Fernando Kabusacki: Luck
El Capitán, The V-Bass, Piano, Suerte!, The monks, La niña del día, Toledo, It’s only light, Rosario misteriosa, Capullito azul, The Saints in Heaven, The heat, People of the world, Tumbleweeds I, El espíritu de la alegría, El pibe, El molinero, La provincia invisible, Tema de amor, Angel of light, Como el agua clara, In my heart forever, El burrito, No me digas que me quieres…, Tumbleweeds II, Lady’s gone, Halconcito pichón, Mi árbol de lilas
Músicos:
Fernando Kabusacki: guitarra eléctrica, virtual, sintetizada
Fernando Samalea, Santiago Vázquez, Javier Martínez, Gabriel Spiller, Alejandro Oliva: percusión
Miguel Bossi, Marcos Rocco: bajo
Paula Shocron: piano, Rhodes
Matías Mango: teclados
Alejandro Franov: teclados, acordeón
Mussa Phelps: bandejas, samples, sintetizador
Maxi Trusso, Bárbara Togander, Victoria Zotalis, María Eva Albistur, Rosario Ortega, Mariana Pereiro, Maia Mónaco, Uma Kabusacki: voces
Sello y año: Houses Records 500, 2011
Calificación: Dame dos
El encasillamiento, en las personas, implica una clasificación realizada con criterios simplistas y hasta inflexibles. Podemos agregar, además, de manera arbitraria; y, en la mayoría de los casos, representa una limitación, dando a entender que el encasillado queda imposibilitado de realizar otra faena o tarea que exceda ese espacio virtual.
Algunos seres humanos no ven de mala manera que se los encasille; al menos implica que son útiles para algo (sea esto bueno o malo). Aunque a veces sería preferible la nada, no sé si me explico…
A veces el encasillamiento resulta, digamos, necesario para que mentes poco agudas (iba a poner “obtusas” pero me pareció un término “grave”) puedan discernir que determinada persona se dedica (en forma vaga) a determinada cosa. Pero no deja de ser un simplismo decir que, por ejemplo, un pintor es “surrealista”. Ayuda, por supuesto, cuando uno está pasado de copas e intenta explicarle a un neófito quién era Salvador Dalí. Pero usted y yo sabemos (¿sabemos?) que dicha afirmación es insuficiente, injusta y, válgame Alá, blasfema.
Por ello es que cuando de un artista decimos que “no se lo puede encasillar”, estamos elogiándolo tácitamente; automáticamente lo relacionamos con la libertad, la rebeldía, el desparpajo, la unicidad. Ergo, un músico no encasillable es único en su especie. Y permítame que entonces incluya al guitarrista, compositor, productor y arreglador Fernando Kabusacki en el (y disculpe el contrasentido) casillero de los “únicos”.
Que puede tomarse de distintas maneras. Puede darse el teórico hecho de que Fernando Kabusacki se dedique solamente a una cosa, diferente a lo existente y eso lo distinga. Pero también está la posibilidad de que se dedique a tantas cosas que imposibilite, justamente, el encasillamiento.
Y no me diga que lo estoy mareando, que me saca de las casillas.
Fernando Kabusacki es un músico talentoso, curioso, inquieto, perseverante, estudioso, paciente, sensible, creativo y, para ir abreviando, necesario. Su foja de servicios impresiona, su versatilidad asombra y parecería tener una premisa surgida desde su inconsciente: desconcertar.
Y lo logra, con todo éxito.
Porque es el mismo Kabusacki quien funda el trío de guitarras acústicas Los Gauchos Alemanes (que luego mutaría a Electric Gauchos), que forma parte de The League of Crafty Guitarists, Vértigo Colectivo, Imán, Congreso World Templation o National Film Chamber Orchestra, que hizo de las suyas con Santiago Vázquez, Charly García, Hermeto Pascoal, Fernando Samalea, Axel Krygier, Liliana Herrero, Roxana Amed, Martín Iannaconne, Mono Fontana, Juan Ravioli, Christian Basso y Sergio Bulgakov (entre muchos otros), que es respetadísimo en Japón, a tal punto de ser requerido por varios de los músicos más importantes de la actual escena creativa oriental -no uruguaya- como Yamatsuka Eye, Yoshimi P-We, Seiichi Yamamoto, Yuji Katsui, Rovo, Yasuhiro Yoshigaki, Yae, Miho Hatori, Yuji Oniki, Uchihashi Kazuhisa y siguen las firmas; y que maneja su carrera sin grandilocuencias ni ostentaciones, con algo que de alguna manera (u otra) podríamos definir como “perfil bajo”.
No es difícil colegir entonces que, en la previa, cada disco asoma como una interesante incógnita. Su nuevo CD, Luck, contiene nada menos (ni nada más) que 28 (veintiocho) composiciones originales del guitarrista; difícil de rotular, difícil de categorizar, difícil de (disculpe usted) encasillar. Pero fácilmente disfrutable. Porque en esta suerte de “road-record” que ofrenda Kabusacki, hay subidas y bajadas, virajes a derecha e izquierda, aceleraciones y desaceleraciones. Hay imprevistos, por supuesto. Y sorpresas. Pero no banquinazos innecesarios ni baches desestabilizadores.
Kabusacki opta por un viaje sonoro balanceado, placentero, sutil; pero no complaciente y sí con algunos visos de incomodidad auditiva para los desprevenidos. Pero más que plantear(se/le/nos) a Luck como un álbum de 28 temas, parece más atinado referirse al mismo como a una experiencia sonora de aproximadamente 75 minutos. La travesía, comandada por sus guitarras eléctricas, sintetizadas y una denominada virtual (una suerte de guitarra transformada en otras guitarras, mire usted) es fascinante, oscilante, atractivo, intrigante. Luck nos pasea por la música minimalista, el rock, la electrónica, el noise, el pop, el soul, la música clásica, contemporánea, el jazz, el folk, el western, esa suerte de “neo Sketches of Spain” que es Toledo… con referencias de infinitas extracciones que remiten a un mundo singular: al mundo Kabusacki.
Luck ofrece tantas aristas que, gracias a un extraordinario trabajo de producción, confluyen en un entramado donde no interesa que los aportes de sus compañeros de ruta se manifiesten de manera clara. Todo parece estar (y está) en función de un proyecto global, abarcativo, con instrumentos y voces en los momentos adecuados y, generalmente, en las dosis justas.
Kabusacki no se ha tentado y no ha incurrido en el error de la grandilocuencia. Se permite el uso de los silencios, del espacio, oxigena una obra que fue concebida y merece ser escuchada de principio a fin (y si es con auriculares, mucho mejor), con momentos lúdicos (Rosario misteriosa), un breve solo de piano (Piano), destellos naif que remiten a la niñez (La niña del día, Capullito azul, El espíritu de la alegría), aires de hit single (Suerte!, The Saints in Heaven), étnicos (The heat), de intensa reflexión (People of the World, El pibe, Tema de amor), un extraño “jazz ciudadano parisino” (La provincia invisible), un pseudo calypso (In my heart, forever), un falso bolero cubano –cantado en castellano e italiano- (No me digas que me quieres) y, a pesar de lo que el propio Kabusacki pueda pensar al respecto, varios pasajes experimentales. De los buenos.
Fernando Kabusacki demuestra una vez más en Luck que a la suerte hay que ayudarla; que se ha rodeado de músicos que han sabido aportar lo necesario a la causa; que la inspiración (para nada escasa) siempre parece encontrarlo trabajando.
Y concretó un álbum de magnífica factura no atribuible a la fortuna.
Aunque puede sentirse realmente afortunado.
Y nosotros, al escucharlo, también.
Marcelo Morales