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Okkyung Lee: Noisy Love Songs (For George Dyer)

One Hundred Years Old Rain (The Same River Twice), Upon a Fallen Tree, Kung, Saeya Saeya, White Night, Danji, Roundabout, Bodies, Silenced Answer, Steely Morning, Yellow River

 

Músicos:

 

Okkyung Lee: cello

Cornelius Dufallo: violín

Peter Evans: trompeta

Craig Taborn: piano

Christopher Tordini: contrabajo

Satoshi Takeishi: percusión, electrónicos

Ikue Mori: electrónicos en Steely Morning

John Hollenbeck: percusión en Steely Morning

 

Sello y año: Tzadik, 2011

Calificación: A la marosca

 

Lo original del amor es que hace a la felicidad indistinta de la desdicha (Emil Cioran)

 

El amor es un concepto universal usualmente utilizado para describir un sentimiento de afinidad relacionado con el afecto a través del cual buscamos unirnos con otro ser que nos atrae, procurando reciprocidad en el deseo de unión. No obstante, la noción de amor está sujeta a múltiples formas e interpretaciones que provienen tanto de ideologías, puntos de vista y culturas diferentes, como también de los diversos modos de subjetividad en que se expresan las emociones, actitudes y experiencias individuales. En un contexto filosófico, el amor excede largamente la idea de apego a otra persona para elevarse a la categoría de una virtud que engloba a la compasión, la bondad y el afecto del ser humano. El amor puede estar dirigido a los otros o a uno mismo; e inclusive puede estar objetivado en alguien o en algo. De hecho, es posible inferir que existen distintos géneros y caracteres de amor; desde el amor romántico que abarca el deseo pasional de intimidad al amor platónico que expresa un sentimiento asexuado de proximidad emocional pasando, entre otros, por la valorización estética del amor al arte o la devoción extrema del amor religioso.

 

Aquellos elegidos que saben mucho más que yo sobre el amor (es decir, casi cualquiera) aseguran que la complejidad de sentimientos que involucra, hace que encontrar una definición consistente implique una búsqueda tan ardua y farragosa como relativos e incidentales serán sus resultados. Lo cierto es que el amor, tanto por las dificultades emergentes de su profundización conceptual como por la consideración superficial a la que le induce permanentemente la industria del entretenimiento, ha sido reducido a la mínima expresión de un romanticismo prosaico e insulso. Eso ha consagrado una serie de estereotipos cuasi infantiles en donde todo parece circunscribirse a historias como las del chico (muy) rico y la chica (muy) pobre que se enamoran y, tras superar algunos pequeños inconvenientes -nada extraordinario… algunas catástrofes naturales, invasiones alienígenas, derrotar a un ejército de mercenarios que quieren dominar a la humanidad, evitar el fin del mundo y cosas como ésas- logran casarse, salvar al planeta y vivir felices eternamente o al menos hasta la siguiente película (lo que ocurra primero). Es dable suponer que esa reproducción pueril y ramplona oficia en el inconsciente colectivo como un bálsamo ante la crueldad de la vida real; pero aun así no impide interpretar que el amor es, con frecuencia, un sentimiento confuso que nos introduce en una red de rasgos, conductas y actitudes que jamás adoptaríamos en otras circunstancias.

Cuando amamos nos olvidamos de nosotros mismos; por amor no desayunamos, nos olvidamos de almorzar o cenar y después no podemos dormir (debe ser porque tenemos hambre, ¿no?).

 

Los grandes del pensamiento universal tampoco arribaron a una conclusión definitiva sobre el tema: para Erich Fromm, el amor era un arte que podía ser estudiado y teorizado; Rainer Maria Rilke lo definía poéticamente como dos soledades compartidas; en tanto que Richard Dawkins, desde una perspectiva científica, interpretó al amor como una conjunción entre el instinto de supervivencia y el  instinto de conservación de la especie. Charles Baudelaire describía al amor como “el anhelo por salir de uno mismo”, así como Marcel Proust aseguraba que sólo era producto de la mala suerte. Algunos han adjudicado al amor un fin altruista como Gottfried Liebniz, cuando aseguró que “el amor debe encontrar su perfección en la búsqueda de la felicidad del ser amado”; mientras que otros como Friedrich Nietzsche lo liberaron de valoraciones morales al decir que “lo hecho por amor siempre acontece más allá del bien y del mal”.

 

El arte encontró en el amor a una de sus principales fuentes de inspiración; lo ha magnificado y enaltecido, pero también ha dado cuenta tanto de sus sinuosos y laberínticos caminos como de la pluralidad de modos e interpretaciones que cobija.

Cuando el amor en su sentido más profundo y amplio -aquél que incluye a la lógica y lo irracional, a la dicha y lo trágico- se traduce en términos artísticos, la obra resultante siempre terminará alejándonos de los estereotipos fugaces para acercarnos a los ideales arquetípicos del amor como virtud suprema del ser humano.

 

Mucho de eso –si no todo- está contenido en el nuevo álbum de la cellista y compositora Okkyung Lee: Noisy Love Songs.

 

Okkyung Lee, desde que se trasladó de su Corea natal a New York en 2000, ha ido transformándose en una de las figuras más inquietantes, requeridas y talentosas de la escena musical del nuevo milenio. En años recientes colaboró con artistas del calibre de Laurie Anderson, Nels Cline, John Hollenbeck, Sylvie Courvoisier, Butch Morris, Vijay Iyer, Tyshawn Sorey, Lotte Anker, Carla Bozulich, Min Xiao-fen y Thurston Moore, entre muchos otros. Su discografía incluye al magnífico Nihm de 2005, su sociedad con Christian Marclay materializada en Rubbings de 2006, el LP para solo de cello I Saw the Ghost of an Unknown Soul and it Said de 2008, el álbum en vivo Check the Monster de 2009 en trío con Steven Beresford y Peter Evans, sus participaciones en Spiritual Dimensions del Wadada Leo Smith’s Organic Resonance Ensemble de 2009 y en los álbumes de John Zorn Femina de 2009 y Dictèe/Liber Novus de 2010 y los inminentes lanzamientos del LP Anicca (junto al cantante Phil Minton) y nuevos álbumes, en trío, con Evan Parker y Peter Evans y a dúo, con el baterista Paul Lytton.

 

Noisy Love Songs reúne el íntimo academicismo de la música de cámara, el flujo de la improvisación del jazz, los ritos melódicos de la música tradicional coreana y sutiles aproximaciones a la música electrónica para construir un brillante alegato estético que encuentra su piedra fundacional en las sinuosas profundidades del amor.

Esa lectura del amor, alejada de lo lineal y lo banal, que se intuye desde el título mismo del álbum, también esta expresada en dos elementos extra-musicales: la mención a George Dyer en la dedicatoria y la inclusión en la información que acompaña al disco del cuento de Samuel Beckett “First Love”.

La alusión a George Dyer es, en realidad, una oblicua mirada a la desoladora visión de la vulnerabilidad humana ante el amor, hallada en el cuadro que el genial Francis Bacon pintara después de la trágica muerte de su amante: Retrato en el espejo de George Dyer. En tanto que el texto de Samuel Beckett desmonta los tópicos románticos mediante el sombrío relato del primer -y único- amor de un hombre atormentado y solitario.

 

One Hundred Years Old Rain (The Same River Twice) dibuja una plástica de signo camerístico en donde los instrumentos parecen refractarse unos en otros como si se tratara de un juego de espejos aplicado a la composición. A partir de los electrónicos, se desliza un pastoral enunciado melódico en violín resuelto en contrapunto con la trompeta y sutilmente ornamentado mediante los etéreos adornos que emanan del cello y el piano para, luego, desvanecerse delicadamente en un final de lectura abierta.

La ascética belleza de Upon a Fallen Tree encuentra su principal argumento estético en el luminoso diálogo que construyen el violín de Cornelius Dufallo y el cello de Okkyung Lee; en tanto que las exóticas cadencias y agilidades dinámicas de Kung propician el lucimiento de Satoshi Takeishi en percusión. Saeya Saeya recorre una senda más abstracta mediante un complejo entramado atonal por signando la variedad de técnicas extendidas que exponen con encomiable autoridad el piano de Craig Taborn, el cello de Okkyung Lee y la trompeta de Peter Evans. White Night nos sumerge en una atmósfera invernal, nostálgica y crepuscular que yuxtapone los íntimos modos de la música de cámara con el carácter contemplativo del acervo cultural de Oriente. Todo embellecido mediante el contrabajo con arco de Christopher Tordini y una coda en electrónicos que le infunde a la pieza un estratégico toque de modernidad. Danji es un dúo de piano y cello que se distingue por su temperamento introspectivo y contenido apasionamiento.

 

A las magnéticas cadencias de Roundabout le sobrevienen la idílica narrativa sonora de Bodies –aquí con un insuperable soliloquio de Okkyung Lee– y el espacioso dúo de cello y violín de Silenced Answer, en donde brilla en todo su esplendor el violín de Cornelius Dufallo. Steely Morning es una sugestiva pieza proveniente de las sesiones de grabación de Nihm que incluye fantásticos aportes de Ikue Mori en electrónicos y los detalles de orfebrería que cincela la percusión de John Hollenbeck. El cierre llega con las zigzagueantes líneas que trazan, en Yellow River, la trompeta de Peter Evans, el cello de Lee y el piano de Craig Taborn.

 

Noisy Love Songs es un álbum brillantemente concebido e interpretado y de una belleza tan extraña como la que subyace en las profundidades del verdadero amor.

 

No hay belleza sin algo extraño en sus proporciones (Francis Bacon)

 

Sergio Piccirilli

 

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