Agusti Fernández: El laberint de la memòria
Joan I Joana, Aparicio I desaparicions, El laberint de la memòria, El pincell del Perico, Tonada, Pluja sorda, Porta de Mar, Flamarades, Catedral, La processó, L’esmolador, Evanescent, Preludi, El final és el començament
Músico:
Agusti Fernández: piano
Sello y año: MBARI, 2011
Calificación: Dame dos
Cuando recordar no pueda, ¿dónde mi recuerdo irá? Una cosa es el recuerdo y otra cosa es recordar (Antonio Machado)
El pianista español Agusti Fernández es merecidamente considerado en la actualidad como una de las figuras más prominentes de la música creativa europea. En el poderoso alegato que lo distingue se divisa una autorizada expresión del jazz de vanguardia, su innegable potestad para hurgar en los códigos de la improvisación libre, una vasta percepción de la música clásica contemporánea y un depurado vocabulario pianístico en donde conviven en armonía el refinamiento técnico, la vocación innovadora, su acreditado dominio de técnicas extendidas y un elegante lirismo.
La profusa y heterogénea trayectoria artística desarrollada por Agusti Fernández en las ultimas décadas, incluye una capital intervención a finales de los noventa en Trío Local junto a Liba Villavecchia y Joan Saura (con quienes también fundara por aquel entonces el ciclo Improvisadores de Barcelona Asociados), el liderazgo del aquilatado trío que integra con Barry Guy y Ramón López materializado en los álbumes Aurora de 2006 y Morning Glory + Live in New York de 2010, sendos dúos con Evan Parker (en Tempranillo de 1996), con Marilyn Crispell (en Dark Night, and Luminous de 1998), junto a William Parker (Second Set en 2001), en sociedad con Derek Bailey en los álbumes Barcelona de 2002 e In a Silence Dance de 2009, con Mats Gustafsson (Critical Mass de 2005) y en compañía de Barry Guy en Some Other Place de 2009, entre otros. A todo esto deben agregarse sus participaciones desde 2002 en el Evan Parker Electro-Acoustic Ensemble y la Barry Guy New Orchestra y una prolífica tarea como músico de sesión, colaboraciones diversas en artes multidisciplinarias (que incluyen labores junto al diseñador catalán Toni Miro, el dibujante Penco Pastor, el titiritero Joan Baixas, la Merce Cunningham Dance Company y los coreógrafos Tomás Aragay, Angels Margarit, Ramón Oller, María Muñoz, Hisako Honkawa y Margarita Guergué) y una asentada tarea pedagógica como profesor titular de improvisación en la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC).
En lo que va de este año la producción discográfica de Agusti Fernández se ha manifestado con inusitada vitalidad ya que -además del álbum que nos ocupa- editó Ambrosia a dúo con el prestigioso guitarrista Joe Morris, presentó en sociedad al trío EFG (que completan el trompetista de Mostly Other People do the Killing Peter Evans y el saxofonista de The Thing Mats Gustafsson) mediante el lanzamiento de Kopros Lithos, concretó una nueva cooperación con el samplerista Joan Saura en el álbum Vents e ilustró a través de la edición de Buenos Aires 2000 el concierto que ofreciera hace una década en esa ciudad junto al saxofonista Pablo Ledesma y el contrabajista Mono Hurtado.
En un contexto artístico signado por la diversidad de intereses musicales y una inexpugnable aptitud exploratoria Agusti Fernández en El laberint de la memòria (en catalán, “El laberinto de la memoria”) configure una de sus faenas más consumadas, no sólo por las altas cotas interpretativas alcanzadas sino también por la infrecuencia de su núcleo conceptual. Esta obra -inspirada en la música clásica española para piano del siglo XX- es el resultado de un encargo realizado en 2008 por el productor portugués Joao Santos (director del sello Mbari). Agusti Fernández aquí, tras un proceso de elaboración que le demando más de dos años, elude recurrir a la mera reinterpretación de los grandes compositores españoles de ese periodo (de Manuel de Falla a Carlos Santos pasando por Isaac Albéniz, Frederic Mompou i Dancausse, Pantaleón Joaquín Enrique Granados y Campiña, Tomás Garbizu, Jesús Guridi Vidaola, Joaquín Turina Pérez, entre muchos otros); pero usa ese enorme corpus sonoro como una forma de incentivar la memoria explícita e implícita, reafirmar la propia identidad cultural, rescatar los recuerdos y nutrir la imaginación creativa con el ánimo de elaborar una propuesta estética circunscrita –como afirma el propio autor- a “música nueva acerca de música antigua que sugiriera una respuesta musical desde mi perspectiva de pianista improvisador del siglo XXI”.
Agusti Fernández, en El laberint de la memòria, exhibe su acostumbrada pericia técnica, expone los beneficios de un trabajo hecho a conciencia y manifiesta su irrevocable tendencia a privilegiar la sutileza por sobre el encanto de la pirotecnia; pero, además, se deja caer en los recuerdos y acepta el riesgo de recorrer su propio “laberinto de la memoria” para involucrarse emocionalmente con la obra y permitir que cada uno de los sonidos contenidos en ella exprese de “dónde viene”, “quién es” y “qué siente” el autor.
Agusti Fernández manifiesta esa conexión emocional desde el inicio –y de manera explícita- con Joan I Joana (Joan Fernández y Joana Garrido son los nombres de sus padres, recientemente fallecidos, a cuya memoria está dedicado el álbum). La pieza juega con pequeños motivos y sentidos fraseos que van acarreando al lenguaje del piano la ambivalente sensación que existe entre la añoranza ante la ausencia del ser querido y su presencia a través del recuerdo.
El álbum transita distintos humores con la misma aleatoriedad con la que afloran los recuerdos en nuestra mente; pero aun así mantiene, en todo momento, su cohesión estética de la misma manera en que la disparidad de los recuerdos se va unificando en la memoria de quien los evoca. Incluso -como describe Agusti Fernández en las notas que acompañan al álbum- las piezas aquí incluidas son tratadas no tanto como composiciones sino como “campos de acción” abiertos que permiten jugar “en espacios sonoros concretos”. Concepto creativo que parece hilvanarse y guardar cercana relación con ciertos principios otrora expuestos por Iannis Xenakis (compositor de quien Fernández fuera discípulo) cuando hablaba sobre el desarrollo de “una forma de composición que no sea un objeto en sí, sino una idea que da comienzo a una familia de composiciones”.
En las diferentes piezas que integran El laberint de la memòria esos “campos de acción” asumen, en ocasiones, un carácter simbólico y en otros pasajes adoptan un modo imitativo de la realidad; pero en ningún momento dejan de vincularse a una finalidad estética gobernada por la memoria y los recuerdos de su autor y por la forma en que éste los traslada a un lenguaje pianístico.
Así es como en Aparicio I desaparicions los motivos fragmentados, el ascetismo de la línea melódica y los estratégicos silencios parecen emular las arbitrarias formas en que los recuerdos aparecen y desaparecen de la conciencia; en tanto que las notas percutidas, las luminosas escalas y los ostinatos en las zonas graves del teclado se funden en el tema que da título al álbum para simbolizar el carácter laberíntico de la memoria. También hay pasajes en donde el acervo cultural de la música española se hace mucho más evidente, como acaece en la romántica Porta de Mar y en el fino lirismo de Tonada; momentos de envolvente abstracción como en El pincell del Perico, piezas que traen a la vida a personajes anónimos como L’esmolador –ingeniosamente recreado con el arpa cromática del piano- o que aluden a espacios físicos como en Catedral. Sin dejar de mencionar piezas de inigualable intensidad emocional como La processó, segmentos en donde afloran las técnicas ampliadas como en Pluja sorda o los vertiginosos fraseos que reproducen el vaivén del fuego en Flamarades, hasta cerrar el círculo de la obra con la sugestiva desnudez de El final és el començament.
En el arte no hay lugar para la amnesia y por ello El laberint de la memòria nos ayuda a entender que el arte siempre existirá mientras haya interés en recordar.
Donde se pierde el interés también se pierde la memoria (Johann W. Goethe)
Sergio Piccirilli