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Anthony Burgess: La naranja mecánica

(Ediciones Minotauro)

Anthony Burgess– Cuando salgas de aquí -dijo el min- no tendrás problemas. Nos ocuparemos de todo. Un buen empleo y un buen sueldo. Porque estás ayudándonos.

– ¿De veras?

– Siempre ayudamos a nuestros amigos, ¿no es así? -Y entonces me estrechó la mano y un veco crichó: "¡Sonría!"; y yo sonreí como besuño sin pensarlo, y entonces flash flash flash crac flash bang se tomaron fotos de mí y el Minintinf muy juntos y drugos. "Buen chico -dijo este gran cheloveco-. Buen chico. Y ahora, te haremos un regalo".

Hermanos, lo que trajeron entonces fue una gran caja brillante, y vi en seguida qué clase de vesche era. Era un estéreo. Lo pusieron al lado de la cama y lo abrieron, y un veco lo enchufó en la pared. "¿Qué quiere oir?", preguntó un veco con ochicos en la nariz, y tenía en las rucas unos álbumes de música, hermosos y brillantes. "¿Mozart? ¿Beethoven? ¿Schoenberg? ¿Carl Orff?"

– La Novena -dije-. La gloriosa Novena.

Y fue la Novena, oh hermanos míos. Todos empezaron a salir despacio y en silencio mientras yo escansaba, con los glasos cerrados, slusando la hermosa música. El min dijo: "Buen buen chico", palmeándome el plecho, y luego se fue. Sólo quedó un veco que dijo: "Firme aquí, por favor". Abrí los glasos para firmar, sin saber qué firmaba, y sin que me importase tampoco, oh hermanos míos. Y así me quedé con la gloriosa Novena de Ludwig van.
Oh, qué suntuosidad, qué yumyumyum. Cuando llegó el scherzo puede videarme clarito corriendo y corriendo sobre nogas muy livianas y misteriosas, tajeándole todo el litso al mundo crichante con mi filosa britba. Y todavía faltaban el movimiento lento y el canto hermoso del último movimiento. Sí, yo ya estaba curado.

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