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Fernando Otero: Vital

Nocturno, Aguaribay, Globalización, Siderata, La abundancia, Danza preludio 22, Danza, Reforma mental, La casa vacía, Noche iluminada, Fin de revisión

Músicos:
Fernando Otero: piano
Nick Danielson: violín
Patricio Villarejo, Inbal Segev: cello
Norberto Di Bella: batería
Eduardo Percossi: guitarra clásica
Luis Nacht: saxo tenor
Héctor del Curto: bandoneón
Pedro Giraudo: contrabajo
Jonathan Powell: trompeta
Ryan Keberle, Jeff Bush: trombón

World Village, 2010

Calificación: A la marosca

Hay músicos (esto se ve mucho en el pop y el rock) improvisados. A algunos, extrañamente, les va bien. O muy bien. O más que muy bien. Otros, en cambio, poseen una preparación académica de relevancia y (mire usted) no les va tan bien.
Las dos circunstancias están teñidas de infinidad de elementos que pueden ayudar a volcar la balanza hacia uno u otro lado. Por ejemplo… no alcanza con que alguien haya estudiado a conciencia durante años si luego su discurso artístico se limita exclusivamente a reiterar lo aprendido. Los que más posibilidades tienen de destacarse  son aquellos que, además del conocimiento lineal, poseen ciertos elementos distintivos, particulares, personales, únicos, que los acercan al status de artistas, entendiéndose como tales a aquellos que “hacen algo con suma perfección”.
Dicho de otra manera: el estudio no asegura que usted pueda ser un artista. Pero sí va a ayudarlo y mucho si ése es su objetivo. Siempre es bueno tener una base, decía mi vecino Sarlanga… y se puso una unidad básica. Y mal no le fue… aunque no hubo estudiado para ello. Pero de Sarlanga se decía con frecuencia que “era un artista”. Una suerte de eufemismo, tal vez… pero sin ser perito en la materia me atrevo a sostener que hay varios artistas que no tienen mucha idea de su condición de tales. Sarlanga, sin ir más lejos, no podía realizar ningún cálculo matemático que excediera el uso de sus dedos. Pero a la hora de encantar a los ciudadanos con su verba, tenía realmente poca competencia. Enamoraba con sus discursos, la gente se convencía hasta de que el tren surgió de una oruga. Y en esas lides era, reconozcámoslo, un verdadero artista. Poseía un don innato que lamentablemente no supo cultivar convenientemente. Y si lo piensa un poquito, seguramente usted ha conocido a varios Sarlanga merecedores de mejor suerte. Esa suerte que a otros les ha sobrado…

Pero como decía el mismo Sarlanga… “ni calvo ni con dos pelucas… los pelos que uno tiene”. O sea… el equilibrio. Y cómo uno puede manejarse con los elementos con los que cuenta. Parafraseando a Schopenhauer (dicen que era un buen carrilero por izquierda, combativo y con llegada): “el destino es el que baraja las cartas, pero somos nosotros quienes jugamos”. O sea… usted puede tener la capacidad de hablar siete idiomas; pero estoy ¿casi? en condiciones de afirmar que de poco va a servirle si decide hablarle en ucraniano a un… a una… a mí…
Está claro entonces que usted no puede hacer un cóctel con sus conocimientos lingüísticos, al margen del esfuerzo (loable) del polaco Luis Lázaro Zamenhof en 1887 al crear el Esperanto, con el intento de remedar lo acontecido hacía ya algunos añitos en ocasión de la Torre de Babel. Créame si le digo que no conozco persona alguna que sepa que el Esperanto cuenta con 28 letras (no figuran “ñ”, “q”, “w”, “x”, “y”, “ch” y “ll”); o que si quiero saber cómo se llama usted debería preguntarle “Kiel vi nomiĝas?” Sin embargo, mire lo que son las cosas, en la música sí es posible combinar distintos idiomas.
Y para que esto pueda ser realizado convenientemente, se aconseja haber estudiado previamente. Porque una cosa es una propuesta novedosa, creativa, personal. Y muy otra (cosa) es lo que Sarlanga bien podría definir sabiamente como un “pastiche”.

A ver… tomemos al azar el ejemplo del pianista Fernando Otero (¿al azar?). Nació en 1972 en una familia de artistas (las cigüeñas son así: donde ponen el ojo, largan al niño). Siendo un párvulo de cinco años comenzó a estudiar piano. Al poco tiempo, su madre (Elsa Marval, actriz y cantante lírica de reconocida fama internacional) comenzó a impartirle clases de canto. Fernandito, a los diez, se sintió también atraído por la guitarra y poco tiempo después, por la batería. Es decir que a su orientación clásica fue incorporando elementos de diversos géneros más populares como el rock y el jazz. En su casa, además, la música inundaba la atmósfera. Por ese entonces, la avidez de Otero lo hacía escuchar tanto a Stravinski como a Mederos, Invisible, Jimi Hendrix o Deep Purple. Y, según palabras del pianista, “me formé en un eclecticismo muy productivo”. Comenzó a tomar clases de composición, orquestación y dirección con Domingo Marafiotti. Esto, sumado a su acercamiento a obras de cámara y sinfónicas pero también al jazz, lo inclinaron a la música instrumental. Sus primeras grabaciones las llevó a cabo en el baño del departamento que habitaba. No podemos precisar si eran apianísticas o el baño era lo suficientemente amplio. Y más luego fue otro de sus maestros, Marcelo Braga Saralegui, quien le sugirió desarrollar una expresión musical a partir del sonido del tango. Ya radicado en New York, echó mano a todos los elementos mencionados (y a algunos otros no mencionados también), los tamizó y, con todo, puso en marcha su primer proyecto al que denominó X-Tango.

La resultante no es un pastiche (gracias, Sarlanga), sino una propuesta donde Otero, partiendo desde la música ciudadana, incorpora equilibradamente y con singular pericia su rigurosa formación académica, la libertad que otorga la improvisación proveniente del jazz, la contundencia heredada del rock y un espíritu inquieto que lo anima a nuevas experiencias y latitudes sonoras, lo que lo lleva a incorporar a su música elementos renovadores en forma continuada y persistente.
Y si usted cree que se trata de una exageración es porque no ha escuchado los álbumes de Fernando Otero. Ni sus composiciones (ha escrito para cuartetos de cuerdas, sinfonías, piezas para orquesta, conciertos y obras para variados conjuntos de cámara). O desconoce que ha sido requerido para producir, grabar y arreglar para orquestas sinfónicas y destacados músicos de las más diversas extracciones.O no lo ha visto en concierto.
Su último trabajo, titulado Vital, no hace más (ni menos) que ratificar plenamente sus virtudes tanto compositivas como interpretativas. Los once temas que integran el CD son de su autoría. Siete de ellos, en dueto de piano y violín, junto con el soberbio Nick Danielson, cuya sociedad musical data ya de varios años y se ha visto reflejada tanto en el CD Revision como en el DVD Revision – Live. Otro de los temas también es un dúo, pero a cargo de Danielson y, en bandoneón, Héctor del Curto. Hay un breve solo piano y las dos piezas restantes son interpretadas en sexteto (una) y octeto (la otra).

Los tres primeros tracks de Vital están a cargo del tándem Otero – Danielson. Mientras Nocturno asoma como un bucólico vals no exento de miniaturas lúdicas no imperceptibles provocando un perfecto balance entre el sueño amable y la pesadilla, la calma de Aguaribay, con el piano en ascético tratamiento y Danielson asumiendo el liderazgo, se traduce en una bellísima pieza en cámara lenta. Globalización, en tanto, nos sitúa en otro plano con su potencia y sus complejidades rítmicas, sus marchas y contramarchas, su caos contenido, el liderazgo compartido y la pericia técnica de ambos en estado de gracia provocando asombro, compromiso y conmoción.
Siderata está interpretada en sexteto; su atmósfera camarística y espaciosa permite distinguir una sucesión de sutilezas provenientes de cada uno de los integrantes, contribuyendo sin intenciones de omnipresencia, contenidos, sentidos y al servicio del lucimiento grupal. Tanto en la performance en escobillas de Norberto Di Bella como en el diálogo entre Héctor del Curto en bandoneón y Eduardo Percossi en guitarra clásica, los nimios detalles del cellista Patricio Villarejo, el aporte pletórico de gravedad de Luis Nacht en saxo tenor y Otero amalgamando todo con su piano.
La abundancia nos trae nuevamente al dúo de piano y violín, esta vez con reminiscencias al romanticismo clásico alemán del siglo XIX (equis – i – equis). Una entrega de singular belleza (y plural también), de tratamiento minimalista y aparentemente simple no exenta de emotividad y sensibilidad. Las dos (breves) piezas siguientes, Danza Preludio 22 y Danza, gozan de una contundencia llamativamente pulcra tanto en el solo de piano de la primera como en la batalla discursiva llevada a cabo en la segunda, con Otero oficiando de terreno fértil para que nuevamente Danielson eche mano a sus infinitos recursos técnicos y a algunos yeites propios de los violinistas de tango.

Reforma mental, breve pieza en octeto, da comienzo con una inmaculada intervención de Fernando Otero en piano al que luego se suman los demás en una composición que parece ubicarnos en la intersección del Quinteto Real y Leonard Bernstein. Al igual que en Siderata, nadie pica en punta para su lucimiento personal y así ganamos todos. Sin batería, a Otero y Danielson acompañan aquí Héctor del Curto (bandoneón), Inbal Segev (cello), Pedro Giraudo (contrabajo), Jonathan Powell (trompeta) y los trombonistas Ryan Keberle y Jeff Bush. Una (otra) joyita…
La casa vacía 
ofrece una atmósfera desolada, de vacuidad (justamente), con una atmósfera que nos (o al menos “me”) inserta en Casa tomada, de Julio Cortázar. Una composición de alta tensión y profundo dramatismo que vuelve a demostrar que Danielson y Otero parecen haberse criado juntos. Noche iluminada, a cargo de Héctor del Curto en bandoneón y Nick Danielson en violín, posee un clima denso y cuyo tratamiento (sin liderazgos) nos hace pensar que a la noche iluminada se le aparecieron algunos fantasmas, amables, pero inquietantes. El final, con Fin de revisión, es otro dúo de piano y violín. Una extraordinaria manera de cerrar el álbum, aunque más que un final parece un puente que se sabe desde dónde viene, pero…

Es que con el pianista Fernando Otero ocurre algo similar: sabemos de su procedencia, de sus influencias, de sus calidades como compositor, instrumentista y arreglador. Pero ha creado un universo estético y sonoro tan particular, tan personal, tan único, que hace prácticamente imposible saber o intuir cuáles serán sus pasos futuros y, menos aún, cuál será su destino final; que, con tanta búsqueda y talento, parece estar (afortunadamente) bastante lejos aún…
Fernando Otero, en Vital, vuelve a demostrar que es un músico que se compromete al máximo con cada entrega y que exige del oyente un comportamiento dinámico y activo ante su propuesta; algo que será recompensado con creces en un álbum de difícil categorización que va mucho más allá de estilos, épocas y cualquier otra cuestión que pueda asociarse a la finitud.

Marcelo Morales

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