El Ojo Tuerto

César Lerner: La rosa púrpura de Lerner

Café Vinilo – Buenos Aires
Sábado 5 de junio de 2010 – 21:00 hs.

Contra lo que toda la juventud contemporánea supone, durante muchos, pero muchos años el cine no existió. No se sabe muy bien el porqué de semejante testarudez de la humanidad en su completitud, pero lo cierto es que según los más conspicuos historiadores, la primera película se proyectó el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Lumière proyectaron públicamente la salida de obreros de una fábrica francesa en Lyon, la demolición de un muro, la llegada de un tren y un barco saliendo del puerto. En ese orden.
Los Lumière monopolizaron cuasi Clarinísticamente la situación, llegando a filmar unas 500 películas por año. Obviamente que no se trataba de superproducciones hollywoodenses, ni de los intrincados entramados sociales o psicológicos del cine europeo, ni de las historias costumbristas a las que nos sometieron los hermanos Sofovich. Nada de eso. Ante esta realidad (hay que aclararle, jovenzuelo, que tampoco existía el DVD, el VHS ni el Súper 8), la gente comenzó a sufrir, gracias a la falta de estímulos, diversiones o distracciones, lo que amablemente podemos denominar aburrimiento, molestia, cansanio, fastidio o, como decíamos en el barrio, un verdadero embole.

George Mèliés sacudió la modorra contando historias ficticias y desarrollando nuevas técnicas, especialmente en Viaje a la luna (1902) y Viaje a través de lo imposible (1904). Esto, además de despabilar a la audiencia, atrajo a directores que con el tiempo serían considerados verdaderos referentes, como Fritz Lang, Charles Chaplin, Sergéi Eisenstein, Robert Wiener, Buster Keaton, Alfred Hitchcock y Luis Buñuel, entre otros. La música siempre estuvo presente en el cine con partituras que se ejecutaban en vivo, preferentemente por músicos (aunque dicen que en algunos casos… pero no es cuestión de andar reflotando viejas discordias). Así llegamos a 1927, año en que se proyectó la primera película sonora, The Jazz Singer, la historia de un judío blanco repudiado por su padre que se pinta de negro para poder cantar en Broadway. Protagonizada por el cantante Al Jolson, tuvo un éxito rotundo y determinó la necesidad del sonoro para el cine. El film, dicho se de paso, tuvo dos versiones posteriores, una en 1953, dirigida por Michael Curtiz y protagonizada por Danny Thomas y otra en 1980, de Richard Fleischer y con Neil Diamond (sí, el mismo) en el rol principal.

Como todo intento de cambio, hubo quienes se opusieron al cine sonoro sosteniendo que no era necesario; que todo estaba bien (o mal) como estaba. Uno de ellos fue Chaplin, que tenía su genio (me refiero al carácter, el otro está fuera de discusión); su personaje Charlot (o “Carlitos”), jamás habló; ni siquiera en la incomparable Tiempos modernos (1936), donde parte del elenco sí lo hizo. Y si me apura un poquito (y si no, también), le cuento que Chaplin habló en sus películas muy esporádicamente: Candilejas (1952) y El Gran Dictador (1940) son dos de los escasos ejemplos de ello.
Pero ya el daño (¿?) estaba hecho; y junto con los diálogos aparecieron las bandas sonoras (o “soundtracks”, ¿viste?). Algunas de ellas han cumplido exclusivamente con la misión de acompañar las imágenes; pero hubo otras que han tenido peso propio, independientemente de la motivación original. Todo parece depender de la intención del director y, por supuesto, del talento del compositor.

El pianista, acordeonista, percusionista, arreglador y compositor César Lerner, además de pertenecer a Comedia, de co-fundar en 1995 el imbatible dúo Lerner – Moguilevsky, de realizar varios espectáculos de música y poesía, de haber compuesto (e interpretado) partituras para eventos comerciales, televisión y obras de teatro y de (para ir resumiendo) coordinar el fascinante Círculo de tambores, es un prolífico compositor de bandas sonoras para cine, obteniendo numerosos premios, menciones y reconocimientos en el ámbito nacional e internacional. Algunas de ellas: Cohen vs. Rosi, Esperando al Mesías, Nueve Reinas, Aquellos niños, 18j, El abrazo partido, Rancho aparte, Derecho de familia, etc.

Por eso no debería extrañar (aunque sí sorprender gratamente) que César Lerner decidiera conformar un espectáculo basado en las composiciones que realizara para varias de las películas mencionadas. Además de los arreglos, Lerner se hizo cargo de piano, acordeón y percusión. Lo acompañaron Guadalupe Tobarías en violín, María Castro en violoncello, Gabriel Ostertag en percusión y Ernesto Romeo en sintetizadores y electrónicos.
A las 21:30 hs. a una intro en acordeón, se suma María Castro en violoncello, liderando. Un aire klezmer con ribetes lúdicos hasta que Ostertag marca el pulso y el entonces cuarteto (Ostertag, Lerner, Castro y Tobarías) prolonga el juego con caras felices. La buena intervención solista de Tobarías es acompañada por un momento camarístico que, se intuye, no será el único. El medley, conformado por El favorito de Marcela y Cohen (de Cohen vs. Rosi) brinda momentos de singular belleza, como un dueto de acordeón y percusión, el cello haciendo las veces de contrabajo y otra exquisita irrupción de Guadalupe Tobarías. El trío, sin percusión, brinda un momento casi litúrgico que se interrumpe sutilmente con los sonidos que provienen del bombo y el cajón. La cellista María Castro demuestra ser buena de verdad y, junto con Tobarías, apuntala desde una base con ciertos ribetes neoclásicos preanunciando el final. Que, como correponde, llega.

Luego de estos quince auspiciosos minutos, Lerner se dirige al público preocupándose, en primera instancia, si alguien salió lastimado ante la rotura de unas copas (que bien podrían haber sido un insert cinematográfico… pero no). Luego bromeó acerca de las bondades (o la carencia de ellas) de la película Cohen vs. Rosi, realizó una suerte de arenga en contra del aplauso, dialogó con la audiencia presente en el Café Vinilo y presentó al músico que faltaba: Ernesto Romeo.
Tu piel da paso a Milonga del genio y el santo, del espectáculo de música y poesía Lo que Borges nos contó, que Lerner realizara junto con Santiago Kovadloff y Marcelo Moguilevsky. Aires de candombe cibernético (¡?) en percusión, acordeón y electrónicos. César Lerner pasa al piano y deja en claro que es poseedor de una gran mano izquierda. Su momento en soledad es interceptado por sutiles intervenciones de Romeo desde su arsenal electrónico – analógico. Lerner propone humores diversos. Cuando pasa al acordeón y lo acompaña el percusionista Ostertag, nos adentramos en una de suspenso balcánico. El panorama se despeja con las cuerdas, que ofrecen un gran pasaje en conjunción con los electrónicos. Estamos inmersos en otro medley: El abrazo partido (de la película de Burman) y 18j (de la homónima). Un aire épico envuelve el recinto y, en lugar de estallar, un viraje introspectivo, la percusión como protagonista y un contenido estallido grupal de fuerte contenido emotivo.

En Part en mi, el entramado de cuerdas, teclados y triángulo da paso a una sentida, minimalista participación de Lerner, solo al piano. Una atmósfera melancólica, con el quinteto sumándose para un breve pasaje que recuerda a los buenos momentos de Phillip Glass. Otra intro de piano a la que se suman las cuerdas y atronadores sonidos electrónicos derivan en un pasaje tribal, luego camarístico, orquestal, electrónico, un blues, una atmósfera enigmática con las cuerdas (especialmente el violín de Tobarías) haciendo la diferencia. La derrota y Bajamar han contado con otro interesantísimo aporte de Romeo en electrónicos en uno de los momentos más conmocionantes de la noche.
Twist de la cárcel (de Nueve reinas), desde una estructura en apariencia monotemática, gana en agilidad, contagio, vivacidad y energía en otro interesantísimo entramado sonoro a posteriori de un movilizador dueto entre Ostertag y Lerner. La muralla, también de la obra Lo que Borges nos contó, aporta un aire pop que desemboca en una hilarante participación del público (dirigido por Lerner) que aporta palmas, zapateo, vasos y utensilios varios. Incluso alguien sube al escenario a sacar fotos. El fin de la clase es coronado con una ovación.
Para el final, Derecho de familia (del film de, again, Burman). La historia de Perelman con su indisimulable (e indisimulado) aire klezmer. Una suerte de klezmer marroquí, gracias a los buenos aportes percusivos. Desbordante alegría sonora para un cierre pleno de sonrisas estomacales.

El bis, breve, fue una nueva entrega de El abrazo partido que contentó a propios, extraños y a unos cuantos seres de dudosa categorización.

César Lerner, con su espectáculo Música para ver, ha ofrecido un puñado de sus composiciones para cine y bastante más. A la manera de La rosa púrpura de El Cairo (Woody Allen, 1985), el artista nos acercó, con singular pericia y valentía, aquello cuyo hábitat natural se encuentra detrás de una pantalla o sobre un escenario. Acompañado de un grupo de notables y creativos instrumentistas, Lerner demostró una vez más su talento, carisma, liderazgo y creatividad.
Y ha logrado algo impactante: que su Música para ver, además, sensibilice.
Y se disfrute.
Y se agradece tanto…

Marcelo Morales

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