El Ojo Tuerto

Angel City Jazz Festival: MotivArte…

John Anson Ford Theater – Los Angeles, California (USA)

Domingo 6 de Septiembre de 2009 – 16:00 hs.
Participantes: Plays Monk, Satoko Fujii Four, Jesse Sharps’ The Gathering & Dwight Trible, Billy Childs Jazz Chamber Ensemble, Larry Karush, Dave Douglas’ Brass Ecstasy

Lunes 7 de Septiembre de 2009 -16:00 hs.
Participantes: Alex Cline’s Band of the Moment, Wayne Horvitz Gravitas Quartet, Nels Cline Singers & Jeff Parker, Larry Goldings Trio, Motoko Honda & Oguri, Bennie Maupin & Dolphyana

La idea de que el arte se mantiene dentro de la lógica de la belleza estética ya hace tiempo que ha dejado ser una fuerza dominante. Hoy resulta aceptable convenir que el arte es una fuerza expresiva del ser humano con capacidad sanadora y dimensión espiritual, que permite establecer un puente comunicacional entre el artista y los estados íntimos de la existencia humana. El propósito del arte, como presentación y representación aparente de la realidad, ya no es un mero objeto de contemplación sino un elemento regenerativo del interés por avivar la capacidad en la percepción de las formas y alentar el proceso mental que conduce a obtener una visión más profunda de la vida. Interrogarnos sobre el rol que ocupa el arte en la era del capitalismo cultural, puede resultar un arrebato de temeridad, una imprudencia, un acto irreflexivo.
Es decir, que reúne todos los requisitos para que lo hagamos. Reconozco que entender ciertas cosas me lleva más tiempo que al común de la gente y me lleva más tiempo porque… porque… bueno, todavía no lo sé. ¿Acaso no le dije que me lleva más tiempo?

No obstante, pese al escaso radio de acción de mis neuronas, siempre creí que la frase “máxima vanguardia económica” era sinónimo de “máximo retroceso cultural” y que no eran las obras de arte las que nacían de las crisis sino que son las grandes obras artísticas las que ponen en crisis a las sociedades ancladas en banalidades.
También estoy convencido de que cualquier planteo filosófico que no parta de una interrogación radical sobre el propio presente, pierde gran parte de su sentido esencial y, por ello, hoy resulta necesario cuestionarnos la forma en que responde el arte en tiempos de crisis como los que nos tocan vivir en la actualidad.
Nunca entendí muy bien este asunto de la crisis del mercado financiero internacional ni jamás le di importancia a cuestiones indescifrables para mí como el Índice Down Jones o el Indiana Jones o como quiera que se llame; y eso que trabajé durante algún tiempo en la Bolsa de Valores. Mi padre me envió allí porque decía que para ser un hombre exitoso tenía que juntarme con gente que no fuera como yo. En aquel tiempo era muy joven para defenderme, pero aun así me daba tanta vergüenza estar involucrado en ese ambiente que prefería decirle a todos que trabajaba como asesino a sueldo para la Cosa Nostra. No he sido exitoso,  al menos no tanto como deseaba mi padre, pero por suerte tengo dinero suficiente para el resto de mi vida…
Siempre y cuando me muera esta misma tarde.

Lo cierto es que el movimiento poblacional y la globalización que rige nuestra sociedad han provocado una crisis de identidad y una debacle económica y distributiva que parece obligar al arte a responder de dos modos: en uno, doblegándose al arte-industria, convirtiendo su producto en una mercancía de inversión y practica cultural; y en el otro, abstrayéndose de la realidad, lo cual también es una manera de dejarse absorber por el sistema.
Los malos tiempos resultan propicios para abandonar la superficie, asumir nuestras carencias más profundas y fortalecer el temple que nos permita sobrellevarlas. Esto abre las puertas a que desde el arte haya un nuevo modo de respuesta en el que a través de una posición activa y militante se pueda construir un puente que conduzca al individuo en crisis a un territorio en el que disponga de mejores condiciones para disfrutar del arte y, por ende, contar con mejores herramientas para interpretar la realidad. Hoy, como siempre, siguen apareciendo obras de arte y gente dispuesta a disfrutarlas; y en todo caso, si algo falta… son los intermediarios. Aquellos que silenciosamente (o no tanto) acercan e integran a la obra con la sociedad en que se manifiesta. Un buen ejemplo de lo que trato de decir, está representado en la segunda edición del Angel City Jazz Festival llevado a cabo entre los días 6 y 7 de septiembre en el John Anson Ford Theater. Este proyecto nació de la apasionada vocación por divulgar las nuevas formas de arte musical que tiene un joven llamado Rocco Somazzi quien, a su vez, ha sido durante la última década uno los principales organizadores de la escena del jazz de vanguardia de la ciudad de Los Angeles. Lejos de rendirse a las condiciones impuestas por la crisis económica, el año pasado asumió la valiente decisión de organizar un festival que reuniera en un mismo espacio a músicos de vanguardia y a un público ávido por participar en experiencias innovadoras. La primera edición realizada en 2008 fue un éxito artístico, pero significó para su organizador afrontar enormes pérdidas económicas y un inesperado deterioro de su salud. Sin embargo, el sistema no pudo con él y este año volvió a la carga con un evento aún más importante, en mejores condiciones, con más músicos y sumando a la organización a Jeff Gauthier, director del sello Cryptogramophone.
No sólo me identifico con este tipo de actitudes que recorren la delgada senda que separa al héroe del mártir, sino que además me infunden mucha ternura.
Se lo digo por experiencia: No hay nada mejor que tener los bolsillos llenos de gloria.

La apertura del festival correspondió a Plays Monk, banda integrada por Ben Goldberg en clarinete, Devin Hoff en contrabajo y Scott Amendola en batería. El núcleo de este proyecto es un diálogo imaginario entre tres de las figuras más representativas de la actualidad vanguardista y la inconmensurable obra de Thelonious Monk. La música de Monk no sólo integra el pináculo del jazz y es una de las más acabadas representaciones del arte estadounidense, sino que también expone uno de los mayores cuerpos de trabajo creativo desarrollados en el siglo XX. Sus vibrantes composiciones tienen una proyección pedagógica que impulsan por sí mismas a una profunda reflexión sobre los fundamentos de melodía, armonía y ritmo. El trío, lejos de recurrir a Monk como si se tratara de un refugio, parece haber descifrado sus códigos secretos para entregarse a un cautivante juego de interacción fundado en el conocimiento cabal de las composiciones y en la debida compresión que la fuerza interior de cada una de esas obras pueden resistir infinitas variaciones y permutaciones. Plays Monk ofreció una emotiva, sincera e inolvidable recorrida por piezas enquistadas en el inconsciente colectivo como Skippy, Reflections, Little Rootie Tootie, Shuffle Boil, Teo y Epistrophy, entre otras. Una exquisitez de principio a fin.

La presentación del Satoko Fujii Four sería otro de los puntos culminantes del festival. En esencia, este cuarteto es una extensión del trío que asoció durante los últimos años a la pianista Satoko Fujii con Jim Black en batería y Mark Dresser en contrabajo, más el agregado del trompetista Natsuki Tamura. De las múltiples propuestas encarnadas por Fujii, tal vez ésta sea una de las más próximas a la libre improvisación. El grupo ofreció un superlativo nivel de interacción colectiva y autoridad suficiente para sobrevolar las dramáticas fracturas armónicas, la insaciable exploración tonal y las angulares melodías de carácter episódico que caracterizan el estilo compositivo de Fujii. Las arrebatadoras versiones de Looking Out the Window, Illusion Suite y Ninepin expuestas motivaron, y con justicia, que el Satoko Fujii Four se quedara con una de las mayores ovaciones de todo el festival.

Luego fue el turno del Jesse Sharps’ The Gathering, conformado por Dwight Trible en voz, Jesse Sharps y Kamasi Washington en saxos, Thomas Stones en flauta, Miguel Atwood-Ferguson en viola, Nick Rosen en contrabajo, Cameron Graves en piano e Ivan Cotton en batería. The Gathering es un ensamble multirracial y multigeneracional (aquí en formato reducido) representativo de la escena de jazz de Leimert Park, centro de las artes afro-americanas de la ciudad de Los Angeles. La propuesta exhibida giró en torno a material del álbum The Roots and Branches of L.A. Jazz, en el que confluyen composiciones originales con aquilatadas versiones de temas pertenecientes a Horace Tapscott (Sharps fue integrante de la Horace Tapscott’s Pan Afrikan Peoples Arkestra). La presentación tuvo marcados altibajos, alternando momentos de vibrante interpretación -especialmente a cargo del vocalista Dwight Trible y el violista Miguel Atwood-Ferguson– con pasajes innecesariamente autoindulgentes y demagógicos. Pase el que sigue.

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