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Lerner – Moguilevsky: Alef Bet

Cohen, Beth, La serena, Zhok, Gipsy hora, Khosidl, Libe, Slow hora, Una luz, Popurrí, Aleph, Part of me

Músicos:
César Lerner: acordeón, piano, percusión
Marcelo Moguilevsky: clarón, flautas dulces, armónica, silbido, voz, piano

Los Años Luz, 2010

Calificación: A la marosca

La sociedad musical conformada por César Lerner y Marcelo Moguilevsky tuvo su concreción discográfica en 1997 con Klezmer en Buenos Aires, al que le sucedieron Basavilbaso en 1999, Shtil (2001) y Sobreviviente (en vivo, 2003). Ha sido excesivo (al menos para este escriba) el lapso transcurrido hasta la aparición de su nuevo álbum, recientemente editado por el sello discográfico Los Años Luz.
El título elegido, Alef Bet, responde a las dos primeras letras del alfabeto (alef-bet) hebreo; que tiene su historia, su explicación y sus secretos, por supuesto. A riesgo de incurrir en algunas imperfecciones, me he visto en la necesidad de buscar ciertas precisiones acerca del mismo y compartirlas con usted. Porque algo me dice que el título de este disco va más allá de una ocurrencia aislada. Al menos de manera inconsciente.

En el alfabeto hebreo se considera que las letras tienen cuerpo, alma y espíritu. Posee 22 letras sagradas (consonantes) y cinco terminales (denominadas Sofit). Estas 27 letras, sus nombres, su valor numérico, su forma gráfica y su posición secuencial en el alfabeto, tienen una razón de ser de origen divino. Las consonantes son las expresiones de tiempo y espacio  en el mundo; es por ello que los textos sagrados no incluyen vocal alguna ni signos de pronunciación, ya que las letras cobran vida y se complementan como poseedoras de alma y espíritu, sólo al pronunciarlas.
Los signos vocálicos y la pronunciación fueron introducidos por los Masoretas, rabinos y eruditos bíblicos que guardaban la tradición ("Masoret") oral y escrita del pueblo de Israel, transmitiéndola de generación en generación. La creación del Estado de Israel en 1948 profundizó la necesidad de adaptar la antigua lengua escrita a una contemporánea, incorporándose un gran número de neologismos.

Pero no nos desviemos. Hemos comentado que las letras tienen “cuerpo, alma y espíritu”. Y también un significado. No tema, no vamos a detenernos en ello, pero sí en recordar qué nos dijo Moguilevsky en una entrevista que le realizáramos cinco años atrás: “…yo trato de rescatar del judaísmo las buenas cosas(…) como eso que tiene la Biblia donde dice que el pueblo judío es el pueblo del libro. Antes de crearse el Estado de Israel hay una concepción totalmente espiritual del pueblo judío; aquella cita bíblica quiere decir que su lugar son las letras, el pensamiento, el verbo, la cifra, es Borges con El Aleph (…) Yo me meto entonces dentro del dogma y me siento uno de esos judíos que cree que lo suyo es la palabra o el espíritu”.

Ahora sí creo que estamos en condiciones de afirmar que el título del álbum no es azaroso ni mucho menos. Las dos primeras letras, las que conforman la palabra alfabeto, indican un nacimiento o, tal vez, un resurgimiento. Y esto se refuerza, sin lugar a dudas, con la audición del CD. César Lerner y Marcelo Moguilevsky son nietos de inmigrantes rusos y polacos. El proyecto conjunto que llevan a cabo tiene como piedra basamental el klezmer, sin duda alguna, pero no como una suerte de representación, digamos, antropológica, sino que han creado un universo musical propio, contemporáneo, incorporando a su propuesta elementos del folclore argentino, el tango, el jazz, la música contemporánea y, como demostración de un espíritu inquieto que los ha llevado a componer música para films, danza y teatro y a participar en proyectos de los más diversos estilos, la improvisación.

Desde la cubierta de Alef Bet, en blanco, negro y gris, hay un carácter melancólico que se traslada a las doce piezas del álbum; una melancolía introspectiva y (aunque parezca un contrasentido) agradable. Lerner y Moguilevsky abrevan en lo profundo, en el nadir de la existencia pretérita, bucean obsesivamente en el arte ancestral para, desde allí, con conocimiento de causa(s), ofrendar lecturas intimistas, transformando esa introspección (por momentos dolorosa) en un mensaje bello, esperanzador y evolutivo.
Porque no se trata solamente de dos músicos que se conocen como pocos y con habilidades y capacidades instrumentales inusuales. Cada proyecto del dúo, y Alef Bet no es la excepción, se proyecta más allá de una profunda experiencia auditiva. Como si estuviéramos presenciando un cuadro o una foto activan, de manera preclara y hasta con toda premeditación y alevosía, mecanismos inconscientes que cada uno sabrá (o no) cómo decodificar para su disfrute, comprensión y, también, aprendizaje.

Hay piezas tradicionales, composiciones propias y ajenas. Pero poco parece importar aquí el “qué”. Lo importante pasa a ser el “cómo” y el “para qué”. Lo interesante y fundamental es que este último interrogante lejos está de quedarse sin respuestas. Porque no se trata de “la” respuesta, eso está claro.
El dúo utiliza poco la palabra en cuanto al canto (diez de las piezas son instrumentales); pero mucho (y bueno) en cuanto a la emisión de mensajes inconclusos que requieren del compromiso del oyente. Lerner y Moguilevsky abren la puerta a esa libertad para que nos invada y desde ahí activar los mecanismos provocando interpretaciones propias, procurando que se generen nuevos senderos con la particularidad de que cada uno decida cómo aprovechar esta oportunidad infrecuente.

Cuando en la formidable película Manderlay, del danés Lars Von Trier, los habitantes de una pequeña región quedan liberados de la esclavitud con la posibilidad de generar sus propias nuevas vidas, deciden no hacer uso y permanecer en el mismo lugar por temor a lo que pueda existir más allá de su conocido e indigno destino.
César Lerner y Marcelo Moguilevsky brindan, desde su arte, una chance similar desde la reflexión, las propias vivencias y el conocimiento. No vaya usted a cometer el mismo error que los habitantes de Manderlay.
Porque le aseguro que se estaría perdiendo algo esencial si lo que busca son sensaciones emparentadas con la plenitud de la existencia. No le estoy diciendo desde aquí que se trate de una empresa fácil; pero créame que el hecho de intentarlo ya le provocará un regocijo inusual, de ésos que provocan sempiternas sonrisas estomacales.

Marcelo Morales

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