Mariano Loiácono
Que esta entrevista finalmente se llevara a cabo y que, con orgullo, la presentemos como la primera del año 2009 fue una tares ardua, difícil, complicada y repleta de obstáculos. Afortunadamente contamos con un ladero para que, codo a codo, fuéramos mucho más que dos. Sin el aporte, la insistencia, la buena voluntad, la garra y el temperamento del trompetista Mariano Loiácono, ustedes no podrían estar leyendo estas líneas. Y es que, realmente, pocas veces existieron tantos imponderables que debieron sortearse (algunos rayanos en la más suprema ridiculez, dicho sea de paso) y, de no ser por el trabajo e insistencia mancomunada entre entrevistador y entrevistado, la batalla se habría perdido.
Nosotros somos tozudos, pero el trompetista también lo es.
Porque a pesar de haber pactado el encuentro con la suficiente antelación, numerosos e inesperados dislates provocaron que recién pudiéramos juntarnos en un bar de Palermo Viejo (no me vengan con Soho, Hollywood ni otras boluvariedades por el estilo) el martes 30 de diciembre bien entrada la noche.
Nosotros teníamos nuestras poderosas razones para querer entrevistarlo y sabemos entender nuestras propias necesidades. Lo que no entenderemos jamás es por qué Loiácono se obcecó tanto con la idea de hablar con nosotros.
Seguiremos ignorando esos motivos, pero bienvenidos sean.
Mariano Loiácono nació en Cruz Alta, provincia de Córdoba, en 1982. Incipiente pianista devenido en trompetista, se dedicó en sus inicios a la música clásica. Luego de pasar por la Escuela de Música Silvio Agostini, tomó clases con J C Tealdi en Rosario y, posteriormente, con Fernando Ciancio en Bs. As. Fue primera trompeta de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Rosario y de la Orquesta de la Ópera de Rosario, invitado frecuente de la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario y de la Orquesta de Cámara de esta ciudad. Queriendo comprender de qué se trataba esa cosita loca llamada “improvisación”, comienza a tomar clases de armonía e improvisación con Julio Kobryn, quien luego le sugeriría perfeccionar sus conocimientos con el trompetista Juan Cruz de Urquiza.
Cuando lo asaltaron las dudas, el experimentado de Urquiza le aconsejó ser paciente. Al poco tiempo ya estaba codeándose con algunos de los músicos más importantes de la escena jazzística local. Y si se trataba de codear, seguro que saldría indemne, habida cuenta de su vasta experiencia como centrojás a la hora de despuntar el vicio del balompié. Así fueron pasando experiencias y músicos notables: Mariano Otero, Juan Cruz de Urquiza, Rodrigo Domínguez, Ernesto Jodos, Horacio Fumero, Oscar Giunta, Richard Nant, Carlos Lastra, Ricardo Cavalli, Francisco Lo Vuolo, Jerónimo Carmona, Carto Brandán, Miguel Tarzia, Javier Malosetti, Paula Shocrón, Juan Pablo Arredondo, Daniel “Pipi” Piazzolla e infinitas firmas. Actualmente es miembro de la Mariano Otero Orquesta (y de su quinteto y sexteto), del Patricio Carpossi Quinteto, Tomás Becú Cuarteto, Javier Malosetti Group, entre otras agrupaciones.
Egresado de la E.M.C. (Escuela de Música Contemporánea), actualmente se desempeña como docente en la Cátedra de Trompeta en la Escuela Municipal de Música Juan Bautista Alberdi (Rosario).
Con su propio quinteto, que además conforman Oscar Giunta en batería, Mariano Otero en bajo eléctrico, Ramiro Flores en saxo y Miguel Tarzia en guitarra, editó en 2008 su debut como líder: I Knew It, que fuera reseñado en este sitio, así como también presenciamos la que fuera la primera actuación del quinteto en Notorious en junio de 2007.
Pero no queremos dejar de mencionar un hecho que nos enorgullece y que ya hemos comentado en alguna oportunidad: la gratísima impresión que nos causara Loiácono cuando nos topamos con él sobre un escenario. Hagámosla corta: en agosto de 2005 publicamos textualmente: “ojo con este pibe, el Loiácono, tiene un algo…”
Y vaya si lo tenía que, entre otras cosas, a finales de 2007 fue nombrado Ciudadano Destacado por la Municipalidad de Cruz Alta y acaba de recibir el Premio Clarín como Revelación Jazzística 2008.
Antes de pasar a la entrevista en sí, un no-tan-pequeño-detalle que ocurrió al final de la charla. Estábamos en Palermo Viejo, frente a la Plaza Cortázar (Serrano y Honduras); cuando terminamos oficialmente la entrevista, se produjo el siguiente mini-diálogo:
Mariano Loiácono: ¿Qué hora es?
EI Intruso: Las 23:25 hs.
ML: OK, me voy para Cruz Alta entonces…
EI: ¿Cómo te volvés?
ML: En micro.
EI: ¿Y a qué hora sale?
ML: A las 23:40 hs.
EI: ¿Y dónde lo tomás?
ML: En Retiro.
EI: Pero… ¡no llegás!
ML: Sí… me tomo un taxi y listo…
EI: Pero no llegás… y no quiero cargar con la culpa de que no pudiste viajar…
ML: Llego… quedate tranquilo que llego…
A la mañana siguiente el trompetista nos envió un mail (asunto: “Llegué”) que, entre otras cosas, decía: “he llegado al colectivo gracias a las demoras en Retiro por estas fechas y a mi estado atlético que ha podido acelerar algunas cuadras…”
Dígame usted ahora cómo se hace para no quererlo… si además no tiene pelos en la lengua y defiende sus convicciones como si fuera Mostaza Merlo, Redondo, Mascherano, Battaglia, Zuculini y Yacob… todos juntos.
¿Cómo se le ocurre a un muchacho, que vive en Cruz Alta, primero tocar el piano y después la trompeta?
Todo arrancó cuando mi viejo me dijo “vas a empezar piano desde el lunes” (risas).
¿Algún antecedente en la familia?
Él; tocaba trompeta. eso era lo que yo sabía, nada más. Siempre hubo en casa un bombo, una guitarra… a los 5 años ya sabía algunos acordes y a los 8 empecé a ir a piano. Me gustaba, al principio, pero después de un tiempito ya no estaba tan entusiasmado y me iba por ahí en lugar de ir a las clases. Entonces mi viejo me llevaba como sea. A los 12, mi vieja, limpiando, sacó una caja y ahí estaba la trompeta. Entonces ahí se puso a tocar un poco y yo quise probar. Alguna idea de teoría y solfeo tenía, así que intenté… pero no le saqué un sonido. Entonces me explicó: “tenés que hacer así: prrrr” (risas). Cuando me salió una notita pregunté cómo era el tema de las notas y enseguida toqué, me acuerdo, el “Feliz cumpleaños”. Y mi viejo me propuso arrancar en “La Banda”, una escuela de música que había en el pueblo; yo agarré viaje porque me entusiasmó la idea. Así que al otro día ya arranqué y aprendí bastante rápido. Fue una casualidad… si mi vieja no hubiera sacado esa caja…
Este primer contacto con la trompeta fue bastante diferente al que tuviste con el piano…
Sí.
¿Y qué hubiera pasado si ese primer contacto trompetístico lo hubieras tenido a los 8 años, hubiese habido rechazo también?
Y… no sé…
Tal vez hoy tendríamos un pianista…
La verdad que no sé… pasa que la trompeta me despertó mucha curiosidad, que con tres pistones puedas sacar tantos sonidos… y además soplabas y no salía nada… era algo no común para mí.
Y mientras tanto, de pibe, ¿qué otras cosas hacías?
Jugaba al fútbol, de número 5, en el club Newberton; de ahí salieron el Toto Berizzo, Darío Franco. Primero inferiores, luego cancha de 7, de 9 y después de 11. Jugué hasta el año pasado en la Liga Zonal, así como me ves… (risas).
El fútbol, ¿le hubiese ganado a la trompeta?
La verdad que no sé… al fútbol es dificilísimo dejarlo. Además soy fanático de cualquier deporte y de entrenar. Momento libre que tengo, salgo a correr, todos los días. Iba a ser difícil que le ganara a la música, pero quién sabe…
¿Cuándo te empezaste a cuestionar lo que estabas haciendo con el instrumento, con la música?
Creo que nunca tuve muchas alternativas. Desde que empecé La Banda tuve un crecimiento bastante rápido. A los 14 me fui a estudiar a Rosario con un profesor particular y a los 16 ya estaba estudiando en Buenos Aires con (Fernando) Ciancio, un solista de la Filarmónica. Desde que empecé fue como que era la música y poco más. No tengo otra vocación más que ésa y no porque sea especialmente dotado, sino que no me veía en otro plan. Lo normal en el pueblo era irse a Rosario a estudiar para médico, contador, abogado… y algún disparatado al que por ahí se le daba por la psicología (risas). Cuando terminé la secundaria, en ningún momento se me planteó otra posibilidad, tenía que ir a Rosario a estudiar algo y elegí la música.
¿Sí o sí había que irse a Rosario?
Y sí… a 120 km. La otra opción era Córdoba.
Cuando vos decís “La Banda”, ¿a qué te referís?
Es un nombre genérico. Es una escuela de música que tiene, justamente, una banda con trompetas, clarinetes, saxos, flautas, platillos… se hace un repertorio de marchas y algún que otro tango, un pasodoble, un Glenn Miller…
¿Por qué te dedicaste al jazz?
Yo tocaba solamente música clásica. Cuando me instalé en Rosario pasé a ser primera trompeta de la Orquesta Juvenil durante tres o cuatro años. También tocaba en la Orquesta de la Ópera de Rosario, con la que se hacían dos presentaciones por año; y cada tanto hacía un reemplazo en la Mayor. También daba algún que otro concierto con un pianista, pero poco más (piensa). Cruz Alta tiene, desde hace años, un Festival de Jazz que fue creciendo mucho. Primero participaban grupos de la zona y hoy día ya van músicos de Buenos Aires, por ejemplo. El año pasado yo fui con el quinteto. Durante uno de los festivales me empezó a interesar el tema de la improvisación. Para un músico clásico era como una herejía, si no tenés las partes… ¿cómo tocás? Se me dio por investigar y fui a verlo a Julio Kobryn, un saxofonista que anduvo por Berklee y tomé clases con él. Yo manejaba bastante bien el instrumento y la verdad que me empecé a entusiasmar. Me volvía loco porque había cosas que reconocía con la oreja pero no en los papeles. Y ese primer día me pasó dos discos: Kind of Blue, de Miles Davis y The Last Great Concert, de Chet Baker. Hasta ahí lo que había escuchado era algo de Glenn Miller, de Armstrong… poco más.
Y seguramente algo de jazz-rock…
Exacto. Cuando puse los discos de Miles (Davis) y Chet (Baker) en mi casa, me dije “quiero hacer esto”. Y me tiré de cabeza. Estuve un año con Julio (Kobryn) yendo a las clases y llevándome discos. Hasta que me dijo que lo viera a Juan Cruz (de Urquiza), que tenía toda la base teórica pero que ahora tenía que ver cómo encarar un solo con una trompeta y otras cuestiones que diferían del saxo. Yo tenía un sonido muy clásico y me vine a Buenos Aires a estudiar con Juan Cruz.
¿Cómo es el traspaso de algo tan, digamos, “rígido” como la música clásica a algo que de rigidez no tiene nada como el jazz? ¿Te costó esa mutación, la sufriste?
De entrada me costaba. La primera clase, en Rosario, tocaba un standard y sonaba (canta en forma monocorde y, adrede, sin gracia): “pi pi pi… pa pa pa…”, que era lo que yo leía desde el Real Book… había negras y alguna que otra blanca. Julio me lo explicó, con la ayuda de los discos y lo fui entendiendo bastante rápidamente. Para mí todo es música. La diferencia es el abordaje tanto a una (clásica) como a otra (jazz). De alguna manera necesitás como dos patrones de información importantes para poder sacar “la cosa”. Pero una vez que los tenés, se puede llegar a tocar tanto de una manera como de otra. Si hoy me decís de tocar un concierto de Hummel con una orquesta te tengo que decir que no porque no estoy utilizando esos recursos; para otras cosas sí, pero no como líder. Hoy toco solamente jazz, pero la verdad que la música clásica te da un sustento infernal: afinación, sonido…
¿Es más útil una formación clásica para tocar jazz que una formación jazzística para tocar clásica?
Totalmente
¿Qué aporta y qué quita esa formación clásica?
Yo creo que, si la sabés aprovechar, no quita nada. Pasa que un músico clásico es, generalmente, un poco cerrado. Pero si podés salir de eso, no quita nada, al contrario.