus orígenes, el klezmer asumió como propia la tradición de la música jasidica incorporándole sonidos, instrumentos y modos de interpretación de aquellos países en donde los judíos de la diáspora habitaban. Bernstein se manifiesta fiel a esos principios adaptando ese núcleo conceptual a otros contextos geográficos, culturales y artísticos. Cada uno de los álbumes de la serie fue grabado en diferentes ciudades y con distintos músicos, tal vez como forma de reafirmar ese principio medular de reformulación de la diáspora. Pero si existe un factor que une todos los elementos, primarios y secundarios, directos o indirectos, con que se relaciona el nuevo trabajo de Bernstein, ése es: la memoria.

La memoria es una función cerebral que se produce como resultado de conexiones sinápticas entre neuronas mediante las cuales podemos retener experiencias pasadas. Cuando ese circuito integrado refuerza su intensidad, se crean los recuerdos. La memoria humana puede contemplar el pasado y planear el futuro. La ciencia ha calculado que el cerebro humano puede almacenar información que llenaría unos veinte millones de volúmenes, convirtiéndose así en la mayor biblioteca del mundo. En un utópico intento por comprobar este dato, llevo años trasladando al papel toda la información almacenada en mi cerebro. Si bien el proyecto se encuentra en una etapa preliminar, a la fecha llevo acopiadas más de mil carillas… en blanco. Lo cual puede atribuirse a la idea esbozada por los neurocientíficos que establece que sólo utilizamos una diezmilésima parte del potencial del cerebro. Ergo, es probable que en mi caso sólo este funcionando la parte inútil. Me olvidé en que estábamos. Ah… sí… la memoria.

Si no existiera el olvido no existiría la memoria. Convengamos que una cosa es tener un olvido vulgar y ramplón y otra muy diferente es encontrarle un respaldo académico. En tal sentido, algunos estudios científicos cuyos autores… he olvidado, ilustran la pérdida de retentiva a través de lo que denominaron la curva del olvido. El concepto relaciona la intensidad del recuerdo con el tiempo en que éste se mantiene en el cerebro. Cuanto más intenso sea el recuerdo, más tiempo se mantiene. Un gráfico típico de la curva del olvido muestra que normalmente en unos días o semanas se olvida la mitad de lo que hemos aprendido, salvo que lo repasemos.
Por ejemplo: si hace un mes nos martillamos un dedo accidentalmente, podemos asegurar la permanencia del recuerdo martillándonos una vez a la semana.
Por supuesto, debemos tomar la precaución que se trate del mismo dedo porque si no tendríamos recuerdos superpuestos… además de varios dedos aplastados.
El ritmo del olvido es prácticamente el mismo en todas las personas y depende de las representaciones mnemotécnicas del individuo. La curva de la memoria tiene una pronunciada pendiente cuando se memoriza material sin sentido tales como recordar la cantidad de veces que nos duele el estomago al año o la cantidad de derrotas de Racing durante un campeonato. Salvo que sólo nos duela el estómago cada vez que Racing pierde, lo cual permitiría establecer una representación mnemotécnica similar a la obtenida a cuando nos martillarnos el dedo semanalmente, pero más dolorosa.
A veces un hecho presente activa un recuerdo poniendo en funcionamiento la memoria a largo plazo que es aquélla que nos permite contemplar el pasado y planear el futuro.

El estímulo que propició la realización del álbum Diaspora Suite fue un evento en memoria (otra vez la palabrita) del extinto cineasta Robert Altman en el que Bernstein participara rememorando la música del film Kansas City. Altman fue un iconoclasta de la cinematografía estadounidense. Su particular estilo de trabajo con los actores, sus dotes innovadoras en el plano técnico y su mágico uso de bandas sonoras, le permitieron obtener un sello personal. Su cine elude la noción clásica de continuidad dramática. En su lugar, prefería dibujar un círculo que le sirviese como límite y dentro de él imaginar o recrear elementos que pudieran ubicarse en un orden aleatorio. Siempre se empeñaba en rodar las películas en el mismo orden en que se desarrollaba la acción, manifestándose abierto a que un imprevisto del rodaje permitiera cambiar el sentido de la secuencia o la dirección del final. El propio Altman, al describir la intencionalidad de su obra, decía: “sólo pretendo crear un evento y filmarlo como si no tuviera control sobre él”. Bernstein, en un giro casi cinematográfico, decidió apropiarse para su proyecto de ese concepto al “crear un evento y grabarlo”. El evento fue una sesión de seis horas en la que participó un seleccionado de músicos asociados a la escena de la costa oeste estadounidense. La grabación dio como resultado Diaspora Suite, un magnífico fresco en el que convergen la música judía y la vanguardia. Una yuxtaposición estética que rescata de la memoria a los pioneros del jazz-rock a la vez que incorpora al proceso creativo la complejidad armónica de la libre improvisación. Bernstein adopta un formato en suite dividido en doce segmentos, adjudicándole a cada uno de ellos los nombres bíblicos que identifican a los hijos de Jacob, reconocidos como los patriarcas de donde provienen las doce tribus de Israel.

La envolvente cadencia de Reuben nos conduce a un territorio en el que conviven las turbulencias experimentales que caracterizaron a Miles Davis y Herbie Hancock en los albores de los 70’s con una visión psicodélica de la música yiddish. Bernstein asume el liderazgo melódico respaldado por unísonos de clarinete y saxo en contrapunto con el trombón, la contundencia del tándem percusivo que integran Amendola, Jones y Hoff y los climas que construye ese incansable buscador de sonidos que es Nels Cline.
En Simeon (Yis may chu) hallamos una base funky con densas texturas de respaldo que además, de oficiar como guía, contienen la esencia de la música hebrea, de cuyo centro emergen los solos de John Schott en guitarra y Peter Apfelbaum en saxo tenor.
En Levi, la usina sonora que constituye Cline configura un clima aleatorio, profundo y sensual que nos deposita en una secuencia ligada al Miles Davis de Bitches Brew en comunión con las corrientes más innovadoras de la experimentación electrónica.
Judah enuncia un leit motiv de perfiles etéreos cuya distante melancolía nos remite de manera subliminal a la música del judaísmo askenazi. Los densos bloques sonoros de Dan nos depositan en un frenesí de polirritmia en el que sobresalen un inescrutable fraseo de Goldberg en clarinete contralto y el bizarro y temerario discurso de la guitarra de Cline. En Naphtali, una perversa línea en guitarra, fija el marco armónico sobre el que se desliza el solo de Goldberg otra vez en contralto, en natural enlace con la trompeta de Bernstein. Unos vigorosos acordes de guitarra y la batería de Amendola luchan por imponerse en la épica estructura armónica de Gad. Un breve interludio asociado al klezmer deriva en el fogoso planteo estético que proyectan el trombón de Cressman y la guitarra de Cline, quien aquí dibuja un jeroglífico que no podría descifrar ni el más avezado de los egiptólogos. Asher, a la manera de Diaspora Hollywood, nos permite reencontrarnos con el cool jazz en comunión con la música judía. Issachar pinta un inquietante lienzo auditivo a partir del re-ensamblaje de sonidos familiares de apariencia irreconciliable, que van desde una guitarra con wah wah a un clarinete solemne de carácter procesional. La caótica experimentación de Zebulon empalma con la pastoral sencillez de Joseph, cuya ascético mapa melódico se desvanece en un clima espacial en el que asume el protagonismo la Nels Cline Singers en pleno (Cline, Amendola y Hoff). Y para completar el rompecabezas conceptual, llega el despiadado heavy-klezmer de Benjamin, con Goldberg obteniendo sonidos inconcebibles para su instrumento y un Cline devastador e intratable dispuesto a darnos el tiro de gracia.

Diaspora Suite es un disco excitante, fresco y convincente. Con un líder ecuánime que supo incorporar a sus músicos al proceso creativo, rescatando de la memoria sus mejores recuerdos musicales para proyectarse en el futuro con innegable autoridad.

La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados (Jean-Paul)

Sergio Piccirilli

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