Rodrigo Domínguez: Presencia

Músicos:
Rodrigo Domínguez: saxo tenor
Juan Pabo Arredondo: guitarra
Jerónimo Carmona: contrabajo
Sergio Verdinelli: batería
S’Music, 2010
Calificación: Dame dos
Permítame que comparta con usted el estado en que me encuentro a la hora de escribir esta nota. Padezco de un espasmo doloroso, de origen inflamatorio o nervioso, de los músculos del cuello, que me obliga a tenerlo torcido y con la cabeza inmóvil. Se lo digo de otra manera a ver si adivina: una suerte de distonía en que los músculos del cuello (donde el estemocleidomastoideo pica en punta) se contraen de forma involuntaria provocando que mi cabeza se incline como haciendo una reverencia permanente. Si todavía no acertó le cuento que, en función de estadísticas comprobadas, en este momento hay cuatro mujeres que padecen el mismo mal. Pero como no quiero que usted ande trepando por las paredes, se la simplifico aún más con esta definición: es ese dolor y rigidez en el cuello que percibimos por lo general al levantarnos y que nos impide girar la cabeza a derecha o izquierda con normalidad.
Vamos… usted puede… cuatro sílabas, diez letras, esdrújula… ¡sí señor! Tortícolis.
Cuando el dolor apareció, estaba comenzando a escuchar el álbum Presencia, del saxofonista Rodrigo Domínguez. No es la primera vez que me ataca este “espasmo doloroso de origen…”, bueno, eso… Y la experiencia me indica que en esos casos me transformo en un perfecto inservible. Incluso auditivo. Pero algo ocurrió para que apretara el stop de la compactera a los 103 minutos de iniciado el compacto. El dolor seguía incólume e impoluto. Mi postura (un espanto), también. Entonces caí en la cuenta de que había escuchado Presencia tres veces, como rememorando las películas en continuado de aquellos gloriosos cines de barrio.
Les comenté que la tortícolis persistía (persiste); lo que hizo que me repreguntara “¿por qué no saqué el CD?” Porque el dedo (cualquiera, elija usted) tranquilamente podía apoyarse sobre el “stop” del control remoto. ¿Qué hacía a este momento diferente de tantos otros?
Intenté buscar explicaciones como que todo es efímero, que el tiempo es veloz (David Lebón dixit), que tal vez sufrí un desmayo… pero nada de eso. La evidencia, la causa, las razones, estaban bien cerca, su forma era circular y con forma de compact disc.
Tuve que asumir (en forma privada primero, públicamente en este momento) que Presencia, el tercer álbum de Rodrigo Domínguez, me cambió el humor. Y lo hizo estando un servidor con la predisposición en el debe, con el fastidio en el haber.
Usted puede pensar (y lo asiste todo el derecho… y el izquierdo también) que estoy exagerando. Y puede ser que así sea; no se olvide que estamos gobernados por la subjetividad, con quien al menos algunos mantenemos un combate permanente (y muchas veces infructuoso) por reducirla a su mínima expresión. Pero… ¿y si no se trata de una exageración? ¿O si lo es y usted coincide?
Mientras me aplico calor en la zona afectada le cuento que Rodrigo Domínguez debutó discográficamente como líder con Tonal en 2004, disco en trío de saxo, órgano y batería. Cuatro años después llegó el sucesor: Soy sauce, con distinta formación (saxo, batería, contrabajo y guitarra), álbum en el que homenajeara a Luis Alberto Spinetta. Y en Presencia reitera el formato de su antecesor, esta vez acompañado por Sergio Verdinelli en batería, Jerónimo Carmona en contrabajo y Juan Pablo Arredondo en guitarra. La diferencia radical en relación a Soy sauce es que Presencia incluye ocho composiciones originales del saxofonista. La primera de ellas es Mañanero (imagino su sonrisa de soslayo); una composición en apariencia sencilla, incontrastablemente lúdica, cuyo inicio de base ascética a cargo de Carmona y Verdinelli propician que saxo y guitarra nos introduzcan melódicamente al unísono hasta el despegue de Domínguez en una intervención alejada de toda musculatura y con Arredondo en la retaguardia haciendo las veces del piano inexistente. Cuando el saxofonista termina su breve y compacto discurso y se llama a silencio, el ahora trío continúa el aire de calipso, con un Verdinelli juguetón e inventivo desde sus escobillas y Arredondo que sabe bien cómo es ese asunto de liderar. Carmona, impecable.
Henri, dedicado al gran Enrique Norris, lo tiene al líder acercándose por momentos al espíritu de un Hammond B-3 en acordes ubicuos no exentos de tecnicismo. La ausencia de piano brinda un espacio ideal para apreciar el lucido y lúcido aporte de sus compañeros. Arredondo muestra nuevamente una veta sanguínea que es (en lo personal) lo que mejor le calza. Hablar del trabajo de Carmona y Verdinelli nos llevaría a la reiteración perpetua.
Rodrigo Domínguez no ha apostado a fórmulas preconcebidas; no hay solos innecesarios ni de compromiso. Ha sabido conformar un team en el que cada uno, desde su lugar y harto naturalmente, aporta ribetes que convierten sus participaciones en indispensables. La balada Presencia es otra muestra de la capacidad y decisión de Domínguez de escaparle a la omnipresencia. Permitiendo además que Carmona, en un exquisito pasaje a dúo de saxo y contrabajo, salte la barrera del sostén y se transforme en un co-protagonista.
Urso y Chuli es cercana al hard-bop en el arranque para luego descansar en Arredondo que tiene vía libre para mostrar su pulcritud con estirpe rockera. Carmona y Verdinelli aburren de tan buenos que son (se lo dijimos…); son ellos quienes le imprimen al tema un espíritu pop-rock en el que Domínguez vuelve a brillar sin la necesidad de la estridencia. Casa del río, balada con atmósfera blusera comandada por Domínguez, incluye un económico solo de Carmona que paga buenos dividendos.
En general pico es cosa seria con su velocidad rayana en el be-bop, el humor del swing, las libertades del free y cierto espíritu camarístico emanado del contrabajo con arco y de guturales acordes aportados por el líder. Carmona y Verdinelli regalan un pasaje a dúo extraordinario alternando el liderazgo de manera tan natural como asombrosa. Sobre Stella está basado, influenciado o algo así en Stella by Starlight, el clásico de Victor Young; un relax con correctos solos de Arredondo, Domínguez y Carmona y la solidez grupal como bandera.
El cierre, con Los puentes no mienten, aparece como la composición más arriesgada del álbum. El comienzo en trío (sin batería) tiene la rara particularidad de poder dispararse en direcciones infinitas. El cuarteto amaga varias veces el camino y opta por bifurcaciones multidireccionales donde siempre aparece un letrero luminoso con la palabra “libertad”. Me animaría a asegurar que estos cinco minutos y medio son un fidedigno resumen de lo que es el grupo en su esencia. Aunque eso sí… tenga en claro lo apuntado acerca de la subjetividad, ¿recuerda?
No voy a mentirle: mi cuello sigue duro cual roca embalsamada. Pero, ratificando lo antedicho, mi humor ha pegado un brinco ganador luego de la audición (las audiciones) de Presencia. Un álbum compacto, homogéneo, lúcido y lúdico liderado por un músico que ha demostrado (ratificado) aquí sus dotes compositivas e interpretativas. Pero también, y no menos importante, carácter, capacidad de liderazgo y generosidad.
Con un sonido impecable (otro gran trabajo de Fernando Martínez), Rodrigo Domínguez reafirma con éste, su tercer álbum, su luminosa presencia en el universo musical contemporáneo argentino.
Marcelo Morales